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martes, junio 03, 2025

Universos en colisión

Cuentos
Teoría del tacto
Fernanda García Lao - (Candaya - Barcelona)
Cuentos breves que parecen entramarse de modo incoherente. Relatos fragmentados, incisivos, por instantes armados como especie de cortos consecutivos.
Al principio, un brevísimo microrrelato funciona conceptualmente, abstrayendo ideas de la autora sobre su escritura y las palabras: Ver es cálculo. El sonido, sugestión. Las palabras están crudas. Si las pruebo, ¿me enveneno?
La escritora trabaja en los bordes de eso que ve, pero, además, de lo que escucha en un ida y vuelta de afuera hacia adentro de sí. Su modo de procesarlo es mediante palabras que se pueden tornar una amenaza; que desgranan toxicidad tanto para quien las escribe como para quien las lee.
En “La gracia del mundo” hay un manifiesto de lo que puede ser un libro: ¿una lectura genera temor, puede matar? La escritura misma tiene que provocar, no hay límites precisos. A lo largo del recorrido de los cuentos aparecen estas percepciones sobre el proceso de escritura, la forma en los textos es importante, y a partir de ella se va soltando el contenido, siempre desde un ‘yo’ con presencia muy marcada, que puede o no, tener elementos autobiográficos. Esa carga gramatical hace que las historias potencien la fuerza de la voz que busca llegar al fondo de las causas, lo profundo visto desde la superficie.
Son historias de muertes: el padre, sus ausencias; la madre, los vínculos maternos, la soledad, miedos, resistencias, desarraigos, delirios, abortos, con puesta en el cuerpo; hasta lo escatológico y tremebundo como en “Gaviota en mi lugar”.
En “Réplicas” el sadismo del personaje hace miles de repeticiones del cuerpo femenino. “Vientres en alquiler”, complejidad de relaciones homosexuales, con mamás que no pueden “ser de verdad” ni entregarse con sus senos a la alimentación de sus hijos. Ciertas perversidades que causan los mismos personajes para con ellos y con otros porque “el mundo es una trampa donde caen cada vez”. El pasado como pesadilla en la “Cajonera”, de patas con garras, habitación oscura; el objeto se desliza sobre ella, bordeando el fantástico: “la casa entera como un mal sueño”. En “Las crueles” unos lirios traídos de Francia van “colonizando la casa, metáfora de una clase doméstica que se adueña de un patrimonio, recuerda a textos de Cortázar, sobre todo, la crueldad de Silvina Ocampo.
Teoría del tacto, texto punzante, surge en la pandemia “cuando tocarse y ser tocado era una amenaza”, recuerda su autora. Narrativa de la perturbación, potente, que se torna rugosa por sus “rarezas”.
Perfil Fernanda García Lao, escritora, dramaturga, argentino-española (Mendoza, 1966) que se fue al exilio con su familia durante la última dictadura. Ha recibido, entre otros, el premio del Fondo Nacional de las Artes por su novela Muerta de hambre, el tercer premio Cortázar por La perfecta otra cosa, y la Beca Antorchas por su obra teatral Ser el amo. Publicó novelas como La piel dura, Vagabundas, Fuera de la jaula, Nación vacuna y Sulfuro; los libros de cuentos Cómo usar un cuchillo y El tormento más puro.
© LA GACETA
LILIANA MASSARA

