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sábado, noviembre 26, 2016
Fernanda García Lao en Los siete locos
Carnívora y Muerta de hambre siguen juntas y gozan de buena salud.
domingo, noviembre 13, 2016
"La actitud del artista es la del hambre que no se aplaca"
Conocida como narradora y dramaturga, acaba de publicar un primer libro de poemas.
Por Mónica López Ocón
Domingo 13 de Noviembre de 2016
TIEMPO ARGENTINO

"Las palabras son más que un cuerpo: / el sonido / llama al diablo / que duerme en cada una / no hay modo de descifrar / si la locura se ocultará en algún pliegue / pero ni el miedo me salva / del vicio de verlas llegar.", dice Fernanda García Lao en Carnívora, el libro de poesía recientemente editadopor la Editorial de la Universidad de la Plata (Edulp). Como en su narrativa, García Lao, literalmente, "les pone el cuerpo" a las palabras, quizá porque, como ella misma lo dice, las palabras también son un cuerpo y por lo tanto son capaces de ocultar la locura en algún pliegue, de lastimar, devorar, acariciar, deglutir...
Carnívora es su primer poemario publicado, porque mientras no consideró que se identificaba y se reconocía en los poemas, estos durmieron el sueño de los justos en el cajón de su escritorio. Mientras tanto, ella seguía investigando y probando en el “laboratorio de la lengua” (palabras de Hernán Ronsino) nuevos menjunjes y pócimas secretas, haciendo caldo de palabras en el caldero de una bruja, agregándoles plumas de búho a los verbos y moliendo los sustantivos en un mortero de piedra para que sus sentidos se dispersaran en el viento hasta que consideró que sus poemas estaban en condiciones de salir de la cueva.
Casi en simultáneo con la aparición de su poemario, se reeditó Muerta de hambre (Emecé), novela escrita y publicada originalmente en 2005, que estaba totalmente agotada. El hecho de leer dos libros de géneros distintos escritos en épocas diferentes resulta un buen ejercicio que permite comprobar que la materia con la que escribe García Lao sale de un mismo laboratorio pero que quizá una fórmula no revelada las ha dotado de la posibilidad de vivir en géneros distintos sin perder su esencia.

–Hay algo, orgánico, devorador, carnal en tu escritura. Podría decirse metafóricamente que hacés una literatura “no vegetariana”. Sin embargo, sé que periódicamente dejás de comer carne.
–Sí, muchas veces he dejado de comer carne y siempre he vuelto, la última vez porque tenía una anemia bestial. Y lo hice con toda la conciencia de lo que estaba devorando. La opción era inyecciones o hígado, y el hígado es tremendo, un espanto, pero más orgánico que una inyección. No me gusta medicarme. No soy adepta a la medicina tradicional ni a ninguna otra. Creo mucho en la potencia del cuerpo y en lo que el cuerpo tiene que decir. Por eso es mejor no taparlo, sino dejar que se revele.
–No es algo que tenga que ver con la salud, sino una actitud literaria.
–Sí, tal cual, es un gesto poético. Mi actitud con todos los actos de la vida es literaria. Por otro lado, creo que la palabra es un cuerpo. Recuerdo de chica haberme quedado hipnotizado con esto de que “en el principio fue el verbo”, como si la palabra hubiera puesto en funcionamiento el mundo, la existencia. Supongo que la palabra me ayudó a crear mi propia identidad, que se vio bastante tajeada con los exilios involuntarios. No sabía quién era yo y la ficción me parecía más real que lo que me pasaba.
–¿Por qué tuviste varios exilios?
–Los exilios no se gestan de un día para otro, son proceso, valga la palabra espantosa. Soy hija de una española y un argentino. Mi madre fue la primera que estuvo fuera de lugar cuando se quedó acá y nacimos nosotras. Había siempre una tensión entre esos dos lugares. Íbamos a España bastante seguido. Ella tenía la necesidad de regresar. El viaje comenzó en el '74 porque mi padre era el productor de los noticieros de Canal 7 de Mendoza. Isabel estatizó los medios y mi padre se quedó literalmente en la calle. Entonces mis padres comenzaron a fantasear con irse. Luego los acontecimientos tomaron una velocidad inesperada y en 1976 a mi padre le ofrecen dirigir la carrera de periodismo a cambio de marcar docentes que trabajaban allí. Le mostraron la lista donde él estaba “limpito”. Él se negó y lo dejaron encerrado en dependencias militares para que lo pensara. Insistieron y él se negó tres veces. El primer día del golpe se lo habían llevado a Antonio Di Benedetto, que era compañero de mi padre, del diario Los Andes de Mendoza y las perspectivas eran negras. Cuando logró salir del círculo vicioso del “vuélvalo a pensar” y “preferiría no hacerlo” llegó a casa y dijo “nos vamos”. Hubo que vender la casa. El comprador pagó una parte en plata y la otra con un departamento y nos fuimos con esa plata y el departamento quedó. En España mi padre no tenía contactos, no conocía a nadie. Empezó a colaborar en Radiotelevisión española y luego en El País, donde escribió una reseña de Zama. Mi madre vendió el departamento y todos los objetos que no eran imprescindibles quedaron en la casa de mi abuela, que una mitad estaba contruida en adobe. Nuestras cosas quedaron en la parte de adobe y cuando fue el terremoto de Mendoza, esa parte se derrumbó, literalmente, sobre nuestra historia. No quedó pasado. El único vestigio estaba en lo que nos habíamos llevado. Mi padre murió en un accidente. Yo viajé una vez a la Argentina, pero no me adapté. Ni siquiera pude ver a mi abuela porque en mi familia todos son literarios y mi tía había hecho un relato en espejo de Cortázar y había escrito cartas como si fuera mi padre para no decirle que él había muerto. Creo que por mi historia estaba condenada a la escritura. Volví a Madrid pero no encontré allí nada de lo que había dejado. Para mí, regresar a la Argentina era volver al padre y mi padre era la escritura, la palabra y la comunicación. Ya no tenía patria ni padre, pero tenía palabra. Mi cuerpo era mi único espacio propio. Estudié actuación y danza clásica y así mi cuerpo se convirtió en mi primer instrumento. No sé por qué se empataron el cuerpo y la palabra. No sé si esto ya estaba o se produjo cuando regresé. Yo ya tenía una fascinación por el objeto libro. En mi casa había una gran biblioteca alimentada no solo por mi padre, sino también por mi madre que es poeta. Creo que lo primero que leí fue teatro. En casa jugábamos a escribir obras. Y en el teatro, la tragedia pasa por el cuerpo. Pero fue muy liberador dejarle ese espacio a la palabra pura. Sentía que debía hacerme a un lado y que las cosas se dijeran sin mí, si es que eso fuera posible. Y, sí, hay cierta furia en mi decir, como si necesitara decir que estoy viva, estoy acá. El género poético me da la posibilidad de evadirme del personaje, de la instancia más ficcional y aprovechar ese otro costado de enorme potencia, oscuridad y brillo que encuentro en la palabra.
–¿Cómo fue el proceso de escritura de Carnívora?
–Te diría que se fue escribiendo. Nunca estoy con un solo proyecto. Ahora estoy escribiendo otro libro de poesía, a la vez corrigiendo una novela y también tengo cuentos. No puedo separar, para mí es todo parte de lo mismo, es como un laboratorio abierto. Voy depositando las cosas que voy encontrando en distintos lugares, algunas van en tubitos de ensayo y otras en cacerolas enormes. Lo que tiene la poesía es que es como un regreso a mí porque es en primera persona. No sé cómo abordar los poemas colectivos. En la poesía hay algo de la intimidad y de la sorpresa. Lo que me pasa con la poesía es que las palabras me aparecen ya engarzadas.
–Es distinto del trabajo de picar piedra de una novela.
–Sí, y es algo de la inmediatez, como si dibujara a mano alzada con un carboncillo. Lo otro requiere otro trabajo, otro despliegue, hay perspectivas. En la novela hay que ponerse a laburar más espacialmente. La poesía me da permiso para no ser lineal, para no tener que seguir una trama. En realidad, para mí las tramas casi siempre son excusas, y liberarme de la excusa es escribir sin red y con el vértigo que da la miniatura porque al poema hay que resolverlo de inmediato, si bien uno luego regresa a él. Claro que hay algunos más jodidos que otros. Si bien me dejo llevar muy locamente detrás de la palabra y me gusta darme el permiso de lo automático surrealista, creo mucho en la instancia de la corrección. Cuando puedo desplegar lo que tengo luego vuelvo con un afán más racional a quebrar algunos huesitos a cortar, a ver. Me gusta sentir que es algo plástico lo que hago. Me gusta que no se cristalice. Siendo atea, creo que en la poesía hay algo del orden de lo místico. Lo doméstico no me sirve para hacer poesía a no ser que esté atravesado por el extrañamiento. Me gusta pincelar en el claroscuro porque para que haya luz tiene que haber oscuridad y viceversa.
–Aunque fueron escritos con mucha distancia temporal, tanto en Muerta de hambre como en Carnívora se percibe una escritura hambrienta.
–Es que yo asocio el hambre con el deseo porque, si no tenés deseo, no podés escribir. La actitud de cualquier artista es una actitud de hambre que no se aplaca. Recuerdo que cuando salió Muerta de hambre me hablaban sobre la obesidad y yo no estaba hablando de eso, no sabría hacerlo. Tampoco me impuse un tema. Simplemente se presentó ese personaje y yo intenté dotarlo de mis propias preguntas en relación con la forma, cómo la forma define. En ese momento supe más que nunca del hambre. Después uno olvida aunque continúen latiendo determinadas cuestiones que luego aparecen en el siguiente libro. Cada libro es una incógnita a resolver. Me preguntaron si Muerta de hambre era una crítica al maltrato sobre el cuerpo femenino y yo ahí no hago distinción de género porque la desesperación no tiene género y la literatura tampoco. Con esa novela me pasó algo muy curioso. Me había quedado con un solo ejemplar porque se había agotado y a veces me lo pedían y no tenía ninguno para dar. Busqué en Mercado Libre y encontré un ejemplar a la venta que avisaban que estaba muy subrayado y con anotaciones al margen. Obviamente no pude resistir la tentación de ver los subrayados y anotaciones y lo compré. Es la revancha del escritor, que es leer la lectura que hicieron sobre su libro (risas).
–¿Y cómo fue la experiencia?
–Habían borrado con Liquid Paper el nombre del lector, del dueño. Hice la lectura a través del subrayado y terminé bastante perturbada. Uno sabe que cuantas más interpretaciones tenga un texto, más interesante es. Pero ese subrayado era de una tristeza apabullante.
–¿Por qué? ¿Cómo pudiste detectarla?
–Porque todo lo que yo había construido en relación con ese universo, esa trama, ese personaje había quedado reducido a la mínima expresión. Era el relato de una soledad absoluta de una mujer que lo había perdido todo, que había sido amada y traicionada, y que estaba esperando para morir. No había vestigio de ningún humor porque no había subrayado nada que tuviera humor. Incluso había tachado algunos párrafos, había editado el libro según su parecer como si dijera “esto no va y esto sí”. Lamentablemente nunca pude descifrar la letra de las anotaciones al margen. La mujer que me lo vendió me dijo: “Hay una idea que me carcome: necesito saber si vos sos la autora”. Y claro, yo ya estaba requemada con la dirección de mi mail en el que se notaba que era García Lao, de modo que no pude mentir. Fue un acto un tanto obsceno pero me pareció que le daba un sentido muy interesante a esto de releerse a través de la mirada del otro. Porque una vez publicado, el libro ya no es de uno.
–¿La persona que te lo vendió era la dueña del libro?
–Supongo que sí, de lo contrario no le hubiera carcomido la curiosidad. Lo que pasa es que cuando fui a buscar el ejemplar me atendió un hombre y no la mujer con la que había intercambiado mails y supuse que era ese hombre el que no la amaba (risas). Me armé otra historia paralela. Creo que Carnívora podría ser la lectura desesperada de alguna de mis otras novelas.
–Tus poemas son una suerte de planta carnívora que tiene algo de bello y algo de siniestro.
–Sí, eso de lo bello y lo siniestro resuena en mí. Me acordé de Baudelaire en Una carroña, de cómo él lograba poesía a partir de lo más espantoso. De la tumba de Baudelaire me robé una flor. Es una flor de plástico, espantosa, gruesa como si hubiera mordido algo y hubiera quedado capturado en ella. Creo que mi lectura de Baudelaire tiene mucho que ver con lo que yo entiendo por poesía. Supongo que las primeras lecturas de alguna manera marcan las rutas que hay que tomar y las que no, pero para mí esa contradicción entre el espanto y lo bello funciona como modelo a seguir. Creo que lo siniestro está en todos mis textos, pero no aparece como una amenaza sino como parte del hecho de estar vivo. Me acuerdo muy seguido del cuento de Borges "El inmortal". Creo que no hay mayor vitalidad que la de un entierro.
–¿Por qué?
–Porque hay un deseo de sacarse pronto de encima el asunto de la muerte para no contagiarse de ella.
Por Mónica López Ocón
Domingo 13 de Noviembre de 2016
TIEMPO ARGENTINO

"Las palabras son más que un cuerpo: / el sonido / llama al diablo / que duerme en cada una / no hay modo de descifrar / si la locura se ocultará en algún pliegue / pero ni el miedo me salva / del vicio de verlas llegar.", dice Fernanda García Lao en Carnívora, el libro de poesía recientemente editadopor la Editorial de la Universidad de la Plata (Edulp). Como en su narrativa, García Lao, literalmente, "les pone el cuerpo" a las palabras, quizá porque, como ella misma lo dice, las palabras también son un cuerpo y por lo tanto son capaces de ocultar la locura en algún pliegue, de lastimar, devorar, acariciar, deglutir...
Carnívora es su primer poemario publicado, porque mientras no consideró que se identificaba y se reconocía en los poemas, estos durmieron el sueño de los justos en el cajón de su escritorio. Mientras tanto, ella seguía investigando y probando en el “laboratorio de la lengua” (palabras de Hernán Ronsino) nuevos menjunjes y pócimas secretas, haciendo caldo de palabras en el caldero de una bruja, agregándoles plumas de búho a los verbos y moliendo los sustantivos en un mortero de piedra para que sus sentidos se dispersaran en el viento hasta que consideró que sus poemas estaban en condiciones de salir de la cueva.
Casi en simultáneo con la aparición de su poemario, se reeditó Muerta de hambre (Emecé), novela escrita y publicada originalmente en 2005, que estaba totalmente agotada. El hecho de leer dos libros de géneros distintos escritos en épocas diferentes resulta un buen ejercicio que permite comprobar que la materia con la que escribe García Lao sale de un mismo laboratorio pero que quizá una fórmula no revelada las ha dotado de la posibilidad de vivir en géneros distintos sin perder su esencia.

