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miércoles, agosto 08, 2012

lo siniestro, desgrabación

Patricio Zunini:
El tema de la convocatoria es hablar de lo siniestro. El diccionario de la RAE da varias definiciones: desde una legal (siniestro como un daño que debe ser indemnizado por una aseguradora), hasta una que casi está en desuso como aquello que está a la mano izquierda. Entre ese abanico de posibilidades aparecen las que más se ajustan a nuestros intereses: “avieso y malintencionado” e “infeliz, funesto o aciago”. Para la presentación del encuentro prefiero quedarme con una frase que, si bien no define precisamente el significado de “siniestro”, tensa una cuerda que, espero, tocaremos durante la charla: «Toda exhibición o muestra de “fenómenos” es un exponente de la crueldad capitalista», dice Juan José Burzi en el cuento “Las siamesas Benn” incluido en su flamante nuevo libro Sueños del hombre elefante. En el encuentro de hoy vamos a hablar con Fernanda García Lao (Muerta de hambre, La perfecta otra cosa, Vagabundas, entre otras) y con Juan José Burzi (además del libro citado es autor de Un dios demasiado pequeño y Tres mundos) sobre “lo siniestro”, quienes, a través de narraciones con ambientes opacos e historias cargadas de ambigüedad, han conseguido estructurar su narrativa en torno a lo siniestro. ¿Cómo consiguen esos efectos; qué buscan con ellos?

Juan José Burzi: Escribí ese cuento pensando en la película Freaks. En una parte del cuento les hacen una entrevista a las siamesas y tergiversan todo lo que dijeron, las hacen parecer como lo que no son, y juegan al circo en la revista, que es una revista dominical de un diario. Reflexionando sobre el papel que tienen estos freaks, estos fenómenos, estos personajes que a mí me gusta poner, en general tienen el papel de una especie de diversión cruel. Y capitalista porque en las ferias se paga para verlos. Habrán visto la película El hombre elefante, que se pagaba para ir a ver al hombre deforme.

Fernanda García Lao: Yo no sé si estoy muy de acuerdo –para empezar a meter un poco de púa– con el tema del capitalismo y el fenómeno. La deformidad siempre ha sido atractiva y hay muchos cuentos anteriores a la sumisión capitalista que ahora vivimos, como “Un artista del hambre”, en los que hay cierto regodeo o deseo y necesidad por lo deforme. Es esta cosa de lo siniestro también. Lo formal es lo derecho, la norma. Sin embargo no puede haber norma si no hay deformidad. Necesitás ambas manos. Yo había encontrado también que lo siniestro está relacionado con lo femenino. En el ying y el yang, incluso en el ayurveda, lo masculino es lo derecho y lo femenino es lo izquierdo. Lo siniestro viene de la toga que usaban los romanos, que a la izquierda tenía un pliegue. Como si el pliegue fuera lo siniestro. Ese algo que se oculta. Y detrás estaba el seno, que es femenino. Pensando en relación al machismo, ya que hablamos de ismos, creo que tiene que ver con el temor hacia lo femenino. Lo femenino es algo que incluso nosotras no terminamos de entender, pero que conlleva cierto peligro. Hay una zona de este sangrado y creación de un ser, esa deformidad de un cuerpo para traer a otro que hace más interesante el juego entre lo derecho y lo izquierdo, entre lo que debe ser y lo que no debe ser. Pero no sé si se puede escribir sin ese otro costado.

Juan José Burzi: Me estaba acordando de Lo siniestro de Freud, que releí hoy y que, otra vez, entendí a medias.

Fernanda García Lao: Ah, yo también lo releí.

Juan José Burzi: ¿Lo entendiste todo?

Fernanda García Lao: [Risas] ¡No! Pero en Freud todos los caminos conducen a la castración, ¿viste? Está en relación al cuento de Hoffmann. El del hombre de arena. Escribió a partir de eso todo un tratado, que no sé si llega a alguna conclusión, además de que hay un nido en la infancia de lo siniestro. Después me quedé pensando en los cuentos infantiles. Los cuentos infantiles son todos de terror.

Juan José Burzi: Freud dice que en los relatos infantiles no hay mucho que buscar porque no aparece lo siniestro. Y lo relacionaba con lo conocido que vuelve a aparecer.

¿Se animan a pensar una definición de siniestro? Hablamos del terror y de lo macabro, pero macabro no es siniestro. ¿Podemos definir cómo piensan lo siniestro?

Juan José Burzi: Freud decía que a nadie le va a parecer siniestro cuando Blancanieves o la Bella durmiente despiertan de su especie de muerte.

Fernanda García Lao: Me acuerdo de la primera vez que leí “Caperucita Roja”, la versión corregida, en la que se salvan. Después busqué la versión original, donde no había leñador, donde la abuela moría devorada, y, algo que no sabía, Caperucita entraba en la casa de la abuela y se metía en la cama con el lobo. Allí metidos los dos es que ella hablaba del tamaño de sus orejas… Es un cuento extraño, digamos. En lo siniestro hay cierta marca erótica. No desde el punto de vista fálico, pero está todo lo otro construido alrededor, como si fuera un interruptus. Siniestro no es terror: es más. Lo terrorífico suena ingenuo al lado de lo siniestro. A mí me da risa el terror, no sé si es problema mío.