viernes, marzo 14, 2025

Teoría del tacto, reseña en Otra parte

Revista OTRA PARTE
Ariel Pavón
Una hija busca durante años a su padre, sobreviviente del disparo que la madre erró; una mujer guarda en un frasco las “cosas del tamaño de una almendra” que ha parido sobre su cama; otra disputa su espacio en el mundo con una gaviota; una pareja encuentra en fotos ajenas al hijo que no llegó a crecer y una virgen criolla aterroriza a un profesional del cine porno.
Los veintiocho relatos de Teoría del tacto, cuya brevedad y conclusividad permiten pensarlos como parte de un poemario, constituyen una muestra antológica de la voz personalísima de Fernanda García Lao, donde su trabajo obsesivo de la frase, su dinamismo y mordacidad alcanzan un inusual refinamiento. La energía seminal de estas piezas las revela al mismo tiempo como feraces y feroces. Feraces, en virtud de su fuerza sugestiva, pensante, que más que representar una realidad la postula y la apunta, iluminada por destellos sintácticos, familiar pero intensiva; feroces, por su abordaje de cada asunto, verdaderos asaltos que, con frases de precisión conceptista, de conclusión a menudo sorprendente, conjugan lo breve, lo grave y lo cómico en una sucesión que parece señalar hasta qué punto lo trágico de la vida es que da risa.
Esos temas, al mismo tiempo, no aparecen en primer plano, sino que son puestos de relieve mediante algún dispositivo asociado, lateral (un pájaro, un insecto, un mueble, una figura de yeso) a partir de cuya inclusión las múltiples formas de la ausencia, el dolor y la soledad que pueblan los cuentos de Teoría del tacto se extrañan y complejizan, dejan de ser meras superficies donde se disponen acontecimientos para volverse corpóreas, orgánicas.
“Los Hugos cuarto y quinto quedaban demasiado lejos”; “El cementerio está roto. Hay lápidas desarmadas y pasto crecido”; “La doméstica vivió hasta la primavera, ni siquiera supe su nombre, pero tuvo tiempo de ver florecidas las plantas”; “Desde que soy solo, la carne me acompaña distinto, y quien dice carne dice palabra”. Teoría del tacto se compone de narraciones en las que la pregunta “¿qué va a suceder ahora?” pierde centralidad, desplazada por la fascinación que despierta el desgranamiento de frases cortantes con las que la autora trama esas historias, como una artista plástica, a golpes de espátula, dejando trazos llenos de texturas.
El tipo de recorrido al que nos invita Teoría del tacto es el de las galerías, donde uno reconoce la mano inconfundible de la artista y se detiene a apreciar meticulosamente la captura que cada relato (cada obra) ha hecho de un drama particular, con sus grietas y rugosidades, tentado siempre de cerrar los ojos para acercar la mano y percibirlo con la piel.
Fernanda García Lao, Teoría del tacto, Entropía, 2024, 124 págs.