–Hay algo, orgánico, devorador, carnal en tu escritura. Podría decirse metafóricamente que hacés una literatura “no vegetariana”. Sin embargo, sé que periódicamente dejás de comer carne.
–Sí, muchas veces he dejado de comer carne y siempre he vuelto, la última vez porque tenía una anemia bestial. Y lo hice con toda la conciencia de lo que estaba devorando. La opción era inyecciones o hígado, y el hígado es tremendo, un espanto, pero más orgánico que una inyección. No me gusta medicarme. No soy adepta a la medicina tradicional ni a ninguna otra. Creo mucho en la potencia del cuerpo y en lo que el cuerpo tiene que decir. Por eso es mejor no taparlo, sino dejar que se revele.
–No es algo que tenga que ver con la salud, sino una actitud literaria.
–Sí, tal cual, es un gesto poético. Mi actitud con todos los actos de la vida es literaria. Por otro lado, creo que la palabra es un cuerpo. Recuerdo de chica haberme quedado hipnotizado con esto de que “en el principio fue el verbo”, como si la palabra hubiera puesto en funcionamiento el mundo, la existencia. Supongo que la palabra me ayudó a crear mi propia identidad, que se vio bastante tajeada con los exilios involuntarios. No sabía quién era yo y la ficción me parecía más real que lo que me pasaba.
–¿Por qué tuviste varios exilios?
–Los exilios no se gestan de un día para otro, son proceso, valga la palabra espantosa. Soy hija de una española y un argentino. Mi madre fue la primera que estuvo fuera de lugar cuando se quedó acá y nacimos nosotras. Había siempre una tensión entre esos dos lugares. Íbamos a España bastante seguido. Ella tenía la necesidad de regresar. El viaje comenzó en el '74 porque mi padre era el productor de los noticieros de Canal 7 de Mendoza. Isabel estatizó los medios y mi padre se quedó literalmente en la calle. Entonces mis padres comenzaron a fantasear con irse. Luego los acontecimientos tomaron una velocidad inesperada y en 1976 a mi padre le ofrecen dirigir la carrera de periodismo a cambio de marcar docentes que trabajaban allí. Le mostraron la lista donde él estaba “limpito”. Él se negó y lo dejaron encerrado en dependencias militares para que lo pensara. Insistieron y él se negó tres veces. El primer día del golpe se lo habían llevado a Antonio Di Benedetto, que era compañero de mi padre, del diario Los Andes de Mendoza y las perspectivas eran negras. Cuando logró salir del círculo vicioso del “vuélvalo a pensar” y “preferiría no hacerlo” llegó a casa y dijo “nos vamos”. Hubo que vender la casa. El comprador pagó una parte en plata y la otra con un departamento y nos fuimos con esa plata y el departamento quedó. En España mi padre no tenía contactos, no conocía a nadie. Empezó a colaborar en Radiotelevisión española y luego en El País, donde escribió una reseña de Zama. Mi madre vendió el departamento y todos los objetos que no eran imprescindibles quedaron en la casa de mi abuela, que una mitad estaba contruida en adobe. Nuestras cosas quedaron en la parte de adobe y cuando fue el terremoto de Mendoza, esa parte se derrumbó, literalmente, sobre nuestra historia. No quedó pasado. El único vestigio estaba en lo que nos habíamos llevado. Mi padre murió en un accidente. Yo viajé una vez a la Argentina, pero no me adapté. Ni siquiera pude ver a mi abuela porque en mi familia todos son literarios y mi tía había hecho un relato en espejo de Cortázar y había escrito cartas como si fuera mi padre para no decirle que él había muerto. Creo que por mi historia estaba condenada a la escritura. Volví a Madrid pero no encontré allí nada de lo que había dejado. Para mí, regresar a la Argentina era volver al padre y mi padre era la escritura, la palabra y la comunicación. Ya no tenía patria ni padre, pero tenía palabra. Mi cuerpo era mi único espacio propio. Estudié actuación y danza clásica y así mi cuerpo se convirtió en mi primer instrumento. No sé por qué se empataron el cuerpo y la palabra. No sé si esto ya estaba o se produjo cuando regresé. Yo ya tenía una fascinación por el objeto libro. En mi casa había una gran biblioteca alimentada no solo por mi padre, sino también por mi madre que es poeta. Creo que lo primero que leí fue teatro. En casa jugábamos a escribir obras. Y en el teatro, la tragedia pasa por el cuerpo. Pero fue muy liberador dejarle ese espacio a la palabra pura. Sentía que debía hacerme a un lado y que las cosas se dijeran sin mí, si es que eso fuera posible. Y, sí, hay cierta furia en mi decir, como si necesitara decir que estoy viva, estoy acá. El género poético me da la posibilidad de evadirme del personaje, de la instancia más ficcional y aprovechar ese otro costado de enorme potencia, oscuridad y brillo que encuentro en la palabra.
–¿Cómo fue el proceso de escritura de Carnívora?
–Te diría que se fue escribiendo. Nunca estoy con un solo proyecto. Ahora estoy escribiendo otro libro de poesía, a la vez corrigiendo una novela y también tengo cuentos. No puedo separar, para mí es todo parte de lo mismo, es como un laboratorio abierto. Voy depositando las cosas que voy encontrando en distintos lugares, algunas van en tubitos de ensayo y otras en cacerolas enormes. Lo que tiene la poesía es que es como un regreso a mí porque es en primera persona. No sé cómo abordar los poemas colectivos. En la poesía hay algo de la intimidad y de la sorpresa. Lo que me pasa con la poesía es que las palabras me aparecen ya engarzadas.
–Es distinto del trabajo de picar piedra de una novela.
–Sí, y es algo de la inmediatez, como si dibujara a mano alzada con un carboncillo. Lo otro requiere otro trabajo, otro despliegue, hay perspectivas. En la novela hay que ponerse a laburar más espacialmente. La poesía me da permiso para no ser lineal, para no tener que seguir una trama. En realidad, para mí las tramas casi siempre son excusas, y liberarme de la excusa es escribir sin red y con el vértigo que da la miniatura porque al poema hay que resolverlo de inmediato, si bien uno luego regresa a él. Claro que hay algunos más jodidos que otros. Si bien me dejo llevar muy locamente detrás de la palabra y me gusta darme el permiso de lo automático surrealista, creo mucho en la instancia de la corrección. Cuando puedo desplegar lo que tengo luego vuelvo con un afán más racional a quebrar algunos huesitos a cortar, a ver. Me gusta sentir que es algo plástico lo que hago. Me gusta que no se cristalice. Siendo atea, creo que en la poesía hay algo del orden de lo místico. Lo doméstico no me sirve para hacer poesía a no ser que esté atravesado por el extrañamiento. Me gusta pincelar en el claroscuro porque para que haya luz tiene que haber oscuridad y viceversa.
–Aunque fueron escritos con mucha distancia temporal, tanto en Muerta de hambre como en Carnívora se percibe una escritura hambrienta.
–Es que yo asocio el hambre con el deseo porque, si no tenés deseo, no podés escribir. La actitud de cualquier artista es una actitud de hambre que no se aplaca. Recuerdo que cuando salió Muerta de hambre me hablaban sobre la obesidad y yo no estaba hablando de eso, no sabría hacerlo. Tampoco me impuse un tema. Simplemente se presentó ese personaje y yo intenté dotarlo de mis propias preguntas en relación con la forma, cómo la forma define. En ese momento supe más que nunca del hambre. Después uno olvida aunque continúen latiendo determinadas cuestiones que luego aparecen en el siguiente libro. Cada libro es una incógnita a resolver. Me preguntaron si Muerta de hambre era una crítica al maltrato sobre el cuerpo femenino y yo ahí no hago distinción de género porque la desesperación no tiene género y la literatura tampoco. Con esa novela me pasó algo muy curioso. Me había quedado con un solo ejemplar porque se había agotado y a veces me lo pedían y no tenía ninguno para dar. Busqué en Mercado Libre y encontré un ejemplar a la venta que avisaban que estaba muy subrayado y con anotaciones al margen. Obviamente no pude resistir la tentación de ver los subrayados y anotaciones y lo compré. Es la revancha del escritor, que es leer la lectura que hicieron sobre su libro (risas).
–¿Y cómo fue la experiencia?
–Habían borrado con Liquid Paper el nombre del lector, del dueño. Hice la lectura a través del subrayado y terminé bastante perturbada. Uno sabe que cuantas más interpretaciones tenga un texto, más interesante es. Pero ese subrayado era de una tristeza apabullante.
–¿Por qué? ¿Cómo pudiste detectarla?
–Porque todo lo que yo había construido en relación con ese universo, esa trama, ese personaje había quedado reducido a la mínima expresión. Era el relato de una soledad absoluta de una mujer que lo había perdido todo, que había sido amada y traicionada, y que estaba esperando para morir. No había vestigio de ningún humor porque no había subrayado nada que tuviera humor. Incluso había tachado algunos párrafos, había editado el libro según su parecer como si dijera “esto no va y esto sí”. Lamentablemente nunca pude descifrar la letra de las anotaciones al margen. La mujer que me lo vendió me dijo: “Hay una idea que me carcome: necesito saber si vos sos la autora”. Y claro, yo ya estaba requemada con la dirección de mi mail en el que se notaba que era García Lao, de modo que no pude mentir. Fue un acto un tanto obsceno pero me pareció que le daba un sentido muy interesante a esto de releerse a través de la mirada del otro. Porque una vez publicado, el libro ya no es de uno.
–¿La persona que te lo vendió era la dueña del libro?
–Supongo que sí, de lo contrario no le hubiera carcomido la curiosidad. Lo que pasa es que cuando fui a buscar el ejemplar me atendió un hombre y no la mujer con la que había intercambiado mails y supuse que era ese hombre el que no la amaba (risas). Me armé otra historia paralela. Creo que Carnívora podría ser la lectura desesperada de alguna de mis otras novelas.
–Tus poemas son una suerte de planta carnívora que tiene algo de bello y algo de siniestro.
–Sí, eso de lo bello y lo siniestro resuena en mí. Me acordé de Baudelaire en Una carroña, de cómo él lograba poesía a partir de lo más espantoso. De la tumba de Baudelaire me robé una flor. Es una flor de plástico, espantosa, gruesa como si hubiera mordido algo y hubiera quedado capturado en ella. Creo que mi lectura de Baudelaire tiene mucho que ver con lo que yo entiendo por poesía. Supongo que las primeras lecturas de alguna manera marcan las rutas que hay que tomar y las que no, pero para mí esa contradicción entre el espanto y lo bello funciona como modelo a seguir. Creo que lo siniestro está en todos mis textos, pero no aparece como una amenaza sino como parte del hecho de estar vivo. Me acuerdo muy seguido del cuento de Borges "El inmortal". Creo que no hay mayor vitalidad que la de un entierro.
–¿Por qué?
–Porque hay un deseo de sacarse pronto de encima el asunto de la muerte para no contagiarse de ella.
sábado, octubre 15, 2016
“La literatura es un lugar para explorar y explotar"
Es la manera de narrar que la escritora Fernanda García Lao revela en Muerta de hambre, la novela reeditada por Emecé el último julio. En ella, el absurdo y un cuerpo obeso se confabulan para contar la historia de María Bernabé, una adolescente devenida en mujer que devora a la par que interpela.
La entrevista con Rosario3.com
Por Maricel Bargeri

Comer hasta estallar es una de las estrategias que sostiene María Bernabé. Deglutirlo todo –lo que se mastica y lo que no – hasta que la piel se deshilache en su intento de “contener” tanta humanidad.
La (auto) provocación es uno de los tantos intentos que la protagonista de Muerta de hambre, la novela de Fernanda García Lao, revela en primera persona. En la narración, el humor permite asomar a la soledad, el amor, el desamor, el sexo, la comida y lo incomprobable de unos recuerdos.
La editorial Emecé relanzó el título el último agosto, después de que la primera y segunda edición (El cuenco de plata 2005 y 2006, respectivamente) estuvieran agotadas desde hace unos años.
“Es triste para cualquier escritor que sus libros no existan”, dijo Fernanda García Lao a Rosario3.com, para quien "la literatura es un lugar para explorar y explotar; un lugar para ser incorrectos."
Y Muerta de hambre lo prueba.
La autora contó que la idea del libro –Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes– surgió a partir de una experiencia actoral: “Iba a hacer de gorda y me construyeron un cuerpo de gomaespuma. Estaba escribiendo los monólogos cuando, a partir de esa experiencia física tan contundente, empecé a asociar más poéticamente lo que significa el cuerpo, cómo el cuerpo nos narra. Es como ponerse en el lugar: uno implica también una forma. Uno es por su aspecto. Se construye.”
En la trama, el absurdo y la grasa corporal se confabulan para narrar la historia de una adolescente devenida en mujer capaz de pergeñar una venganza contra el mundo –que emparda con las estrafalarias fantasías de Ignatius Reilly– al tiempo que devora todo lo que la rodea, incluso a ella misma. Un cuerpo grueso como instancia discursivo digestiva.
“Creo que cualquier exceso se empata un poco con la carencia. Hay algo muy poderoso en este tiempo que nos toca vivir en relación al cuerpo, al castigo del cuerpo; al cuerpo como objeto de mercadeo. Y creo que una manera de protestar era siendo así de feroz”, sostuvo la también autora de Carnívora (Emecé, 2016), un libro de poemas.
En tal sentido, explicó que “el exceso en la palabra, emparentado con el exceso de grasa, constituían parte de la estrategia poética.”

