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martes, enero 07, 2025
El borde de lo decible
LITERATURA
A caballo entre el teatro y la poesía, la escritura de Fernanda García Lao es una topadora irresistible y afilada. Conversaciones con una escritora sin pelos en la lengua.
por GUSTAVO ÁLVAREZ NÚÑEZ
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En la presentación de Teoría del tacto (Entropía), la flamante colección de cuentos de Fernanda García Lao (Mendoza, 1966), la periodista y narradora Sonia Budassi destacó el mar de subrayados que atraviesa la lectura. Como si más que avanzar, estuviésemos atados a las bondades de una frase tras otra. Un campo minado de frases precisas y perfectas, desconcertantes y turbulentas.
“El pasado es un aparato que daña cuando se queda quieto”, leemos en “Yeso”. “El apego a la forma con la que la naturaleza decide cada estructura es un capricho que la alquimia se arroga”, en “El mal está hecho”. “Cuerpo desnudo y alas de murciélago, eso es la noche”, en “Vuelo corto”. “Mato el tiempo o el tiempo me mata a mí”, en “No atender”. “La muerte sangraba en el teatro íntimo de su cuerpo”, en “Segundo acto”.
En cierto punto, García Lao parecería escribir con un estilete que va construyendo la trama a partir de tramar frase tras otra. Más que organizar la acción y por ende la condición dramática que sustente el fervor de la lectura, su método daría la impresión de inducir –sin distracción ni previsiblemente– al goce de acaparar palabras y más palabras, en una pista de baile donde retumban los sentidos hasta tornarse una canción. Un encadenamiento en la orilla de lo poético. Un dejo que atesora en sí un lenguaje musical.
Por eso, en la velada, en una librería de Colegiales que tuvo a Esther Cross como la otra presentadora, se barajó el lugar de la poesía en la escritura de García Lao. La poesía casi como un médium a lo César Vallejo: el tirarse a la pileta no para comprobar si hay agua, sino para que haya agua.
- Lo poético puede convivir en tu ficción con escenas brutales o escenarios disparatados. ¿Qué rol cumple la poesía en tu narrativa?
- No concibo una sin la otra. Se alimentan y vampirizan. Ahí también hay comercio de lenguajes y de forma. El relato concebido como historia, es decir, sucesos encadenados, me sabe a poco si no pone en tensión la sintaxis y el delirio que arrastra. Me gusta poner los cuentos al borde del precipicio. Tengo vértigo, te aclaro. Me atrae el fondo, pero no caer. Me entrego al equilibrio imposible "antes de". La poesía en mi caso fue lo primero. Junto al teatro. Yo me cautivo probando el mundo por dentro. La página es un escenario. La poesía tiene que sonar ahí.
Los relatos de Teoría del tacto no dan muchas vueltas. En pocas páginas accedemos a variados estudios de casos. Son tan certeros e iracundos como luminosos y espesos. Muchos trastocan además los lazos filiales o presentan corazones en llamas. En “No atender”, ella espera y desespera por un llamado; en “Rogelio a diario”, la viuda descubre que su marido era una mierda; “Esto es el vacío” repara en el trastorno de los últimos días de la madre de tres hijas; el padre abusador en “Yeso” y el padre abandónico en “Errado el tiro”.
- ¿Por qué tanta inquina familiar como sentimental en varios tramos del libro? Te gusta escarbar en las miserias humanas.
- Ahí soy profundamente objetiva. El mal empieza siempre en casa, ¿o no? Nos enseñan a desconfiar de los extraños y, según el arte odioso de la estadística, son los parientes quienes atacan a sus víctimas en el ámbito de lo doméstico, por acción u omisión, en la mayoría de los casos. Por supuesto, hay familias hermosas. Pero la literatura necesita del claroscuro. Y de la interpretación. Por otro lado, el libro sobre el que se construye el imaginario occidental y la religión católica incluye fratricidios, filicidios, violaciones y todo tipo de tragedias domésticas. Soy hija de esa cultura. Obviarlo sería desconocer mi tradición. La literatura argentina se construye también sobre la idea de la violencia. Otra forma de pensarlo: el mundo escribe en cada uno. Soy de este tiempo. Una migrante serial entre dos orillas. Siempre estoy llegando. Eso afina la mirada. No naturalizo el mal. Me interesa auscultarlo.
Desde hace dos años, García Lao reside en Europa, más precisamente en España, más concretamente en Barcelona. No olvidemos que vivió en la Madre Patria desde 1976 hasta 1993. Y allí publicó primero Teoría del tacto, vía la editorial Candaya. Además, en estos días, su tercera colección de cuentos ha tenido el merecido honor de ser parte de dos nominaciones a libro del año en el país de María Zambrano y Carmen Martín Gaite. Uno, el Premio Tigre Juan, compartiendo grilla entre cinco escritoras con La llamada de Leila Guerriero. El otro, el 21º Premio Setenil 2024, donde es una de las diez finalistas.
