FERNANDA GARCÍA LAO
Delirio semántico.
domingo, mayo 14, 2023
Con Acento, 2023. II Encuentro de Creadores Iberoamericanos
Fundación Casa de México en España del 16 al 18 de mayo en colaboración con el Centros de Estudios Mexicanos UNAM- España.
Madrid, del 16 al 18 de mayo
Mesa 1. Silenciar, callar, cancelar. ¿De qué se puede y no se puede escribir?
(martes 16 de mayo, 10:00 a 12:00h)
Participan: Adrián Curiel
Fernanda García Lao
Karla Suárez
Socorro Venegas
Dolores Reyes
Modera: Julia Santibañez
Madrid, del 16 al 18 de mayo
Mesa 1. Silenciar, callar, cancelar. ¿De qué se puede y no se puede escribir?
(martes 16 de mayo, 10:00 a 12:00h)
Participan: Adrián Curiel
Fernanda García Lao
Karla Suárez
Socorro Venegas
Dolores Reyes
Modera: Julia Santibañez
Verdial, Fiesta de las letras y la cultura latinoamericana
Primera edicion en Málaga 2023.
Inauguración a cargo de Jorge Volpi, Fernando Iwasaki, Jorge Benavidez y Lao
viernes, mayo 05, 2023
Autobiografías fuera de norma, taller online
AUTOBIOGRAFÍAS FUERA DE NORMA
Fernanda García Lao
SÁBADO 10-06-2023 Desde las 15:30 hasta las 17:30 (GMT Argentina).
Precio: ARS6.000
Streaming
Autobiografías fuera de norma
Lejos del diario íntimo o de la confesión sentimental, este taller se plantea la autobiografía como terreno de ensayo para la ficción. Quién es yo y cómo se articula en el texto. Cómo hacer del yo un recorte de sentido. A partir de la lectura de fragmentos de autobiografías fuera de norma vamos a indagar en la ficción que llamamos vida. Para que mi vida sea observada como una forma, un objeto exterior que puede ser narrado ausentándose de las coordenadas tradicionales tiempo/espacio/anécdota. El taller como invitación a intervenir la propia autobiografía para hacerla legible, escriturable. No hay modo de construir sin el vacío. El yo es también lo que falta. Lo que no digo. El sustrato. Yo es elipsis. Salto. Una autobiografía puede referir a un conjunto de instantes del yo, incluir un nosotros o aspirar a la memoria colectiva. También puede ser absolutamente falsa.
Constelación de autores y autoras:
Édouard Leve
Annie Ernaux
Georges Perec
Norah Lange
Te puede interesar si
Sos seguidor de la obra de Fernanda García Lao Estás atravesando un proceso creativo Tenés intenciones de mejorar tu poder narrativo Te llama la atención la crítica literaria
Duración de la masterclass
2 horas
Para inscripciones, haz click en el título.
Fernanda García Lao
SÁBADO 10-06-2023 Desde las 15:30 hasta las 17:30 (GMT Argentina).
Precio: ARS6.000
Streaming
Autobiografías fuera de norma
Lejos del diario íntimo o de la confesión sentimental, este taller se plantea la autobiografía como terreno de ensayo para la ficción. Quién es yo y cómo se articula en el texto. Cómo hacer del yo un recorte de sentido. A partir de la lectura de fragmentos de autobiografías fuera de norma vamos a indagar en la ficción que llamamos vida. Para que mi vida sea observada como una forma, un objeto exterior que puede ser narrado ausentándose de las coordenadas tradicionales tiempo/espacio/anécdota. El taller como invitación a intervenir la propia autobiografía para hacerla legible, escriturable. No hay modo de construir sin el vacío. El yo es también lo que falta. Lo que no digo. El sustrato. Yo es elipsis. Salto. Una autobiografía puede referir a un conjunto de instantes del yo, incluir un nosotros o aspirar a la memoria colectiva. También puede ser absolutamente falsa.
Constelación de autores y autoras:
Édouard Leve
Annie Ernaux
Georges Perec
Norah Lange
Te puede interesar si
Sos seguidor de la obra de Fernanda García Lao Estás atravesando un proceso creativo Tenés intenciones de mejorar tu poder narrativo Te llama la atención la crítica literaria
Duración de la masterclass
2 horas
Para inscripciones, haz click en el título.
martes, mayo 02, 2023
La maleta de Portbou
Asi habló la otra. Texto inédito en el último número de La maleta de Portbou, ya en venta.
Les comparto la primera página e invito a que busquen la revista. Gran sumario.
Este relato no fue escrito sino dictado. Todavía estaba en Buenos Aires, desarmando.
Decidí grabar los textos en el momento en que se producían. No tocar el teclado. Todo en el aire. Igual que yo.
domingo, abril 23, 2023
Sant Jordi 2023
Sulfuro y Nación Vacuna de Fernanda García Lao, editorial Candaya
Firmas en Barcelona
13-14h, Paseo Lluís Companys, caseta 49 y 51
15-16h, Crisi, Floridablanca 90
16-17h, La Cañada, Bóbila 5
19h, La Social, Les Hortes 5
Autobiografía con objetos, editorial Kriller71
Firmas en Avenida Mistral
13-14h, Paseo Lluís Companys, caseta 49 y 51
15-16h, Crisi, Floridablanca 90
16-17h, La Cañada, Bóbila 5
19h, La Social, Les Hortes 5
Autobiografía con objetos, editorial Kriller71
Firmas en Avenida Mistral
domingo, abril 09, 2023
lunes, marzo 27, 2023
Mis dos hemisferios
La realidad demanda improvisar, hay que moverse. Yo, que nada sé, celebro el evento con alegría, por imprevisto. Me veo sonreír, con una valija en la mano. Lista para no ser yo. Obnubilada por el deseo de partir.
Mis padres resuelven no vender el departamento, dejar todo como está. Por si acaso. Dudan de conseguir empleo en un lugar donde nadie los conoce. Hasta las toallas en el toallero, es la consigna. Podemos elegir un libro y una muñeca cada una, somos tres hermanas, y ropa para pocas valijas. Viajaremos ligero. Yo elijo Tom Sawyer. Algún día seré como Tom regresando de la cueva. Pero falta para eso. De momento, parezco Huckleberry Finn, sin casa.
No recuerdo si hubo despedida. El cerebro anestesia lo que no entiende. Pero supongo que las vimos antes de viajar. Cuando pienso en mi abuela y en mi tía, sus siluetas están en camisón. En sus cuerpos siempre había una siesta cercana. También una tortuga, un limonero, paredes que mi abuela hacía blanquear y un teléfono negro. Vivían juntas, eran insondables. Dos versiones de lo femenino. Una ancestral. Cocinera, tejedora de crochet, de exuberancia mamaria. La otra, independiente, solterona, lenta de reflejos y dueña de un seiscientos. Adorables. Diminutas y cerradas. Hubieran cabido en una caja de cartón. Mi tía guardaba los papeles de regalo y los moños como si fueran criaturas para después. Embriones de felicidad que no llegaba nunca.
También tenían un pianito de madera sobre el armario. Aquel individuo de teclas mínimas representaba para mí la imagen del deseo. Conseguir que lo bajaran, hacerlo mío un instante, muy parecido a la felicidad. Me hubiera gustado que me lo regalaran, llevármelo en el viaje, pero no. Mi deseo fue condenado al vértigo del armario. Entonces, no hay imagen para la despedida. A las cosas que no están, se suman los momentos. El tiempo se alimenta de eso. Cada minuto, una masticación.
Es cinco de octubre por la tarde, el avión carretea. Sé que después de cenar, en medio del Atlántico, va a ser mi cumpleaños. Mis padres se conocieron sobre esas mismas aguas, pero dentro de un barco y en sentido inverso. A las doce en punto, me cantarán el cumpleaños feliz en el aire y no soplaré ninguna vela. Somos un árbol al revés: las raíces al descubierto. Fragmento de "Mis dos hemisferios". Victoria Torres y Miguel Dalmaroni pensaron, prologaron y compilaron Golpes. Relatos y memorias de la dictadura.
Mi relato del exilio familiar en el 76 lo escribí expresamente para ese libro, que pueden leer enlazado al título del post.
Ni olvido ni perdón.
No recuerdo si hubo despedida. El cerebro anestesia lo que no entiende. Pero supongo que las vimos antes de viajar. Cuando pienso en mi abuela y en mi tía, sus siluetas están en camisón. En sus cuerpos siempre había una siesta cercana. También una tortuga, un limonero, paredes que mi abuela hacía blanquear y un teléfono negro. Vivían juntas, eran insondables. Dos versiones de lo femenino. Una ancestral. Cocinera, tejedora de crochet, de exuberancia mamaria. La otra, independiente, solterona, lenta de reflejos y dueña de un seiscientos. Adorables. Diminutas y cerradas. Hubieran cabido en una caja de cartón. Mi tía guardaba los papeles de regalo y los moños como si fueran criaturas para después. Embriones de felicidad que no llegaba nunca.
También tenían un pianito de madera sobre el armario. Aquel individuo de teclas mínimas representaba para mí la imagen del deseo. Conseguir que lo bajaran, hacerlo mío un instante, muy parecido a la felicidad. Me hubiera gustado que me lo regalaran, llevármelo en el viaje, pero no. Mi deseo fue condenado al vértigo del armario. Entonces, no hay imagen para la despedida. A las cosas que no están, se suman los momentos. El tiempo se alimenta de eso. Cada minuto, una masticación.