lunes, enero 27, 2025

Una Teoría del tacto y la descarnación humana

Revista Aullido
Escribe | David Marroquí Newell
Teoría del tacto. Fernanda García Lao. Editorial Candaya. Revista Aullido, Literatura y Poesía.
Editorial: Candaya (2023) Nº de páginas: 128 ISBN: 978-84-18504-64-8 Autora: Fernanda García Lao Idioma original: Castellano
El mundo nunca fue ingenuo. Uno nace y se incorpora a un asunto cruel, en movimiento. Hay que correr para subir o atajar los golpes. Saber caer.
Correr, atajar los golpes, que casi siempre son inesperados, inatajables, o tal vez nos dejamos recibirlos, muchas veces porque pensamos que los merecemos. Saber caer, por supuesto; y saber levantarse para acabar, probablemente, cayendo de nuevo por otro golpe, a veces, el mismo que no pudimos atajar la primera vez y que la segunda, tampoco. Es la rueda de la vida. Uno llega a ella in media res y se marchará de la misma forma. Mientras tanto, mientras la vida de cada uno de nosotros acontece, acontece la de los demás, condenados a entendernos y obligados a llevarnos.
Teoría del tacto (Candaya, 2023) es una obra que, aviso a navegantes, no contiene aguas tranquilas. Pese a la brevedad de los relatos que componen la obra —son unos veintinueve relatos de los cuales el más extenso «Mis dos hemisferios» tiene siete páginas y media, probablemente el doble que el segundo más largo— no se presta para una lectura continuada. Cada relato es una arremetida de la que hay que saber levantarse para recibir la siguiente, tal y como les pasa a los personajes de cada historia, que a duras penas se arrastran para continuar.
Fernanda García Lao abre una puerta hacia una oscura habitación, enciende una linterna y, alumbrando sus rincones, nos presenta uno a uno aquellos monstruos escondidos en la trastienda que tanto avergüenzan a la humanidad. El drama de ser humanos recorre con nosotros cada página que pasamos de Teoría del tacto y esto hay que hacerlo de a poco, masticando bien cada relato y que no se nos atragante el horror y el absurdo humano.
Hija del periodista y escritor Ambrosio García Lao, Fernanda ha estado cerca de la cultura desde muy joven. A los diez años se tuvo que marchar junto con su familia de Buenos Aires a consecuencia de la dictadura para acabar recalando en Madrid, donde cursaría sus estudios desde la primaria. Volvería más tarde a Buenos Aires, donde se formaría en artes escénicas y se dedicaría al teatro tanto allí como en Madrid. Es una escritora que se ha movido entre las dos orillas del Atlántico y es algo que retrata muy bien en el relato «Mis dos hemisferios», el cuento que cierra Teoría del tacto y en el que se ve claramente la impronta autobiográfica de la autora y un ancla perfecta para cerrar la obra. También podemos apreciar su pertenencia a distintos lugares en las localizaciones de sus relatos, que van oscilando entre España y diferentes lugares de Latinoamérica.
Mis padres resuelven no vender el departamento, dejar todo como está. Por si acaso. Dudan de conseguir empleo en un lugar donde nadie los conoce. Hasta las toallas en el toallero, es la consigna.
La emigración es algo que aparece en otros relatos, como por ejemplo en «Las crueles», uno de esos relatos del libro que tiene un corte más surrealista. Y es que los relatos utilizan un lenguaje poético, de corte surrealista en muchas ocasiones, añadiendo capas de significado a los temas que atañe. Estos temas, como ya he mencionado anteriormente, son temas oscuros dentro de la psiqué humana. Si no son el tema principal de la obra, sí que permean las historias de manera transcendental.
