martes, enero 07, 2025

El borde de lo decible

LITERATURA
A caballo entre el teatro y la poesía, la escritura de Fernanda García Lao es una topadora irresistible y afilada. Conversaciones con una escritora sin pelos en la lengua.
por GUSTAVO ÁLVAREZ NÚÑEZ
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En la presentación de Teoría del tacto (Entropía), la flamante colección de cuentos de Fernanda García Lao (Mendoza, 1966), la periodista y narradora Sonia Budassi destacó el mar de subrayados que atraviesa la lectura. Como si más que avanzar, estuviésemos atados a las bondades de una frase tras otra. Un campo minado de frases precisas y perfectas, desconcertantes y turbulentas.
“El pasado es un aparato que daña cuando se queda quieto”, leemos en “Yeso”. “El apego a la forma con la que la naturaleza decide cada estructura es un capricho que la alquimia se arroga”, en “El mal está hecho”. “Cuerpo desnudo y alas de murciélago, eso es la noche”, en “Vuelo corto”. “Mato el tiempo o el tiempo me mata a mí”, en “No atender”. “La muerte sangraba en el teatro íntimo de su cuerpo”, en “Segundo acto”. En cierto punto, García Lao parecería escribir con un estilete que va construyendo la trama a partir de tramar frase tras otra. Más que organizar la acción y por ende la condición dramática que sustente el fervor de la lectura, su método daría la impresión de inducir –sin distracción ni previsiblemente– al goce de acaparar palabras y más palabras, en una pista de baile donde retumban los sentidos hasta tornarse una canción. Un encadenamiento en la orilla de lo poético. Un dejo que atesora en sí un lenguaje musical.
Por eso, en la velada, en una librería de Colegiales que tuvo a Esther Cross como la otra presentadora, se barajó el lugar de la poesía en la escritura de García Lao. La poesía casi como un médium a lo César Vallejo: el tirarse a la pileta no para comprobar si hay agua, sino para que haya agua.
- Lo poético puede convivir en tu ficción con escenas brutales o escenarios disparatados. ¿Qué rol cumple la poesía en tu narrativa?
- No concibo una sin la otra. Se alimentan y vampirizan. Ahí también hay comercio de lenguajes y de forma. El relato concebido como historia, es decir, sucesos encadenados, me sabe a poco si no pone en tensión la sintaxis y el delirio que arrastra. Me gusta poner los cuentos al borde del precipicio. Tengo vértigo, te aclaro. Me atrae el fondo, pero no caer. Me entrego al equilibrio imposible "antes de". La poesía en mi caso fue lo primero. Junto al teatro. Yo me cautivo probando el mundo por dentro. La página es un escenario. La poesía tiene que sonar ahí.
Los relatos de Teoría del tacto no dan muchas vueltas. En pocas páginas accedemos a variados estudios de casos. Son tan certeros e iracundos como luminosos y espesos. Muchos trastocan además los lazos filiales o presentan corazones en llamas. En “No atender”, ella espera y desespera por un llamado; en “Rogelio a diario”, la viuda descubre que su marido era una mierda; “Esto es el vacío” repara en el trastorno de los últimos días de la madre de tres hijas; el padre abusador en “Yeso” y el padre abandónico en “Errado el tiro”.
- ¿Por qué tanta inquina familiar como sentimental en varios tramos del libro? Te gusta escarbar en las miserias humanas.
- Ahí soy profundamente objetiva. El mal empieza siempre en casa, ¿o no? Nos enseñan a desconfiar de los extraños y, según el arte odioso de la estadística, son los parientes quienes atacan a sus víctimas en el ámbito de lo doméstico, por acción u omisión, en la mayoría de los casos. Por supuesto, hay familias hermosas. Pero la literatura necesita del claroscuro. Y de la interpretación. Por otro lado, el libro sobre el que se construye el imaginario occidental y la religión católica incluye fratricidios, filicidios, violaciones y todo tipo de tragedias domésticas. Soy hija de esa cultura. Obviarlo sería desconocer mi tradición. La literatura argentina se construye también sobre la idea de la violencia. Otra forma de pensarlo: el mundo escribe en cada uno. Soy de este tiempo. Una migrante serial entre dos orillas. Siempre estoy llegando. Eso afina la mirada. No naturalizo el mal. Me interesa auscultarlo.
Desde hace dos años, García Lao reside en Europa, más precisamente en España, más concretamente en Barcelona. No olvidemos que vivió en la Madre Patria desde 1976 hasta 1993. Y allí publicó primero Teoría del tacto, vía la editorial Candaya. Además, en estos días, su tercera colección de cuentos ha tenido el merecido honor de ser parte de dos nominaciones a libro del año en el país de María Zambrano y Carmen Martín Gaite. Uno, el Premio Tigre Juan, compartiendo grilla entre cinco escritoras con La llamada de Leila Guerriero. El otro, el 21º Premio Setenil 2024, donde es una de las diez finalistas.