Es cinco de octubre por la tarde, el avión carretea. Sé que después de cenar, en medio del Atlántico, va a ser mi cumpleaños. Mis padres se conocieron sobre esas mismas aguas, pero dentro de un barco y en sentido inverso. A las doce en punto, me cantarán el cumpleaños feliz en el aire y no soplaré ninguna vela. Somos un árbol al revés: las raíces al descubierto. Fragmento de "Mis dos hemisferios". Victoria Torres y Miguel Dalmaroni pensaron, prologaron y compilaron Golpes. Relatos y memorias de la dictadura.
Mi relato del exilio familiar en el 76 lo escribí expresamente para ese libro, que pueden leer enlazado al título del post.
Ni olvido ni perdón.
jueves, marzo 16, 2023
Revista Quimera 469
ENTREVISTA A FERNANDA GARCÍA LAO
Por Verónica Nieto
Narradora, dramaturga y poeta, Fernanda García Lao (Mendoza, Argentina, 1966) nos tiene acostumbrados a la sorpresa. Frases cortas y precisas que elevan nuestra percepción del mundo y nos sitúan en la azotea de las cosas. Autora de Nación vacuna (Candaya, 2020) y Sulfuro (Candaya, 2021), entre otros, publica en España el poemario Autobiografía con objetos (Kriller71, 2022). Dice aquí García Lao que «las ideas deben pronunciarse para que existan». Es así como la fuerza poética (en el sentido de hacedora de cosas) pone en pie este museo de la memoria de sus años del asombro.
En Autobiografía con objetos me encontré con una especie de álbum de fotos y a la vez un diccionario personalísimo o un catálogo de algún museo que fue construyéndose en tu memoria. ¿A qué responde este ánimo de hacer repaso de la vida? ¿Qué fue lo que te llevó a esa voluntad de archivar?
He practicado el ejercicio de la pérdida desde muy temprano. El primer exilio, obligatorio, significó distancia, anulación. Nací en tierra temblorosa, adicta a los sismos: las cosas que quedaron en Mendoza aparecieron bajo los escombros en la casa de mi abuela, producto de un terremoto que acabó con esa habitación en particular. La que guardaba lo nuestro. No hubo metáfora sino literalidad. La vida no se distrae con eufemismos. Este libro es un modo de rescatar lo perdido. En general, los inventarios se confeccionan antes. Yo lo hice después, apelando a la memoria. Pero soy bastante amnésica, es decir, quizás el olvido sea un método de supervivencia y escribir sea trabajar en contra. Sentí la tentación de recuperar. La escritura se parece a la arqueología: escarba, encuentra restos que ha de conectar, traza líneas temporales y parentescos. Asume un universo ausente. Hice auto arqueología íntima. Digo, no había tesoros que descubrir sino objetos simples que hablaron con discreción de mí.
Al comienzo del libro, leemos una especie de advertencia donde explicas que «una biografía podría ser un repertorio de materia». Y los poemas nos presentan objetos y experiencias que parecieran inaugurales, fruto del asombro, la curiosidad o el accidente. ¿Cómo elegiste los objetos de tu autobiografía? ¿Las palabras también son objetos? ¿El lenguaje tiene cuerpo, ocupa espacio?
El lenguaje es un cuerpo precioso. Y los objetos también. Ambos conversan con quien los toca, son reveladores. Decir es una elección de contacto. No da igual cualquier palabra, hacemos sintaxis de conexión. Me he pasado años buscando objetos y palabras. En el teatro, el vínculo entre persona/voz, objeto/cuerpo, y espacio/trayectoria crea un organismo único de poesía y significación. Vengo de ese vicio. De asociar cuerpos de distinta temperatura, es decir, de apelar a la discordancia. Estos objetos míos podrían ser considerados mi arquitectura efímera. Las piezas a partir de las cuales reconstruyo lo que perdí. Fueron apareciendo solos, unos trajeron a otros. Hay gente que paga trasteros porque no puede deshacerse de lo que ya no tiene lugar. Este libro es mi desván mental. Entro y salgo cuando quiero. Tu escritura parece utilizar el lenguaje como semillas. Y la conciencia se expande en la mente del lector. Tu fuerza poética germina y consigue crear mundo. Podemos decir que ese es el misterio de la literatura. Hay en el libro muchas referencias al lenguaje de la literatura que no es el mismo que usamos como herramienta de comunicación. El lenguaje es «una bestia lúcida que mira de frente» o «el miedo escribe sin idioma». ¿Cómo trabajas con el lenguaje? ¿Hasta qué punto el lenguaje literario es capaz de describir las cosas o de crear otros mundos posibles?
Oh, gracias por semejante lectura. Trabajo muy a oscuras, la verdad. Voy iluminando áreas a medida que avanzo. Como si prendiera luces de un espacio del que desconozco su dimensión. A veces encuentro sectores de tamaño generoso y otras, apenas habitaciones, un músculo o un cajón. Bachelard indagaba en la forma y, en su biología poética, habilitó un modo de escribir el mundo, donde la poesía era pariente pobre de la ciencia. O como diría María Zambrano, loca por demasiada razón, lúcida en su deliro, la poesía hace del lenguaje su lugar. Me gusta vivir ahí. Hago y deshago para perturbar al tiempo. Me seduce ocupar el mundo, probar sus instalaciones, pero la libertad de pensamiento es la única libertad.
Eres una escritora anfibia, pareciera que trabajaras muy cerca de las fronteras de los géneros hasta conseguir desdibujarlas. También tienes la experiencia de la identidad extranjera o nómada. ¿Crees que esta borradura de fronteras en la vida repercutió en la construcción de tu poética?
Creo que la escritura es una zona en sí. Y no quiero ponerle vallas ni puertas. La cabeza no las tiene. La vida me puso en marcha y la extranjería, estar fuera de lugar, duele al principio, pero es indispensable. Caminar y distanciarse, desplazar y contaminar el lenguaje, incluso quedar sin palabra, cuestiona y amplía la percepción de lo que fui. El mundo ha ido perdiendo su tamaño, es más fácil de abarcar. Antes irse era un verbo definitivo. Cuando no viajo, leo o imagino. Leer es un modo económico de mutar. ¿Te consideras una escritora argentina, inserta en esa tradición, o en una más general? ¿Qué piensas de clasificar la literatura por nacionalidades?
Por momentos me considero argentina, por momentos marciana. Mi tradición existe en su impureza, como la de todos. Qué hacer con lo heredado es lo inquietante. Pero mis referentes no pertenecen sólo a mi tiempo ni a mi lugar de origen. Son mi familia espectral y, como tales, no respetan las leyes del cuerpo ni de la franja horaria.
¿Cuál es tu familia poética o tus influencias a la hora de escribir poesía? ¿Y qué buscas como lectora de poesía?
Mi familia es enorme y contradictoria. Hay decadentistas, médicos, inadaptadas, filósofas, desterradas. Algunas poetas muertas: Emily Dickinson, Mina Loy, Joyce Mansour, Olga Orozco, Anne Sexton, Marosa Di Giorgio, Susana Thénon, Juana Bignozzi. Algunas vivas: Anne Carson, Mary Ruefle, María Negroni, Robin Myers. Como lectora de poesía sólo espero dos cosas: el milagro o la gracia.
En Autobiografía con objetos me encontré con una especie de álbum de fotos y a la vez un diccionario personalísimo o un catálogo de algún museo que fue construyéndose en tu memoria. ¿A qué responde este ánimo de hacer repaso de la vida? ¿Qué fue lo que te llevó a esa voluntad de archivar?
He practicado el ejercicio de la pérdida desde muy temprano. El primer exilio, obligatorio, significó distancia, anulación. Nací en tierra temblorosa, adicta a los sismos: las cosas que quedaron en Mendoza aparecieron bajo los escombros en la casa de mi abuela, producto de un terremoto que acabó con esa habitación en particular. La que guardaba lo nuestro. No hubo metáfora sino literalidad. La vida no se distrae con eufemismos. Este libro es un modo de rescatar lo perdido. En general, los inventarios se confeccionan antes. Yo lo hice después, apelando a la memoria. Pero soy bastante amnésica, es decir, quizás el olvido sea un método de supervivencia y escribir sea trabajar en contra. Sentí la tentación de recuperar. La escritura se parece a la arqueología: escarba, encuentra restos que ha de conectar, traza líneas temporales y parentescos. Asume un universo ausente. Hice auto arqueología íntima. Digo, no había tesoros que descubrir sino objetos simples que hablaron con discreción de mí.
Al comienzo del libro, leemos una especie de advertencia donde explicas que «una biografía podría ser un repertorio de materia». Y los poemas nos presentan objetos y experiencias que parecieran inaugurales, fruto del asombro, la curiosidad o el accidente. ¿Cómo elegiste los objetos de tu autobiografía? ¿Las palabras también son objetos? ¿El lenguaje tiene cuerpo, ocupa espacio?