En sus redes, ante estas noticias, García Lao escribió: “Que sea por Teoría del tacto me conmueve. ¿O debería decir me toca? Mi tierra de adopción, la de mi madre, la de la abuela Lao, me devuelve con amor la escritura de esta herida. Un libro que es de duelo y expiación, que es producto de la migración permanente y la orfandad que me persigue desde los diez años”.
Nunca es gratis la entrada al imaginario de García Lao. Detona y entona. Nunca apacigua. Siempre juega con el borde, con el fleje. No permite que la lectura esté signada por lo previsible; es decir, por la continuidad de lo esperable, de lo canonizado. No, ella arremete. No deja hilo sin cabeza. La fluidez y la tensión bailan el mismo paso. En general, sus textos están rociados de napalm. “El fragmento narrativo en su variante de violencia política”, remarcó Juan José Becerra en Nación vacuna (Emecé, 2017). Pensemos en la puesta desmesurada en Fuera de la jaula (Emecé, 2014).
Según Cross, “en su ficción las palabras suenan con todas sus connotaciones, y los supuestos, equívocos y frases que nos marcan a fuego, quedan expuestos, resaltados. Teoría del tacto empieza, de hecho, con este planteo: qué pasa –pregunta– si probamos las palabras ‘crudas’. ‘¿Nos envenenamos?’. Esta serie de cuentos no se limita a meterse con experiencias difíciles de atravesar, que nos llevan al borde de lo decible: también plantea una provocación. Probar las palabras crudas produce un efecto de vértigo y desplazamiento de la realidad, como si la conciencia se ampliara”.
- Es habitual que tu escritura no haga concesiones. Ni al realismo ni a los géneros. Y a su vez podés moverte con felicidad y garbo entre universos disímiles como el de Clarice Lispector y el de Osvaldo Lamborghini. ¿Cuál es la clave?
- No lo sé. (Risas) Será que no tener una clave me impulsa hacia el vacío. Desechar es un modo de discutirle al realismo su dominio. Subjetivo todo lo que encuentro. Hago mío el espanto, pero no por molestar sino por discutirlo. Quiero decir, hay disfrute a pesar de todo. Me río de la oscuridad. Por otro lado, descreo de los géneros. Los contamino. Si escribo un cuento es para cuestionar su supuesta especificidad, ídem con la poesía o la novela. Cada objeto es una serie de necesidades nuevas, no escribo con presupuestos. Como diría Saer: “La narración es una praxis que al desarrollarse segrega su propia teoría”.
- Citás en la apertura de Teoría del tacto a María Zambrano. Y hace poco leí una frase de ella que me resonó en varios de tus relatos: “No se pasa de lo posible a lo real sino de lo imposible a lo verdadero”. ¿Hay algo de ese desplazamiento en tu escritura?
- Me encanta ese trueque de citas que proponés. Si le damos vuelta a la idea podría decirse también que lo verdadero es imposible. Y Zambrano propone que para entender hay que desatender. En la excesiva atención de lo real, el mundo se vuelve enigmático. Cada palabra contiene su sombra. Me gusta crear asuntos inexistentes para defenderlos como si se me fuera la vida. Paso horas moviendo asuntos de lo vivido a lo narrado y viceversa. No hay escritura sin agitación.
En Teoría del tacto, como acostumbra en sus aventuras narrativas, García Lao deja atrás el corset de lo real, de lo explicable, de lo funcional, en comillas “la realidad”, para abalanzarse sobre otra realidad, ese universo paralelo donde confluyen voces de una madre, una virgen virtual y una estrella de las criptomonedas; o en el que una progenitora atosiga con su sombra a un hijo que rechaza el legado de su progenitor impuesto; o el libro de un padre asesinado por la lectura de un texto.
“Lo recibo en casa, lo desenvuelvo y leo de corrido el primer cuento sin dejar de pensar cuántas veces puede matar un libro, siendo que algunos no logran siquiera provocar un buen dolor de estómago. Pasan lisa y llanamente por el cuerpo y son olvidados antes de encontrar su estante en la biblioteca”, leemos en “La gracia del mundo”.
- En Teoría del tacto parecerían flotar también ciertos asuntos autobiográficos (la voz de tu madre, por lo pronto), pero siempre la ficción mete la pata. ¿Es así?
- En Autobiografía con objetos (Zindo & Gafuri, 2022) apareció el deseo de pensarme en segunda persona. He incurrido en la despersonalización por motu proprioen casi todos mis libros. En Teoría del tacto, tras la muerte de mi madre y la orfandad como premisa, abrí la posibilidad de un yo vulnerable, a disposición de la escritura. Trabajé de fuerte toda mi vida. Ya no. Lo que no significa que ahora me atraiga la imitación. Necesito ficcionalizar. Los relatos se alimentan de ambos vectores. He corregido la agonía de mi madre en “Esto es el vacío”, porque había palabras que no eran del universo del cuento.