En sus redes, ante estas noticias, García Lao escribió: “Que sea por Teoría del tacto me conmueve. ¿O debería decir me toca? Mi tierra de adopción, la de mi madre, la de la abuela Lao, me devuelve con amor la escritura de esta herida. Un libro que es de duelo y expiación, que es producto de la migración permanente y la orfandad que me persigue desde los diez años”.
Nunca es gratis la entrada al imaginario de García Lao. Detona y entona. Nunca apacigua. Siempre juega con el borde, con el fleje. No permite que la lectura esté signada por lo previsible; es decir, por la continuidad de lo esperable, de lo canonizado. No, ella arremete. No deja hilo sin cabeza. La fluidez y la tensión bailan el mismo paso. En general, sus textos están rociados de napalm. “El fragmento narrativo en su variante de violencia política”, remarcó Juan José Becerra en Nación vacuna (Emecé, 2017). Pensemos en la puesta desmesurada en Fuera de la jaula (Emecé, 2014).
Según Cross, “en su ficción las palabras suenan con todas sus connotaciones, y los supuestos, equívocos y frases que nos marcan a fuego, quedan expuestos, resaltados. Teoría del tacto empieza, de hecho, con este planteo: qué pasa –pregunta– si probamos las palabras ‘crudas’. ‘¿Nos envenenamos?’. Esta serie de cuentos no se limita a meterse con experiencias difíciles de atravesar, que nos llevan al borde de lo decible: también plantea una provocación. Probar las palabras crudas produce un efecto de vértigo y desplazamiento de la realidad, como si la conciencia se ampliara”.
- Es habitual que tu escritura no haga concesiones. Ni al realismo ni a los géneros. Y a su vez podés moverte con felicidad y garbo entre universos disímiles como el de Clarice Lispector y el de Osvaldo Lamborghini. ¿Cuál es la clave?
- No lo sé. (Risas) Será que no tener una clave me impulsa hacia el vacío. Desechar es un modo de discutirle al realismo su dominio. Subjetivo todo lo que encuentro. Hago mío el espanto, pero no por molestar sino por discutirlo. Quiero decir, hay disfrute a pesar de todo. Me río de la oscuridad. Por otro lado, descreo de los géneros. Los contamino. Si escribo un cuento es para cuestionar su supuesta especificidad, ídem con la poesía o la novela. Cada objeto es una serie de necesidades nuevas, no escribo con presupuestos. Como diría Saer: “La narración es una praxis que al desarrollarse segrega su propia teoría”.
- Citás en la apertura de Teoría del tacto a María Zambrano. Y hace poco leí una frase de ella que me resonó en varios de tus relatos: “No se pasa de lo posible a lo real sino de lo imposible a lo verdadero”. ¿Hay algo de ese desplazamiento en tu escritura?
- Me encanta ese trueque de citas que proponés. Si le damos vuelta a la idea podría decirse también que lo verdadero es imposible. Y Zambrano propone que para entender hay que desatender. En la excesiva atención de lo real, el mundo se vuelve enigmático. Cada palabra contiene su sombra. Me gusta crear asuntos inexistentes para defenderlos como si se me fuera la vida. Paso horas moviendo asuntos de lo vivido a lo narrado y viceversa. No hay escritura sin agitación.
En Teoría del tacto, como acostumbra en sus aventuras narrativas, García Lao deja atrás el corset de lo real, de lo explicable, de lo funcional, en comillas “la realidad”, para abalanzarse sobre otra realidad, ese universo paralelo donde confluyen voces de una madre, una virgen virtual y una estrella de las criptomonedas; o en el que una progenitora atosiga con su sombra a un hijo que rechaza el legado de su progenitor impuesto; o el libro de un padre asesinado por la lectura de un texto.
“Lo recibo en casa, lo desenvuelvo y leo de corrido el primer cuento sin dejar de pensar cuántas veces puede matar un libro, siendo que algunos no logran siquiera provocar un buen dolor de estómago. Pasan lisa y llanamente por el cuerpo y son olvidados antes de encontrar su estante en la biblioteca”, leemos en “La gracia del mundo”.
- En Teoría del tacto parecerían flotar también ciertos asuntos autobiográficos (la voz de tu madre, por lo pronto), pero siempre la ficción mete la pata. ¿Es así?
- En Autobiografía con objetos (Zindo & Gafuri, 2022) apareció el deseo de pensarme en segunda persona. He incurrido en la despersonalización por motu proprioen casi todos mis libros. En Teoría del tacto, tras la muerte de mi madre y la orfandad como premisa, abrí la posibilidad de un yo vulnerable, a disposición de la escritura. Trabajé de fuerte toda mi vida. Ya no. Lo que no significa que ahora me atraiga la imitación. Necesito ficcionalizar. Los relatos se alimentan de ambos vectores. He corregido la agonía de mi madre en “Esto es el vacío”, porque había palabras que no eran del universo del cuento.
Fernanda García Lao Teoría del tacto (Entropía) 120 pags.

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