El lenguaje es un cuerpo precioso. Y los objetos también. Ambos conversan con quien los toca, son reveladores. Decir es una elección de contacto. No da igual cualquier palabra, hacemos sintaxis de conexión. Me he pasado años buscando objetos y palabras. En el teatro, el vínculo entre persona/voz, objeto/cuerpo, y espacio/trayectoria crea un organismo único de poesía y significación. Vengo de ese vicio. De asociar cuerpos de distinta temperatura, es decir, de apelar a la discordancia. Estos objetos míos podrían ser considerados mi arquitectura efímera. Las piezas a partir de las cuales reconstruyo lo que perdí. Fueron apareciendo solos, unos trajeron a otros. Hay gente que paga trasteros porque no puede deshacerse de lo que ya no tiene lugar. Este libro es mi desván mental. Entro y salgo cuando quiero. Tu escritura parece utilizar el lenguaje como semillas. Y la conciencia se expande en la mente del lector. Tu fuerza poética germina y consigue crear mundo. Podemos decir que ese es el misterio de la literatura. Hay en el libro muchas referencias al lenguaje de la literatura que no es el mismo que usamos como herramienta de comunicación. El lenguaje es «una bestia lúcida que mira de frente» o «el miedo escribe sin idioma». ¿Cómo trabajas con el lenguaje? ¿Hasta qué punto el lenguaje literario es capaz de describir las cosas o de crear otros mundos posibles?
Oh, gracias por semejante lectura. Trabajo muy a oscuras, la verdad. Voy iluminando áreas a medida que avanzo. Como si prendiera luces de un espacio del que desconozco su dimensión. A veces encuentro sectores de tamaño generoso y otras, apenas habitaciones, un músculo o un cajón. Bachelard indagaba en la forma y, en su biología poética, habilitó un modo de escribir el mundo, donde la poesía era pariente pobre de la ciencia. O como diría María Zambrano, loca por demasiada razón, lúcida en su deliro, la poesía hace del lenguaje su lugar. Me gusta vivir ahí. Hago y deshago para perturbar al tiempo. Me seduce ocupar el mundo, probar sus instalaciones, pero la libertad de pensamiento es la única libertad.
Eres una escritora anfibia, pareciera que trabajaras muy cerca de las fronteras de los géneros hasta conseguir desdibujarlas. También tienes la experiencia de la identidad extranjera o nómada. ¿Crees que esta borradura de fronteras en la vida repercutió en la construcción de tu poética?
Creo que la escritura es una zona en sí. Y no quiero ponerle vallas ni puertas. La cabeza no las tiene. La vida me puso en marcha y la extranjería, estar fuera de lugar, duele al principio, pero es indispensable. Caminar y distanciarse, desplazar y contaminar el lenguaje, incluso quedar sin palabra, cuestiona y amplía la percepción de lo que fui. El mundo ha ido perdiendo su tamaño, es más fácil de abarcar. Antes irse era un verbo definitivo. Cuando no viajo, leo o imagino. Leer es un modo económico de mutar. ¿Te consideras una escritora argentina, inserta en esa tradición, o en una más general? ¿Qué piensas de clasificar la literatura por nacionalidades?
Por momentos me considero argentina, por momentos marciana. Mi tradición existe en su impureza, como la de todos. Qué hacer con lo heredado es lo inquietante. Pero mis referentes no pertenecen sólo a mi tiempo ni a mi lugar de origen. Son mi familia espectral y, como tales, no respetan las leyes del cuerpo ni de la franja horaria.
¿Cuál es tu familia poética o tus influencias a la hora de escribir poesía? ¿Y qué buscas como lectora de poesía?
Mi familia es enorme y contradictoria. Hay decadentistas, médicos, inadaptadas, filósofas, desterradas. Algunas poetas muertas: Emily Dickinson, Mina Loy, Joyce Mansour, Olga Orozco, Anne Sexton, Marosa Di Giorgio, Susana Thénon, Juana Bignozzi. Algunas vivas: Anne Carson, Mary Ruefle, María Negroni, Robin Myers. Como lectora de poesía sólo espero dos cosas: el milagro o la gracia.
martes, marzo 07, 2023
Homenaje a Paco Robles en la librería Documenta de Barcelona
Domingo 5 de Marzo de 2023.
"Hace días que escribo en sueños estas palabras. En cada versión la ausencia de Paco es dicha de un modo diferente. Al despertar me asalta la misma extrañeza. La vigilia busca razones que el inconsciente no precisa. Yo perdí a mi padre de una manera similar, en un instante. Y fue tan inesperado, que cada noche soñaba con él desmintiendo lo que el día decretaba. Su muerte no existía de noche, lo veía volver. Y mi asombro era siempre el mismo.
Hace cuatro semanas que Paco no está. Y sin embargo me ocurre que al venir hacia acá pienso en él como si fuera a encontrarlo. No puedo pensar en mis últimos libros sin incluirlo en la alegría. "Nación Vacuna" es con él. La primera gira en España después de tanto deseo y distancia, conducida por Paco. Tengo dos recuerdos puntuales: su abrazo después de presentar "Nación vacuna" en Madrid en el que no pude contener las lágrimas, el modo en el que me contuvo sin decir una palabra, y una escena cómica entre Paco y Olga en relación al maletero: que no entran más libros aquí Olga, que sí que estos los llevo encima, Paco. Se me aparece también su voz, llamando a Blanquita en Les Gunyoles, antes o después de festejar en familia. Esa extensión amorosa en la que me sentí incluida desde el minuto cero.
Él fue la nobleza en persona, tenía el don de estar presente sin marcar territorio. La escucha afinada, la lectura sincera y el cigarrillo electrónico en los labios. Necesitaremos mucho insomnio para asimilar su ausencia. Ahora vive en nosotros. Vive en la literatura y en mí con su mirada sencilla, discreta, cariñosa. Eternamente agradecida a vos, Paco Robles"
lunes, febrero 27, 2023
Veo palabras, saben a carne
Cada vez que asomo a un texto de Clarice Lispector, tengo la sensación de que respira: acaba de ser escrito para mí, está crudo. Lo que se revela parece reciente. Como si la narradora acabara de dar con la idea que ha de carnalizar para que yo pueda probarla.
Acaso escribir no sea más que apresar el tiempo, o esa voz que irrumpe y nombra lo que acaba de ver, antes de que desaparezca. Pasado y futuro suceden ahora.
Escribir así no sucede para mentir, sino para encontrar verdad en lo que aún no fue pensado. Para ver de un modo nuevo lo que creíamos entender antes de interpretarlo. Escribir es interpretar a qué suena el mundo. Cómo se lo toca. Con qué palabra. “Cada cosa tiene un instante en que es - escribe en Agua viva- quiero adueñarme del es de la cosa”. Leerla me da vértigo, es como ver un pozo en el momento en que está siendo cavado. La cuestión del tiempo, su devenir, es puesta en duda. “Entre la actualidad y yo no hay intervalo”.
De su obra, regreso cada tanto a La Pasión según GH, a Agua Viva y a La hora de la estrella, es decir, a su periodo último. Estos textos sin género, indefinibles, condensan lo minúsculo mientras abren el espacio. Trémula tensión entre el núcleo y lo universal. Contra la idea del círculo, de lo acabado, Lispector es rizoma puro, aluvión. La primera persona desencadena su curiosidad por un objeto/sujeto que ha ingresado en su campo de interés, al que desea entender con el cuerpo entero, ser atravesada por él y nacer otra. La voz narrativa no cesa de preguntar, desde la orfandad más absoluta.
Para no caer, la narradora de La pasión según GH pide desde el inicio que no la suelte, que haga el recorrido de su mano. Lo pide a título personal, al yo que lee: “Mientras tanto necesito aferrar esta mano tuya”. Entonces se la doy, imposible desatender el pedido. Vamos juntas a lo oscuro, el infierno así no está tan solo. El placer de la travesía excede la oscuridad, porque una idea es un destello de inteligencia, aunque lastime. “Yo, viva y reluciente como los instantes, me enciendo y apago”.
Que el lenguaje sea un desvío, que el espacio de la página sea tiempo, cuerpo, memoria. Que las palabras se organicen de un modo nuevo. Que digan como si fuera la primera vez. Escribir requiere de palabras que, como sabemos, son anteriores a quien las llama, palabras ya nacidas que tienen su carga y su sombra.
La escritura de Lispector no sabe de géneros ni de especies. Ni siquiera de sí misma hasta que aparece. La prosa está contaminada de poesía, lo humano y lo animal son confabulaciones contiguas. Inventa su bestiario mientras concibe una excusa para que la escritura sea una cruza de actos animalizados e invención inhumana. El animal se comporta como persona, ser persona no alcanza. “La cucaracha no tenía nariz. La miré, con su boca y sus ojos: parecía una mulata agonizando”, La pasión según GH.
En Agua viva se propone escribir con todo el cuerpo. En La hora de la estrella vuelve sobre esa idea, que ya había extremado de modo hiperbólico: “Y cuando entrecerró los ojos nublados, todo quedó de carne, al pie de la cama de carne, en la silla el traje de carne que el marido había arrojado, y todo, casi, le producía dolor”. Devaneo y embriaguez de una muchacha, Lazo de familia. Lispector ensaya distintas formas para cada texto. Cada fragmento de Agua viva es como la hierba de un jardín seccionado, el silencio que se produce en el borde. “El día parece la piel estirada y lisa de una fruta”. Sin cronología, la asociación sustituye la estructura tradicional. Liberada de las descripciones banales, la narración avanza como una flor hambrienta. Así construye la voz, sin personaje. El personaje es la palabra. “No quiero tener la terrible limitación de quien vive sólo de lo que es pasible de tener sentido. Yo no: lo que quiero es una verdad inventada”. Agua viva fue comiéndose a sí misma, perdiendo carne del borrador inicial. Despersonalizada, casi desnuda, el vestido fue el lenguaje.