Juan José Burzi: King dice que uno de los mejores cuentos de terror de Hawthorne es el del velo del clérigo. Ahí no se ve el cuerpo, sino la macha de sangre del cuerpo que sacaron de escena. Capaz que está jugado en eso lo siniestro.

Fernanda García Lao: Claro, como el vestigio de algo tremendo que no llegás a reconocer. Ahí está el pliegue. Completás el cuadro. Son señales donde tal vez se ve cierta marca diabólica. Lo que pasa es que la acepción de lo siniestro como accidente, y por algo se le aplica esa palabra, pero es una palabra indefinible. Las palabras son extrañas, uno las utiliza y las hace propias, las termina de completar, y nadie puede venir a decirte no.

Me gusta que una escritora diga que las palabras son extrañas. De alguna forma lo que escribís se da como una obra en construcción.

Fernanda García Lao: Sí, tal cual. Hay palabras que convocan a otras. Yo escribo como subrayando: saco todo aquello que no subrayaría. Todas las frases o las palabras que siento que son decorativas o informativas, terminan en la papelera.

Juan José Burzi: Somos muy parecidos, Fernanda.

Fernanda García Lao: Me cuesta el desarrollo. Me interesa el destello y, tal vez, la sombra que ese destello deja alrededor.

Juan José Burzi: A veces ese destello en un párrafo puede ser una palabra o dos, o la combinación de una o dos palabras. Últimamente todos mis cuentos son fragmentos. En esos espacios en blanco se dice mucho más de lo que escribo y salgo ganando. Tiendo a reducir. No sé si lo pensé así como que escribo sobre subrayado, pero cuando corrijo es más lo que saco que lo que agrego.

Fernanda García Lao: Me pasa que lo que escribo ya sale breve. Entonces lo que tengo que hacer es embarazar alguna frase. También hay una inyección de conflicto en el lenguaje.

¿Cómo es la precisión de palabras en un texto breve?

Fernanda García Lao: Yo pensaba que había que ser muy precisa. Pero hay momentos en los que una palabra me hace ruido, busco un sinónimo y no me termina de cerrar, y el que le va perfecto es el antónimo. Ahí se produce cierta sorpresa en la ironía, porque también sucede lo que no está previsto. La frase aparece como construida previamente y después uno la pone a prueba, le pone cosas arriba a ver si resiste.

Juan José Burzi: A veces la solución es tan banal como hacer click derecho en Word y que te salgan los sinónimos de la palabra que no te cierra. O, capaz, simplemente eliminarla. Puede ser una tendencia, ahora que lo mencionás, y se lo escuché a autores relativamente nuevos o emergentes, esta idea de reducir y de fragmentar lo que se escribe. Ya no hay mucha gente que escriba una novela de trescientas páginas o un cuento de treinta. Me refiero a los pocos jóvenes narradores que leo.

García Lao es más del diálogo y Burzi más de lo narrado, sin embargo hay un estilo similar de la brevedad. Sin embargo, ambos escriben textos breves pero que piden el tiempo y la atención del lector. Ante el descuido, uno tiene que retroceder. ¿Es producto del tipo de texto, es un efecto buscado?

Juan José Burzi: Yo busco explotar el formato de cuento, trabajar con fragmentos, esquirlas. Me interesa eso. (Además me sale así y después le busco una teoría para hacerme el interesante). Hay un libro no muy conocido que se llama La ley de los espacios en blanco que es hermoso; lo recomendé para el blog. Trabajo con cada fragmento, no como si fueran mini relatos ni nada de eso —no me gustan los mini relatos: me suena a chiste—, pero sí por lo que se va armando en lo fragmentario. Me gusta pensar en una especie de rompecabezas cuando escribo, a veces hasta físicamente: recorto los fragmentos porque sé que los estoy escribiendo y no van en ese orden, y después lo voy armando. Lo que decía Burroughs del Crack-up, esa técnica la implemento literalmente a veces: ando con la plasticola pegando, esto va acá, esto va acá, y me queda toda la hoja pegoteada. Soy feliz con esos collage. Agregale que escribo a mano y tengo fea letra, pero me encanta.

Fernanda García Lao: Yo no busco efectos. Es más, si siento que estoy utilizando un efecto, reescribo. El efecto es un truco. Por momentos me dejo llevar por lo que aparece. Siento que los procedimientos literarios no son moldes en los que uno se repite. Últimamente estoy escribiendo distinto, algo del proceso se modifica a medida que pasa el tiempo y que algunas cosas ya las dije, algunas cosas ya las pensé, y cada libro es como una excusa para pensar distinto. No solamente el asunto, sino para pensar desde una cabeza nueva. Será porque vengo del mundo teatral, entonces estoy atenta a cierta oralidad y a cierta… no construcción del personaje porque no me gusta lo de construir un personaje: me parece que hay que destruir un personaje.

¿Leés en voz alta lo que escribís?

Fernanda García Lao: Escribir es estar dispuesto a escucharse en voz alta. Saltan un montón de errores y repeticiones, rimas que no son buscadas. La voz para mí también le da existencia. Debe tener que ver con el hecho de decir para otro, en voz alta. Cuando escribo es como si le estuviera diciendo a ese otro. Como no puedo estar utilizo el libro. Antes me pasaba que era asaltada por estas frases, sentía que tenía que escribir y casi no corregía. Estructuralmente sí, pero no mucho escudriñando. Ahora soy más reptadora, si se me permite la expresión [se ríe]. Últimamente veo el libro claramente como si fuera un animal o un ser vivo, entonces estoy muy pendiente de que sea tocable, que respire, que se canse, que desee, que se duerma. Es algo que utilizo no como sistema, porque sería horrible pensarlo así, pero sí digo: bueno, acá yo tengo la cabeza, me falta un poco caminar. Así que voy y vengo mucho en el texto.