Escritura, memoria e historias
Muerta de hambre está estructurada en dos partes: vida e “intento de obra”: “Así como ella es inmensa, su obra es mínima”.
Y hay una condición que subvierte cualquier atisbo de culebrón: “Bernabé habla en primera persona y nadie puede negarla.”
Es en esos recortes personales y “su” debate entre lo real, lo posible y lo onírico es que quien lee desarrolla una avidez por la cual no puede (ni quiere) dejar de roer páginas.
Para la autora, resultaba “muy tentador trabajar con ese recurso de dudar de la memoria”: “Me parece que para vivir, vas olvidando. Hay memoria descartable que dura sólo unos minutos. “
Escribir también puede ser una forma de memoria. De hecho, la lectura de la novela le recuerda a García Lao el “espacio” en que fue concebida–una separación– y cómo: “Con el estómago medio apretado y hecho un nudo. Y bastante flaca. Era como depositar en otro cuerpo eso que a mí me pasaba.”
“Yo entiendo así la literatura –continuó–, como un lugar para explorar y explotar; un lugar para ser incorrectos. Todos los temores, miedos y crisis, existenciales o vitales, son materia de mi trabajo. Creo que ser escritor es un poco ponerse a prueba todo el tempo, Si no, no tiene mucho sentido. No es solamente contar historias.”
La entrevista con Rosario3.com
Por Maricel Bargeri

Comer hasta estallar es una de las estrategias que sostiene María Bernabé. Deglutirlo todo –lo que se mastica y lo que no – hasta que la piel se deshilache en su intento de “contener” tanta humanidad.
La (auto) provocación es uno de los tantos intentos que la protagonista de Muerta de hambre, la novela de Fernanda García Lao, revela en primera persona. En la narración, el humor permite asomar a la soledad, el amor, el desamor, el sexo, la comida y lo incomprobable de unos recuerdos.
La editorial Emecé relanzó el título el último agosto, después de que la primera y segunda edición (El cuenco de plata 2005 y 2006, respectivamente) estuvieran agotadas desde hace unos años.
“Es triste para cualquier escritor que sus libros no existan”, dijo Fernanda García Lao a Rosario3.com, para quien "la literatura es un lugar para explorar y explotar; un lugar para ser incorrectos."
Y Muerta de hambre lo prueba.
La autora contó que la idea del libro –Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes– surgió a partir de una experiencia actoral: “Iba a hacer de gorda y me construyeron un cuerpo de gomaespuma. Estaba escribiendo los monólogos cuando, a partir de esa experiencia física tan contundente, empecé a asociar más poéticamente lo que significa el cuerpo, cómo el cuerpo nos narra. Es como ponerse en el lugar: uno implica también una forma. Uno es por su aspecto. Se construye.”
En la trama, el absurdo y la grasa corporal se confabulan para narrar la historia de una adolescente devenida en mujer capaz de pergeñar una venganza contra el mundo –que emparda con las estrafalarias fantasías de Ignatius Reilly– al tiempo que devora todo lo que la rodea, incluso a ella misma. Un cuerpo grueso como instancia discursivo digestiva.
“Creo que cualquier exceso se empata un poco con la carencia. Hay algo muy poderoso en este tiempo que nos toca vivir en relación al cuerpo, al castigo del cuerpo; al cuerpo como objeto de mercadeo. Y creo que una manera de protestar era siendo así de feroz”, sostuvo la también autora de Carnívora (Emecé, 2016), un libro de poemas.
En tal sentido, explicó que “el exceso en la palabra, emparentado con el exceso de grasa, constituían parte de la estrategia poética.”

Escritura, memoria e historias
Muerta de hambre está estructurada en dos partes: vida e “intento de obra”: “Así como ella es inmensa, su obra es mínima”.
Y hay una condición que subvierte cualquier atisbo de culebrón: “Bernabé habla en primera persona y nadie puede negarla.”
Es en esos recortes personales y “su” debate entre lo real, lo posible y lo onírico es que quien lee desarrolla una avidez por la cual no puede (ni quiere) dejar de roer páginas.
Para la autora, resultaba “muy tentador trabajar con ese recurso de dudar de la memoria”: “Me parece que para vivir, vas olvidando. Hay memoria descartable que dura sólo unos minutos. “
Escribir también puede ser una forma de memoria. De hecho, la lectura de la novela le recuerda a García Lao el “espacio” en que fue concebida–una separación– y cómo: “Con el estómago medio apretado y hecho un nudo. Y bastante flaca. Era como depositar en otro cuerpo eso que a mí me pasaba.”
“Yo entiendo así la literatura –continuó–, como un lugar para explorar y explotar; un lugar para ser incorrectos. Todos los temores, miedos y crisis, existenciales o vitales, son materia de mi trabajo. Creo que ser escritor es un poco ponerse a prueba todo el tempo, Si no, no tiene mucho sentido. No es solamente contar historias.”
sábado, septiembre 24, 2016
miércoles, septiembre 21, 2016
martes, septiembre 20, 2016
domingo, junio 17, 2012
Muerta de hambre
"Hay que leer a escritores que nos digan algo en medio del ruido. Tenemos que aguzar el oído para permitir mayor nitidez a lo que se nos presenta. Penetrar en la escritura para que no traten de engañarnos, y leer más para mover la imaginación.
Las novelas de Fernanda García Lao son de aquellos libros que quieren decir algo en medio del ruido, libros que se encuentran por destino, que por su trama y misterio, te hacen partícipe de un hallazgo.
Muerta de hambre, sigue en su afán de explorar técnicas narrativas, pues nos presenta siempre un huir de las convenciones, para mostrarse como una innovación bien lograda.
Muerta de hambre abre la visión de un personaje que se reinventa en cada página, que se hace cada vez más inmenso. Pues la obesidad que padece, que engendra y mantiene como sobrevivencia ante su mundo hostil, tiende a ser una plaga que inunda cada resquicio de la novela.
Este tipo de experiencias se viven con sufrimiento, aunque el cuerpo cambie drásticamente, la imagen de lo que fue, queda flotando en la mente.
La novela provoca sentimientos de aversión e impotencia, porque el personaje no narra una historia lastimera, enfrenta a sus detractores (que a la vez son sus propios fantasmas) para rescatar su libertad mermada.
El personaje es rebelde por condición. Sujeto que ataca constantemente por la situación que padece, porque no puede responder más que con una ofensa si es que quiere salir avante. Se rebela ante sí misma, y encuentra en los que la rodean, el punto donde arrojar todo ese odio contenido en kilos de manteca.
La noción precisa de esta novela es que te lleva de un lado a otro del cuerpo de una mujer que no tiene salida. Por la boca muere el obeso.
Se podría decir que el personaje obeso representa a parias, vagabundos, hijos no deseados de cualquier ciudad, puesto que los otros, —los adaptados— quieren un cambio de estructura y de pensamiento que el otro no puede dar.
Escrita como diario, Muerta de hambre, es una novela que nos conmueve por su sinceridad, que transmite la emoción y la angustia de mirar el acontecer como un simple proceso digestivo".
Muerta de hambre
(1º Premio Fondo Nacional de las Artes en Argentina)
Fernanda García Lao
Editorial: El cuenco de plata
216 páginas
Precio: $115.00 con 40% de descuento
Compra en línea
Profética Casa de Lectura
México
Para ir a la página de Profética, click en el título
jueves, mayo 14, 2009
Sur de Babel

La autora:Fernanda García Lao nació en la provincia de Mendoza. Con tan solo 10 años, y a raíz de los acontecimientos políticos que agitaban al país, la familia decidió trasladarse a Madrid, ciudad que acogió a la autora hasta el año 1993.“Mi manera de ser, mi personalidad tiene mucho que ver con el exilio”, dice la autora, y agrega en relación a su vida y a su obra: “Mi palabra tomó importancia para mí al tener que deshacerme prácticamente de todo, desde chica fui cultora del monólogo”.
García Lao reside en Buenos Aires hace ya 16 años, y es dueña de una extensa, múltiple e interesante carrera artística. Además de narradora, es bailarina, dramaturga, actriz, y periodista. Sin duda alguna, toda su integridad y pluralidad artística están presentes en sus trabajos.
Fue merecedora de los siguientes premios: Primer premio de Novela otorgado por Fondo Nacional de las Artes, y el Tercer Premio de Novela Julio Cortázar (2004). Obtuvo, además, el subsidio de la Fundación Antorchas por su obra teatral Ser el amo, y el premio de la Secretaría de Cultura de la Nación por La mirada horrible (2002), entre otros.

La obra en Sur de Babel:
Tengo la boca llena de hambre. Sin embargo, mi cuerpo está demasiado pesado para seguir engullendo. He aumentado varios kilos en los últimos días. No soporto lo nítido de la existencia: mis rollos se confunden con el sillón donde estoy encajada.
La estética, la belleza y la delgadez podrían considerarse cánones indispensables a la hora de analizar el prototipo femenino de nuestros días. En un principio, podríamos suponer que Muerta de hambre vendría a rivalizar contra estos estereotipos posmodernos, de la mano de una historia cargada de enseñanzas y moralejas. Sin embargo, nada de eso sucede y a medida que avanza el relato notamos que la ironía, el sarcasmo, y el enorme “peso” de la protagonista son el sustento de un discurso álgido y ominoso, que hasta el propio lector le cuesta digerir.
María Bernabé Castelar, entre cucharas, postres, y envolturas, nos da a conocer la historia de su vida en un vaivén de relatos que se retroalimentan en el encierro y la cárcel del propio cuerpo.
Bernabé es la representación más pura de la soledad. Una niña, una adolescente, y una mujer hambrienta y malquerida en el interior de un espacio que comienza y termina “Cerca del plato”. García Lao, en el seno de un monólogo desolado, nos enseñaza la vorágine de una mujer que se encuentra encadenada a la insurrección de su propios límites, de sus propio discurso y a la más íntima compulsión gastronómica.
El lector se encuentra entonces, y a medida que se avanza en el relato, ante los límites de un cuerpo, y un discurso, que en cualquier momento puede llegar a detonar. La fatalidad envuelve a la protagonista y a los seres que la rodean para crear un ambiente que dentro de la tragedia, nos permite sonreír, con un tinte de sarcasmo e ironía, sobre el destino de su pesada protagonista.
La pluralidad estética, la delicadeza literaria y un discurso que se diferencia por el buen tono y el humor son algunos de los motivos por los que en Sur de Babel celebramos la selección de Muerta de hambre. Una historia arraigada en un gran soporte estilístico deleitable, y una mujer protagonista que nos hizo sonreír y reír con un discurso cautivante que no nos permite alejarnos de las palabras recién digeridas.
La editorial: Edgardo Russo, poseedor de una larga e interesante trayectoria editorial, luego de haber fundando y participado diversos proyectos en relación a la producción literaria, fundó a comienzos del año 2004 su propia editorial: El cuenco del Plata. “Un rasgo diferencial de El cuenco de plata es que no la promovemos como una ‘empresa de capitales argentinos’ (porque eso no es garantía de nada, y porque además hay un socio boliviano), y que existe una pasión por los libros que no está fundada en el prestigio social ni en la genealogía”. La editorial cuenta con extenso e interesante catálogo que abarca casi la totalidad de los géneros narrativos. Un catálogo que sea transitado por un mismo lector (¿utópico?), que encuentre cobijo y placer en todas las variadas propuestas, es el objetivo de El cuenco de plata.
www.surdebabel.com.ar
domingo, septiembre 16, 2007
Especial Plátanoverde Bienal Literatura Mariano Picón Salas

Entrevista a Fernanda García Lao
Sobre su novela Muerta de Hambre
Por Jesús Ernesto Parra
El personaje principal de tu novela Muerta de Hambre es una adolescente -MaríaBernabéCastelar- de proporciones enormes, según refiere ella misma, que asume sus dimensiones ecuatoriales como contorno del mundo, y que en algún momento llega a decir: “Qué sería si no soy mi cuerpo; por él creo y aborrezco y siento piedad, de esta manera. Mis razones son mi materia” ¿Es este únicamente un manifiesto de guerra de la chica o viene de una tesis secreta que la novela, como hecho aparte, sostiene?
MaríaBernabé me hizo descubrir cosas en las que no habría reflexionado sin ella. Me hizo entender hasta qué punto la forma puede modelar el espíritu, presentirlo. Y viceversa. Al sobrecargar en exceso su cuerpo, engordó el discurso y ya no era posible distinguir dónde estaba el límite entre uno y otro.
¿Por qué elegiste el tono confesional -a modo de diario adolescente- para armar tu novela? ¿Tiene alguna relación el que él personaje principal sea mujer y adolescente?
El tono vino implícito con el personaje. Me fue impuesto. Más allá de que la primera persona sea una herramienta recurrente en mi producción. No pensé en el diario femenino, sino más bien, en un ejercicio imposible de reconstrucción de la memoria. Siempre me sorprende lo poco que recuerdo mi propia vida y lo tergiversado de algunos acontecimientos personales. Entonces, le presté mi amnesia a la señorita Castelar, como un arma de defensa. Ella se ocupó del resto, haciendo alardes de una irrevencia asombrosa para su escasa edad. Se antoja a veces que MaríaBernabéCastelar además de asumir la fatalidad de su destino, crea estas conclusiones en un ambiente de orfandad, en un universo que interpela y condena al distinto, pero que esta vez no un “distinto” Joseph K., ni Holden Caulfield, sino una niña gorda y un poco suelta de lengua ¿Cómo ves a ese tipo de personaje, a esa extranjera, en este mundo dietético inquisidor?
El héroe moderno debe lidiar con la abundancia de lo superfluo y la escasez de lo importante. Semejante batalla está perdida desde el enunciado, así que elijo a una niña sola y sin doctrina pero con una rabia inmensa, insaciable. No puede hacer otra cosa que sucumbir, llevándose todo por delante. Una mujer armada con un cuchillo y un tenedor, que engorda de impotencia.
MaríaBernabéCastelar decide morir entre cacerolas, acotando que necesita para completar su ritual: cebollas, ají, y un puerro, como si quisiera cocinarse e inmolarse como martirio doméstico ¿Es intencional esta imagen? ¿De que va ese rito? ¿Puedes extenderte un poco en esto?
Efectivamente se inmola, pero sin promesa de paraíso. Es un abandono triste: lo doméstico representado no como sentido de hogar, sino como renuncia. Ella desiste de su salvajismo. Elige una muerte por reducción, como el caldito en el que ha de cocinarse.
Alguien podría catalogar esta novela como novela de iniciación, y hasta podría aventurar a decir que de doble iniciación siendo esta, luego de tu trabajo en la dramaturgia y en la poesía, tu primera novela publicada ¿Lo tomas como cierto?¿Cómo lo miras desde tu experiencia literaria?
Siempre una novela es de iniciación, porque cada texto necesita ser escrito por primera vez. Y toda la experiencia está ahí, pero la hacemos a un lado para que no estorbe, para que no haya dictadura dogmática. Llevo escribiendo muchos años, siempre fue mi actividad paralela. Y he aprendido del teatro, de la poesía pero también del rock, del exilio, de la vida ociosa en Madrid, de mis pecados y de los ajenos.
El resto acá: Texto
MaríaBernabé me hizo descubrir cosas en las que no habría reflexionado sin ella. Me hizo entender hasta qué punto la forma puede modelar el espíritu, presentirlo. Y viceversa. Al sobrecargar en exceso su cuerpo, engordó el discurso y ya no era posible distinguir dónde estaba el límite entre uno y otro.
¿Por qué elegiste el tono confesional -a modo de diario adolescente- para armar tu novela? ¿Tiene alguna relación el que él personaje principal sea mujer y adolescente?
El tono vino implícito con el personaje. Me fue impuesto. Más allá de que la primera persona sea una herramienta recurrente en mi producción. No pensé en el diario femenino, sino más bien, en un ejercicio imposible de reconstrucción de la memoria. Siempre me sorprende lo poco que recuerdo mi propia vida y lo tergiversado de algunos acontecimientos personales. Entonces, le presté mi amnesia a la señorita Castelar, como un arma de defensa. Ella se ocupó del resto, haciendo alardes de una irrevencia asombrosa para su escasa edad. Se antoja a veces que MaríaBernabéCastelar además de asumir la fatalidad de su destino, crea estas conclusiones en un ambiente de orfandad, en un universo que interpela y condena al distinto, pero que esta vez no un “distinto” Joseph K., ni Holden Caulfield, sino una niña gorda y un poco suelta de lengua ¿Cómo ves a ese tipo de personaje, a esa extranjera, en este mundo dietético inquisidor?
El héroe moderno debe lidiar con la abundancia de lo superfluo y la escasez de lo importante. Semejante batalla está perdida desde el enunciado, así que elijo a una niña sola y sin doctrina pero con una rabia inmensa, insaciable. No puede hacer otra cosa que sucumbir, llevándose todo por delante. Una mujer armada con un cuchillo y un tenedor, que engorda de impotencia.
MaríaBernabéCastelar decide morir entre cacerolas, acotando que necesita para completar su ritual: cebollas, ají, y un puerro, como si quisiera cocinarse e inmolarse como martirio doméstico ¿Es intencional esta imagen? ¿De que va ese rito? ¿Puedes extenderte un poco en esto?
Efectivamente se inmola, pero sin promesa de paraíso. Es un abandono triste: lo doméstico representado no como sentido de hogar, sino como renuncia. Ella desiste de su salvajismo. Elige una muerte por reducción, como el caldito en el que ha de cocinarse.
Alguien podría catalogar esta novela como novela de iniciación, y hasta podría aventurar a decir que de doble iniciación siendo esta, luego de tu trabajo en la dramaturgia y en la poesía, tu primera novela publicada ¿Lo tomas como cierto?¿Cómo lo miras desde tu experiencia literaria?
Siempre una novela es de iniciación, porque cada texto necesita ser escrito por primera vez. Y toda la experiencia está ahí, pero la hacemos a un lado para que no estorbe, para que no haya dictadura dogmática. Llevo escribiendo muchos años, siempre fue mi actividad paralela. Y he aprendido del teatro, de la poesía pero también del rock, del exilio, de la vida ociosa en Madrid, de mis pecados y de los ajenos.
El resto acá: Texto
miércoles, mayo 16, 2007
Revista Plátano verde - Venezuela