Hay una conciencia poética y filosófica de la fatalidad en su obra, que se vuelve más inquietante cuando se desentiende del argumento. Personajes que actúan de sí mismos, que se imitan, hacen como si existieran. Gente extraviada en su cuerpo que de pronto regresa por un acto cualquiera. A partir de una falta es trasfigurado, recuperado por el lenguaje: “Lo bueno del acto es que nos supera”.
Y luego está ese tratado de escritura de ficción que es La hora de la estrella. Que funciona también como diario: “Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo, estoy de sobra”. Donde decide ser un narrador que se dedica el libro a sí mismo, a su nostalgia. Apenas travestida de escritor, de nordestina, acomete la historia de cómo contar a partir de un asunto diminuto. Una historia “en estado de emergencia y de calamidad pública”, que pone en cuestión los principios fundantes del relato. Desde la dificultad primera: empezar cómo, si el mundo es previo a cualquier relato y se llega siempre tarde a él. Las cosas antes del relato de las cosas. Un narrador que desea contar en frío una tragedia que no le pertenece. Con un personaje central que es una mujer sin atributos. Desheroizada, una dactilógrafa sustituible, a decir de quien la inventa, que vive sin registrarlo, llevada por los acontecimientos, ajena de sí.
Aquellos que se resisten a leer a Clarice Lispector tienen una disculpa: es incómoda. Los que precisan que una historia se comporte como una larva que nace crece y se abandona se sentirán perdidos. A los apegados al sonido que la realidad imita en algunos textos les parecerá insólita. Por la desmesura de su decir la juzgarán de ensimismada. Por prescindir del lenguaje descriptivo, de ilegible. Hay quien escribe de estructuras, de relatos con certeza, desde ventanas abiertas o fascinados por los mecanismos del texto como si fuera un juguete. Hay quien concibe personajes tridimensionales o planos, con o sin psicología. Hay voces en primera apegadas a la confesión o en tercera, desvinculadas. Hay quien irrumpe, quien se amolda.
Lo que fluye en Lispector no es la conciencia sino la inconciencia, la abstracción. El saber del cuerpo se alza en las palabras como si no fueran de este mundo. La extranjera localiza rápido lo extraño. Vivir no se entiende. El lenguaje se queda corto, a veces. Cuando pretende aseverar sin probar físicamente una idea, fracasa. Lispector desea ser leída por “personas de alma ya formada. Aquellas que saben que la aproximación, a lo que quiera que sea, se hace gradual y penosamente -atravesando incluso lo contrario hacia lo cual nos aproximamos”. Se presenta como una escritora amateur, que huye de la categoría de profesional. Alguien a prueba. Que asume la inutilidad de responder antes y después sobre lo escrito.
Qué es el tiempo, cuál el fenómeno, a qué sabe la eternidad, de qué color es el miedo, qué significa soy. Quién me habita. El asombro de ser una inicial en la valija, querer probar lo inhumano. He ahí sus planes. “Fuera del agua el pez era forma” dice. Quién puede desmentirla.
Leyéndola encuentro mi escritura ahí, la que es anterior a su lectura. Ideas que yo consideraba propias que ella ensayó mucho antes, revelando que no sólo no eran mías, sino que pertenecían a un universo previo, que cambia de cuerpo y de lugar, que no es poseído nunca. Hay asuntos que son umbrales de creación: lo inmundo, la palabra como pieza de carne, el temor a deleitarse en lo terrible, la alegría de abandonarse a la fiera que se intuye bajo la máscara perfeccionada hacia afuera, la pretensión de que el discurso encuentre una forma nueva. Un campo poético familiar que ella extrema y que me obliga a inscribir mi propio acto de escritura en un linaje. Cada cual se arma el álbum que precisa. Ella estaba en el mío, aunque yo no lo supiera. En todo caso, leerla me habilita. Y sé que no sucedo sola. FGL
Escribir así no sucede para mentir, sino para encontrar verdad en lo que aún no fue pensado. Para ver de un modo nuevo lo que creíamos entender antes de interpretarlo. Escribir es interpretar a qué suena el mundo. Cómo se lo toca. Con qué palabra. “Cada cosa tiene un instante en que es - escribe en Agua viva- quiero adueñarme del es de la cosa”. Leerla me da vértigo, es como ver un pozo en el momento en que está siendo cavado. La cuestión del tiempo, su devenir, es puesta en duda. “Entre la actualidad y yo no hay intervalo”.
De su obra, regreso cada tanto a La Pasión según GH, a Agua Viva y a La hora de la estrella, es decir, a su periodo último. Estos textos sin género, indefinibles, condensan lo minúsculo mientras abren el espacio. Trémula tensión entre el núcleo y lo universal. Contra la idea del círculo, de lo acabado, Lispector es rizoma puro, aluvión. La primera persona desencadena su curiosidad por un objeto/sujeto que ha ingresado en su campo de interés, al que desea entender con el cuerpo entero, ser atravesada por él y nacer otra. La voz narrativa no cesa de preguntar, desde la orfandad más absoluta.
Para no caer, la narradora de La pasión según GH pide desde el inicio que no la suelte, que haga el recorrido de su mano. Lo pide a título personal, al yo que lee: “Mientras tanto necesito aferrar esta mano tuya”. Entonces se la doy, imposible desatender el pedido. Vamos juntas a lo oscuro, el infierno así no está tan solo. El placer de la travesía excede la oscuridad, porque una idea es un destello de inteligencia, aunque lastime. “Yo, viva y reluciente como los instantes, me enciendo y apago”.
Que el lenguaje sea un desvío, que el espacio de la página sea tiempo, cuerpo, memoria. Que las palabras se organicen de un modo nuevo. Que digan como si fuera la primera vez. Escribir requiere de palabras que, como sabemos, son anteriores a quien las llama, palabras ya nacidas que tienen su carga y su sombra.
La escritura de Lispector no sabe de géneros ni de especies. Ni siquiera de sí misma hasta que aparece. La prosa está contaminada de poesía, lo humano y lo animal son confabulaciones contiguas. Inventa su bestiario mientras concibe una excusa para que la escritura sea una cruza de actos animalizados e invención inhumana. El animal se comporta como persona, ser persona no alcanza. “La cucaracha no tenía nariz. La miré, con su boca y sus ojos: parecía una mulata agonizando”, La pasión según GH.
En Agua viva se propone escribir con todo el cuerpo. En La hora de la estrella vuelve sobre esa idea, que ya había extremado de modo hiperbólico: “Y cuando entrecerró los ojos nublados, todo quedó de carne, al pie de la cama de carne, en la silla el traje de carne que el marido había arrojado, y todo, casi, le producía dolor”. Devaneo y embriaguez de una muchacha, Lazo de familia. Lispector ensaya distintas formas para cada texto. Cada fragmento de Agua viva es como la hierba de un jardín seccionado, el silencio que se produce en el borde. “El día parece la piel estirada y lisa de una fruta”. Sin cronología, la asociación sustituye la estructura tradicional. Liberada de las descripciones banales, la narración avanza como una flor hambrienta. Así construye la voz, sin personaje. El personaje es la palabra. “No quiero tener la terrible limitación de quien vive sólo de lo que es pasible de tener sentido. Yo no: lo que quiero es una verdad inventada”. Agua viva fue comiéndose a sí misma, perdiendo carne del borrador inicial. Despersonalizada, casi desnuda, el vestido fue el lenguaje.
Hay una conciencia poética y filosófica de la fatalidad en su obra, que se vuelve más inquietante cuando se desentiende del argumento. Personajes que actúan de sí mismos, que se imitan, hacen como si existieran. Gente extraviada en su cuerpo que de pronto regresa por un acto cualquiera. A partir de una falta es trasfigurado, recuperado por el lenguaje: “Lo bueno del acto es que nos supera”.
Y luego está ese tratado de escritura de ficción que es La hora de la estrella. Que funciona también como diario: “Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo, estoy de sobra”. Donde decide ser un narrador que se dedica el libro a sí mismo, a su nostalgia. Apenas travestida de escritor, de nordestina, acomete la historia de cómo contar a partir de un asunto diminuto. Una historia “en estado de emergencia y de calamidad pública”, que pone en cuestión los principios fundantes del relato. Desde la dificultad primera: empezar cómo, si el mundo es previo a cualquier relato y se llega siempre tarde a él. Las cosas antes del relato de las cosas. Un narrador que desea contar en frío una tragedia que no le pertenece. Con un personaje central que es una mujer sin atributos. Desheroizada, una dactilógrafa sustituible, a decir de quien la inventa, que vive sin registrarlo, llevada por los acontecimientos, ajena de sí.
Aquellos que se resisten a leer a Clarice Lispector tienen una disculpa: es incómoda. Los que precisan que una historia se comporte como una larva que nace crece y se abandona se sentirán perdidos. A los apegados al sonido que la realidad imita en algunos textos les parecerá insólita. Por la desmesura de su decir la juzgarán de ensimismada. Por prescindir del lenguaje descriptivo, de ilegible. Hay quien escribe de estructuras, de relatos con certeza, desde ventanas abiertas o fascinados por los mecanismos del texto como si fuera un juguete. Hay quien concibe personajes tridimensionales o planos, con o sin psicología. Hay voces en primera apegadas a la confesión o en tercera, desvinculadas. Hay quien irrumpe, quien se amolda.