Fernanda García Lao Teoría del tacto (Entropía) 120 pags.
viernes, noviembre 22, 2024
Fernanda García Lao: “Me interesa lo que el cuerpo le hace al lenguaje y viceversa”
Cultura Clarín
Ines Hayes
La narradora, poeta y directora escénica acaba de publicar nuevos cuentos en Teoría del tacto.
Cuenta aquí que la idea nació poco antes y después de la pandemia, “cuando tocar estaba prohibido”.
En los cuentos de Teoría del tacto (Entropía) de la escritora mendocina Fernanda García Lao, la palabra golpea y detona, construye y destruye mundos y personajes. “Alguien dijo que si un espíritu aparece te sopla en los ojos. Desde entonces no puedo dormir con la ventana abierta. Tengo temor a confundir un espíritu con el viento. Cualquier viento puede modificar mi estado de ánimo”, comienza el primer relato “La gracia del mundo”.
García Lao es narradora, poeta y directora escénica. Ha recibido entre otros, el primer premio del Fondo Nacional de las Artes por su novela Muerta de hambre, el tercer premio Cortázar por La perfecta otra cosa y la Beca Antorchas por su obra teatral Ser el amo. Ha sido editada en Latinoamérica, España, Francia, Italia y Estados Unidos. Y en este diálogo con Clarín Cultura navega por esas historias en las que se encuentran en comunión el cuerpo y el lenguaje.
–¿Cómo nació la idea del libro?
–Lo empecé a escribir un poco antes y un poco después de la pandemia, cuando tocar estaba prohibido. El cuerpo del otro era amenaza, una misma, un riesgo para los demás. Pero quise eludir esa palabra que ya se había convertido en un lugar común. Saltearla para volcarme en lo que para mí implica la escritura, que es un acto que ocurre en las manos y pasa luego por la garganta. No es un asunto óptico, descriptivo o lineal, sino la forma de hacer del pensamiento materia. Me interesa lo que el cuerpo le hace al lenguaje y viceversa. Y cómo suena ese malentendido, no pienso en personajes sino más bien en seres animados por una voz, por la función golpeadora de la palabra. La vulnerabilidad preciosa que la palabra puede provocar en el ánimo al ser lanzada contra o desde alguien.
–¿Por qué Teoría del tacto?
–Bueno, los sentidos son la conciencia del cuerpo, ¿no? El modo de entender el mundo. Las lecturas que hacemos dependen de nuestra capacidad para indagarlo sensorialmente. El exceso de cercanía pone en evidencia los monstruos que ocultamos, las máscaras sociales, las trampas, la mentira. Somos una ficción andante, que se construye en función del entorno y sus miedos. En este libro trabajé con el recorte y con la profundidad del relato, más que con la espacialidad. La Teoría del tacto depende de cada exploración, pero tiene en común la premisa de con qué lenguaje y en qué sector del cuerpo suceden los duelos, el amor, el delirio o el deseo.
Fernanda García Lao en Praga. Gentileza de la autora.Fernanda García Lao en Praga. Gentileza de la autora.
–¿Qué estás leyendo ahora? ¿Qué escritoras mujeres te gustan de la Argentina, América Latina y España?
–Leo poesía y ensayo. No me alimento sólo de narrativa. De España, Angela Segovia es una poeta que me resulta muy interesante. Juega con las lenguas romances cruzando las fronteras geográficas y temporales. Además no recita, dice. Y sabe hacer silencio. También he leído con atención a Marta Segarra, una ensayista catalana muy lúcida que descubrí el año pasado. Siento que tengo pendientes lecturas del otro lado del océano. Y me produce felicidad hacer leer allá a nuestras escritoras y viceversa.
–¿En qué estás trabajando ahora?
–Tengo un libro terminado que saldrá en marzo o abril de 2025, con Kriller71, una preciosa editorial con base en Barcelona, que dirige Anibal Cristobo, con quien ya publiqué Autobiografía con objetos, en 2022. Y en el segundo semestre del año que viene, reincidiré con Candaya, que es mi casa para la narrativa. Soy grafomaníaca: ando con varios proyectos a la vez.
Fernanda García Lao básico
Nació en Mendoza en 1966. Vivió en España desde 1976 hasta 1993. Es escritora, dramaturga y poeta. Ha escrito y dirigido piezas teatrales que le valieron, entre otros, el premio Antorchas.
Publicó las novelas Muerta de hambre, primer premio del Fondo Nacional de las Artes; La perfecta otra cosa, La piel dura, Vagabundas, Fuera de la jaula y Nación Vacuna, los libros de cuentos Cómo usar un cuchillo y El tormento más puro, los poemarios Carnívora y Dolorosa.