Muerta de hambre
Fernanda García Lao
El Cuenco de plata
En pocas oportunidades ese atributo -casi cliché- del tono confesional en la narración femenina, ha conseguido registros de cinismo e incisión como en este diario subido de peso. Más que una novela este texto es la confesión monstruosa de una adolescente perdida en el laberinto de sus intestinos. El cuerpo como cárcel, y la obesidad, el exceso de la carne, la exploración del último contorno sebáceo como fórmula liberadora. Inicia con una frase de Witold Gombrowicz que más que epígrafe se hace lema de guerra para MaríaBernabéCastelar, la adolescente protagonista del libro y redactora del diario: "Yo no era nada, por lo tanto, podía permitírmelo todo". De esta forma el panorama propio de los catorce años acentúa la disonancia de un cuerpo –de mujer- que crece cambia y dicta sus propias reglas a contrapelo de las dietas, modas, y buenas costumbres. En este viaje endoscópico María Bernabé se transforma en un Josef K. de la paranoia nutricionista con excelente prosa y humor negro.
J. E. Parra
Fernanda García Lao
El Cuenco de plata
En pocas oportunidades ese atributo -casi cliché- del tono confesional en la narración femenina, ha conseguido registros de cinismo e incisión como en este diario subido de peso. Más que una novela este texto es la confesión monstruosa de una adolescente perdida en el laberinto de sus intestinos. El cuerpo como cárcel, y la obesidad, el exceso de la carne, la exploración del último contorno sebáceo como fórmula liberadora. Inicia con una frase de Witold Gombrowicz que más que epígrafe se hace lema de guerra para MaríaBernabéCastelar, la adolescente protagonista del libro y redactora del diario: "Yo no era nada, por lo tanto, podía permitírmelo todo". De esta forma el panorama propio de los catorce años acentúa la disonancia de un cuerpo –de mujer- que crece cambia y dicta sus propias reglas a contrapelo de las dietas, modas, y buenas costumbres. En este viaje endoscópico María Bernabé se transforma en un Josef K. de la paranoia nutricionista con excelente prosa y humor negro.
J. E. Parra
lunes, abril 09, 2007
Prensa Revista La mujer de mi vida

Año 4 - Número 40
Sumario
TUTI FRUTI
Una guía arbitraria de recomendaciones por el equipo de LMDMV y amigos invitados. Para leer, mirar, comer, elegir, escuchar y pensar nuevas categorías.
LIBROS QUE SÍ
Muerta de hambre, de Fernanda García Lao. Con un lenguaje sorprendente y una voz narrativa que atrapa y fascina, cada capítulo podría ser leído como un poema en prosa. Está tan bien escrito que da ganas de devorar el libro entero, o saborearlo lentamente, cada página como un caramelo duro.
Annakarin Thorburn
Sumario
TUTI FRUTI
Una guía arbitraria de recomendaciones por el equipo de LMDMV y amigos invitados. Para leer, mirar, comer, elegir, escuchar y pensar nuevas categorías.
LIBROS QUE SÍ
Muerta de hambre, de Fernanda García Lao. Con un lenguaje sorprendente y una voz narrativa que atrapa y fascina, cada capítulo podría ser leído como un poema en prosa. Está tan bien escrito que da ganas de devorar el libro entero, o saborearlo lentamente, cada página como un caramelo duro.
Annakarin Thorburn
Prensa Diario El Ciudadano
01/04/2006
Los recuerdos del monstruo
Diego Colomba
Como sugieren con malicia algunos manuales escolares, los textos literarios son aquellos en los que se ha escrito de más o de menos. Contraponiéndose a la cháchara literaria, los “textos instrumentales” serían los que se ajustan, o deben ajustarse, a los modos estereotipados de significar, para decir lo justo y necesario. Siguiendo estas razones muchos creen reconocer en los errores tipográficos las traviesas manifestaciones del fantasma literario que acecha juguetonamente el lenguaje.Muerta de hambre, la primera novela editada de Fernanda García Lao, adscribiría, desde el título mismo, al conjunto de textos que dicen de más, que se van de boca.Si la ecolalia infantil, la repetición fiel o variada de sílabas y sonidos, es el antecedente de la exploración del sin sentido (aunque en realidad, aunque mínimo, siempre lo hay: el niño dice que es alguien que habla), la hipérbole adolescente es la antecesora de ciertas formas de la producción literaria que actúa por desmesura.¿Qué sucede entonces cuando el hablante se niega a superar dialécticamente los extremos del no decir y el decir de más, y no los sintetiza en un tercer estadio: el de la adecuación propia del lenguaje de los adultos?María Bernabé Castelar, la adolescente protagonista de Muerta de hambre, se negará a la síntesis y revelará así sus trágicos efectos.Si, como señala Alonso Miranda, “morfológicamente, todo monstruo es, por definición, un exceso”, María Bernabé Castelar, personaje y narradora de estas memorias, es un monstruo. Que tal denominación la reciba de su padre, es sólo una comprobación. La carrera alocada que María ha emprendido tras la comida, con la que trata de hacer carne todo lo que se encuentra a su paso (alimentos, pensamientos, emociones), pone de manifiesto lo monstruoso por excelencia: el cuerpo. Aquello que la civilización disimula con vestimentas, perfumes y fragancias, toallitas femeninas y otros apósitos, se rebela en María: “Recuerdo mi cuerpo deformado, peleando su libertad contra la tela cuadriculada”. Pero el desacato sin pausa la lleva a sobrepasar los puntos de referencia habituales. Así, el cuerpo se vuelve informe, amorfo: “No soporto lo nítido de la existencia: mis rollos se confunden con el sillón donde estoy encajada”. Que no se trata meramente de ingerir sino de un proceso más largo lo señala la “estructura digestiva” con la que se organiza la primera parte de Muerta de hambre, denominada “Mi vida”. Ese tránsito hacia lo corpóreo es el camino que despliega la novela, que se presenta en parte como las memorias de una antropófaga: “He pedido carne. Me da miedo cuando pido carne, porque sé que después voy a decir sangrante”. Por esa razón no están involucradas cuestiones de paladar: el hambre de María Bernabé Castelar no discrimina, es un hambre de mundo: “Tengo la boca llena de hambre”, “Si uno es lo que come, yo soy todo lo que se pasea por la tierra. Vegetal y animal”. La exuberancia de la protagonista se tiñe de las formas de lo dionisíaco: “Existe una relación soez e inmunda entre la comida, el sexo y la muerte. Un bocado de carne es lo mismo que un beso”.Ahora bien, lo monstruoso siempre se revela en contexto, en relación con los otros. Las mellizas, perfectas como muñecas inertes, realzan por contraste –a primera vista– el exceso de la protagonista. Lejos de negar los conflictos, María se alimenta de la lucha “contra todos” consciente de que los otros son el infierno (“Sembré la inseguridad en el aula y fui aceptada”), aplica su mirada corrosiva hacia los poderes de turno (ricos, padre, madre, maestros, médicos) que se traduce en un humor ácido y despiadado. La institución psiquiátrica aparecerá finalmente para reconstituir el orden. Su misión será la de mantener estilos y géneros separados, identificables, inteligibles. Todo aquello que María Bernabé vino a desbaratar con su falta de fijeza, de límite: “Ahora soy el personaje de una novela femenina y mañana seré la víctima de mis propios besos dementes./ Mi vida salta de una página a otra, del estante de realismo al de terror, sin detenerse en la coherencia del género”.El mismo clima de incorrección que sabe elaborar la obra dispara algunas preguntas sobre la eficacia de los opúsculos agregados al final del texto, una vez concluidas las memorias. ¿Por qué no sostener la arbitrariedad de esa voz hasta el final? ¿En pos de qué verosímil se traen a colación las contradicciones planteadas (o potenciadas) por otras voces? Si es evidente, aun para el más distraído, que la obesidad es el contexto de la obra, no su tema, ¿para qué traer sus cifras?Se sugiere entonces, como lo hace el “Tablero de dirección” de Rayuela, una primera lectura hasta la página 180. Se recomienda asimismo sostener el profundo silencio que sobreviene luego, todo el tiempo que el terror que destila lo cotidiano, tras la lectura de Muerta de hambre, nos permita callar.
Los recuerdos del monstruo
Diego Colomba
Como sugieren con malicia algunos manuales escolares, los textos literarios son aquellos en los que se ha escrito de más o de menos. Contraponiéndose a la cháchara literaria, los “textos instrumentales” serían los que se ajustan, o deben ajustarse, a los modos estereotipados de significar, para decir lo justo y necesario. Siguiendo estas razones muchos creen reconocer en los errores tipográficos las traviesas manifestaciones del fantasma literario que acecha juguetonamente el lenguaje.Muerta de hambre, la primera novela editada de Fernanda García Lao, adscribiría, desde el título mismo, al conjunto de textos que dicen de más, que se van de boca.Si la ecolalia infantil, la repetición fiel o variada de sílabas y sonidos, es el antecedente de la exploración del sin sentido (aunque en realidad, aunque mínimo, siempre lo hay: el niño dice que es alguien que habla), la hipérbole adolescente es la antecesora de ciertas formas de la producción literaria que actúa por desmesura.¿Qué sucede entonces cuando el hablante se niega a superar dialécticamente los extremos del no decir y el decir de más, y no los sintetiza en un tercer estadio: el de la adecuación propia del lenguaje de los adultos?María Bernabé Castelar, la adolescente protagonista de Muerta de hambre, se negará a la síntesis y revelará así sus trágicos efectos.Si, como señala Alonso Miranda, “morfológicamente, todo monstruo es, por definición, un exceso”, María Bernabé Castelar, personaje y narradora de estas memorias, es un monstruo. Que tal denominación la reciba de su padre, es sólo una comprobación. La carrera alocada que María ha emprendido tras la comida, con la que trata de hacer carne todo lo que se encuentra a su paso (alimentos, pensamientos, emociones), pone de manifiesto lo monstruoso por excelencia: el cuerpo. Aquello que la civilización disimula con vestimentas, perfumes y fragancias, toallitas femeninas y otros apósitos, se rebela en María: “Recuerdo mi cuerpo deformado, peleando su libertad contra la tela cuadriculada”. Pero el desacato sin pausa la lleva a sobrepasar los puntos de referencia habituales. Así, el cuerpo se vuelve informe, amorfo: “No soporto lo nítido de la existencia: mis rollos se confunden con el sillón donde estoy encajada”. Que no se trata meramente de ingerir sino de un proceso más largo lo señala la “estructura digestiva” con la que se organiza la primera parte de Muerta de hambre, denominada “Mi vida”. Ese tránsito hacia lo corpóreo es el camino que despliega la novela, que se presenta en parte como las memorias de una antropófaga: “He pedido carne. Me da miedo cuando pido carne, porque sé que después voy a decir sangrante”. Por esa razón no están involucradas cuestiones de paladar: el hambre de María Bernabé Castelar no discrimina, es un hambre de mundo: “Tengo la boca llena de hambre”, “Si uno es lo que come, yo soy todo lo que se pasea por la tierra. Vegetal y animal”. La exuberancia de la protagonista se tiñe de las formas de lo dionisíaco: “Existe una relación soez e inmunda entre la comida, el sexo y la muerte. Un bocado de carne es lo mismo que un beso”.Ahora bien, lo monstruoso siempre se revela en contexto, en relación con los otros. Las mellizas, perfectas como muñecas inertes, realzan por contraste –a primera vista– el exceso de la protagonista. Lejos de negar los conflictos, María se alimenta de la lucha “contra todos” consciente de que los otros son el infierno (“Sembré la inseguridad en el aula y fui aceptada”), aplica su mirada corrosiva hacia los poderes de turno (ricos, padre, madre, maestros, médicos) que se traduce en un humor ácido y despiadado. La institución psiquiátrica aparecerá finalmente para reconstituir el orden. Su misión será la de mantener estilos y géneros separados, identificables, inteligibles. Todo aquello que María Bernabé vino a desbaratar con su falta de fijeza, de límite: “Ahora soy el personaje de una novela femenina y mañana seré la víctima de mis propios besos dementes./ Mi vida salta de una página a otra, del estante de realismo al de terror, sin detenerse en la coherencia del género”.El mismo clima de incorrección que sabe elaborar la obra dispara algunas preguntas sobre la eficacia de los opúsculos agregados al final del texto, una vez concluidas las memorias. ¿Por qué no sostener la arbitrariedad de esa voz hasta el final? ¿En pos de qué verosímil se traen a colación las contradicciones planteadas (o potenciadas) por otras voces? Si es evidente, aun para el más distraído, que la obesidad es el contexto de la obra, no su tema, ¿para qué traer sus cifras?Se sugiere entonces, como lo hace el “Tablero de dirección” de Rayuela, una primera lectura hasta la página 180. Se recomienda asimismo sostener el profundo silencio que sobreviene luego, todo el tiempo que el terror que destila lo cotidiano, tras la lectura de Muerta de hambre, nos permita callar.
PRENSA LA NACIÓN