Lo que fluye en Lispector no es la conciencia sino la inconciencia, la abstracción. El saber del cuerpo se alza en las palabras como si no fueran de este mundo. La extranjera localiza rápido lo extraño. Vivir no se entiende. El lenguaje se queda corto, a veces. Cuando pretende aseverar sin probar físicamente una idea, fracasa. Lispector desea ser leída por “personas de alma ya formada. Aquellas que saben que la aproximación, a lo que quiera que sea, se hace gradual y penosamente -atravesando incluso lo contrario hacia lo cual nos aproximamos”. Se presenta como una escritora amateur, que huye de la categoría de profesional. Alguien a prueba. Que asume la inutilidad de responder antes y después sobre lo escrito.
Qué es el tiempo, cuál el fenómeno, a qué sabe la eternidad, de qué color es el miedo, qué significa soy. Quién me habita. El asombro de ser una inicial en la valija, querer probar lo inhumano. He ahí sus planes. “Fuera del agua el pez era forma” dice. Quién puede desmentirla.
Leyéndola encuentro mi escritura ahí, la que es anterior a su lectura. Ideas que yo consideraba propias que ella ensayó mucho antes, revelando que no sólo no eran mías, sino que pertenecían a un universo previo, que cambia de cuerpo y de lugar, que no es poseído nunca. Hay asuntos que son umbrales de creación: lo inmundo, la palabra como pieza de carne, el temor a deleitarse en lo terrible, la alegría de abandonarse a la fiera que se intuye bajo la máscara perfeccionada hacia afuera, la pretensión de que el discurso encuentre una forma nueva. Un campo poético familiar que ella extrema y que me obliga a inscribir mi propio acto de escritura en un linaje. Cada cual se arma el álbum que precisa. Ella estaba en el mío, aunque yo no lo supiera. En todo caso, leerla me habilita. Y sé que no sucedo sola. FGL
jueves, febrero 09, 2023
Sulfuro en Radio Nacional de España
05/02/2023
LA ESTACIÓN AZUL/RNE/
(Para escuchar el programa haz click en el título)
La escritora argentino-española Fernanda García Lao nos habla de Sulfuro (Ed. Candaya), novela de atmósfera muy lograda e imágenes poderosísimas que descansa por completo en su narradora, una mujer enajenada por la vida doméstica, el matrimonio y la maternidad.
Autobiografía con objetos, por Ernesto García López
Me gustaría recomendaros este libro. Me parece que la autora, Fernanda García Lao, nos propone algo sumamente revelador (y difícil de hacer). Por un lado, condensar una biografía en objetos. Esto parece sencillo, pero no lo es. Nuestras vidas (por lo general ordinarias, fragmentadas, plagadas de roce con la materia) constituyen un diálogo muy intenso con los objetos que nos habitan.
En antropología hay una larga tradición de estudio en torno a la vida social de los objetos, que constituyen no sólo receptáculos pasivos de nuestra interacción, sino también agentes activos (y activadores) de vínculos sociales. Se podría decir que, en cierta medida, no sólo cohabitamos junto a otras especies naturales, sino también con otras “alteridades” objetuales que tienen agencia por sí mismas. Leído desde aquí, el poemario presenta una riqueza ontológica brutal, pues nos ayuda a reconstruir una subjetividad, un universo moral, cultural y filosófico, y también a disparar interrogantes sobre aquello que somos en tanto seres históricos, temporales, inextricablemente unidos a otras esferas de realidad.
Pero es que, por otro lado, este libro se despliega mediante un lenguaje figurativo, narrativo, de gran precisión y riqueza enunciadora, de fuerte carga expresiva, compacto, equilibrado (nunca cae en sentimentalismos o nostalgias) que apuesta por la extrañeza y el “extrañamiento” continuo. Los poemas son como fogonazos, vislumbres. A mitad de camino entre el “reportaje” y la “alucinación” que diría José Hierro. Permiten reconstruir todo un mundo emocional y de significaciones a partir de elementos mínimos, casi insignificantes. De veras, muy muy sugerente, he aprendido a volver a mirar, a intentar atrapar esa pequeñez tan iluminadora en cada cosa.
En antropología hay una larga tradición de estudio en torno a la vida social de los objetos, que constituyen no sólo receptáculos pasivos de nuestra interacción, sino también agentes activos (y activadores) de vínculos sociales. Se podría decir que, en cierta medida, no sólo cohabitamos junto a otras especies naturales, sino también con otras “alteridades” objetuales que tienen agencia por sí mismas. Leído desde aquí, el poemario presenta una riqueza ontológica brutal, pues nos ayuda a reconstruir una subjetividad, un universo moral, cultural y filosófico, y también a disparar interrogantes sobre aquello que somos en tanto seres históricos, temporales, inextricablemente unidos a otras esferas de realidad.
Pero es que, por otro lado, este libro se despliega mediante un lenguaje figurativo, narrativo, de gran precisión y riqueza enunciadora, de fuerte carga expresiva, compacto, equilibrado (nunca cae en sentimentalismos o nostalgias) que apuesta por la extrañeza y el “extrañamiento” continuo. Los poemas son como fogonazos, vislumbres. A mitad de camino entre el “reportaje” y la “alucinación” que diría José Hierro. Permiten reconstruir todo un mundo emocional y de significaciones a partir de elementos mínimos, casi insignificantes. De veras, muy muy sugerente, he aprendido a volver a mirar, a intentar atrapar esa pequeñez tan iluminadora en cada cosa.
lunes, febrero 06, 2023
La perfecta otra cosa
Podría arrancar citando a Piglia citando a Lukács cuando dice que en la novela el contenido es la forma. Y decir que empecé escribiendo La perfecta otra cosa para discutir la novela como territorio clásico. Que necesitaba prescindir del héroe, del solo asunto, de la unidad de tiempo y lugar, para probar otra cuya condición fuera la de estar escindida, nacida rota, multicéfala, y bla.
Pero en realidad cuando empecé no sabía que iba a escribir una novela y menos una novela de esas características. Porque no suelo anticiparme al relato y soy bastante fiel al presente, es decir, a la primera frase, de la que se desprenderá la segunda y así sucesivamente. El análisis de lo escrito aparece mucho tiempo después, cuando el objeto está mediado por su propio discurso, cuando hay un cuerpo en ciernes que requiere de una determinada geografía.
Lo que apareció primero fue el relato de una mujer atraída por una entidad particular. Una mujer que habla y dice “Yo no te veo, pero adivino tu desnuda suerte. Nos vigilas. A veces te escucho y creo que estornudas. Eres la única cosa libre que se pasea por la tierra. Y no sabes esconder tu orgullo. No importa si tienes los dientes torcidos, porque te veo perfecta”.
Ese texto surgió puramente del inconsciente, fue escritura automática. No estuvo mediado por el interés ni por la búsqueda de un sentido previamente trazado. Y, como es evidente, aún no voseaba, mi experiencia con el lenguaje era en español. No podía torcerlo, todavía. Enseguida me pregunté a quién se dirigía esa voz, quién era esa Perfecta otra cosa. Y supe rápido que aquello era sencillamente lo que no se puede tocar, lo fantasma, lo divino como objeto inalcanzable. Esa mujer que habla con algo que no tiene forma aún, sólo es deseo, dice y cuestiona lo cotidiano que le ha tocado vivir e instala la necesidad de un territorio poético nuevo. Salir de su entorno, de la narración tradicional y doméstica que le han heredado sus padres, para explorar en lo imposible, lo otro, lo que no tiene acceso. Es una especie de anarquista con ganas de dinamitar el mundo o ausentarse. Está inmersa en una realidad que le sabe en exceso pueblerina, sin brillo. Esa primera persona era muy parecida a mi yo de aquel tiempo, pero no desde la biográfico, sino desde la experiencia lectora. Lo solemne me hacía bostezar, no soportaba los programas ni los autores que debía leer para considerarme instruida. Como en cada familia, hay un instigador, en este caso, instigadora, que es quien enciende el fuego de la desobediencia. En mi caso, esa tía fue la literatura de los bordes. En la ficción se carnalizó en una tía díscola que es la que trae la narración de otros mundos al relato. La tía Jessica llega al pueblo y cuenta su vida, sus aventuras desconcertantes y la narradora al escucharla quiere probar ese tipo de desgracia, una que no se parece a lo conocido.
Al terminar ese relato, que escribí a mano y a gran velocidad, del que aún conservo el manuscrito, resolví continuar y preguntarme qué tenían para decir quienes estaban a su alrededor, esos personajes ya mentados, que se convirtieron en cuerpos y en voces que vienen a negar, a completar, a tensar al primero. Qué era la perfecta otra cosa para cada uno. Así fue apareciendo esa narración de siete cabezas que funcionan con los demás como personajes secundarios y que en torno a sí mismos nuclean el sentido del mundo. Cada personaje se repite y todos juntos conforman esa constelación que es la novela. En la que todos buscan el sentido. Con mayor o menor suerte.