Ha sido traducida al inglés, al francés y al italiano. Su obra fue publicada en América Latina, España, Francia, Italia y Estados Unidos.
Teoría del tacto, de Fernanda García Lao (Entropía).
miércoles, noviembre 13, 2024
Fernanda García Lao: «El cuento tiene que aparecer ya palpitando»
Teoría del tacto es el último libro de Fernanda García Lao. La brevedad de sus cuentos es inversamente proporcional a su densidad. Cada uno de ellos sumerge al lector en un mundo extraño tan atrapante que resulta casi imposible salir o, por lo menos, salir indemne.
Por: Mónica López Ocón
«No voy a decir nada por fuera de lo que dije acerca de los sentidos en Teoría del tacto. Pero hay en el libro una especie de mini declaración de principios sobre lo que implica cada sentido. Solo diré que la palabra es la forma que tengo de tocar (el mundo)», le dice Fernanda García Lao a este diario acerca de su último libro de cuentos.
Si algo confirman los relatos de Teoría del tacto (Entropía) es el carácter performativo del lenguaje al que García Lao le saca el mayor provecho. Con toda justicia podría haber firmado junto a J.L.Austin Cómo hacer cosas con palabras. Si él demostró que decir es hacer desde la lingüística, García Lao lo hace desde la literatura.
En cada uno de los cuentos construye un mundo extraño de cuya estadía en ellos el lector no saldrá indemne. Quizá por esta razón sea necesario hacer una advertencia: no hay que dejarse engañar por la brevedad. En este caso el cuento, si breve, es dos veces peligroso. Pero el peligro no tiene que ver con la búsqueda del terror, ni con monstruos devoradores, sino con la extrañeza de cada relato que nos revela la extrañeza del mundo que quizá hemos dejado de percibir por formar parte de él.
Nos revela también nuestra propia extrañeza oculta bajo la rutina, la educación y los buenos modales.
Quien no sea una persona extraña que arroje la primera piedra.
–Creo que los cuentos de Teoría del tacto tienen una característica distintiva que es que no son cuentos en los que lo extraño va irrumpiendo de a poco desde un afuera, sino que no hay un afuera, uno se sumerge directamente en un mundo extraño. ¿Te parece una lectura posible?
–Sí. Creo que el cuento tiene que aparecer ya palpitando, tiene que aparecer en un estado irreversible. De hecho, algunos hablan del después de que el conflicto ocurrió y sólo quedan las esquirlas de lo que pasó. Me aburre un poco pensar que haya que empezar por cierta normalidad para luego trastabillar. La gente de estos cuentos ya está caída. ¿Para qué esperar?
Creo que lo que decís tiene que ver con cierta concentración poética, el lenguaje ya está estallado y había una necesidad de explorar físicamente los discursos de estos personajes dolidos.
–Todos los cuentos tienen otra cosa en común que es que dan la sensación de sumergirse en un bosque muy tupido en el que no se alcanza a ver la luz.
–Son cuentos claustrofóbicos. No se ven puertas, hay pocos exteriores y una necesidad de ir a lo nodal y no entretenerse en las ramas. Es ir a buscar directamente la intimidad. En algún momento sentí incluso que estaba intrusando a los personajes, como si pudiera verlos en su intimidad pero bien adentro de sus cabezas y también bien adentro del lenguaje. No describo prácticamente nada, no hay adornos y no hay tiempo. Ocurre todo ya y no hay escape.
–Son como una explosión que se produce de golpe. No es fácil entrar…
–…y tampoco salir (risas). Sí, son algo capturadores.
–¿Los cuentos de Teoría del tacto tienen mucho que ver con la poesía por su trabajo con la lengua?
–Sí, yo ya no concibo otro tipo de trabajo cuando escribo. Si trabajás con el lenguaje, hay que hacerse cargo de su exploración, su respiración, su ritmo y su locura. También hay que encontrar esa particularidad de la palabra que la haga única. Hay que juntar palabras que no se conocían de antes y eliminar todo lo que no pertenezca a esa aparición.
Siento que cada una de las voces se me vino encima y que estaba muy claro lo que esas voces tenían para decir. En este libro hay muchas cosas que son absolutamente personales a las que trato como si fueran ajenas y asuntos ajenos de los que me adueño porque, de algún modo, se referían a mí. No hay nada que me resulte ajeno.
–Es decir que trabajaste con dos materiales distintos a los que les diste un mismo tratamiento.
–Pretendí trabajar en ese borde de lo ficticio y lo experimentado. Creo que es la primera vez que lo hago, porque si bien siempre se cuela algo propio en la escritura, yo era llevada más bien por la ficción pura donde escondía algunas perlas de verdad. Hubo muchos duelos en mi vida y entonces me pregunté cómo se escribe esto o a quién le importa mi duelo. Para que importe hay que encontrar el procedimiento para contarlo.