Juan José Burzi: Yo casi al contrario: el libro lo veo como algo que se va expandiendo. Este libro acabo de publicar tiene relación con el anterior (así que al que le gusta este va a tener que buscar Un dios demasiado pequeño). El último relato está compuesto por fragmentos de los cuentos que leyeron, como si fueran las escenas no incluidas de cuentos que no publiqué nunca, de hecho hay algunos que no terminé de escribir. Y trato de pensar –trato, después veremos, el tiempo dirá– a los libros de cuentos como un único libro de cuentos. Había una saga de una familia en el libro anterior y acá metí de nuevo un personaje que es Reina, que aparece por ahí. Iba a seguir esa saga familiar y el cuento ese me quedó colgado, no lo pude empezar a escribir. En algún libro futuro aparecerá. Sigo con la idea del rompecabezas, lo pienso como algo que va encajando. Quizás por influencia –que no se nota en la escritura, lo advierto– de Faulkner, que vos vas leyendo las novelas y volvés a encontrar personajes, lo que pasa en una novela termina de quedar en claro en otra. Onetti también, otra influencia. Uno a veces escribe pensando: esto lo voy a escribir como si fuera…

Fernanda García Lao: No.

Juan José Burzi: ¿No? A mí me pasa. Ahora estoy escribiendo una cosa como si fuera Thomas Bernhard. Ni ahí que me va a salir como Thomas Bernhard, ojalá. Y ahí dejo el fragmento, creo que va a ser una nouvelle, no sé. Pero dejo el fragmento porque es todo sin puntos aparte.

Recién Juan José hablaba sobre los rompecabezas. Cuando vos decís “tengo la cabeza, necesito los pies”, estás armando una especie de rompecabezas.

Juan José Burzi: Ella dice que no para armar una polémica, así la gente se divierte.

Fernanda García Lao: No, yo no dije que no. Él dice que se expande y yo me contraigo. Lo que pasa es que yo no me animaría a pensar en perspectiva “mi obra” (pongámosle unas comillas ahí). Creo que se va construyendo un poco a pesar de mí. No podría retomar el personaje de Muerta de hambre, por ejemplo. Siento que ella dijo y dio todo lo que tenía, y prefiero no volver a verla. ¡No la quiero ver! Si me la cruzo, me corro [se ríe]. Yo creo que me quedo sin pólvora. Utilizo todo lo que tengo en ese momento para poblar ese universo y soy medio como mala madre: una vez que ya están armados, los abandono. No me vuelvo a leer, por ejemplo. Ahora cuando salió la traducción en francés, tuve que volver a leer y no tenía recuerdo. Es más: como nos invitaste a leer acá, me traje algo de lo primero, de La perfecta otra cosa.

No te volvés a leer ¿por desinterés, porque te da vergüenza, porque te enojás con lo que escribiste?

Fernanda García Lao: No, porque yo escribí eso para entender algo que ya entendí. Y ahora me interesa ir a otra cosa nueva. A lo mejor resulta que era todo lo mismo y yo estoy entretenida pensando que soy muy original en cada libro. Igual me parece genial porque cada escritor se plantea una serie de riesgos. Es un riesgo volver sobre el mismo mundo, encontrar ese tono o volver cambiado. Yo no termino igual que cuando arranco un libro, entonces no sé para qué volver, es como volver con el primer novio. No volvería, me interesa más uno nuevo [risas].

Juan José Burzi: Yo tampoco volvería, pero los personajes reaparecen de un modo lateral a veces. De hecho hay un personaje de unos fragmentos que hay acá que es de un cuento que todavía no publiqué completo. Es el cadáver de un cuento sobre un tipo que trabaja en una morgue, yo sé que ese cadáver reventado es de esta mujer y todavía no terminé de escribir su muerte. Sé que se llama Ruth. Ese cadáver yo sé que aparece nombrado lateralmente en “Severo” y que “Severo” a la vez tiene que ver con “Mil ojos”, que era del libro anterior. Ahí había una señorita que trabajaba de muerta, su trabajo era posar en un bar donde la gente se emborrachaba y se drogaba creyendo que había muertas. Las señoritas se maquillaban como si estuvieran pútridas y, para hacerlo realista, ella buscaba fotos de cadáveres en internet y uno de los cadáveres que ve es el de esta mujer, Ruth. Son cosas que nadie se va a dar cuenta, ¿quién va a estudiar todos mis libros? Me interesan a mí y me divierten a mí nada más.

Fernanda García Lao: Yo ese laburo lo hice en La perfecta cosa. Es un libro construido por siete personajes. Aparecen todos en el relato del otro desde un punto de vista totalmente diferente. Hay una lista de personajes secundarios, hay una lista de aparición y yo me había hecho una lista enorme con la que me daba cuenta de si me faltaba alguno para lo traerlo de los pelos al relato siguiente, y así, salvo uno que solo aparece una vez, que también es un juego para mí. Los cagué [risas].