Transversalmente, sin lugar a dudas, tenemos la soledad y la búsqueda de identidad. Los personajes de Teoría del tacto son personajes que sufren de desamparo, estén o no cercanos a seres queridos, pero en su interior sufren un alejamiento que los aísla. Hay mucho de incomunicación entre ellos y las relaciones humanas frustradas es uno de los ejes vertebradores de la obra. No importa que pueda haber o haya habido amor, ese amor puede no ser algo bueno o positivo, un amor condicional o un amor mal entendido.
El vacío es prácticamente un personaje más del libro. Siendo los relatos independientes entre sí, se podría decir que es el único personaje que aparece en todos ellos y, por tanto, el protagonista de Teoría del tacto. La propia palabra «vacío» o palabras sucedáneas aparecen en casi la totalidad de la obra, y de no aparecer, se intuye su fantasmal presencia que siendo despojo, a todo despoja. Tengo mis dudas de esta presencia, por ejemplo, en «Titanio», donde hay una ausencia velada, pero ese vacío es mitigado por una nueva vida; y en «Segundo acto», un relato (no el único) que se sale de la tónica más general del libro.
Toda una vida con una mujer para pensar en otra. Cincuenta y tres años con sus respectivos amaneceres desperdiciados junto a la que fue mi señora. Un instante con Velia bastó para borrar, como una mancha de aceite que se expande desde el centro y no encuentra bordes, mi vida con Clelia. Hice lo que pude para olvidar, pero qué emoción aquel día. Mi mujer en su cajón, rodeada de calas. Y Velia que viene hacia mí.
Los personajes de Teoría del tacto son seres hendidos por los envites de la vida, personas a las que se les ha pasado su tiempo, hombres y mujeres que han elegido mal o no han podido elegir y han vivido una vida miserable y triste o han sido sus caminos los que les han llevado a los lugares pedregosos en los que tropiezan. Tenemos, por ejemplo, a la joven que vive marcada por el abandono de su padre y no es capaz de establecer relaciones estables y sale en su búsqueda para cerrar una herida de la que no es responsable; el hombre que vive toda su vida con una mujer pero verdaderamente está enamorado de la hermana de ésta; o la chica que hereda el maltrato de su padre tras la muerte de su hermana y el teatro es su isla de salvación.
Hay víctimas y verdugos, humanos incapaces de comunicarse, relaciones rotas y personajes que buscan reparar su mundo de algún modo o que se les ha hundido de manera irremediable. Algunas veces se tienen que enfrentar al lado oscuro de la humanidad entretejido con lo cotidiano; otras veces, el o la protagonista es ese lado que ha tomado el control lo suficiente como para convertirlo en normalidad.
Leyendo una reseña de otro lector sobre este conjunto de relatos, ésta habla de las situaciones intrincadas y turbias que tiene el libro y que la autora las trata con un humor ácido. Me resulta curioso que alguien vea las situaciones de los relatos como intrincadas, porque a mí me parecen de lo más reales y plausibles —con las excepciones de algunos relatos de corte más surrealistas y que conectan con el mundo más onírico y complejo de la poesía—. Porque Teoría del tacto hace eso, te presenta esa oscuridad humana dentro de la misma cotidianeidad. Hay quien lo verá con cierto humor ácido, pero el humor, de alguna forma, aparecería simplemente por el hecho de tratar el tema en sí de manera natural, dentro de una historia plausible. A mí, desde luego, el libro no logró sacarme una sonrisa, y creo que tampoco era el objetivo, sino que sus historias lograron transmitirme tristeza, desazón y aprensión de una manera muy acertada mostrándome un mundo que realmente tenemos a nuestro alrededor.