12/04/2006
Risas para un tabú
Muerta de hambre de Fernanda García Lao
El cuenco de plata-224 páginas-($ 28)
Ganadora del primer premio de novela del Fondo Nacional de las Artes (2004), Muerta de hambre se instala en el cono de sombra provocado por uno de los tabúes centrales de todo el espectro social que va de la clase media a la alta: la gordura. Ante la negativa a llamar las cosas por su nombre instaurada por la mesura de lo políticamente correcto, el exceso de peso suele ser aludido, pero nunca nombrado. Así es como se recurre a los diminutivos (anchita, rellenita, redondita, etc.) u otros eufemismos para designar lo que dicho de manera franca sería considerado de mal gusto o, incluso, ofensivo. Así las cosas, Muerta de hambre, primera novela de Fernanda García Lao (Mendoza, 1966) ubica frente al lector a una protagonista que es gorda y se reconoce como tal, sin tapujos ni cortapisas. La lucidez de María Bernabé Castelar y la conciencia de su contextura y situación en ningún momento provocan, sin embargo, una revalorización de la gordura. Antes bien, María Bernabé hace suyo el discurso de las clases sociales que la rechazan ("Demasiado rica para la clase media, demasiado gorda para la clase alta") y lo exaspera hasta las últimas consecuencias para devolverles, amplificado, su propio prejuicio: "Cuando estalle quiero dejar sin aliento a la prensa. [...] Voy a obligar a esta ciudad a contemplar mi podredumbre [...]. No soy como aquel millonario que comía helado de limón en algún hotel de Miami. Yo soy un asco en serio". La aceptación de la distancia que media entre los modelos impuestos por su clase y ella misma no le provoca a María Bernabé satisfacción alguna. La mune, sin embargo, de la excusa necesaria para atrincherarse en la soledad de la diferencia: "Todos pertenecían a algún grupo nominable. Se reconocían entre ellos. Se mezclaban y reproducían. [...] Sólo yo era individual. [...] Me di cuenta de que el mundo estaba hecho para parejas. Todo venía de a dos. Adán y Eva. Dios y Diablo. Laurel y Hardy". Sus 120 kilos la vuelven "rara", pero María Bernabé llevará su diferencia más allá de los planos de la estética y la salud para convertirla en un sistema interpretativo de la realidad. Para ella, todo será comprensible a partir del mecanismo de la alimentación. Así, por ejemplo, apunta que sus ideas más idiotas se comen a las más inteligentes, de manera que "me lleno de pequeñas ideas sin peligro que repito hasta el hartazgo". Muerta de hambre consta de una parte principal, "Mi vida" -a ella se suman dos breves apartados: "Mi obra" y "Anexos"-, organizada de acuerdo con los pasos de cualquier ritual de deglución. De esta manera, el primer capítulo se titula "Cerca del plato" y el último, "Recta final". "Mi vida" no es otra cosa que una autobiografía de María Bernabé, escrita desde la desconfianza absoluta: "Hasta hace unos meses había creído en mis recuerdos más nítidos y dudaba de otros, por nebulosos o generales. Ahora, dudo de todo", aclara en la "Advertencia sobre mi vida". En esta primera parte, la protagonista narra la infidelidad mutua de sus padres, el alcoholismo de su madre, el odio mezclado de envidia que le causan las twins (vecinas e hijas de la amante norteamericana de su padre), las escatológicas estrategias que instrumenta para ahuyentar a Escobedo (su nutricionista) y, sobre todo, su amor "rapaz, novelero e imposible" por Emilio. María Bernabé conoce a Emilio la primera vez que se escapa de su casa. El, con su moto averiada, hace dedo al borde del camino. Ella lo ve desde la cabina del camión repartidor de leche que hábilmente ha sustraído para la huida y el flechazo es instantáneo. La historia de amor comienza, repartiendo contrapuntísticos momentos de delicadeza y distensión en el marco de lo que no es sino la despiadada (pero divertidísima) narración de los odios de la protagonista. Muerta de hambre no hace sino evidenciar que son los desbordes en general, los estados extremos, lo que las capas sociales intermedias no pueden tolerar. La novela no hace concesiones. No tiene piedad con nadie y no la pide tampoco del lector. Porque no la necesita.
Ganadora del primer premio de novela del Fondo Nacional de las Artes (2004), Muerta de hambre se instala en el cono de sombra provocado por uno de los tabúes centrales de todo el espectro social que va de la clase media a la alta: la gordura. Ante la negativa a llamar las cosas por su nombre instaurada por la mesura de lo políticamente correcto, el exceso de peso suele ser aludido, pero nunca nombrado. Así es como se recurre a los diminutivos (anchita, rellenita, redondita, etc.) u otros eufemismos para designar lo que dicho de manera franca sería considerado de mal gusto o, incluso, ofensivo. Así las cosas, Muerta de hambre, primera novela de Fernanda García Lao (Mendoza, 1966) ubica frente al lector a una protagonista que es gorda y se reconoce como tal, sin tapujos ni cortapisas. La lucidez de María Bernabé Castelar y la conciencia de su contextura y situación en ningún momento provocan, sin embargo, una revalorización de la gordura. Antes bien, María Bernabé hace suyo el discurso de las clases sociales que la rechazan ("Demasiado rica para la clase media, demasiado gorda para la clase alta") y lo exaspera hasta las últimas consecuencias para devolverles, amplificado, su propio prejuicio: "Cuando estalle quiero dejar sin aliento a la prensa. [...] Voy a obligar a esta ciudad a contemplar mi podredumbre [...]. No soy como aquel millonario que comía helado de limón en algún hotel de Miami. Yo soy un asco en serio". La aceptación de la distancia que media entre los modelos impuestos por su clase y ella misma no le provoca a María Bernabé satisfacción alguna. La mune, sin embargo, de la excusa necesaria para atrincherarse en la soledad de la diferencia: "Todos pertenecían a algún grupo nominable. Se reconocían entre ellos. Se mezclaban y reproducían. [...] Sólo yo era individual. [...] Me di cuenta de que el mundo estaba hecho para parejas. Todo venía de a dos. Adán y Eva. Dios y Diablo. Laurel y Hardy". Sus 120 kilos la vuelven "rara", pero María Bernabé llevará su diferencia más allá de los planos de la estética y la salud para convertirla en un sistema interpretativo de la realidad. Para ella, todo será comprensible a partir del mecanismo de la alimentación. Así, por ejemplo, apunta que sus ideas más idiotas se comen a las más inteligentes, de manera que "me lleno de pequeñas ideas sin peligro que repito hasta el hartazgo". Muerta de hambre consta de una parte principal, "Mi vida" -a ella se suman dos breves apartados: "Mi obra" y "Anexos"-, organizada de acuerdo con los pasos de cualquier ritual de deglución. De esta manera, el primer capítulo se titula "Cerca del plato" y el último, "Recta final". "Mi vida" no es otra cosa que una autobiografía de María Bernabé, escrita desde la desconfianza absoluta: "Hasta hace unos meses había creído en mis recuerdos más nítidos y dudaba de otros, por nebulosos o generales. Ahora, dudo de todo", aclara en la "Advertencia sobre mi vida". En esta primera parte, la protagonista narra la infidelidad mutua de sus padres, el alcoholismo de su madre, el odio mezclado de envidia que le causan las twins (vecinas e hijas de la amante norteamericana de su padre), las escatológicas estrategias que instrumenta para ahuyentar a Escobedo (su nutricionista) y, sobre todo, su amor "rapaz, novelero e imposible" por Emilio. María Bernabé conoce a Emilio la primera vez que se escapa de su casa. El, con su moto averiada, hace dedo al borde del camino. Ella lo ve desde la cabina del camión repartidor de leche que hábilmente ha sustraído para la huida y el flechazo es instantáneo. La historia de amor comienza, repartiendo contrapuntísticos momentos de delicadeza y distensión en el marco de lo que no es sino la despiadada (pero divertidísima) narración de los odios de la protagonista. Muerta de hambre no hace sino evidenciar que son los desbordes en general, los estados extremos, lo que las capas sociales intermedias no pueden tolerar. La novela no hace concesiones. No tiene piedad con nadie y no la pide tampoco del lector. Porque no la necesita.
Ana Ojeda Bär
Prensa. Diario La Capital
Cadáveres exquisitos
Carlos Bernatek
Si tuviéramos que buscar un antecedente para esta opera prima de Fernanda García Lao, novela ganadora del primer premio del Régimen de Fomento del Fondo Nacional de las Artes 2004, quizá pudiéramos remitirnos a un libro de 1997 titulado "Chanchadas", también en su caso primera novela de la francesa Marie Darrieussecq, que obtuviera amplia repercusión en su momento, particularmente en su país."Chanchadas" trataba de una empleada de una casa de masajes que progresivamente se va convirtiendo en cerdo. Cierta crítica (intencionada) entrevió en esa obra una versión de "La metamorfosis" de Franz Kafka, aggiornada. El texto no eludía la trajinada metáfora sobre la condición del cuerpo femenino, la exclusión o aceptación por la respuesta a un modelo estético, la anorexia y otras ramificaciones finiseculares. Quizá sobredimensionando la propuesta de la autora, ese tipo de críticas excedieron la intencionalidad de la novela.María Bernabé Castelar, la protagonista de García Lao, lejos de toda metáfora, es una devoradora incontenible metida en una familia trastornada hasta el delirio. Pero esta historia tiene una única empatía con "Chanchadas", y es el uso de la primera persona. Despojada del trascendentalismo de esa novela francesa, "Muerta de hambre" encara el tema por el mejor sitio posible: el de la ironía y el sarcasmo. La obesidad para la protagonista resulta su modo de aprehensión del mundo circundante, y por la boca fagocita hasta el texto que produce la misma Bernabé, como cajas chinas, ya que el libro se estructura en tres secciones: "Mi vida", "Mi obra" y "Anexos", una autobiografía a modo de diario.La niña crece con el fluir del texto y la ansiedad de su apetito; la familia que la rodea se reprocesa a sí misma como la misma fruición gástrica. Pero el humor irónico de García Lao, con su peculiar uso del lenguaje salpicado de sarcasmos que van de lo coloquial a la especulación filosófica, sostiene un ritmo farsesco en un registro deliberadamente arcaizante.Ese humor pendulante de tragicomedia no omite la profundidad del tema ("Existe una relación soez e inmunda entre la comida, el sexo y la muerte -se lee-. Un bocado de carne es lo mismo que un beso. La muerte tiene derecho a aniquilarte porque cada comida es el resultado de un apareamiento y de una víctima. Estamos hechos de cadáveres"). Cuando el crescendo argumental parece amesetarse y derivar hacia el non sense, surge la destreza de la autora para borronear el realismo, para insertar lo onírico, ciertas voces externas y un breve epistolario en un nuevo giro que recuerda a Manuel Puig, y que remata la historia atinadamente.Dramaturga, actriz, cantante, García Lao, que ya obtuviera reconocimiento con anteriores textos narrativos inéditos, produce una auspiciosa estética literaria subrayando su originalidad en el tratamiento del humor y en el cuidado del lenguaje.
Carlos Bernatek
Si tuviéramos que buscar un antecedente para esta opera prima de Fernanda García Lao, novela ganadora del primer premio del Régimen de Fomento del Fondo Nacional de las Artes 2004, quizá pudiéramos remitirnos a un libro de 1997 titulado "Chanchadas", también en su caso primera novela de la francesa Marie Darrieussecq, que obtuviera amplia repercusión en su momento, particularmente en su país."Chanchadas" trataba de una empleada de una casa de masajes que progresivamente se va convirtiendo en cerdo. Cierta crítica (intencionada) entrevió en esa obra una versión de "La metamorfosis" de Franz Kafka, aggiornada. El texto no eludía la trajinada metáfora sobre la condición del cuerpo femenino, la exclusión o aceptación por la respuesta a un modelo estético, la anorexia y otras ramificaciones finiseculares. Quizá sobredimensionando la propuesta de la autora, ese tipo de críticas excedieron la intencionalidad de la novela.María Bernabé Castelar, la protagonista de García Lao, lejos de toda metáfora, es una devoradora incontenible metida en una familia trastornada hasta el delirio. Pero esta historia tiene una única empatía con "Chanchadas", y es el uso de la primera persona. Despojada del trascendentalismo de esa novela francesa, "Muerta de hambre" encara el tema por el mejor sitio posible: el de la ironía y el sarcasmo. La obesidad para la protagonista resulta su modo de aprehensión del mundo circundante, y por la boca fagocita hasta el texto que produce la misma Bernabé, como cajas chinas, ya que el libro se estructura en tres secciones: "Mi vida", "Mi obra" y "Anexos", una autobiografía a modo de diario.La niña crece con el fluir del texto y la ansiedad de su apetito; la familia que la rodea se reprocesa a sí misma como la misma fruición gástrica. Pero el humor irónico de García Lao, con su peculiar uso del lenguaje salpicado de sarcasmos que van de lo coloquial a la especulación filosófica, sostiene un ritmo farsesco en un registro deliberadamente arcaizante.Ese humor pendulante de tragicomedia no omite la profundidad del tema ("Existe una relación soez e inmunda entre la comida, el sexo y la muerte -se lee-. Un bocado de carne es lo mismo que un beso. La muerte tiene derecho a aniquilarte porque cada comida es el resultado de un apareamiento y de una víctima. Estamos hechos de cadáveres"). Cuando el crescendo argumental parece amesetarse y derivar hacia el non sense, surge la destreza de la autora para borronear el realismo, para insertar lo onírico, ciertas voces externas y un breve epistolario en un nuevo giro que recuerda a Manuel Puig, y que remata la historia atinadamente.Dramaturga, actriz, cantante, García Lao, que ya obtuviera reconocimiento con anteriores textos narrativos inéditos, produce una auspiciosa estética literaria subrayando su originalidad en el tratamiento del humor y en el cuidado del lenguaje.
Prensa Página 12
Artistas del hambre
Devórame otra vez
La novela gastronómica de García Lao engulle lugares comunes con su humor cítrico y deja un buen sabor de boca.Por Juan Pablo Bertazza
Muerta de hambre
Fernanda García Lao
El cuenco de plata
217 páginas
En su libro Kafka. Por una literatura menor, el dúo dinámico Deleuze-Guattari encontraba una fuerte oposición entre comer y hablar, ya que la boca estaba por naturaleza consagrada a masticar los alimentos. Y como para ellos escribir era ayunar, entendían que Kafka era el verdadero artista del hambre porque, obsesionado por la comida, “no podía sino escribir bajo la custodia de los carniceros que terminarían devorando su carne cruda”.Como contraejemplo de aquella idea parece funcionar la protagonista de Muerta de hambre. María Bernabé Castelar, quien parece sacada más bien de una pintura de Fernando Botero que de Rubens, es una adolescente tardía a quien la vida la hizo dura o, más precisamente, gruesa. Y está encerrada en el vicioso círculo de su triángulo existencialista: vive para comer, come para escribir y escribe para vivir. Con un pesado diagnóstico a cuestas (“personalidad estomacal con tendencias orales desgarradoras”), este obeso personaje trata de abrirse camino en un mundo que no está hecho para gordos. Y es que tanto su manera de percibir la realidad como las relaciones que entabla con sus pares están mediadas por parámetros gastronómicos. Así, por ejemplo, para sacar un determinado cálculo temporal dice: “La señora que me ayudaba se fue hace miles de postres”. También sus escasos vínculos amorosos y de parentesco estarán imbuidos de esa metáfora que abarca toda la novela: el vampirismo. Cada personaje tiene el objetivo de devorar a sus contrincantes.Muerta de hambre, que encuentra en el terreno gastronómico un símbolo fértil de temas tan hetereogéneos como las luchas sociales, el erotismo, la locura y la muerte, está tramada como una novela digestiva que comienza, como el instante en que el bocado está frente a nosotros, cuando Bernabé se presenta como la narradora exclusiva de sus peripecias, y culmina con una suerte de evacuación en la que se amalgaman, con el jugo gástrico de la ironía, una ensalada de apéndices en la que casi todos los personajes toman voz para decirnos que “no es conveniente creer toda la mierda enunciada por Bernabé”.Si aceptamos que el cuerpo es discurso y, por lo tanto, es político, hay en la obesidad un gesto ideológico extremo en tanto el cuerpo obeso es un arma. Bernabé así lo usa para aplastar a sus vecinas gemelas y yanquis a las que detesta, aunque, al igual que Sylvia Plath, va a tener un final tan trágico como romántico-doméstico. Es que puede pensarse que en la tendencia por engordar hay tanto una pulsión de vida –que es la búsqueda de unión con la naturaleza– como una pulsión de muerte: la explosión, objetivo que perseguirá la protagonista en sus peores momentos.Con un manejo del humor a veces delicioso, la novela recuerda a banquetes como el de la película The Meaning of Life de los Monty Python, precisamente a la escena en que el señor Creonte, un huraño peso pesado, luego de engullirse cada uno de los platos ofrecidos en un restaurante y al agregar al menú un chocolatito de menta delgado como una hostia, finalmente revienta, literalmente hablando, hasta desnudar sus tripas. Muerta de hambre ofrece por debajo de la mesa un condimento a nuestra literatura, tal vez gracias a la multifacética y fresca experiencia de la autora como bailarina, dramaturga y actriz. La pluma de Fernanda García Lao, autora de la exitosa obra La amante de Baudelaire (vestida de terciopelo), tiene forma de tenedor y un contenido tan filoso como el de un cuchillo parrillero. La mesa está servida. Bon appétit!
Juan Pablo Bertazza
Devórame otra vez
La novela gastronómica de García Lao engulle lugares comunes con su humor cítrico y deja un buen sabor de boca.Por Juan Pablo Bertazza
Muerta de hambre
Fernanda García Lao
El cuenco de plata
217 páginas
En su libro Kafka. Por una literatura menor, el dúo dinámico Deleuze-Guattari encontraba una fuerte oposición entre comer y hablar, ya que la boca estaba por naturaleza consagrada a masticar los alimentos. Y como para ellos escribir era ayunar, entendían que Kafka era el verdadero artista del hambre porque, obsesionado por la comida, “no podía sino escribir bajo la custodia de los carniceros que terminarían devorando su carne cruda”.Como contraejemplo de aquella idea parece funcionar la protagonista de Muerta de hambre. María Bernabé Castelar, quien parece sacada más bien de una pintura de Fernando Botero que de Rubens, es una adolescente tardía a quien la vida la hizo dura o, más precisamente, gruesa. Y está encerrada en el vicioso círculo de su triángulo existencialista: vive para comer, come para escribir y escribe para vivir. Con un pesado diagnóstico a cuestas (“personalidad estomacal con tendencias orales desgarradoras”), este obeso personaje trata de abrirse camino en un mundo que no está hecho para gordos. Y es que tanto su manera de percibir la realidad como las relaciones que entabla con sus pares están mediadas por parámetros gastronómicos. Así, por ejemplo, para sacar un determinado cálculo temporal dice: “La señora que me ayudaba se fue hace miles de postres”. También sus escasos vínculos amorosos y de parentesco estarán imbuidos de esa metáfora que abarca toda la novela: el vampirismo. Cada personaje tiene el objetivo de devorar a sus contrincantes.Muerta de hambre, que encuentra en el terreno gastronómico un símbolo fértil de temas tan hetereogéneos como las luchas sociales, el erotismo, la locura y la muerte, está tramada como una novela digestiva que comienza, como el instante en que el bocado está frente a nosotros, cuando Bernabé se presenta como la narradora exclusiva de sus peripecias, y culmina con una suerte de evacuación en la que se amalgaman, con el jugo gástrico de la ironía, una ensalada de apéndices en la que casi todos los personajes toman voz para decirnos que “no es conveniente creer toda la mierda enunciada por Bernabé”.Si aceptamos que el cuerpo es discurso y, por lo tanto, es político, hay en la obesidad un gesto ideológico extremo en tanto el cuerpo obeso es un arma. Bernabé así lo usa para aplastar a sus vecinas gemelas y yanquis a las que detesta, aunque, al igual que Sylvia Plath, va a tener un final tan trágico como romántico-doméstico. Es que puede pensarse que en la tendencia por engordar hay tanto una pulsión de vida –que es la búsqueda de unión con la naturaleza– como una pulsión de muerte: la explosión, objetivo que perseguirá la protagonista en sus peores momentos.Con un manejo del humor a veces delicioso, la novela recuerda a banquetes como el de la película The Meaning of Life de los Monty Python, precisamente a la escena en que el señor Creonte, un huraño peso pesado, luego de engullirse cada uno de los platos ofrecidos en un restaurante y al agregar al menú un chocolatito de menta delgado como una hostia, finalmente revienta, literalmente hablando, hasta desnudar sus tripas. Muerta de hambre ofrece por debajo de la mesa un condimento a nuestra literatura, tal vez gracias a la multifacética y fresca experiencia de la autora como bailarina, dramaturga y actriz. La pluma de Fernanda García Lao, autora de la exitosa obra La amante de Baudelaire (vestida de terciopelo), tiene forma de tenedor y un contenido tan filoso como el de un cuchillo parrillero. La mesa está servida. Bon appétit!
Juan Pablo Bertazza
PRENSA LAS12