Volviendo a lo perverso: estoy leyendo un libro muy extraño de un científico que se llama Cereijido y está buscando el “gen” de la hijoputez. Se llama Hacia una teoría general sobre los hijos de puta. Él trata de decir que el mal es físicamente, fisiológicamente inherente. Es muy bueno y muy divertido pero también discutible, porque le quita el factor ambiental a la maldad. Pero en todo caso él desarrolla una hipótesis, que es que en cierta medida la maldad es productiva. ¿Lo siniestro es productivo en su obra?

Juan José Burzi: Sí, me parece que sí. No digo que todo lo que escribo ronda lo perverso o lo siniestro, pero me parece que es un componente importante, aunque sea lateralmente. El día que presenté el último libro, Mariana Enríquez me preguntó con qué personaje me identifico más, y obviamente con los más hijos de puta y monstruosos del libro, con las víctimas no me identifico para nada. Me divierte más el que descuartiza a uno, y gozo más pensando y describiendo a ese personaje, que el que es descuartizado. Me divierte más lo que sufren las siamesas que las siamesas en sí, que son una especie de cangrejo humano por cómo están pegadas y cómo tienen que caminar, pobres. No sé si está en lo siniestro, en lo perverso, en lo horroroso o en lo bellamente incorrecto, capaz. Vos titulaste así una nota que me hiciste y me encantó ese título. Tiene que ver con eso. No es nada nuevo, no descubrimos la pólvora.

Fernanda García Lao: Yo creo que la literatura no existe sin la anomalía, sin el accidente.

Me estás tirando todos subrayados.

Fernanda García Lao: ¡Pienso subrayado! [risas]. Drama es acción, eso es lo que significa la palabra. Por tanto, si no hay un accidente no hay avance, la trama se paraliza. Pero sale natural. Si uno es consciente de su humanidad, de su pequeñez y de su propia oscuridad, cuando escribís, ¿por qué no va a estar? Yo tengo una vida onírica bastante agitada, entonces también me resulta sencillo adueñarme de eso que aparece y resignificarlo. Hay algunos sueños que directamente pasaron a la página porque vinieron como construidos, sueño con nudo y desenlace, no sé por qué. Cuando me levanto le cuento los sueños a mi pareja o a mi hija para que no se me olvide aquello que venía tan bien armado. Y siempre hay una situación de anomalía que yo naturalizo. Yo me arriesgo porque sé que no me va a pasar nada. No sé por qué tengo la sensación de que hay que probar, que no probar es un fracaso.

Venís de una familia que tuvo que irse a vivir a España, volver, y la vida siguió corriendo. Por ahí lo tomás desde ahí.

Fernanda García Lao: Sí, puede ser. Yo pensaba que mi biografía y yo no teníamos nada que ver [se ríe]. Pensé que yo escribía de otras cosas.

Juan José Burzi: Aclaremos algo: me parece que igual lo disfrazamos y capaz que vos o yo podemos ver lo que hay de nosotros en el cuento, pero quien lo lee no.

Fernanda García Lao: Tal cual, la protagonista de Muerta de hambre es una gorda que pesa 120 kilos, pero la escribí en primera persona y hay un montón de cosas mías. Esa rebeldía… Soy anarquista, y bueno. No puedo escribir un personaje tranquilo, de su casa, con conflictos domésticos. No me sale. Uno está ya poblado por determinado material visto, sentido, soñado, olfateado, leído, escuchado, rockeado…

Juan José Burzi: Sí, yo me reconozco en todos los cuentos, en algunos momentos particulares o en algunos personajes, y en general sé de dónde vienen. Capaz los identifico después de escribirlos, cuando los corrijo, a veces mientras escribo. Pero me parece que el que lee no se da cuenta de eso. Además hay toda una capa, el que piensa que con mi pareja me voy cortando y mutilando de a poquito por lo que leyó en un cuento, no, la verdad que no. El que piensa que soy cruel por lo que escribo, siempre digo: no mato una hormiga. Sin embargo los personajes hacen cosas terribles y dentro de esas tramas reconozco cosas mías. Pasa que yo reconozco en dónde estoy, el que me lee no, y lo más lineal es leer un cuento y tomarlo todo como parte del autor.

Fernanda García Lao: También tiene que ver con el disfrute de lo literario. Si voy a leer una crónica quiero que se asemeje lo más objetivamente al hecho acontecido, vivido. Pero si me voy a sentar a escribir literatura, quiero ser sorprendida por otros mundos que no sean tan chatos. Además cuando uno trabaja con esas enfermedades que inventa se cura. Hay que ser muy optimista para escribir algo noir. Yo tenía amigos muy punkies en Madrid que eran muy ingenuos. En la vida soy muy alegre, pero tengo una predisposición hacia lo perverso, como objeto de estudio, te diría. ¿Cuál es el objeto de estudio del escritor?

Juan José Burzi: ¿Es una pregunta?

Fernanda García Lao: Sí.

Juan José Burzi: No sé, supuestamente el ser humano. No, no creo. La propia locura de uno. Yo creo que pasa por ahí: la propia obsesión y las propias locuras. Volviendo a que pienso los libros como si a futuro fueran uno, desmenuzando no hay más que dos o tres temas. Si publico cinco libros más, capaz que no tengo muchos temas más que esos dos o tres que se pueden llegar a descubrir. De hecho casi lo afirmaría.

