jueves, diciembre 04, 2025

Fernanda García Lao: "El realismo en este siglo debería ser inestable, terrible, insólito, no una mala copia del pasado"

Entrevista | Fernanda García Lao Novelista, presenta "Estación Saturno"
La escritora argentina presenta nueva novela, "Estación Saturno": "No escribo para complacer. Si hay legibilidad, es porque hay ritmo, tensión. Como en la música: podés no entender la letra, pero al cuerpo la emoción no se le escapa".
Chus Neira
La Nueva España
Fernanda García Lao (Mendoza, Argentina 1966) es una de las voces más destacadas de la nueva narrativa latinoamericana. Después de “Teoría del tacto”, libro con el que fue finalista del premio “Tigre Juan”, presenta ahora “Estación Saturno” (Candaya), una novela desaforada que presenta el 22 y 23 de noviembre en Oviedo (Kafka & Co, 19 horas) y en Gijón (Toma 3, 13 horas).
-¿Qué te propusiste con Estación Saturno, cómo llega a este libro, esta novela tan concentrada, cuál fue su punto de partida?
-No hubo un punto sino una confluencia. Un duelo bajo la lluvia, un hermano muerto y la convicción de que necesitaba un procedimiento inusual para abordarlo. Me propuse desarmar mis propios mecanismos y escribir desde una tercera que disecciona cuerpos y espacios afectados. No se puede narrar el duelo sin contaminación. Por otro lado, lo familiar, lo social y lo político se anudaron acá. Y el agua, como insinuación del peligro.
-Se dice que este libro condensa muchas de sus obsesiones: la familia, el doble, la locura, el erotismo, lo monstruoso de lo político. ¿Es un punto de inflexión o un punto y seguido?
-Es un punto de fuga. No me interesa la linealidad ni en la vida ni en la obra. Pero sí, están algunos de mis motivos recurrentes: la familia como célula de la violencia, el cuerpo como archivo, el poder asociado al delirio. No sé si es un punto de inflexión, pero sí un libro que me ha dejado marcas. Me gusta pensar que cada novela es una mutación. Ya no soy la que era después de escribirlo.
-En Estación Saturno hay viaje, no lugares, un hotel donde el tiempo se confunde. ¿Hasta qué punto sus mudanzas están presentes en la novela?
-Crecí entre mundos. Viví en España, en Argentina, en Praga, en ninguna parte. El hotel es eso: un espacio que no encaja, que no tiene mapa. Un lugar donde el tiempo se descompone. Que devora cuerpos, la memoria. Como el Estado. El hotel es un personaje. Me gusta escribir desde lo que no se puede fijar.Desterritorializada y un poco extraterrestre. Quien se va tantas veces se siente así: afuera. No solo del espacio. El tiempo rompe la experiencia. Cruzar varias veces el océano desacomoda la convención, la revela. Hay que adelantar y atrasar relojes, afinar la brújula interna. Pero quedás desacomodada. Hacer ficción desde ahí es ser fiel a mi naturaleza.
-¿Cómo aparece el hotel Tiānqì en el proceso creativo?
-Exacto, apareció: se impuso. Lo vi. Vi llegando a los hermanos a esa casa, tras los giros a una rotonda. Yo hacía Taichi en aquel momento. Y mi maestra hablaba como las Chi: poetizando. La dupliqué, como suelo. Ese lenguaje me pedía un escenario que fuera poco doméstico, una arquitectura de lo improbable. Quería un lugar que fuera un teatro de operaciones. Un útero incómodo, una maqueta política y poliédrica. Una trampa, el delirio lúcido de un expolicía, que ha rebautizado al personal y los ha convertido en actores de sutrampa. Hay algo especular con la virtualidad nuestra de cada día. Nadie se parece a su versión pública/social. Somos actores de una farsa. Trabajamos para pagar deudas. Exactamente como los personajes que caen en el hotel.
-Ha dicho que la prosa debe estar a la altura de la neurosis colectiva. ¿Por qué cree que la ficción arriesga tan poco hoy?
-Porque el mercado es de digestión rápida. Porque la academia canoniza lo que ya entendió. La narrativa decimonónica sigue marcando el ritmo como si no hubiéramos pasado por el siglo XX. Yo no puedo escribir en un terreno pacífico. Vivimos en terreno minado. Entonces: que la prosa estalle. Que no se acomode. Que se parezca al mundo que vivimos. Inestable, terrible, insólito. Finalmente, el realismo en este siglo debería ser así. No una mala copia del pasado.
-¿Cómo encuentra el equilibrio entre el descabalgamiento formal y la legibilidad? ¿Piensa en sus lectores?
-Pienso en lectores cuando ya salí de la novela. Mientras la escribo soy la única espectadora. Pienso en las dinámicas internas. Luego aspiro a lectores mutantes, que no buscan explicaciones, que buscan sentido y disfrutan perdiéndose. Que disfrutan del vértigo. No escribo para complacer. Si hay legibilidad, es porque hay ritmo, tensión. Como en la música: podés no entender la letra, pero al cuerpo la emoción no se le escapa.
-En el libro aparece el capitán Minor, que remite a ciertos líderes contemporáneos. ¿Qué puede hacer la ficción ante el avance de los autócratas?
-Puede mostrar lo que el discurso oficial oculta. La ficción no salva, pero revela. No denuncia: expone. No explica: interpreta. Minor no es una caricatura. Es un síntoma. Estos tipos crecen como hongos, en cada hogar puede haber un megalómano furioso con ínfulas de crecimiento. La violencia se alimenta en la oscuridad antes de tomar dimensiones políticas.
-¿Y qué piensa cuando la realidad supera cualquier ficción?
-La realidad no es real. Es una puesta en escena. La ficción no la supera: la desarma. La hace visible. La vuelve cuerpo.

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