PAGINA12
Las/12
Viernes, 23 de Diciembre de 2005
entrevista a fernanda garcia lao
EL HAMBRE INSACIABLE
La actriz y dramaturga Fernanda García Lao acaba de publicar Muerta de hambre, una novela protagonizada por un personaje nada habitual: una mujer gorda que se las ingenia para convertir en rebeldía su compulsión gastronómica. Un diálogo ideal para conjurar la culpa de las comilonas de estos días.
Por Moira Soto
Hay un toque ligeramente teatral en su vestuario que combina el brillo y lo deportivo, en su risa fuerte y fácil, incluso en su acento madrileño con las zetas bien colocadas. Es natural que Fernanda García Lao tenga esos artificios (en su segunda acepción: predominio de la elaboración artística) porque lo suyo es la escena, la puesta en escena, la escritura y la interpretación de obras de teatro. Experiencias que aplica con muy buena estrella a la literatura de ficción que viene escribiendo desde hace más de una década, sin publicar hasta este año. Lo que sí ha estrenado y en algunos casos publicado son valiosas piezas teatrales como El sol en la cara (1999) en el IFT, La mirada horrible (2000) en Espacio Callejón, Soy el amo (2002) en el Sportivo Teatral, La amante de Baudelaire (2004 y 2005) en NoAvestruz y Abasto Social Club, Desde el acantilado (2005), Premio Cumbre de las Américas, en NoAvestruz.
A los 39, avalada por el Premio del Fondo Nacional de las Artes y editada por Cuenco de Plata, Fernanda García Lao presenta radiante su novela Muerta de hambre, arrolladora parábola de una chica malquerida, famélica en más de un sentido, sediciosa que avanza sobre la comida, sobre sus presuntos enemigos, pisoteando reglas con encarnizamiento. Una desobediente que clama en el desierto y no es escuchada, cuya historia comienza en el capítulo “Cerca del plato” y concluye en la “Recta final” (seguida de los “Anexos”), no sin antes pasar por “Tenedor en mano”, “Boca abierta”, “Arrancar con los dientes”...
“Tengo la boca llena de hambre”, declara MaríaBernabéCastelar (así, de un tirón) en los primeros tramos. “Sin embargo mi cuerpo está demasiado pesado para seguir engullendo. He aumentado varios kilos en los últimos días. No soporto lo nítido de la existencia: mis rollos se confunden con el sillón donde estoy encajada.” Gorda que se regodea en su gordura insurrecta, que se siente más indulgente con el estómago abarrotado, Bernabé apenas le abre la puerta al chico de la parrilla para no ver sus ojos escandalizados. “Mi padre alabó mis modales en la mesa”, se solaza. “Dijo que tenía el porte de una duquesa y el hambre de un jabalí.” Por un momento fugaz y esplendoroso, Bernabé cree haber encontrado el amor en Emilio, a quien acaricia delicadamente cuando duerme en el sillón, y sigue adelante: “Puse una mano en el frasco de caramelos y la otra en el calzoncillo de Emiliano. Los caramelos se derretían y él se iba poniendo frutal. Después cambié de mano sin darme cuenta y me quedé pegada a su delicia. Chorreaba caramelo y ese goteo furioso me llevó al delirio. Cuando se despertó tape su boca con mi lengua azucarada y amarilla, sabor lima limón. Lo besé con deleite y alevosía”. ¿Fue un espejismo ese tipo que le dijo “No hagas dieta. Tu cuerpo es un parque de diversiones”? Quizá sí, quizá no, pero lo cierto es desde aquel día, cada vez que muerde una fruta, Bernabé se acuerda de la carne de Emilio. Más aún, se da cuenta deque “un bocado de carne es lo mismo que un beso”. Y extraña “la persona que fui cuando estuve a tu lado. Me extraño más a mí que a ti...”
La ley del exilio
Por una cuestión de integridad moral su padre Ambrosio García Lao, prestigioso periodista y docente de Mendoza que se negó al pedido de los militares de marcar la ideología de varios colegas, la familia de Fernanda en pleno partió repentinamente, de la noche a la mañana, hacia Madrid, en 1976. “Mi manera de ser, mi personalidad tiene mucho que ver con el exilio”, dice la escritora, dramaturga, actriz, directora y también entrenadora de acento de actores argentinos cuando vienen a filmar aquí producciones españolas (la última, Torrente, de Santiago Segura). “Mi palabra tomó mucha importancia para mí al tener que deshacerme prácticamente de todo, desde chica fui cultora del monólogo. Siempre había un cupo limitado de cosas para llevar, todo parecía muy móvil.”
Fernanda García Lao vivió en Mendoza hasta el filo de los diez, que cumplió en el vuelo a España. A los dos, tres años, cuando aún no sabía escribir, le encantaba trazar garabatos, “como una farsa de escritura en los libros de mi padre. Yo quería estar ahí porque me daba cuenta de que lo importante para él en la casa era su escritorio, su biblioteca. Entonces yo escribía, por ejemplo, en un ejemplar del Quijote, en la parte del prólogo, donde había espacios en blanco. Y firmaba Fernanda, que era lo único que había aprendido a escribir de verdad. Pero mi padre me explicó: ‘No, m’ijita, la literatura es sagrada, si usted quiere escribir, hágalo en hojas en blanco’. Para mí no tenía el menor valor esa propuesta, yo ya quería estar impresa... (risas), sorteando el conocimiento de las vocales, las consonantes, la gramática...”
El padre tenía una biblioteca de clásicos del Siglo de Oro español, de novelas de aventuras (“las primeras que nos pasó para leer a sus hijas fueron las de Julio Verne. Muy masculino su discurso”), bastantes textos de filosofía, enciclopedias. Por el lado de la madre, también escritora, María del Amor González, aparecía el teatro: Chejov, Ibsen, Sartre, Beckett (“después llegué sola a Gombrowicz y se lo brindé a mi madre, cuando mi padre ya había muerto en España”). Muchos de esos libros viajaron en barco, regresaron, volvieron a irse y retornaron.
“En Madrid llevaba una vida muy madrileña, allá todo sucede en la calle. Si bien estudié piano y ballet clásico durante varios años, también periodismo, lo mío siempre pasó por el teatro. No sé si era tan buena actriz como improvisadora. Volvimos cuando yo tenía 20.”
¿Qué fue lo que decidió ese primer regreso?
–En España murió mi padre en un accidente. Volvimos sorpresivamente, primero a Mendoza. En realidad, yo no quería regresar, pero mi madre, que es española, decidió casi de un día para el otro repatriarnos a nosotras, sus tres hijas. Mi hermana Verónica, la mayor, nunca se sintió cómoda allá. Pero la más chica, Gabriela, y yo éramos típicas adolescentes en Madrid: no teníamos amigos argentinos, no tomábamos mate ni escuchábamos tango, nada. Y de pronto aparecimos aquí.
¿A disgusto total?
–Sí, los tres años siguientes estuve deseando estar allá. Y luego me fui a Madrid con Gabriela y nos quedamos unos años. Cuando llegué a Buenos Aires descubrí mi otra mitad que había estado callada. Es más, mientras vivía en España me hacía llamar de otra forma, característico de una errante. Cuando regresé acá a los 20 recuperé mi nombre y caí en la escuela de Norman Briski, en Calibán, donde él salvajemente te agarraba de los pelos y te dejaba en pelotas, literalmente, delante de toda la clase. La primera vez que me vio me dijo que no podía ser actriz porque ya era un personaje. “Para ser actor, tenés que ser un papel en blanco.” Le respondí que él no me podía decir eso, porque era un típico intelectualoide de anteojos, jeans y conceptos psicológicos, bla, bla, bla. A pesar de todo fui admitida y empecé a trabajar en primera persona, lo que me resultó muy interesante creativamente hablando. De Briski aprendí a valorar mi desmesura como él valoraba la suya, y a no dejarme pisar, porque nunca fui un juguete de sus caprichos, como algunos de sus alumnos... Además, me quedé embarazada.
Llegamos a una parte importante de la vida viviente...
–(Risas.) Claro, tuve esa primera hija a los 21. Fue muy gratificante ser madre. Primero, estar habitada por otro, situación que me puso en segundo plano. Después porque no sólo empecé a gestar, a parir físicamente a mi hija, sino también palabras, ideas que estaban dando vuelta sin encontrar la forma.
¿Al revés de lo que se suele afirmar acerca de que la creatividad propia del embarazo excluye otras formas de producción?
–Sí, todo lo contrario. Creo que me sentí bastante Dios, pensé que Dios era una mujer de acá a la China... Yo estaba en rebeldía contra el mundo y el embarazo no es que me volvió dócil, pero me dio otro motivo aparte de mí para luchar.
Respecto de España, ¿cuál fue la mayor diversidad que encontraste aquí?
–Advertí que la Argentina era un país muy machista, cosa que me sorprendió mucho porque no estaba al tanto, nadie me había avisado... (risas) En Madrid, a fines de los ‘80 hablar de ciertos derechos ya era una obviedad. Se habían ido incorporando desde el destape de los ‘70.
Las/12
Viernes, 23 de Diciembre de 2005
entrevista a fernanda garcia lao
EL HAMBRE INSACIABLE
La actriz y dramaturga Fernanda García Lao acaba de publicar Muerta de hambre, una novela protagonizada por un personaje nada habitual: una mujer gorda que se las ingenia para convertir en rebeldía su compulsión gastronómica. Un diálogo ideal para conjurar la culpa de las comilonas de estos días.
Por Moira Soto
Hay un toque ligeramente teatral en su vestuario que combina el brillo y lo deportivo, en su risa fuerte y fácil, incluso en su acento madrileño con las zetas bien colocadas. Es natural que Fernanda García Lao tenga esos artificios (en su segunda acepción: predominio de la elaboración artística) porque lo suyo es la escena, la puesta en escena, la escritura y la interpretación de obras de teatro. Experiencias que aplica con muy buena estrella a la literatura de ficción que viene escribiendo desde hace más de una década, sin publicar hasta este año. Lo que sí ha estrenado y en algunos casos publicado son valiosas piezas teatrales como El sol en la cara (1999) en el IFT, La mirada horrible (2000) en Espacio Callejón, Soy el amo (2002) en el Sportivo Teatral, La amante de Baudelaire (2004 y 2005) en NoAvestruz y Abasto Social Club, Desde el acantilado (2005), Premio Cumbre de las Américas, en NoAvestruz.
A los 39, avalada por el Premio del Fondo Nacional de las Artes y editada por Cuenco de Plata, Fernanda García Lao presenta radiante su novela Muerta de hambre, arrolladora parábola de una chica malquerida, famélica en más de un sentido, sediciosa que avanza sobre la comida, sobre sus presuntos enemigos, pisoteando reglas con encarnizamiento. Una desobediente que clama en el desierto y no es escuchada, cuya historia comienza en el capítulo “Cerca del plato” y concluye en la “Recta final” (seguida de los “Anexos”), no sin antes pasar por “Tenedor en mano”, “Boca abierta”, “Arrancar con los dientes”...
“Tengo la boca llena de hambre”, declara MaríaBernabéCastelar (así, de un tirón) en los primeros tramos. “Sin embargo mi cuerpo está demasiado pesado para seguir engullendo. He aumentado varios kilos en los últimos días. No soporto lo nítido de la existencia: mis rollos se confunden con el sillón donde estoy encajada.” Gorda que se regodea en su gordura insurrecta, que se siente más indulgente con el estómago abarrotado, Bernabé apenas le abre la puerta al chico de la parrilla para no ver sus ojos escandalizados. “Mi padre alabó mis modales en la mesa”, se solaza. “Dijo que tenía el porte de una duquesa y el hambre de un jabalí.” Por un momento fugaz y esplendoroso, Bernabé cree haber encontrado el amor en Emilio, a quien acaricia delicadamente cuando duerme en el sillón, y sigue adelante: “Puse una mano en el frasco de caramelos y la otra en el calzoncillo de Emiliano. Los caramelos se derretían y él se iba poniendo frutal. Después cambié de mano sin darme cuenta y me quedé pegada a su delicia. Chorreaba caramelo y ese goteo furioso me llevó al delirio. Cuando se despertó tape su boca con mi lengua azucarada y amarilla, sabor lima limón. Lo besé con deleite y alevosía”. ¿Fue un espejismo ese tipo que le dijo “No hagas dieta. Tu cuerpo es un parque de diversiones”? Quizá sí, quizá no, pero lo cierto es desde aquel día, cada vez que muerde una fruta, Bernabé se acuerda de la carne de Emilio. Más aún, se da cuenta deque “un bocado de carne es lo mismo que un beso”. Y extraña “la persona que fui cuando estuve a tu lado. Me extraño más a mí que a ti...”