Fernanda García Lao: Si tuviera que encontrar el común denominador en lo que hago, está la pregunta sobre el cuerpo, por ejemplo. Cómo el cuerpo articula discurso. Y siempre son personajes no integrados, como si la sociedad fuera por un lado y el personaje estuviera un poco al margen. Yo me reconozco en este sentido por haber sido trasplantada de Mendoza a Madrid, de Madrid a Mendoza, de Mendoza a Buenos Aires, de Buenos Aires a Madrid, de Madrid a Buenos Aires. Eso te da ese no lugar que yo reconstruyo literariamente con distintas excusas y con distintos paisajes y protagonistas.

Juan José Burzi: Es raro lo que decís porque me pasa lo mismo con mis personajes y yo toda la vida viví en Lanús. Viví unos añitos a unos kilómetros, pero nada más, y mis personajes igual son solitarios y están apartados. Quizás por la obsesión, o por lo que los hacemos ser y hacer a estos personajes, tampoco se pueden integrar mucho socialmente.

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jueves, mayo 17, 2012

El arte de sobrevivir

POR FGL

Invitada a la Feria del Libro de Buenos Aires, la escritora mexicana Guadalupe Nettel pasó por Buenos Aires y presentó su libro El cuerpo en que nací (Anagrama 2011), novela autobiográfica donde revive sin pudor su infancia. Un tránsito de vida que –en su caso- fue una sucesión de acontecimientos extraordinarios. Mudanzas, separaciones y duelos, la inquietud sexual, o los integrantes de varias familias disparatadas desfilan por la novela, a modo de curiosos insectos. Como los que ella ve cuando está sola. Sin perder profundidad y humor, Nettel emerge de sí misma con una risa bien templada.
“A veces me da por dudar de toda esta historia, como si en vez de una vivencia se tratara de un relato que me he repetido a mí misma una infinidad de veces”.

- ¿Cuál fue el origen de escritura de tu novela? Aparecieron varios autores de una misma generación tomándose como objeto de ficción. ¿Fue premeditado? ¿Les llegó el momento de la revisión?

- Para mí fue casual, completamente. No tenía planificado ni remotamente escribir un libro autobiográfico. Estaba en la mitad de la escritura de una novela no autobiográfica, embarazada de mi primer hijo, y entonces, Letras Libres organizó un numero de biografías precoces, que fue el origen de varias de estas novelas. Y quiénes éramos: Herbert, Zambra y yo. Y para mí se juntó con el hecho de la maternidad reciente, porque nació mi hijo y me puse a pensar qué infancia iba a tener, comparada con la mía. Me estaban pidiendo que recordara mi infancia. Y escribí este texto de veinte páginas. Zambra dijo que no iba a escribir para la revista y Herbert publicó conmigo y continuó con ese trabajo. Ambos publicamos después con el mismo título del fragmento que apareció en Letras Libres. Me gustó el ejercicio, pero tenía necesidad de seguir, de ponerle un orden. No tenía claro si iba a ser novela. Pero sí tuve que parar la escritura de la otra, para ponerme a hacer esto.

- ¿Te sentís identificada con la producción de tus colegas generacionales o te cuesta adscribir a un grupo?

- Ahora hay novelas en las que estamos vinculados, pero nunca sentí pertenencia a ninguna generación o grupo. A mí me interesaba mucho la literatura fantástica cuando nadie estaba haciéndola. Y me gustaría que mis novelas tengan ese rasgo, un fantástico medio border. Pero siento que ahora hay una enorme tendencia al realismo.

-¿Y a pesar de haber trabajado en la autoficción, te sentís alejada del realismo?

-Yo siento que por el fantástico está mi camino. Incluso en El cuerpo en que nací, cuento que empiezo a ver cosas que no existen y ese es el origen del relato fantástico, los insectos que no hay.

(Para leer la entrevista completa en Eterna Cadencia Blog, click en el título)

domingo, febrero 26, 2012

entrevistada por Eterna Cadencia

“Me interesa cultivar la vulnerabilidad de los personajes”
26-02-2012

Fernanda García Lao habla de su novela Vagabundas (Ed. El Ateneo; Finalista Premio Internacional Letrasur 2010) “Me gusta trabajar con esa premisa de la incomodidad o de la imprevisibilidad, pero termina siendo un poco una trampa porque en ese objetivo uno se pierde otras rutas y otras emociones posibles. Este libro es el que escribí menos pendiente de molestar.”, dice.

Por Patricio Zunini.












Fernanda García Lao es autora de las novelas Muerta de hambre, La perfecta otra cosa, La piel dura. Habla en argentino, pero marca la zeta española: su pronunciación evidencia los miles de kilómetros que ha recorrido. Nació en Mendoza y vivió allí hasta que en 1976 su familia debió exiliarse en Madrid. Desde entonces su vida estuvo regida por el desplazamiento. Varios cruces del Atlántico más tarde llegó a Buenos Aires y desde hace diez años vive en la misma casa: es la permanencia más larga en un mismo lugar. García Lao explora esa parte de su historia en su nueva novela, Vagabundas, que, pese a lo que podría suponerse por el título, fija la mirada en quienes se quedan cuando la mujer se va.