Hubo un libro que me sirvió de guía, aunque su asunto no tuviera nada que ver: La vida instrucciones de uso, de Georges Perec. El modelo del puzle, que es juego y armado. Fragmento e imagen mayor, que requiere de todas sus piezas para existir. Al escribir La perfecta otra cosa, mi primera novela, publicada un poco después que Muerta de hambre, lo que hice fue no sólo construir mi territorio inicial, sino preguntarme por mi propia tradición. Fue una especie de declaración de principios y atrevimientos que contaminó el resto de lo que he escrito hasta ahora.
A partir de ella, cada vez que me siento a trazar un proyecto me pregunto por la forma. No hay dos novelas con la misma estructura, porque citando a Piglia citando a Lukács, en la novela el contenido es la forma. Cómo escribí La perfecta otra cosa (Cuenco de plata, 2007). Revista Por el camino de Puan.
Lo que apareció primero fue el relato de una mujer atraída por una entidad particular. Una mujer que habla y dice “Yo no te veo, pero adivino tu desnuda suerte. Nos vigilas. A veces te escucho y creo que estornudas. Eres la única cosa libre que se pasea por la tierra. Y no sabes esconder tu orgullo. No importa si tienes los dientes torcidos, porque te veo perfecta”.
Ese texto surgió puramente del inconsciente, fue escritura automática. No estuvo mediado por el interés ni por la búsqueda de un sentido previamente trazado. Y, como es evidente, aún no voseaba, mi experiencia con el lenguaje era en español. No podía torcerlo, todavía. Enseguida me pregunté a quién se dirigía esa voz, quién era esa Perfecta otra cosa. Y supe rápido que aquello era sencillamente lo que no se puede tocar, lo fantasma, lo divino como objeto inalcanzable. Esa mujer que habla con algo que no tiene forma aún, sólo es deseo, dice y cuestiona lo cotidiano que le ha tocado vivir e instala la necesidad de un territorio poético nuevo. Salir de su entorno, de la narración tradicional y doméstica que le han heredado sus padres, para explorar en lo imposible, lo otro, lo que no tiene acceso. Es una especie de anarquista con ganas de dinamitar el mundo o ausentarse. Está inmersa en una realidad que le sabe en exceso pueblerina, sin brillo. Esa primera persona era muy parecida a mi yo de aquel tiempo, pero no desde la biográfico, sino desde la experiencia lectora. Lo solemne me hacía bostezar, no soportaba los programas ni los autores que debía leer para considerarme instruida. Como en cada familia, hay un instigador, en este caso, instigadora, que es quien enciende el fuego de la desobediencia. En mi caso, esa tía fue la literatura de los bordes. En la ficción se carnalizó en una tía díscola que es la que trae la narración de otros mundos al relato. La tía Jessica llega al pueblo y cuenta su vida, sus aventuras desconcertantes y la narradora al escucharla quiere probar ese tipo de desgracia, una que no se parece a lo conocido.
Al terminar ese relato, que escribí a mano y a gran velocidad, del que aún conservo el manuscrito, resolví continuar y preguntarme qué tenían para decir quienes estaban a su alrededor, esos personajes ya mentados, que se convirtieron en cuerpos y en voces que vienen a negar, a completar, a tensar al primero. Qué era la perfecta otra cosa para cada uno. Así fue apareciendo esa narración de siete cabezas que funcionan con los demás como personajes secundarios y que en torno a sí mismos nuclean el sentido del mundo. Cada personaje se repite y todos juntos conforman esa constelación que es la novela. En la que todos buscan el sentido. Con mayor o menor suerte.
Hubo un libro que me sirvió de guía, aunque su asunto no tuviera nada que ver: La vida instrucciones de uso, de Georges Perec. El modelo del puzle, que es juego y armado. Fragmento e imagen mayor, que requiere de todas sus piezas para existir. Al escribir La perfecta otra cosa, mi primera novela, publicada un poco después que Muerta de hambre, lo que hice fue no sólo construir mi territorio inicial, sino preguntarme por mi propia tradición. Fue una especie de declaración de principios y atrevimientos que contaminó el resto de lo que he escrito hasta ahora.
A partir de ella, cada vez que me siento a trazar un proyecto me pregunto por la forma. No hay dos novelas con la misma estructura, porque citando a Piglia citando a Lukács, en la novela el contenido es la forma. Cómo escribí La perfecta otra cosa (Cuenco de plata, 2007). Revista Por el camino de Puan.
jueves, enero 19, 2023
Fernanda García Lao: el desarraigo de los vivos y los muertos
La argentina es una de esas voces femeninas latinoamericanas tan potentes que están extrayendo petróleo, con una inquietud literaria y renovadora, de las viejas narraciones de terror.
SUPLEMENTO ABRIL DE CULTURA
EL PERIODICO DE ESPAÑA.
19 enero 2023
Toda una experta en perder paraísos. La argentina Fernanda García Lao (Mendoza, 1966 ) es una de esas voces femeninas latinoamericanas tan potentes que están extrayendo petróleo, con una inquietud literaria y renovadora, de las viejas narraciones de terror. Podría decirse que el vaivén es el movimiento que la impulsa. Porque nunca ha estado demasiado tiempo en ningún sitio. Hija de dos orillas, padre bonaerense y madre leonesa, llegó a España en 1976, niña empujada por el exilio político de los suyos -su padre fue el periodista Ambrosio García Lao- y la sensación de haberse salvado de un país maligno que expulsaba a sus ciudadanos.
Cuando regresó a Argentina en el 93, ella ya no era ya la misma. De aquí se había llevado sobre todo el golpe de Estado de Tejero, ese escalofrío que necesariamente le trajo ecos de violentas imposiciones militares, y la rareza de la pronunciación de la zeta a la española. Total extrañeza.
Le costó no poco trabajo adaptarse a su propio país. Lo hizo formándose como actriz, junto a Norman Briski, un actorazo que, colaborando con Carlos Saura, también había conocido el exilio español. Tiempo después llegó la escritura, como dramaturga, su salida natural, o como narradora. Con Guillermoo Saccomanno, que fue su pareja, escribió novelas y relatos a cuatro manos. Aquí en España, su carta de presentación fue Nación Vacuna, a la que el pasado año siguió Sulfuro, ambas en Candaya. CRUZAR LAS FRONTERAS Ni de aquí ni de allí. El enigma del desarraigo es un lugar perfecto para alentar la imaginación del escritor: "Mi literatura tiene que ver con ese cruzar las fronteras de las diferentes realidades", explica la autora. En Sulfuro, una mujer que acaba de separarse se muda a una casa colindante a un cementerio, donde los muertos tienen la costumbre de mezclarse con los vivos, un tema seminal que su paisana Mariana Enríquez conoce bien.
"El mío es un país de desaparecidos y la estela que deja un desaparecido le convierte en un aparecido, en un fantasma que habita un limbo que duele social y políticamente. Podría decirse que la condición fantasmática fue casi un proyecto de poder en Argentina", apunta.
Además, hay en ese libro muertos más íntimos, como su madre, por ejemplo -el padre falleció en España cuando ella tenía 16 años-: "Margaret Atwood suele decir que ella escribe antes y después de que suceda algo en su vida. A veces se adelanta, otras se atrasa. Yo empecé a escribir este libro cuando mi madre estaba viva y lo terminé cuando estaba en una urna. Me interesa mucho esa escritura que vislumbra lo que se viene".
El cementerio de su novela existe, está en el barrio de Buenos Aires donde la llevó una de sus muchas mudanzas. Ahora ya no vive allí, se mudó a Praga tras la pandemia. En la ciudad checa viven su hijas y, además, allí los camposantos puntúan doble en lo tocante al carisma truculento. "Irse es un modo de ponerse en cuestión. Para el que ha vivido en un solo país es muy desestabilizante pensar en marcharse. Yo siempre he estado fuera".
Le costó no poco trabajo adaptarse a su propio país. Lo hizo formándose como actriz, junto a Norman Briski, un actorazo que, colaborando con Carlos Saura, también había conocido el exilio español. Tiempo después llegó la escritura, como dramaturga, su salida natural, o como narradora. Con Guillermoo Saccomanno, que fue su pareja, escribió novelas y relatos a cuatro manos. Aquí en España, su carta de presentación fue Nación Vacuna, a la que el pasado año siguió Sulfuro, ambas en Candaya. CRUZAR LAS FRONTERAS Ni de aquí ni de allí. El enigma del desarraigo es un lugar perfecto para alentar la imaginación del escritor: "Mi literatura tiene que ver con ese cruzar las fronteras de las diferentes realidades", explica la autora. En Sulfuro, una mujer que acaba de separarse se muda a una casa colindante a un cementerio, donde los muertos tienen la costumbre de mezclarse con los vivos, un tema seminal que su paisana Mariana Enríquez conoce bien.
"El mío es un país de desaparecidos y la estela que deja un desaparecido le convierte en un aparecido, en un fantasma que habita un limbo que duele social y políticamente. Podría decirse que la condición fantasmática fue casi un proyecto de poder en Argentina", apunta.
Además, hay en ese libro muertos más íntimos, como su madre, por ejemplo -el padre falleció en España cuando ella tenía 16 años-: "Margaret Atwood suele decir que ella escribe antes y después de que suceda algo en su vida. A veces se adelanta, otras se atrasa. Yo empecé a escribir este libro cuando mi madre estaba viva y lo terminé cuando estaba en una urna. Me interesa mucho esa escritura que vislumbra lo que se viene".