He parido cosas del tamaño de una almendra, justo yo, que soy alérgica.
El eje de toda la obra, como hemos mencionado, son las relaciones interpersonales. Pero dentro de esto, el sexo es fundamental. En la mayoría de los relatos hay referencias al sexo, de una u otra forma, pero exceptuando el relato que abre el libro, «La gracia del mundo», el sexo no es sinónimo de placer, sino todo lo contrario. Las relaciones sexuales en los relatos de Teoría del tacto son sinónimo de frustración, vergüenza, trauma, pecado, culpa, insatisfacción, violación e incluso de explotación sexual. No existe el sexo como goce. En el relato más corto de esta colección tenemos a una chica obligada a prostituirse por la única pariente que le queda; un hombre que tiene sexo por despecho con una joven prostituta mientras piensa en su ex y que, de nuevo por despecho, falta de amor propio y un poco de casualidad, acaba él prostituido; una enredada situación entre un actor porno que ya no goza de su profesión y una joven virgen cuya pureza y anatomía íntima es expuesta por su madre a todo aquel que pasara la tarjeta; una mujer que, con una evidente tristeza, intenta reavivar la llama de su matrimonio a través del juego de disfraces. La violación y la pederastia hacen su presencia mediante un trauma onírico en «Cajonera» y es mencionada de pasada en «Yeso».
Yo había notado que la niña, una rubia bellísima de cinco años, se restregaba ahí abajo cada vez que podía. Nunca imaginé el motivo. La cocinera me mostró unas fotos que el señor llevaba en la billetera, ninguna decente. Se había encaprichado con la niña. La vestía y desvestía, la ponía en actitudes, despertó su libido. La niña sólo quería sentarse encima de él, sentir la cosa.
Sí voy coincidir en destacar con otros lectores y lectoras en lo que respecta al último relato, «Mis dos hemisferios». Como mencioné anteriormente, es muy buen relato para cerrar el libro. Desde luego es un relato que está en mi podio, aunque igual es muy atrevido decir que es el que más me ha gustado porque hay varios que le competirían dentro de mi gusto. Tal vez lo que me guste de él es lo que le hace destacar, esa ruptura con todos los demás, repentina, justo antes de cerrar el conjunto de narraciones. Es, además, un relato muy personal —no es el único, a mi parecer— que trata sobre la emigración y el sentimiento de vivir dividida entre dos tierras. En él Fernanda García Lao se abre en canal y cuenta la historia de su familia y su experiencia como persona migrante por necesidad, por estar su padre en el punto de mira de la dictadura argentina. Creo que es muy buen relato para cerrar el conjunto porque, primero, es el más largo de la serie y se percibe muy bien como cierre, y después porque el tinte autobiográfico que tiene te hace sentir más íntimo con la autora, como una despedida.
Somos un árbol del revés: las raíces al descubierto.
«Mis dos hemisferios» nos muestra a la Fernanda García Lao que es y su vida en pocas palabras, en frases cortas componiendo de corrido un relato que es su construcción personal y toda su historia, la de su familia, de una escritora entre dos mundos, entre dos hemisferios contrapuestos y superpuestos. Y con esto me quiero despedir, con las raíces al descubierto con todo expuesto, absolutamente descarnados, abiertos con los sentidos a flor de piel, con todo nuestro tacto, al menos en la teoría.