Situada en un pequeño balneario en el sur con un único hotel que se llama, paradójicamente, El ancla, la novela comienza con la fuga de Eusebia junto a un turista francés en un monomotor. En el «territorio de la huída» queda unas pocas personas olvidadas: Demetrio —el hijo que intenta comprenderla leyendo los textos que ella dejó en un baúl—, su marido Homero, la amante de Homero. A partir de esa primera escena, la novela se desarrolla en tres partes muy diferentes que conjugan personajes y narraciones con el objetivo de comprender cómo se construye la realidad entre el cotidiano ordinario de quien se queda y las fantasías que se asumen sobre quien no está.

En esta entrevista, Fernanda García Lao habla de las motivaciones para escribir Vagabundas (por la que fue finalista en el Premio Internacional Letrasur 2010 otorgado por un jurado compuesto por Claudia Piñeiro, Martín Kohan y Juan Sasturain), de cómo la ve en relación a sus libros anteriores, y de cómo su historia personal se filtra en la ficción.

—La vagabundas del título, más que vagabundas son huidoras: ¿a qué le huyen?

—En principio le huyen a una construcción de destino que pareciera ya armada en relación al hotel “El ancla” como punto de partida. Las vagabundas son las corrientes vagabundas, las que te llevan y te traen. Yo siempre tuve atracción por el que se quedaba, que también era parte de esa huída: en la huída hay uno que se va y otro que se queda. Siempre me tocó ser la que se iba. Recién hace diez años que vivo en la misma casa. Por primera vez en la vida. Empecé a entender un poco el modo de ver el mundo: si vos te quedás quieto, el que gira es el mundo. Yo creía que el mundo estaba estancado y que yo era quien lo ponía en marcha. Quise trabajar con esa energía de escapar de la rutina. Desde varias perspectivas, por eso no se sabe bien quién es el protagonista. Además venía de otros libros escritos en primera persona —que es bastante impúdica e impune, establecés tu discurso y no hay quién te lo refute— y tenía interés en evadirme de ella.

—Sin embargo, la segunda parte, epistolar, está en primera persona. Y las notas a pie de página de G en la tercera parte, documental, le da un tono de primera persona.

—Sí: básicamente la construcción del mundo la hace G. No creo en una tercera pura. Me gustan las terceras sucias o contaminadas de la historia. Odio la frialdad del que simplemente registra. Es una convención demasiado falsa, un imposible. Todo es una versión de alguien, todo son versiones. Tenía ganas de trabajar las historias de vagabundas que colecciona Eusebia mientras no puede irse. Hay una mirada muy particular sobre las mujeres que se fueron. Cuando uno lee biografías tiene la sensación de que no está sabiendo todo: la vida que se lee depende de quien la escribe. Me gustaba ese personaje para construir ficción. Me suele interesar mucho qué sueña un personaje, qué lee. Que no quede en un discurso psicológico ni filosófico ni de acción, sino que se nutra de ese universo mágico que intento dotarle a un alguien que no existe. En un punto es como rizar el rizo.

—Claudia Piñeiro alguna vez contó que en un taller de dramaturgia le enseñaron que a cualquier personaje, por más breve que sea, tiene que tener una motivación, una entidad.

—Eso se trabaja mucho en teatro. Visto de afuera parece medio absurdo que si vas a decir un bocadillo de medio segundo te tengas que construir toda una historia, pero es un ejercicio que se hace muy seguido para saber de dónde viene el personaje. Y después, si hace falta, hay que olvidárselo, porque es un puntapié inicial. Me interesa que no haya gente de adorno ni situaciones huecas. Ni siquiera en las frases, por eso, si bien todo suele aparecer bastante automáticamente, corrijo mucho y si hay una frase que no me gusta, sueño con esa frase, la siento como una piedra que no le corresponde al relato, le doy mil vueltas.

—Hablás de frases y marqué varias en las que casi con una sencillez poética se da cuenta de la vida inhóspita del lugar. Por ejemplo: “allí donde el río pierde su dulzura y las aguas se mezclan con el mar”.

—El paisaje está muy presente en Vagabundas; es un personaje muy importante. La novela surgió de un viaje que hicimos con mi pareja al sur de la Provincia de Buenos Aires, un lugar muy ventoso con un solo hotelito y “ciudadanos esquivos”. La gente abría poco la puerta porque entraba mucha arena. El clima condiciona tu rutina diaria. Hay lugares que son inspiradores, que permiten imaginar vidas, pensar qué flores surgen en ese terreno, cuánta humedad y cuánta sequedad, qué colores y qué dolor uno puede encontrar ahí. Todas mis lecturas “fundacionales” tenían que ver con escritores que buscaban quebrar cierta comodidad del lector. Me gusta trabajar con la premisa de la incomodidad o de la imprevisibilidad, pero termina siendo un poco una trampa porque en ese objetivo uno se pierde otras rutas y otras emociones posibles. Este libro es el que escribí menos pendiente de molestar.

—¿Qué querés decir?

—Supongo que un modo de sobrevivir es crear una sensación de rispidez: “no se metan conmigo porque soy muy mala”. De pronto ahora ha llegado un momento en el que no me interesa.

—Eso también es una forma de inseguridad.

—Sí, claro. Ahora prefiero trabajar la inseguridad desde otro lugar. Me interesa cultivar la vulnerabilidad de los personajes. La intelectualización excesiva suele llevar a cierta dureza, incluso en el cotidiano. No me quiero perder todo eso otro que siento que somos.