El cementerio de su novela existe, está en el barrio de Buenos Aires donde la llevó una de sus muchas mudanzas. Ahora ya no vive allí, se mudó a Praga tras la pandemia. En la ciudad checa viven su hijas y, además, allí los camposantos puntúan doble en lo tocante al carisma truculento. "Irse es un modo de ponerse en cuestión. Para el que ha vivido en un solo país es muy desestabilizante pensar en marcharse. Yo siempre he estado fuera".
lunes, enero 09, 2023
Las que no hicieron boom, taller lectura/escritura
Las que no hicieron boom/
Taller de lectura y escritura/
4 encuentros coordinados por Fernanda García Lao/
Biblioteca Gabriel García Márquez/
Barcelona, 2023
Este taller es una excusa para reivindicar y poner en circulación la obra producida por autoras del siglo XX que fueron ignoradas en el famoso boom latinoamericano. Poco difundidas, mal leídas por sus contemporáneos, crearon universos y registros por fuera de la norma, de gran potencia y originalidad. En los últimos años, a partir de la reedición de sus textos, se han convertido en referentes de quienes escribimos ficción en Latinoamérica. Ponerlas en el mapa literario de este lado del océano es un modo de iluminar lo rica e híbrida que es su herencia y un estímulo para la producción creativa de quienes participen en la experiencia de su lectura.
lunes, enero 02, 2023
lunes, diciembre 19, 2022
sábado, diciembre 10, 2022
Fernanda García Lao: «Entrar y salir de un duelo es también entrar y salir de la locura»
Revista Mercurio. Cultura desorbitada Sevilla. Bruno Padilla del Valle
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Fernanda García Lao (Mendoza, 1966) escribe teatro, novela, cuento y poesía,
pero cómo se llame lo que hace le importa más bien poco. Saludada ya hace un
decenio en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de «los
secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana», su obra apenas ha
trascendido en su país de adopción, el nuestro: hija del legendario periodista
argentino Ambrosio García Lao, su exilio la llevó a vivir en Madrid de los 10 a
los 23 años y ahora reside en Barcelona, aunque vivió en Praga, ciudad literaria
donde las haya. Esta entrevista también es pura literatura en sus respuestas y,
a pesar de haberlas armado oralmente sobre la marcha —aquí se presentan sin
apenas edición— en el marco de su visita a la pasada Feria del Libro de Sevilla,
encierran la sabiduría y la capacidad reflexiva de su experiencia enseñando a
leer bien y escribir bien. Solo podemos escucharla con atención, interrumpirla
lo menos posible y asombrarnos de hacia dónde conducen sus elocuentes derivas.
El libro del que vamos a hablar es, sin que pretendamos ser redundantes,
puramente literario: Sulfuro (Candaya, 2022) se desenvuelve en el territorio de
las ideas y de la evocación de experiencias, sensaciones, flujos de conciencia.
Una novela filosófica y fantástica, que a ratos asemeja un cuento de terror y
locura, donde la conciencia de muerte y de la «gente sufrida» de su
protagonista, una mujer de treinta y tantos divorciada y recasada, madre a su
pesar de hijos vivos e hijos muertos, no encaja nada bien con su sometimiento a
la rutina, las horas muertas. Retrato de mujer vacía —o vaciada— de vida, casi
una muerta en vida, embalsamada, que atraviesa un alucinado proceso de duelo y
desconsuelo: «Qué se puede esperar del mundo si la gente más interesante está
muerta». Mujer afantasmada y que reencarna o reemplaza a otras en esta pesadilla
paranoide entre dos mundos, acá y allá, que al aparearse engendran monstruos y
fantasías necrófilas. Fernanda García Lao esgrime con maestría retórica y
sublime concisión sus innumerables recursos en estas páginas. Como lo fue antes
la profética Nación Vacuna (Candaya, 2020; una semana antes de que estallara la
pandemia), este libro es solo una muestra de ellos y de su osadía, que procede
de una visión de la escritura como el acto de jugársela en cada frase, más aún
en estos tiempos en que abundan los burócratas metidos a autores. «[E]se temor
es lo único que te pasa», se dice la protagonista de Sulfuro. «Para qué
cuidarse».
Esta puede considerarse una obra en torno al deseo (incluido el deseo de muerte). ¿La pérdida del deseo es la muerte en vida o crees que la protagonista reivindica el derecho a no desear?
Son temas interesantes. Por un lado, la relación de Eros y Tánatos no es un invento mío, afortunadamente [ríe], pero sí que tenía una necesidad de literalizar la metáfora, de preguntarme qué pasa si lo que deseas está muerto. ¿Por qué hay que gozar de lo vivo, cuando lo vivo está pervertido o es violento? Por otro lado, la religión se dedica a adorar a ausentes, y existe una especie de gozo en ese silencio. Pienso en Ignacio de Loyola, en Teresa de Jesús, esa invocación que es muy erótica, porque el otro es el amado; el amado fuera del territorio de lo vivo y de lo real. Sulfuro también es una pregunta sobre qué es lo real y cuáles son sus márgenes y, más que una novela fantástica, es una novela sobre la locura. Hoy, por ejemplo, cuando venía para acá y tomé el tren para llegar a Sants, en Barcelona, había un señor hablando consigo mismo que decía «esta guerra es interminable». Y yo me preguntaba de qué hablaría, si de Ucrania o de sí mismo. Todo el tiempo pasan esas cosas, o yo las veo [ríe], y me gusta escribir en torno a esas preguntas que no tienen respuesta.
Pese a lo que dices, inevitablemente me trae ecos de la literatura de género; sin duda el gótico, como la fuerte presencia de la casa.
Me divertía eso, jugar con los moldes para construir otra cosa. Hay una casa, hay fantasmas, hay muertos, hay apariciones que no se termina de dilucidar si son verdaderas o no, y sin embargo es más una novela existencialista que una de terror.
Sin duda es una angustia muy pegada a lo cotidiano y lo rutinario, ¿querías retratar en cierto modo lo absurdo de la maternidad acelerada y estresada de clase media?
Sí, hay algo que es el germen absoluto de esta novela, que es el barrio donde yo vivía en Argentina antes de mudarme acá. Mi casa estaba a doscientos metros del cementerio, y es un barrio burgués, donde hay jardineros, servicios de seguridad y mamis que manejan camionetas; se parecen mucho a las que figuran en Sulfuro como personajes secundarios. La protagonista, que tiene que asumir hijos que no son propios desde el mandato patriarcal, por supuesto, se casa con este tipo que pretende que ella haga la tarea que le correspondería a él. Algo que se asume con mucha naturalidad, salvo para ella, que no distingue muy bien entre sus abortos y los niños reales. Es una crítica a las familias tradicionales, al adoctrinamiento en una fe o en el matrimonio o en la maternidad, al hecho de no ser capaz de andar por fuera del surco. Por eso necesitaba que la novela fuera rápida; que, pese a lo que pudiera parecer en términos políticos, fuese punk en el sentido de que no tuviera mucho tiempo para contarla y ella no se detuviera a pensar, porque va como llevada por la angustia. Va abandonando todo y lo deja a medias, sin hacer, no es buena para ninguna de las tareas para las que ha sido programada.
¿También por eso eliges esa peculiar estructura en breves capítulos o escenas fragmentadas?
Sí, y por lo que te comentaba antes de mi experiencia en el teatro: no puedo dejar de pensar en cuerpos y en espacios reducidos. Me gusta trabajar pensando que esos capítulos son pequeños núcleos, que incluso concluyen en sí mismos y que se articulan entre sí por medio de las elipsis y del vacío. Además, como lectora me aburre mucho cuando me cuentan todo. No quiero saber todo, quiero que me hagas una edición [ríe] de lo que me vas a contar. Me parece que contar todo es de autor perezoso. Y, por otro lado, para hacer eso tienes que estar subsidiado o algo así, porque si necesitas años para escribir cada cosa… Las novelas excesivamente profusas me parecen un abuso de confianza, como decir «yo he estado escribiendo esto mil años y tú dedícame seis meses para leerlo». Creo que exigir esa fidelidad es excesivo. Prefiero que el libro se devore y que luego regrese a tu cabeza, que proyecte alguna sombra, porque tampoco me gusta la lectura fast food, de comida chatarrera. Me gusta que el libro, de alguna manera, te atrape y que te suelte y que luego seas tú el que decida volver.
Parece que el libro cobra valor artístico en función del número de páginas cuando en el cine, por ejemplo, nos quejamos (muchas veces, con razón) de una duración excesiva.
Sí, como si se vendieran al peso. A mí los libros que me interesan como lectora son libros más bien verticales, no horizontales. Los que crecen en profundidad. Esto de tenemos tanto tiempo y espacio y vamos a dedicar doscientas páginas al primer año de mi vida… la verdad, no es para mí, ni como lectora ni como escritora. Creo que escribo como me gusta leer. Aunque luego no me vuelva a leer, por supuesto [ríe].
¿Nunca relees lo publicado?
¡No! Salvo cuando me van a traducir, entonces tengo que regresar a ellos por dudas puntuales que se plantean.
Hablando de ese afán esculpidor y pulidor de la edición de tus textos, ¿los recitas en voz alta durante el proceso de revisión?