martes, enero 07, 2025

El borde de lo decible

LITERATURA
A caballo entre el teatro y la poesía, la escritura de Fernanda García Lao es una topadora irresistible y afilada. Conversaciones con una escritora sin pelos en la lengua.
por GUSTAVO ÁLVAREZ NÚÑEZ
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En la presentación de Teoría del tacto (Entropía), la flamante colección de cuentos de Fernanda García Lao (Mendoza, 1966), la periodista y narradora Sonia Budassi destacó el mar de subrayados que atraviesa la lectura. Como si más que avanzar, estuviésemos atados a las bondades de una frase tras otra. Un campo minado de frases precisas y perfectas, desconcertantes y turbulentas.
“El pasado es un aparato que daña cuando se queda quieto”, leemos en “Yeso”. “El apego a la forma con la que la naturaleza decide cada estructura es un capricho que la alquimia se arroga”, en “El mal está hecho”. “Cuerpo desnudo y alas de murciélago, eso es la noche”, en “Vuelo corto”. “Mato el tiempo o el tiempo me mata a mí”, en “No atender”. “La muerte sangraba en el teatro íntimo de su cuerpo”, en “Segundo acto”. En cierto punto, García Lao parecería escribir con un estilete que va construyendo la trama a partir de tramar frase tras otra. Más que organizar la acción y por ende la condición dramática que sustente el fervor de la lectura, su método daría la impresión de inducir –sin distracción ni previsiblemente– al goce de acaparar palabras y más palabras, en una pista de baile donde retumban los sentidos hasta tornarse una canción. Un encadenamiento en la orilla de lo poético. Un dejo que atesora en sí un lenguaje musical.
Por eso, en la velada, en una librería de Colegiales que tuvo a Esther Cross como la otra presentadora, se barajó el lugar de la poesía en la escritura de García Lao. La poesía casi como un médium a lo César Vallejo: el tirarse a la pileta no para comprobar si hay agua, sino para que haya agua.
- Lo poético puede convivir en tu ficción con escenas brutales o escenarios disparatados. ¿Qué rol cumple la poesía en tu narrativa?
- No concibo una sin la otra. Se alimentan y vampirizan. Ahí también hay comercio de lenguajes y de forma. El relato concebido como historia, es decir, sucesos encadenados, me sabe a poco si no pone en tensión la sintaxis y el delirio que arrastra. Me gusta poner los cuentos al borde del precipicio. Tengo vértigo, te aclaro. Me atrae el fondo, pero no caer. Me entrego al equilibrio imposible "antes de". La poesía en mi caso fue lo primero. Junto al teatro. Yo me cautivo probando el mundo por dentro. La página es un escenario. La poesía tiene que sonar ahí.
Los relatos de Teoría del tacto no dan muchas vueltas. En pocas páginas accedemos a variados estudios de casos. Son tan certeros e iracundos como luminosos y espesos. Muchos trastocan además los lazos filiales o presentan corazones en llamas. En “No atender”, ella espera y desespera por un llamado; en “Rogelio a diario”, la viuda descubre que su marido era una mierda; “Esto es el vacío” repara en el trastorno de los últimos días de la madre de tres hijas; el padre abusador en “Yeso” y el padre abandónico en “Errado el tiro”.
- ¿Por qué tanta inquina familiar como sentimental en varios tramos del libro? Te gusta escarbar en las miserias humanas.
- Ahí soy profundamente objetiva. El mal empieza siempre en casa, ¿o no? Nos enseñan a desconfiar de los extraños y, según el arte odioso de la estadística, son los parientes quienes atacan a sus víctimas en el ámbito de lo doméstico, por acción u omisión, en la mayoría de los casos. Por supuesto, hay familias hermosas. Pero la literatura necesita del claroscuro. Y de la interpretación. Por otro lado, el libro sobre el que se construye el imaginario occidental y la religión católica incluye fratricidios, filicidios, violaciones y todo tipo de tragedias domésticas. Soy hija de esa cultura. Obviarlo sería desconocer mi tradición. La literatura argentina se construye también sobre la idea de la violencia. Otra forma de pensarlo: el mundo escribe en cada uno. Soy de este tiempo. Una migrante serial entre dos orillas. Siempre estoy llegando. Eso afina la mirada. No naturalizo el mal. Me interesa auscultarlo.
Desde hace dos años, García Lao reside en Europa, más precisamente en España, más concretamente en Barcelona. No olvidemos que vivió en la Madre Patria desde 1976 hasta 1993. Y allí publicó primero Teoría del tacto, vía la editorial Candaya. Además, en estos días, su tercera colección de cuentos ha tenido el merecido honor de ser parte de dos nominaciones a libro del año en el país de María Zambrano y Carmen Martín Gaite. Uno, el Premio Tigre Juan, compartiendo grilla entre cinco escritoras con La llamada de Leila Guerriero. El otro, el 21º Premio Setenil 2024, donde es una de las diez finalistas.