—Hablemos de una frase que dice Demetrio: “El estupor es un derecho inalienable”. Lo dice él en voz alta, no la narradora. ¿Por qué una frase así no te la guardaste para vos?

—A mí no me gusta guardarme frases —se ríe—. Por otro lado, un autor inteligente es lo peor que te puede pasar en la vida. Yo tenía esa frase pero era de él, no mía. La primera vez que quise escribir una novela fue con Muerta de hambre. Venía escribiendo otras cosas: relatos, microficción, teatro, canciones, y en un momento decidí que tenía que construir algo con mayor desarrollo, porque con mi propia historia yo tengo tendencia a la síntesis absoluta. La novela es el espacio en el que empiezan a pasar otras cosas. Con Muerta de hambre arranqué desde algunos destellos de mi propia historia para construir otra. Es un ejercicio de mucha limpieza porque partiendo de ciertas cuestiones y dándoselas a otro consigo entenderme mejor. Por otro lado, compadezco a María Bernabé, la protagonista de Muerta de hambre, me puedo poner en su lugar sin olvidarme de su lado B. A partir de ahí surge naturalmente esto de ponerse en el lugar del otro, y por momentos ése es el que habla, no yo. Algunas frases vienen solas, no sé de quién son. Además tengo la fantasía de que todos esos personajes existen. De hecho, hace un tiempo leí una noticia sobre una obesa de New Jersey que comía a modo de protesta para resaltar el vacío que le había hecho su familia. Estoy segura de si yo pienso estas situaciones, alguien más las ha sentido: soy humana, no vengo de otro planeta. Y en alguna situación sé que si yo me voy a la mierda, podría convertirme en muchos de mis personajes.

—La novela está escrita en tres partes con discursos muy diferentes en cada una: narrativo, epistolar, documental. ¿Cómo fue concebida Vagabundas?

—Cada parte tiene su génesis. Primero empecé el “Tratado de la errancia”, la última parte. Por esas cosas que tiene internet, encontré que 1904 era una fecha que coincidía en muchas biografías de mujeres que habían tenido vidas exóticas, insólitas para la época. Una viajera en ese momento era un ser muy interesante, por esto de que el viajero va en busca de algo, y la viajera quiere perder algo. No sabe qué es lo que va a buscar, el motor es la necesidad de irse. Estas mujeres se iban sin nada, disfrazadas de hombre. Había mucho coraje, pero también mucha soledad. Si no, no te vas solo. Sos un paria en tu casa, un insatisfecho. Empecé a recoger ese material y después pensé en quién podía ser el personaje que lo juntara: así apareció Eusebia. Alguien que colecciona huidas ajenas es alguien que, evidentemente, no se puede ir de algún lugar. Luego construí el espacio y la gente que vivía con ella. Decidí que todo arrancara el día que se iba y que no la iba a seguir a ella sino que me iba a queda en el lugar: quería entender lo que provoca en el que se quedó el reconstruir a alguien que no está. Además me parecía un contrapunto interesante que su hijo fuera un ser anodino. No pueden ser todos tan raros. Si la madre era una fanática de estas otras cuestiones, el hijo debía ser un personaje que se pone en marcha a partir de la partida de su madre.

—La segunda parte está compuesta por cartas dirigidas a otra protagonista que nunca habla y que también se mueve.

—Quería seguir a Amanda, pero también quería seguirla desde una tangente. Entonces simplemente doy cuenta de ese personaje a partir de lo que recibe, no de lo que envía. Yo tengo muchas cartas y cuando me las puse a revisar para escribir las de la novela me di cuenta de que esas cartas que me enviaban mis amigas, mis novios, mi mamá, hablaban de mi vida. También está presente la fantasía del que envía la carta que cree que el otro está viviendo cosas extraordinarias —en el sentido de salir de lo ordinario—. En general, cuando se utilizan cartas, se utilizan las enviadas por el personaje importante. Acá me interesaba cómo cuentan al protagonista, espejarlo. Las cartas fueron algo bastante importante en mi historia porque en Mendoza quedó mi tía y cuando murió mi padre ella decidió seguir escribiendo cartas para leérselas a su mamá, como si las escribiera mi viejo. Me pareció una locura, pero también me intrigaba qué había imaginado para nosotros. Nunca encontré esas cartas. Mi tía murió hace un par de años, fui a su casa, las busqué y no están. Llegamos a pensar que nos había mentido.

—¿Tu abuela se murió sin saber?

—Supuestamente. No la vimos: mi tía no nos dejó verla porque, justamente, por las cartas yo no debía estar ahí. Vi de lejos a mi abuela. Esas cosas impactan. No por nada escribo este libro.

***

En noviembre del año pasado, Fernanda García Lao fue invitada a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de los 25 secretos mejores guardados de América latina. Algunos escritores que compartieron la feria con García Lao fueron Fabián Casas, Hernán Ronsino, Giovanna Rivero, Daniela Tarazona, Emiliano Monge.

—¿Cómo fue la experiencia de ser uno de los “25 secretos de América latina” en la Fil de Guadalajara? ¿En qué te afectó?