De hecho, hay muchas palabras de mi madre que prácticamente anoté cuando las estaba diciendo, cuando sentí que estaba ante “la” escena, una escena enorme de mi vida que es la desaparición de quien me trajo a este mundo en el que me tengo que quedar. Soy como la testigo de aquello, no lo puedo olvidar, lo tengo que escribir.
Sabiendo que se ha convertido en ficción porque es un cuento lo puedo tocar y puedo también modificar algunas cosas en función de lo que el cuento requiere. Es un trabajo de estar todo el tiempo adentro y afuera de lo que me duele. Es poder objetivarme y subjetivar lo que no es mío.
–Y empujás al lector a un mundo sin darle tiempo a que se arme un poco para poder defenderse.
–Es que me gusta que el lector esté desarmado. Yo misma voy así a los textos y cuando siento que me están manipulando, abandono la lectura.
–Pero todo escritor tiene que encontrar la forma de que el lector persista en la lectura.
–Sí, a veces se hace una trampa que consiste en encontrar una frase-anzuelo que no permita irse del relato. En un relato corto se piensa ah, voy a salir de esto.
–Teoría del tacto es un libro breve y, sin embargo, al terminarlo tuve la sensación de haber leído un libro enorme. Quizá por su densidad.
–Me dijeron algo parecido.
–¿A qué lo atribuís?
–A que los cuentos muestran la punta del iceberg. Hay algo que está debajo, que se intuye y que no hace falta escribirlo, por suerte. Lo que siempre pretendo cuando escribo es que la escritura te toque y que no sea un exceso. Tal vez sea un libro en que hay menos humor que en otros libros míos, aunque también está. Pero es que los personajes son como cerebros solos discurriendo, no hay mucha comunicación.
–Vos no narrás desde el sentido común.
–Es que no lo tengo (risas). Si seguís el derrotero de mi vida te vas a dar cuenta.
–Pero es que a veces tener sentido común es lo peor que te puede pasar, si sos un escritor o una escritora.
–El sentido común puede llevarte al lugar común y los lectores están repletos del sentido común de los escritores. Si bien estamos en un momento bastante extravagante, se repiten las metáforas, los procedimientos y todo termina igual. A veces tengo la sensación de leer cuentos que ya he leído sin haberlos leído, cuentos que me hacen pensar esto me suena, esto ya me lo dijeron y ya fracasó. Entonces se trata de ir a buscar un fracaso por lo menos un poco más original.
–Pero tus cuentos no fracasan.
–Pero los personajes sí. No hay ninguno al que le vaya bien. Bueno, no sé, también hay algunos disfrutes.
–En relación con el estado de felicidad que propone la autoayuda todos fracasamos.
–Sí, creo que la idea de la esperanza delata cierta ingenuidad y mis cuentos no son cuentos ingenuos.
–Tu escritura no tiene nada de ingenua. Te metés sin piedad con la oscuridad.
–Creo que igual la oscuridad requiere de cierto manejo del lenguaje, que precisa de la sutileza. No hay en mí una voluntad de violentar pero tampoco de salvar a nadie por medio de la lectura. En realidad nunca escribo pensando en la lectura que se va a hacer, escribo en función de lo que creo que necesita el texto. Desde ese punto de vista hay un trabajo un poco más conceptual de lo que es el libro total: por qué están estos cuentos acá y qué conexión tienen entre ellos, cómo se tocan unos con otros.
–Es cierto. A veces en un libro de cuentos puede suceder que la única unión sea la contigüidad. No es tu caso. ¿De qué partieron los cuentos y cómo los trabajaste?
–El primer cuento, “La gracia del mundo” lo escribí en Buenos Aires y el último, “Gaviota en mi lugar”, en Barcelona, donde hay gaviotas. Es un pájaro que me asusta un poco. Trabajé con un criterio de unidad porque no me gustan los libros de cuentos que son bolsas de gatos. Me parece que son una falta de respeto al lector, que son mercadería. Es todo un reto escribir un libro de cuentos que tenga a la vez unidad y diversidad.
–La gaviota es el elemento típico de la postal de mar, pero vos la transformás en algo muy distinto.
–Sí, en una gaviota mala. Nunca me van a contratar para hacer postales. No podría obtener ningún ingreso de ese trabajo (risas). El primer cuento lo escribí un poquito antes de la pandemia. Ahí arrancó el “prohibido tocar” y lo que me pregunté en ese momento es si no puedo tocar a los demás cómo hago para tocar con el lenguaje, cómo hago para conmover, cuando yo ya estoy conmovida. Fue un período de exacerbación de la oscuridad, de las fobias. Nos marcó de una manera trágica. Fue como el fin de una era. Quizá el siglo XX recién terminó en la pandemia porque fue algo muy inesperado y que tuvo un código «otro» que es la viralización.
–De allí proviene lo claustrofóbico de los cuentos.
–Sí, y también de la gente sola que vive dentro de su cabeza. Esto es el reflejo de cómo estamos todos.