En sus redes, ante estas noticias, García Lao escribió: “Que sea por Teoría del tacto me conmueve. ¿O debería decir me toca? Mi tierra de adopción, la de mi madre, la de la abuela Lao, me devuelve con amor la escritura de esta herida. Un libro que es de duelo y expiación, que es producto de la migración permanente y la orfandad que me persigue desde los diez años”.
Nunca es gratis la entrada al imaginario de García Lao. Detona y entona. Nunca apacigua. Siempre juega con el borde, con el fleje. No permite que la lectura esté signada por lo previsible; es decir, por la continuidad de lo esperable, de lo canonizado. No, ella arremete. No deja hilo sin cabeza. La fluidez y la tensión bailan el mismo paso. En general, sus textos están rociados de napalm. “El fragmento narrativo en su variante de violencia política”, remarcó Juan José Becerra en Nación vacuna (Emecé, 2017). Pensemos en la puesta desmesurada en Fuera de la jaula (Emecé, 2014).
Según Cross, “en su ficción las palabras suenan con todas sus connotaciones, y los supuestos, equívocos y frases que nos marcan a fuego, quedan expuestos, resaltados. Teoría del tacto empieza, de hecho, con este planteo: qué pasa –pregunta– si probamos las palabras ‘crudas’. ‘¿Nos envenenamos?’. Esta serie de cuentos no se limita a meterse con experiencias difíciles de atravesar, que nos llevan al borde de lo decible: también plantea una provocación. Probar las palabras crudas produce un efecto de vértigo y desplazamiento de la realidad, como si la conciencia se ampliara”.
- Es habitual que tu escritura no haga concesiones. Ni al realismo ni a los géneros. Y a su vez podés moverte con felicidad y garbo entre universos disímiles como el de Clarice Lispector y el de Osvaldo Lamborghini. ¿Cuál es la clave?
- No lo sé. (Risas) Será que no tener una clave me impulsa hacia el vacío. Desechar es un modo de discutirle al realismo su dominio. Subjetivo todo lo que encuentro. Hago mío el espanto, pero no por molestar sino por discutirlo. Quiero decir, hay disfrute a pesar de todo. Me río de la oscuridad. Por otro lado, descreo de los géneros. Los contamino. Si escribo un cuento es para cuestionar su supuesta especificidad, ídem con la poesía o la novela. Cada objeto es una serie de necesidades nuevas, no escribo con presupuestos. Como diría Saer: “La narración es una praxis que al desarrollarse segrega su propia teoría”.
- Citás en la apertura de Teoría del tacto a María Zambrano. Y hace poco leí una frase de ella que me resonó en varios de tus relatos: “No se pasa de lo posible a lo real sino de lo imposible a lo verdadero”. ¿Hay algo de ese desplazamiento en tu escritura?
- Me encanta ese trueque de citas que proponés. Si le damos vuelta a la idea podría decirse también que lo verdadero es imposible. Y Zambrano propone que para entender hay que desatender. En la excesiva atención de lo real, el mundo se vuelve enigmático. Cada palabra contiene su sombra. Me gusta crear asuntos inexistentes para defenderlos como si se me fuera la vida. Paso horas moviendo asuntos de lo vivido a lo narrado y viceversa. No hay escritura sin agitación.
En Teoría del tacto, como acostumbra en sus aventuras narrativas, García Lao deja atrás el corset de lo real, de lo explicable, de lo funcional, en comillas “la realidad”, para abalanzarse sobre otra realidad, ese universo paralelo donde confluyen voces de una madre, una virgen virtual y una estrella de las criptomonedas; o en el que una progenitora atosiga con su sombra a un hijo que rechaza el legado de su progenitor impuesto; o el libro de un padre asesinado por la lectura de un texto.
“Lo recibo en casa, lo desenvuelvo y leo de corrido el primer cuento sin dejar de pensar cuántas veces puede matar un libro, siendo que algunos no logran siquiera provocar un buen dolor de estómago. Pasan lisa y llanamente por el cuerpo y son olvidados antes de encontrar su estante en la biblioteca”, leemos en “La gracia del mundo”.
- En Teoría del tacto parecerían flotar también ciertos asuntos autobiográficos (la voz de tu madre, por lo pronto), pero siempre la ficción mete la pata. ¿Es así?
- En Autobiografía con objetos (Zindo & Gafuri, 2022) apareció el deseo de pensarme en segunda persona. He incurrido en la despersonalización por motu proprioen casi todos mis libros. En Teoría del tacto, tras la muerte de mi madre y la orfandad como premisa, abrí la posibilidad de un yo vulnerable, a disposición de la escritura. Trabajé de fuerte toda mi vida. Ya no. Lo que no significa que ahora me atraiga la imitación. Necesito ficcionalizar. Los relatos se alimentan de ambos vectores. He corregido la agonía de mi madre en “Esto es el vacío”, porque había palabras que no eran del universo del cuento.
Fernanda García Lao Teoría del tacto (Entropía) 120 pags.