—Todo te modifica y te cambia, no sé si fundamentalmente. Son buenos estos rescates caprichosísimos. Casi todos los escritores argentinos hemos estado en alguna lista: o estabas en la de Frankfurt, o en la Feria, o en otros lados. No sé en base a qué nos eligieron. De veinticinco, sólo había seis mujeres y cuando pregunté por qué tan pocas, me dijeron que se debía a una cuestión estadística: hay más libros de hombres que de mujeres publicados en el continente, que habían leído sin prestar atención al género. Fue una alegría el viaje, primero que nada porque a mí me encanta viajar y me da mucha alegría que la literatura sea la excusa. En realidad, además de que tu nombre circule un poco más o que te den un poco de bola durante un rato, tiene que ver con encontrarse con otros escritores. Acercarse a algunos, alejarse definitivamente de otros. Fue una excusa para leer a Daniela Tarazona y encontrar a una compinche, conocer a escritores que piensan desde otro lugar pero que tienen dificultades comunes y dolores similares. Fue un momento muy divertido, tomamos mucho tequila, conocí a mucha gente, saludé a Herta Müller, no sé. Suelo estar muy encerrada, escribiendo y pensando en mis libros, los que tengo en marcha ahora y todo lo que aparece en mi cabeza, entonces fue un ejercicio interesante salir y “a ver, cuente allá quién es usted, m’hijita”, hubiera dicho mi papá.

lunes, enero 02, 2012

"viajes venenosos hacia un universo raro"



Por FP
Del blog de Eterna Cadencia
(click en el título para ir al blog)

Durante los últimos días, entre listas de “libros del año”, recomendaciones de lectura para el verano y anticipos de publicaciones de 2012, escuchamos sonar nombres y nombres. Uno que aparecía con frecuencia era el de Fernanda García Lao. En noviembre fue invitada a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en carácter de uno de los 25 “secretos literarios de América latina” (junto con Hernán Ronsino y Fabián Casas). Publicó las novelas Muerta de hambre (2005, Primer premio del Fondo Nacional de las Artes), La piel dura (2010), La perfecta otra cosa (2007, Tercer premio Cortázar) y Vagabundas (2011, Mención en Letrasur 2010) y dictó talleres de narrativa. Consultamos a escritoras y periodistas sobre su experiencia de lectura con esta autora (actriz y compositora) mendocina que va develando el secreto con una obra potente.

“Fernanda García Lao es la escritora más terrible y maravillosa que leí en mucho tiempo –asegura Josefina Licitra. La autora de Los otros dice que su trayectoria literaria es larga, pero recién la descubrió en 2011 “y desde entonces sólo quiero evangelizar al mundo con sus libros. Muerta de hambre , La piel dura, La perfecta otra cosa y Vagabundas –los leería en ese orden– son, sin excepción, viajes venenosos y exquisitos hacia un universo tan raro –y a veces tan impresentable– que podría ser el nuestro”.


Eugenia Zicavo conoció a García Lao por el mismo sistema de recomendación casi evangélico. Comenzó con Muerta de hambre: “me llegó hace varios años por medio de una amiga sueca que en ese entonces estaba viviendo en Buenos Aires. Se la había recomendado un librero de la calle Florida y ella miró la tapa, leyó la contratapa y confió. Estaba como poseída. No paraba de hablar de la novela, esa historia de una niña gorda cuyo único objetivo es explotar”. El contagio fue inmediato, razón por la cual en una edición de la Noche de las librerías se acercó a conocer a la autora, y confirmó en persona la impresión que tenía por sus libros: “me pareció tan distinta, tan original, tan alocada, tan bella. Desde entonces —dice Zicavo— leo todo lo que publica. A Muerta de hambre le siguieron La perfecta otra cosa y La piel dura, novelas delirantes, siempre impiadosas, cuyas oraciones resistirían ser twiteadas una por una, como haikus macabros o ironías condensadas. Me falta leer Vagabundas, su último libro, y saber que está ahí, entre los primeros en la pila de lecturas para el verano, me genera una sonrisa cómplice: la de poder volver al mundo García Lao, ese que hace del lenguaje un terreno para el humor negro, para la conmoción, para la autocrítica, todo esto, además, con poesía. Y claro, con mucho talento”.

¿Cuáles son las razones que hacen a las particularidades de esta autora y su universo? Sin duda el humor negro atrapa a muchos lectores, pero su mérito va más allá. Según Esther Cross: “hablar de Fernanda García Lao es hablar de humor, de ironía, de una inteligencia narrativa infrecuente, de la lucidez de lo breve. Pero decir sólo eso sería mostrar su radiografía en vez de su foto  porque su concisión tiene la huella de la poesía, por ejemplo, y su ironía es una forma de ver la vida –o una forma de vida, quién sabe–. A veces, al leerla, creo que su versión de la vida inquieta justamente porque pone en primer plano los aspectos más absurdos, más raros y más humanos, los que casi todo el mundo deja en el fondo. Y por último, aunque podría decir más: si sus historias son originales –en el mejor sentido de esa palabra castigada– es porque es una escritora original. Se nota que no escribe mirando para los costados, estoy segura de que no trata de quedar bien con nadie y de que también  por eso le sale tan bien lo que hace”.

foto: Verónica García Lao

Taller en Billar de Letras: Inventario (im)personal

CURSO DE NARRATIVA INTERNACIONAL Comienza con: Fernanda García Lao (Argentina) Inventario (im)personal: Narrar desde los objetos. Memori...