La ley del exilio
Por una cuestión de integridad moral su padre Ambrosio García Lao, prestigioso periodista y docente de Mendoza que se negó al pedido de los militares de marcar la ideología de varios colegas, la familia de Fernanda en pleno partió repentinamente, de la noche a la mañana, hacia Madrid, en 1976. “Mi manera de ser, mi personalidad tiene mucho que ver con el exilio”, dice la escritora, dramaturga, actriz, directora y también entrenadora de acento de actores argentinos cuando vienen a filmar aquí producciones españolas (la última, Torrente, de Santiago Segura). “Mi palabra tomó mucha importancia para mí al tener que deshacerme prácticamente de todo, desde chica fui cultora del monólogo. Siempre había un cupo limitado de cosas para llevar, todo parecía muy móvil.”
Fernanda García Lao vivió en Mendoza hasta el filo de los diez, que cumplió en el vuelo a España. A los dos, tres años, cuando aún no sabía escribir, le encantaba trazar garabatos, “como una farsa de escritura en los libros de mi padre. Yo quería estar ahí porque me daba cuenta de que lo importante para él en la casa era su escritorio, su biblioteca. Entonces yo escribía, por ejemplo, en un ejemplar del Quijote, en la parte del prólogo, donde había espacios en blanco. Y firmaba Fernanda, que era lo único que había aprendido a escribir de verdad. Pero mi padre me explicó: ‘No, m’ijita, la literatura es sagrada, si usted quiere escribir, hágalo en hojas en blanco’. Para mí no tenía el menor valor esa propuesta, yo ya quería estar impresa... (risas), sorteando el conocimiento de las vocales, las consonantes, la gramática...”
El padre tenía una biblioteca de clásicos del Siglo de Oro español, de novelas de aventuras (“las primeras que nos pasó para leer a sus hijas fueron las de Julio Verne. Muy masculino su discurso”), bastantes textos de filosofía, enciclopedias. Por el lado de la madre, también escritora, María del Amor González, aparecía el teatro: Chejov, Ibsen, Sartre, Beckett (“después llegué sola a Gombrowicz y se lo brindé a mi madre, cuando mi padre ya había muerto en España”). Muchos de esos libros viajaron en barco, regresaron, volvieron a irse y retornaron.
“En Madrid llevaba una vida muy madrileña, allá todo sucede en la calle. Si bien estudié piano y ballet clásico durante varios años, también periodismo, lo mío siempre pasó por el teatro. No sé si era tan buena actriz como improvisadora. Volvimos cuando yo tenía 20.”
¿Qué fue lo que decidió ese primer regreso?
–En España murió mi padre en un accidente. Volvimos sorpresivamente, primero a Mendoza. En realidad, yo no quería regresar, pero mi madre, que es española, decidió casi de un día para el otro repatriarnos a nosotras, sus tres hijas. Mi hermana Verónica, la mayor, nunca se sintió cómoda allá. Pero la más chica, Gabriela, y yo éramos típicas adolescentes en Madrid: no teníamos amigos argentinos, no tomábamos mate ni escuchábamos tango, nada. Y de pronto aparecimos aquí.
¿A disgusto total?
–Sí, los tres años siguientes estuve deseando estar allá. Y luego me fui a Madrid con Gabriela y nos quedamos unos años. Cuando llegué a Buenos Aires descubrí mi otra mitad que había estado callada. Es más, mientras vivía en España me hacía llamar de otra forma, característico de una errante. Cuando regresé acá a los 20 recuperé mi nombre y caí en la escuela de Norman Briski, en Calibán, donde él salvajemente te agarraba de los pelos y te dejaba en pelotas, literalmente, delante de toda la clase. La primera vez que me vio me dijo que no podía ser actriz porque ya era un personaje. “Para ser actor, tenés que ser un papel en blanco.” Le respondí que él no me podía decir eso, porque era un típico intelectualoide de anteojos, jeans y conceptos psicológicos, bla, bla, bla. A pesar de todo fui admitida y empecé a trabajar en primera persona, lo que me resultó muy interesante creativamente hablando. De Briski aprendí a valorar mi desmesura como él valoraba la suya, y a no dejarme pisar, porque nunca fui un juguete de sus caprichos, como algunos de sus alumnos... Además, me quedé embarazada.
Llegamos a una parte importante de la vida viviente...
–(Risas.) Claro, tuve esa primera hija a los 21. Fue muy gratificante ser madre. Primero, estar habitada por otro, situación que me puso en segundo plano. Después porque no sólo empecé a gestar, a parir físicamente a mi hija, sino también palabras, ideas que estaban dando vuelta sin encontrar la forma.
¿Al revés de lo que se suele afirmar acerca de que la creatividad propia del embarazo excluye otras formas de producción?
–Sí, todo lo contrario. Creo que me sentí bastante Dios, pensé que Dios era una mujer de acá a la China... Yo estaba en rebeldía contra el mundo y el embarazo no es que me volvió dócil, pero me dio otro motivo aparte de mí para luchar.
Respecto de España, ¿cuál fue la mayor diversidad que encontraste aquí?
–Advertí que la Argentina era un país muy machista, cosa que me sorprendió mucho porque no estaba al tanto, nadie me había avisado... (risas) En Madrid, a fines de los ‘80 hablar de ciertos derechos ya era una obviedad. Se habían ido incorporando desde el destape de los ‘70.
¿Cuándo empezás a escribir con cierta continuidad?
–Al ir por segunda vez a España surgió la necesidad de escribir teatro. Ya en Buenos Aires había empezado con un primer libro, Coro de inmorales, microrrelatos. La primera parte son como acotaciones teatrales pero no empieza nunca la obra. La segunda parte son monólogos de mujeres que surgieron oralmente: primero los decía y grababa, después los pasaba a la escritura y corregía. En Madrid, en la etapa de los ‘90, me quedé tres años, volví a estudiar periodismo en la Complutense. Daba clases de teatro, vendía relojes por la calle, hice con un francés una adaptación de Chejov...
¿Qué te trajo de segundo regreso?
–Una crisis familiar: mi madre había emigrado para allá y estaba con mi hermana y yo, y nuestras respectivas hijas, en un departamentito de Puerta del Sol. Demasiadas mujeres para ese habitáculo.
–Al ir por segunda vez a España surgió la necesidad de escribir teatro. Ya en Buenos Aires había empezado con un primer libro, Coro de inmorales, microrrelatos. La primera parte son como acotaciones teatrales pero no empieza nunca la obra. La segunda parte son monólogos de mujeres que surgieron oralmente: primero los decía y grababa, después los pasaba a la escritura y corregía. En Madrid, en la etapa de los ‘90, me quedé tres años, volví a estudiar periodismo en la Complutense. Daba clases de teatro, vendía relojes por la calle, hice con un francés una adaptación de Chejov...
¿Qué te trajo de segundo regreso?
–Una crisis familiar: mi madre había emigrado para allá y estaba con mi hermana y yo, y nuestras respectivas hijas, en un departamentito de Puerta del Sol. Demasiadas mujeres para ese habitáculo.
¿Hay mayoría de personajes femeninos en tus obras?
–Me interesa darles la palabra a las mujeres. Me parece que si alguien puede decir lo que nos pasa, somos nosotras mismas, y que ya es hora. Y creo que podemos ser todo lo incorrectas, soeces e inmundas que queramos. O prolijas, medidas y detallistas. En cualquier caso, sin pedir permiso a nadie. A mí me encanta ser mujer, y creo que las mujeres del siglo XXI que no se hacen cargo de su voz, la verdad, se pueden ir al carajo. A veces viene bien mirar para atrás: en el siglo XIX había mujeres más avanzadas que ahora, que hay como un extraño retroceso. Se han perdido batallas ganadas, o casi, por inercia, por pereza.
También es cierto que el conservadurismo universal ha hecho todo lo posible por recuperar terreno, en algunos casos, por puro interés comercial, como las cirugías plásticas, un floreciente negocio.
–Sí, ese tema me sorprende todavía. Tiene que ver con Bernabé, la protagonista de Muerta de hambre, en el sentido de usar el cuerpo como un discurso. Bernabé lo usa como un arma en determinados momentos, una especie de huelga de hambre al revés, porque protesta morfando.
Gorda contra el mundo
Bernabé elige proceder así, es su decisión.
–Por supuesto, mientras que las operadas son como muñecas en serie que entran en esa dependencia. Además, el canon de belleza propuesto es espantoso, por no hablar de lo que representa vivir encadenada a un montón de medicuchos metiéndote sustancias químicas, botulismo.
Como una condena de Sísifo, vas subiendo la cuesta y se te cae algo...
–Tal cual, no una piedra sino el culo, una teta... Una marcha contranatura ridícula. Me pregunto: en el caso de decidir ser cremadas, ¿qué pasa con tanto plástico? Todo eso tiene que ver con volverse objeto, ser usada como tal.
¿Cuándo descubriste que había gordos y gordas en el mundo?
–Muy pronto. Enfrente de mi casa había una familia de obesos que era todo lo contrario de mi familia en materia de excesos. En mi casa triunfaban siempre la razón y la moderación. Y enfrente, entonces, estaba esta familia que habitualmente tenía la puerta abierta, autos muy grandes mientras que el nuestro era chico porque éramos menudos... Aquéllos reían a carcajadas con las ventanas abiertas, había gordas muy gordas, desbordadas, mucha carne en exposición. Ellas no tenían problema, usaban ropa ajustada. Yo los espiaba con la cortina cerrada, me daba la impresión de que eran más libres. No había control ni razones ni discursos acotados. Representaban el vive como quieras en estado puro. Y ahora, después de escribir Muerta de hambre, me acordé de los gordos, porque no había vuelto a pensar en ellos.
Pero se trataba de un grupo familiar de gordos, felices además. Bernabé es una gorda que se sale de las reglas estéticas impuestas, que rompe moldes, que subvierte un orden.
–Sí, ella es única en su especie. Además, Bernabé dice: yo por un lado y la humanidad por otro, por eso hay tantos personajes que funcionan de antagonistas. Es ella contra el mundo.
¿Cómo escribe una flaca como vos desde la voracidad y la gordura, en primera persona?
–Escribí la mayor parte de Muerta de hambre con el estómago hecho un nudo. Me estaba divorciando, experimentando un montón de sensaciones. También me producía mucho regocijo escribir a alguien tan diferente de mí, si bien Bernabé tiene algunas cosas mías. Yo creo que cada uno se construye su muro de grasa, y el de ella es literal: cuanto más gorda, más protegida. Me gustaba que ella no respondiera al estereotipo del gordito alegre y condescendiente, que fuera incorrecta y agresiva.
Bernabé tampoco responde al perfil de una bulímica que come a escondidas o se provoca vómitos.
–No, para nada. Pero vale aclarar que Muerta de hambre no es una novela gastronómica aunque en su estructura recurre al aparato digestivo. No se trata de un libro de recetas ni ofrece enseñanzas de ninguna clase. La comida es el contexto, nada más, pero no el eje. Por otra parte, en la vida cotidiana soy bastante practicante de la ironía, un recurso que tiene que ver con lo filoso, lo delgado. Y quise darle esa cualidad a una gorda. Esa visión maldita, hipercrítica del otro. Me parece que Bernabé es alguien protestando contra lo que le tocó, de la forma que encuentra más a mano.
Ella engulle, devora, consume, se llena...
–Lo que pasa es que Bernabé tiene un discurso con ese lenguaje emparentado con el alimento. Ella tiene hambre no sólo de comida, también de amor, de pertenecer. Porque si no, no se quejaría tanto de estar afuera. Muerta de hambre es el formato de la memoria de alguien que duda muchísimo. Y que en el apéndice final es cuestionada por una serie de personajes, porque no podía ser un relato tan unilateral. Tenían que aparecer otras voces, otra versión.