Escritura y estado de trance
–No quiero aludir a nada esotérico, pero no encuentro otra forma de decir lo que voy a decir: al leer Teoría del tacto tuve la sensación de leer cuentos escritos como en un estado trance y que, además, pedían ser leídos de la misma forma.
–Creo que si algo tiene la literatura es, precisamente, la capacidad de contagiar el trance a otro, a otra. No tenés que vivir el trance para poder ingresar a él. Como lectora a mí me gusta salir modificada de la experiencia de lectura y aspiro a lograr lo mismo en el otro cuando escribo. Creo, de todos modos, que ningún libro es para cualquiera, ni para cualquier momento, porque a veces el mismo libro leído en determinadas circunstancias te toca de manera distinta. Pero sí creo en el traslado de la experiencia y la escritura, es una experiencia inmensa más allá de las anécdotas. A mí las anécdotas en sí no me interesan. Sí me interesa cómo las traslado, cómo las traduzco a lenguaje, con qué armas lo hago.
–Sí, no entiendo que alguien me diga que no le cuente el final de una novela porque eso no me parece importante.
–Claro, qué más da. Además las novelas o los cuentos son incontables por fuera de su forma. La frase de ingreso y de salida se necesitan mutuamente y hablan entre sí y el cuerpo que queda entre ellas hace de conector.
Con bajo presupuesto
–¿Cómo se logra la unidad en un libro de cuentos?
–A mí me sirve mucho conceptualizar, recortar, saber qué es lo que voy a usar y qué es lo que voy a dejar afuera. Esto creo que lo tuve claro desde mi primer libro de cuentos, Cómo usar un cuchillo. En Autobiografía con objetos era muy consciente de qué era lo que estaba haciendo, lo que estaba trabajando y qué era lo que iba a quedar afuera. Creo que es bueno marcar un terreno breve y cavar en lugar de querer comprar hectáreas de ficción. Yo me arreglo con una baldosa.
–¿Y de dónde creés que proviene ese conocimiento quizá intuitivo, esa austeridad de la escritura que tuviste desde tu primer libro de cuentos?
–Creo que eso viene un poco de mi experiencia teatral, de la ausencia de presupuesto. Muchas veces en los talleres que hago digo ante algún texto que no hay presupuesto para determinado personaje, por lo tanto no lo vamos a contratar. Si no es necesario para la trama, es mejor que se quede afuera y así ahorramos. Delimitar un espacio concreto me parece fundamental para escribir.
Formas, voces, narradores: así es su nuevo libro y el perturbador universo literario de Fernanda García Lao
Por Natalia Ginzburg
Revista Ñ
Cultura
Con Teoría del tacto, la escritora, actriz y dramaturga argentino-española regresa a la narrativa breve.
El libro reúnen veintiocho cuentos, tan líricos como brutales.
La muerte, los duelos, la familia disfuncional, la violencia, la crueldad y la belleza atraviesan los relatos.
“¿Puede matar un libro?”, se pregunta –entre la incredulidad y la conmoción por la muerte de su padre, mientras la madre le leía– la narradora de “La gracia del mundo”. El relato abre Teoría del Tacto (Entropía), el nuevo libro de Fernanda García Lao en el que la autora argentino-española vuelve al formato breve: una geografía compacta y brutal que le permite continuar su experimentación de formas, voces, narradores que conforman su perturbador universo literario. Aquella pregunta, su ambigüedad, quedan resonando.
Spoiler alert: no se sale indemne de la lectura de estos cuentos. Será necesario esperar –respirar, olvidar, acomodarse– para avanzar al siguiente: casi una treintena de textos breves que comienzan como un hachazo en la vida de sus protagonistas: una falla a través del cual poder atisbar esas vidas, la bilis que escupen esos cuerpos.
Un ejercicio incisivo que ya había realizado, por ejemplo, en Cómo usar un cuchillo (Entropía, 2013), donde interesaban lo punzante y los objetos, un universo que García Lao –además de escritora, actriz y dramaturga– indaga desde la escena teatral. Son objetos y cuerpos embargados, en el doble sentido de algo que los pone en suspenso y, a su vez, los deja en deuda.
Lo poético y lo absurdo
Miniaturas de mundos atravesados por lo ominoso (en el sentido freudiano, donde lo familiar se vuelve desconocido y por momentos espeluznante) en los que lo poético y lo absurdo son recursos necesarios para dar cuenta de una experiencia siempre inquietante. Leemos en “Réplicas”: “El cielo… se desarma como las branquias de un pez frente a un tenedor”, es la voz de la narrador que duela su madre muerta.
O “El pueblo en verano es una encía, se babea”, como espeta la narradora de “Persona en alquiler”, que ha subrogado su vientre a una pareja gay, y ahora la bebé expulsa su pezón “como si fuera veneno”.