Sí, obvio. Y creo mucho en la oreja. Me parece que cuantos más sentidos intervengan en la escritura, mejor. La vista es mentirosa. Como yo trabajo muy obsesivamente las frases, tienen que sonar bien y necesito que lleven un ritmo particular, que no haya cacofonías, repeticiones, rimas o errores de fonética. El libro también es música y cómo es dicho, cómo pasa por la garganta para mí es superimportante. También cuando doy talleres pido que se lea en voz alta, está bien hacerse cargo de lo que se escribe. Más allá de que no por ser autor debas tener dotes orales, porque es real que hay mucha gente con vocación de parlanchín que no escriben bien. Pero en el texto sí, tener oído es muy importante. Por otro lado y viniendo del teatro, tengo la noción de que algunas frases pueden resultar muy bonitas, pero a veces sobran. Me interesa sobre todo ver cómo es ese tránsito del fraseo, qué antecede a qué y cuál es el anzuelo.
Hay mucho humor retorcido en toda la novela, que estalla en algunos punchlines o remates de cariz cómico pero que también hurgan en la herida.
Lo que pasa es que a mí me encanta el humor, no puedo prescindir de él. Creo que el humor, en su dosis homeopática, es perfecto. Las novelas jajaja no me interesan, pero la solemnidad me resulta sospechosa. Creo que hay algo que emparenta un poco el humor con la poesía, y es que tienen ese poder de revelación o de asociación de cosas imposibles entre sí, que en unos casos produce hilaridad y en otros, el efecto absolutamente contrario de monstruosidad. Pero bueno, también lo monstruoso resulta cómico. En realidad, todo es cómico. Hay algo como de absurdo que no puedo dejar de ver en el mundo.
Las plantas-abortos son una representación bastante insólita y tabú. ¿Estos personajes como de magia negra se hallaban desde el principio en tu concepción del relato?
Yo es que no diseño la narración con anterioridad. Lo que sí hago es avanzar y retroceder todo el tiempo. Había algunas claves que tenía previstas, pero luego me gusta no saber, me gusta ir descubriendo a medida que ocurre. Un poco como si yo fuera ella, o un poco lo que pasa viviendo, no sabes lo que viene mañana. La gente muy previsora no hace más que equivocarse [ríe], o cumplir con esa especie de práctica de la previsibilidad que es aburridísima, y en la escritura sobre todo. Entonces no tengo más remedio que avanzar veinte páginas y retroceder; con lo aprendido, empiezo a dar ese tinte necesario para lo que lo había antecedido, casi a oscuras y como si fuera escarbando y encontrando restos arqueológicos de esta historia. No está nunca la vasija completa; encuentras un pedacito e infieres que aquello era una vasija. Me gusta mucho trabajar así. De hecho, hay algo que creo que también viene de lo teatral, que es la hipercondensación. Decías lo de las películas largas, pero en el cine sí puedes tener a la gente tres horas; en el teatro, no. No se aguanta y, si se aguanta, se duerme la mitad de la platea. Así que existe una cierta furia de mantenerte despierto que también te obliga a ir descubriendo. Yo soy la primera que no se puede dormir. Cuando estoy en esa situación de escritura de una novela, el mundo entero hace sentido para mí y está lleno de pistas que, metamorfoseadas, luego forman parte del relato; o a veces no. Sulfuro tiene un montón de cosas que me obligué a hacer. Como vivía al lado del cementerio, hubo un momento en que ella decide ir y colarse en un entierro. Pues yo fui y me colé en un entierro. En realidad había dos en ese momento, así que elegí uno [ríe], el que estaba más concurrido para no llamar mucho la atención. Estaba allí con gafas de sol, seguí al coche fúnebre y a la fila de deudos, sin saber si era hombre o mujer porque estaban solamente sus iniciales; tal cual aparece en la novela. Fui hasta la última instancia, el nicho, pero me fui sin saber. Varios me miraron, y completo esa escena en Sulfuro pensando que a ella le llamaron la atención diciéndole «usted estuvo metiéndose en muertes que no le corresponden».
Me gusta mucho eso que escribes de que en el cementerio «[n]adie pregunta por el dolor ajeno, por si viene una respuesta».
Sí, es algo así como decir «respete mi dolor». En el cementerio me ocurrió que, habiendo pasado muchas veces por los mismos caminos, cuando estaba escribiendo la novela encontré el mausoleo, o más bien una pequeña cripta, del Colegio de Escribanos de la Provincia de Buenos Aires, con una escultura gigante de esta mujer que estaba con las manos así hacia delante, como sonámbula, y me dije «¡la escribana!» [ríe]. Tal cual está descrita en Sulfuro. Lo que pasa es que yo creo que, si somos sinceros, esto no es un oficio. Hay algo de vicio, más que de oficio, en escribir. Por otro lado, es una locura controlada, porque de la locura no puedes entrar y salir, y de la escritura, sí. Pero hay algo también como de cruzar algunos límites, a mí me gusta eso. Se notan los libros hiperracionales o los libros de mercado, la libido domesticada. En Sulfuro hay algo de desborde, de desparrame, de corrimiento, de desplazamiento de la norma. Y creo que entrar y salir de un duelo es también entrar y salir de la locura, cuando somos educados en una especie de eternidad que no funciona, como negando todo el tiempo que vamos al hoyo directos. Es una sociedad muy enloquecida; ¿cómo se puede escribir racionalmente la manera en la que se vive?
Ahora que dices lo de entrar y salir de la escritura, Leila Sucari (que fue alumna tuya) ha contado que le dijiste que no sabías si harías más novelas.
¿Cómo supiste? [ríe]
Por una reseña suya de Sulfuro, muy literaria, muy bien escrita.
Ah, no la he leído…
Lo saco a colación porque no sé si esta ha sido una novela especialmente dura de escribir o porque quizá te gustaría seguir encontrándote en la poesía, los cuentos o el teatro; aunque este libro tiene algo de todos esos formatos.
Es que creo que, en cierto modo, nunca he escrito una novela convencional. Jamás. Entonces ahora estoy escribiendo y no le doy nombre a lo que hago. Ya hace rato que no me interesa inscribirme en ninguna categoría. Creo que el hecho de haber atravesado esta novela que, sea o no convencional, tiene un asunto que la mueve, un motor como muy claro y una sola voz, una coherencia dentro de ese mundo, por momentos se parecía peligrosamente a algunos sectores de mi vida, en el sentido de que mi casa era una especie de doble de la casa de la protagonista, aunque no tenía un escribano ni niños en las macetas ni nada de eso [ríe]. Me pasaba que yo escribía «llueve»… y llovía. Me pasó un par de veces que lo que estaba escribiendo, ocurría. Sencillamente como si el presente dictara el texto y también ese desdoblamiento se volviera a doblar, como si fuera un pliegue de lo plegado. Así que creo que sí necesito tiempo, más allá de que ya tengo un libro de relatos que escribí a la vez que algo de esto último. Además, en el ínterin ya había muerto mi madre y ocurrió también que no sabíamos qué hacer con sus cenizas y yo dije «al río no, por favor». Había un montón de cosas que empezaban a coincidir de alguna manera. Y me pasó con Nación Vacuna también que, bueno, iba a venir a presentarla y estalló la pandemia y había que vacunarse. Yo decía «no puede ser» [ríe]. Y un montón de asuntos como los apestados, las fake news, esa especie de realidad adulterada y distópica que vivimos, estaban en consonancia con la novela. A ver, no es que sea magia ni nada por el estilo, pero creo que cuando está afinado el instrumento, es fácil percibir lo que pasa de largo cuando estás distanciado de ti. Hay algo de la introspección que requiere la escritura que te conecta no solo con el aquí y ahora, sino con un poco atrás, un poco ayer y un poco mañana. Y entonces el paraguas abarca más que el aquí y ahora, que siempre, además, es tan mínimo.
jueves, noviembre 17, 2022
Golem Fest, 2022
Fernanda García Lao, narradora, dramaturga y poeta; con la publicación a cuestas de varias novelas y libros de cuentos, participará en el Golem Fest Valencia en un cara a cara con Valeria Correa sobre el relato.
Sulfuro (Candaya, 2022), su último libro publicado de relatos de miedo y de fantasmas es, a la vez, una lúcida exploración de la fragilidad mental y una mordaz crítica a los esquemas sociales convencionales y a la perversa hipocresía de las “buenas costumbres”, siempre con la intensidad poética y la imaginación desbordada que singularizan la literatura de Fernanda García Lao.
I Festival del Cuento Literario - Torrijos Cuenta
Nuevas visiones del cuento.
Con Pilar Adón, Fernanda García Lao, Daniel Monedero y Elvira Navarro.
Modera: Ángeles Encinar.
viernes, octubre 28, 2022
viernes, octubre 21, 2022
Cuadernos Hispanoamericanos
Juan Vico y Fernanda García Lao. Queriendo traicionar soy parte: A(r)mar y desa(r)mar
"Desde mi lugar, lo biográfico no tiene ancla. Por eso me resulta imposible imaginar un texto fiel a la tradición. Crecí mezclando, no sólo continentes sino textos. Y te soy sincera, los fieles a cualquier género me aburren. Prefiero un mal texto experimental que un cover eficiente. En eso, me temo, soy muy argentina. Queriendo traicionar soy parte".
(Enlace en el título)
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