La actitud de Bernabé hasta que es internada es francamente subversiva. Ella da vuelta el modelo imperante de la flacura, de la dieta, de la continencia... Y no lo disimula. Porque incluso las gordas más asumidas no suelen reconocer que comen mucho, que se atiborran, porque queda feo. Nadie te va a decir: “morfo como una cerda hasta reventar”, como lo hace Bernabé. Por otra parte, ella hace acopio en distintos rubros, enumera todo lo que se va a zampar.
–Porque está furiosa, no es que va preparando exquisitos platos con dedicación. No, no hay refinamiento en ella. Y hay un momento en que ataca físicamente, se tira arriba de las gemelas: emplea su cuerpo como arma. Es una subversiva solitaria que se excede en todo lo que tiene que ver con la boca: la palabra, la comida, el sexo. Todo lo que es oral se convierte en una herramienta para ella.
Bernabé paladea las palabras quizá con más fruición que la comida, una golosa del lenguaje.
–Porque ella es una devoradora: del lenguaje, de los prejuicios, de las convenciones, del amor, de la comida. Ella no tiene recato.
¿En algún punto vos te pusiste como una actriz en la piel de una gorda? ¿Te ayudó la experiencia en ese oficio?
–Me ayudó, sin duda, a dar esa percepción. La verdad es que cuando escribo es condición absoluta que no haya nadie en la casa, porque voy pasando por diferentes estados. No es que me siente a escribir elegantemente y me tome un mate. Me pasa de todo. He sufrido a la par con Bernabé. Mi entrenamiento de actriz me permitió ponerme en su piel, yo en mucho momentos era ella. Está buenísimo ser tomada por otro, poder reírme a carcajadas con ciertas ocurrencias o padecer otras instancias llorando a moco tendido a veces. Cuando ella tiene su escena con Romeo y Julieta de Prokofiev, escribí todo eso con la música en vivo que me iba direccionando. También quise ponerme en la posición de cada uno de los personajes, intentar dotar a cada uno de su propio motor, y que partan. Después yo voy a la zaga, sin saber muy bien adónde me van a llevar los acontecimientos. Un poco como la vida: yo no sabía cómo iba a ser tu living, que iba a haber té de jazmín... Cuando escribo, me gusta que me sorprendan las situaciones que se van generando más allá de lo que yo había previsto. En ese sentido, trabajo con automatismo total, y después mando un poco de orden.
–Me interesa darles la palabra a las mujeres. Me parece que si alguien puede decir lo que nos pasa, somos nosotras mismas, y que ya es hora. Y creo que podemos ser todo lo incorrectas, soeces e inmundas que queramos. O prolijas, medidas y detallistas. En cualquier caso, sin pedir permiso a nadie. A mí me encanta ser mujer, y creo que las mujeres del siglo XXI que no se hacen cargo de su voz, la verdad, se pueden ir al carajo. A veces viene bien mirar para atrás: en el siglo XIX había mujeres más avanzadas que ahora, que hay como un extraño retroceso. Se han perdido batallas ganadas, o casi, por inercia, por pereza.
También es cierto que el conservadurismo universal ha hecho todo lo posible por recuperar terreno, en algunos casos, por puro interés comercial, como las cirugías plásticas, un floreciente negocio.
–Sí, ese tema me sorprende todavía. Tiene que ver con Bernabé, la protagonista de Muerta de hambre, en el sentido de usar el cuerpo como un discurso. Bernabé lo usa como un arma en determinados momentos, una especie de huelga de hambre al revés, porque protesta morfando.
Gorda contra el mundo
Bernabé elige proceder así, es su decisión.
–Por supuesto, mientras que las operadas son como muñecas en serie que entran en esa dependencia. Además, el canon de belleza propuesto es espantoso, por no hablar de lo que representa vivir encadenada a un montón de medicuchos metiéndote sustancias químicas, botulismo.
Como una condena de Sísifo, vas subiendo la cuesta y se te cae algo...
–Tal cual, no una piedra sino el culo, una teta... Una marcha contranatura ridícula. Me pregunto: en el caso de decidir ser cremadas, ¿qué pasa con tanto plástico? Todo eso tiene que ver con volverse objeto, ser usada como tal.
¿Cuándo descubriste que había gordos y gordas en el mundo?
–Muy pronto. Enfrente de mi casa había una familia de obesos que era todo lo contrario de mi familia en materia de excesos. En mi casa triunfaban siempre la razón y la moderación. Y enfrente, entonces, estaba esta familia que habitualmente tenía la puerta abierta, autos muy grandes mientras que el nuestro era chico porque éramos menudos... Aquéllos reían a carcajadas con las ventanas abiertas, había gordas muy gordas, desbordadas, mucha carne en exposición. Ellas no tenían problema, usaban ropa ajustada. Yo los espiaba con la cortina cerrada, me daba la impresión de que eran más libres. No había control ni razones ni discursos acotados. Representaban el vive como quieras en estado puro. Y ahora, después de escribir Muerta de hambre, me acordé de los gordos, porque no había vuelto a pensar en ellos.
Pero se trataba de un grupo familiar de gordos, felices además. Bernabé es una gorda que se sale de las reglas estéticas impuestas, que rompe moldes, que subvierte un orden.
–Sí, ella es única en su especie. Además, Bernabé dice: yo por un lado y la humanidad por otro, por eso hay tantos personajes que funcionan de antagonistas. Es ella contra el mundo.
¿Cómo escribe una flaca como vos desde la voracidad y la gordura, en primera persona?
–Escribí la mayor parte de Muerta de hambre con el estómago hecho un nudo. Me estaba divorciando, experimentando un montón de sensaciones. También me producía mucho regocijo escribir a alguien tan diferente de mí, si bien Bernabé tiene algunas cosas mías. Yo creo que cada uno se construye su muro de grasa, y el de ella es literal: cuanto más gorda, más protegida. Me gustaba que ella no respondiera al estereotipo del gordito alegre y condescendiente, que fuera incorrecta y agresiva.
Bernabé tampoco responde al perfil de una bulímica que come a escondidas o se provoca vómitos.
–No, para nada. Pero vale aclarar que Muerta de hambre no es una novela gastronómica aunque en su estructura recurre al aparato digestivo. No se trata de un libro de recetas ni ofrece enseñanzas de ninguna clase. La comida es el contexto, nada más, pero no el eje. Por otra parte, en la vida cotidiana soy bastante practicante de la ironía, un recurso que tiene que ver con lo filoso, lo delgado. Y quise darle esa cualidad a una gorda. Esa visión maldita, hipercrítica del otro. Me parece que Bernabé es alguien protestando contra lo que le tocó, de la forma que encuentra más a mano.
Ella engulle, devora, consume, se llena...
–Lo que pasa es que Bernabé tiene un discurso con ese lenguaje emparentado con el alimento. Ella tiene hambre no sólo de comida, también de amor, de pertenecer. Porque si no, no se quejaría tanto de estar afuera. Muerta de hambre es el formato de la memoria de alguien que duda muchísimo. Y que en el apéndice final es cuestionada por una serie de personajes, porque no podía ser un relato tan unilateral. Tenían que aparecer otras voces, otra versión.
La actitud de Bernabé hasta que es internada es francamente subversiva. Ella da vuelta el modelo imperante de la flacura, de la dieta, de la continencia... Y no lo disimula. Porque incluso las gordas más asumidas no suelen reconocer que comen mucho, que se atiborran, porque queda feo. Nadie te va a decir: “morfo como una cerda hasta reventar”, como lo hace Bernabé. Por otra parte, ella hace acopio en distintos rubros, enumera todo lo que se va a zampar.
–Porque está furiosa, no es que va preparando exquisitos platos con dedicación. No, no hay refinamiento en ella. Y hay un momento en que ataca físicamente, se tira arriba de las gemelas: emplea su cuerpo como arma. Es una subversiva solitaria que se excede en todo lo que tiene que ver con la boca: la palabra, la comida, el sexo. Todo lo que es oral se convierte en una herramienta para ella.
Bernabé paladea las palabras quizá con más fruición que la comida, una golosa del lenguaje.
–Porque ella es una devoradora: del lenguaje, de los prejuicios, de las convenciones, del amor, de la comida. Ella no tiene recato.
¿En algún punto vos te pusiste como una actriz en la piel de una gorda? ¿Te ayudó la experiencia en ese oficio?
–Me ayudó, sin duda, a dar esa percepción. La verdad es que cuando escribo es condición absoluta que no haya nadie en la casa, porque voy pasando por diferentes estados. No es que me siente a escribir elegantemente y me tome un mate. Me pasa de todo. He sufrido a la par con Bernabé. Mi entrenamiento de actriz me permitió ponerme en su piel, yo en mucho momentos era ella. Está buenísimo ser tomada por otro, poder reírme a carcajadas con ciertas ocurrencias o padecer otras instancias llorando a moco tendido a veces. Cuando ella tiene su escena con Romeo y Julieta de Prokofiev, escribí todo eso con la música en vivo que me iba direccionando. También quise ponerme en la posición de cada uno de los personajes, intentar dotar a cada uno de su propio motor, y que partan. Después yo voy a la zaga, sin saber muy bien adónde me van a llevar los acontecimientos. Un poco como la vida: yo no sabía cómo iba a ser tu living, que iba a haber té de jazmín... Cuando escribo, me gusta que me sorprendan las situaciones que se van generando más allá de lo que yo había previsto. En ese sentido, trabajo con automatismo total, y después mando un poco de orden.
viernes, abril 06, 2007
Reseña Librería Sibelius
Muerta de hambre
Fernanda García Lao
Este delirante libro fusiona de una forma magistral el humor y el drama. Se trata de la historia de Bernabé, una mujer presa de su cuerpo y de su pasado. Presa de su cuerpo porque entiende que determina toda su vida familiar, social y sentimental. Presa de su pasado porque los dolorosos recuerdos de su infancia y juventud la conducen por el camino de la autodestrucción.El libro, que se construye como el diario de una obesa que desea comer hasta estallar, narra la historia de una niña con una madre alcohólica y un padre ausente, una chica fea y solitaria obsesionada por sus vecinas gemelas, unas norteamericanas lindas y delgadas.
De esta manera, el libro es a la vez una dramática e interesante historia sobre una joven con desórdenes alimenticios y mentales, y una serie de hilarantes escenas, como los concursos para gordos en los que participa la protagonista; o aquella en la que Bernabé se arroja sobre sus vecinas y rivales “como un terrorista palestino”; o la de la aparición de un implacable nutricionista que se instala en la casa para impedir que la protagonista coma, pero ella logra burlarlo al descubrir que la mención de la materia fecal lo descompone de tal manera que tiene que salir corriendo al baño, oportunidad que ella aprovecha para prepararse un sándwich.
Fernanda García Lao
Este delirante libro fusiona de una forma magistral el humor y el drama. Se trata de la historia de Bernabé, una mujer presa de su cuerpo y de su pasado. Presa de su cuerpo porque entiende que determina toda su vida familiar, social y sentimental. Presa de su pasado porque los dolorosos recuerdos de su infancia y juventud la conducen por el camino de la autodestrucción.El libro, que se construye como el diario de una obesa que desea comer hasta estallar, narra la historia de una niña con una madre alcohólica y un padre ausente, una chica fea y solitaria obsesionada por sus vecinas gemelas, unas norteamericanas lindas y delgadas.
De esta manera, el libro es a la vez una dramática e interesante historia sobre una joven con desórdenes alimenticios y mentales, y una serie de hilarantes escenas, como los concursos para gordos en los que participa la protagonista; o aquella en la que Bernabé se arroja sobre sus vecinas y rivales “como un terrorista palestino”; o la de la aparición de un implacable nutricionista que se instala en la casa para impedir que la protagonista coma, pero ella logra burlarlo al descubrir que la mención de la materia fecal lo descompone de tal manera que tiene que salir corriendo al baño, oportunidad que ella aprovecha para prepararse un sándwich.
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