Fernanda García Lao en Praga. Gentileza de la autora.Fernanda García Lao en Praga. Gentileza de la autora.
Exiliada, nómada, vagabunda, Fernanda García Lao hizo de la errancia su modo de estar en el mundo y en la escritura. Un cuerpo-caracol que transporta sus cosas de aquí para allí. (Suele contar que cada vez que cruza el océano elige qué otros libros de su biblioteca, sus bienes más preciados, trasladará.) Un cuerpo anfibio que busca adaptarse al contexto.
Aunque tal adaptación no sea nunca señal de complacencia: la tan mentada “zona de confort”. Todo lo contrario: en su obra se nota el esfuerzo, cada vez, de crear nuevas condiciones para lidiar con el entorno, sin sucumbir a los brillos engañosos de la realidad –¿qué cosa es la realidad?–. La autora prefiere mirar a contraluz, o en modo “automático surrealista”. O improvisar: así en los textos como en las tablas.
Instalada nuevamente en España desde hace algunos años, la literatura de García Lao está siempre en conversación con la escena rioplatense: su lengua madre. En la cuestión del tocar se advierten, también, resabios pandémicos –el tiempo en el que suspendimos el sentido del tacto– y un dato biográfico: la muerte de su madre, la poeta leonesa María del Amor González, narrada en “Esto es el vacío”, pero también diseminada y reescrita en las muchas muertes y duelos que atraviesan estos relatos.
Fernanda García Lao en su casa.Fernanda García Lao en su casa.
“¿Cómo se narra la pérdida del nido?”, dirá la autora, que no suele escarbar en cuestiones biográficas, a propósito de este dolor que le tocó atravesar. En el registro literario, importa menos el hecho real que el hecho espectral que invade, como ácaros, las páginas de este libro. Así, en “Para no sentir”, el protagonista de un duelo amoroso busca “desterrarla [a su amada] del lenguaje”.
O en “Cajonera”, “La cama de sus padres tiene algo de barco a la deriva”, es la observación de la hija que vuelve a desarmar la casa familiar, la misma en que, de chica, la perturbaba una cajonera con patas de forma de garra que cobraba vida. Son también las cartas que llegan a nombre de alguien (un amor) que ya no está.
En Teoría del tacto, García Lao arremete una vez más contra la familia –occidental, culpógena y cristiana– : los grupos familiares son experimentos cruentos o fallidos; el padre, un “misterio”, la maternidad, “un arrebato”. “Padre se fue y nunca supimos adónde” arranca como una flecha “Errado el tiro”, dando inicio a una hilarante búsqueda hecha de versiones y homónimos para dar con “padre”, ese ser sin nombre ni forma humana, apenas una imagen que se desdibuja.
Cuerpos que se rebelan
Están, también, los cuerpos que se rebelan: la violenta y añosa desnudez del padre de Camille en “El monstruo que heredé”, y la salvaje vitalidad de Sagrario, la niña “monstrua” forzada por su madre a exponer y comercializar sus iridiscentes genitales en espectáculos públicos. Pero, en realidad, nada de todo esto tiene mucho sentido si no experimentamos la respiración de los textos, sus giros insólitos, su humor en los recovecos.
He ahí donde buscar el estilo de García Lao: así como en el peculiar modo en el que la autora entiende la conexión entre los reinos humanos, animales, y vegetales, las relaciones “intraespecíficas” que terminan por componer un universo menos nihilista que inesperado; menos fantástico, que enamorado de lo raro, como “esos lirios del viejo mundo” que en “Las crueles”, enloquecen al llegar en barco desde Francia: “La Furia alcanzó a las crueles en cuanto recuperaron la conciencia” o el “besito áspero, indiscreto. Como si un vampiro minúsculo le hubiera clavado medio colmillo” que sorprende a la protagonista de “Cascarudos”.
En el texto de contratapa, Daniela Tarazona describe a Teoría del tacto como un “libro-criatura”, con una escritura tan orgánica como el deseo. Esboza también un mapa de resonancias en su literatura: de Clarice Lispector a Marosa di Giorgio, de Margaret Atwood a Felisberto Hernández. ¿Es la Condensa Sangrienta la que respira en Segundo acto? ¿Se intuye a Silvina Ocampo detrás de la sutil atmósfera de Las Crueles? Sin duda, García Lao ya es parte de una comunidad de raros y raras que, como afirma Tarazona, tienen el don mutar la crueldad en belleza.
Teoría del tacto, de Fernanda García Lao (Entropía).
lunes, octubre 14, 2024
El Diletante revista. Teoría del tacto
Por Tomás Villegas
Las palabras son táctiles para mí –sostuvo Fernanda García Lao (Mendoza, 1966) en una entrevista–, y respiran. Quien dice carne dice palabra, afirma uno de los narradores de Teoría del tacto, su último libro de cuentos. Hablar de su prosa, no obstante, es extender esa materialidad corpórea de los vocablos para diseminarla en los gemidos de una lengua singularísima en la literatura argentina, y que encuentra en Silvina Ocampo el puntapié que hace de la crueldad una peculiar sensibilidad literaria.
Como Ocampo, García Lao no tiene tiempo: condensa los relatos en un puñado de personajes y en alguna que otra voz. Antes que extenderse narrativa y espacialmente, los sucesos (violentos, fatales, grotescos) se despachan en simples oraciones de compleja elaboración. En este mundo orgánico y despiadado, los llantos de bebé hacen sangrar los oídos, los días crecen como bichos, las pupilas clavan miradas, los insectos besan a mujeres solitarias, los pueblos babean como encías y una identidad se corrobora “por un implante dental deteriorado en el canino izquierdo, una verruga en el corazón”.
Los cuentos, antes que como piezas individuales, ganan, articulados en volumen, una expresividad truculenta propia de un Edgar Allan Poe desfachatado antes que trágico. De esta manera, sin ánimo alguno de subordinarse a reclamos feministas, una mujer se brinda cual objeto para servir de gestante a otro (“Persona en alquiler”). Otra ofrece –no queda del todo claro– su fuerza de trabajo o el trabajo sexual de su cuerpo, como si lo mismo diera (“Mensaje para el señor del sexto C de parte de Palmira”); y un hombre se prostituye sin saberlo para olvidar a su ex (“Para no sentir”). Siendo la maternidad un peso indeseable, una molestia sin parangón, muchos de estos seres tienden a considerar a la orfandad como un regalo vital o, por el contrario, la falta originaria por excelencia.
“Mi padre murió mientras [mi madre] leía (...) Ahora lo único que importa es encontrar ese libro, del que no recuerdo bien el título”, afirma la narradora de “La gracia del mundo”. Escena propia de su ficción, la autora sostiene no obstante que ocurrió de hecho y que durante un tiempo tuvo miedo, efectivamente, del texto en cuestión. La experiencia cifra una escena central que tiene mucho para decir respecto de ciertas directrices de una ficción encaprichada con la muerte y el deseo, con progenitores que engendran criaturas que repelen y rechazan. Una madre lee, un padre muere y su cuerpo comienza a deteriorarse definitivamente. Surge de allí, como no podía ser de otra manera, un relato, que, en manos de Fernanda García Lao, se convierte en una apuesta definitiva por la carnadura fatal y venenosa de la literatura: las palabras, acaso, maten.
25 de septiembre, 2024
miércoles, septiembre 11, 2024
martes, agosto 06, 2024
Teoría del tacto, editorial Entropía 2024
«Los relatos de Teoría del tacto son cuerpos palpitantes; sus palabras son carne encendida. En estas páginas resuenan las escrituras de Clarice Lispector, de Marosa di Giorgio, de Margaret Atwood, la de Quiroga, ¿la de Felisberto Hernández?, ¿la de Edgar Allan Poe? Como ellos, Fernanda García Lao consigue la crueldad a través de la belleza, o al revés, o las dos cosas. Hay, de frase en frase, de una imagen a otra, la continuación de un impulso tan voraz como el de una célula, y los textos se bordan así, como extrañas mórulas, criaturas particulares: “Cada latido, una pezuña”, leemos.
García Lao viaja hacia el centro de la tierra interior de sus personajes para luego, como una exploradora antigua, traernos el corazón de esos seres ultrapasados que vamos siendo.
Sólo podremos cerrar este libro para volver a abrirlo. Porque está construido para que seamos testigos de la consistencia de las palabras con frases que aparecen después de dar la vuelta al mundo, o de atravesarlo, frases de saliva fresca que dibujan las entrañas de los pensamientos de sus habitantes.
Es un libro-criatura que parasita los ojos, que los convierte, o los desvela. La escritura de su autora es feroz, inclemente y también orgánica: como el deseo, que no puede terminar de definirse nunca.»
Daniela Tarazona
🗓️ PRESENTACIÓN EN CÉSPEDES LIBROS
La autora presentará Teoría del tacto, junto a Esther Cross y Sonia Budassi, el miércoles 25 de septiembre a las 18.30, en Céspedes Libros, Álvarez Thomas 853.
Fernanda García Lao (Mendoza, Argentina, 1966) es narradora, poeta y directora escénica. Ha recibido, entre otros, el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes por su novela Muerta de hambre, el Tercer Premio Cortázar por La perfecta otra cosa y la Beca Antorchas por su obra teatral Ser el amo. Además publicó las novelas La piel dura, Vagabundas, Fuera de la jaula, Nación Vacuna y Sulfuro; y los libros de cuentos Cómo usar un cuchillo y El tormento más puro. También ha escrito los libros de poesía Carnívora, Dolorosa y Autobiografía con objetos. Ha sido editada en Latinoamérica, España, Francia, Italia y Estados Unidos.
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