La muralla y los libros en vivo desde Radio Nacional

viernes, noviembre 22, 2024

Fernanda García Lao: “Me interesa lo que el cuerpo le hace al lenguaje y viceversa”

Cultura Clarín
Ines Hayes
La narradora, poeta y directora escénica acaba de publicar nuevos cuentos en Teoría del tacto.
Cuenta aquí que la idea nació poco antes y después de la pandemia, “cuando tocar estaba prohibido”.
En los cuentos de Teoría del tacto (Entropía) de la escritora mendocina Fernanda García Lao, la palabra golpea y detona, construye y destruye mundos y personajes. “Alguien dijo que si un espíritu aparece te sopla en los ojos. Desde entonces no puedo dormir con la ventana abierta. Tengo temor a confundir un espíritu con el viento. Cualquier viento puede modificar mi estado de ánimo”, comienza el primer relato “La gracia del mundo”.
García Lao es narradora, poeta y directora escénica. Ha recibido entre otros, el primer premio del Fondo Nacional de las Artes por su novela Muerta de hambre, el tercer premio Cortázar por La perfecta otra cosa y la Beca Antorchas por su obra teatral Ser el amo. Ha sido editada en Latinoamérica, España, Francia, Italia y Estados Unidos. Y en este diálogo con Clarín Cultura navega por esas historias en las que se encuentran en comunión el cuerpo y el lenguaje.
–¿Cómo nació la idea del libro?
–Lo empecé a escribir un poco antes y un poco después de la pandemia, cuando tocar estaba prohibido. El cuerpo del otro era amenaza, una misma, un riesgo para los demás. Pero quise eludir esa palabra que ya se había convertido en un lugar común. Saltearla para volcarme en lo que para mí implica la escritura, que es un acto que ocurre en las manos y pasa luego por la garganta. No es un asunto óptico, descriptivo o lineal, sino la forma de hacer del pensamiento materia. Me interesa lo que el cuerpo le hace al lenguaje y viceversa. Y cómo suena ese malentendido, no pienso en personajes sino más bien en seres animados por una voz, por la función golpeadora de la palabra. La vulnerabilidad preciosa que la palabra puede provocar en el ánimo al ser lanzada contra o desde alguien.
–¿Por qué Teoría del tacto?
–Bueno, los sentidos son la conciencia del cuerpo, ¿no? El modo de entender el mundo. Las lecturas que hacemos dependen de nuestra capacidad para indagarlo sensorialmente. El exceso de cercanía pone en evidencia los monstruos que ocultamos, las máscaras sociales, las trampas, la mentira. Somos una ficción andante, que se construye en función del entorno y sus miedos. En este libro trabajé con el recorte y con la profundidad del relato, más que con la espacialidad. La Teoría del tacto depende de cada exploración, pero tiene en común la premisa de con qué lenguaje y en qué sector del cuerpo suceden los duelos, el amor, el delirio o el deseo.
Fernanda García Lao en Praga. Gentileza de la autora.Fernanda García Lao en Praga. Gentileza de la autora. –¿Qué estás leyendo ahora? ¿Qué escritoras mujeres te gustan de la Argentina, América Latina y España?
–Leo poesía y ensayo. No me alimento sólo de narrativa. De España, Angela Segovia es una poeta que me resulta muy interesante. Juega con las lenguas romances cruzando las fronteras geográficas y temporales. Además no recita, dice. Y sabe hacer silencio. También he leído con atención a Marta Segarra, una ensayista catalana muy lúcida que descubrí el año pasado. Siento que tengo pendientes lecturas del otro lado del océano. Y me produce felicidad hacer leer allá a nuestras escritoras y viceversa.
–¿En qué estás trabajando ahora?
–Tengo un libro terminado que saldrá en marzo o abril de 2025, con Kriller71, una preciosa editorial con base en Barcelona, que dirige Anibal Cristobo, con quien ya publiqué Autobiografía con objetos, en 2022. Y en el segundo semestre del año que viene, reincidiré con Candaya, que es mi casa para la narrativa. Soy grafomaníaca: ando con varios proyectos a la vez.
Fernanda García Lao básico Nació en Mendoza en 1966. Vivió en España desde 1976 hasta 1993. Es escritora, dramaturga y poeta. Ha escrito y dirigido piezas teatrales que le valieron, entre otros, el premio Antorchas. Publicó las novelas Muerta de hambre, primer premio del Fondo Nacional de las Artes; La perfecta otra cosa, La piel dura, Vagabundas, Fuera de la jaula y Nación Vacuna, los libros de cuentos Cómo usar un cuchillo y El tormento más puro, los poemarios Carnívora y Dolorosa. Ha sido traducida al inglés, al francés y al italiano. Su obra fue publicada en América Latina, España, Francia, Italia y Estados Unidos. Teoría del tacto, de Fernanda García Lao (Entropía).

miércoles, noviembre 13, 2024

Fernanda García Lao: «El cuento tiene que aparecer ya palpitando»

Teoría del tacto es el último libro de Fernanda García Lao. La brevedad de sus cuentos es inversamente proporcional a su densidad. Cada uno de ellos sumerge al lector en un mundo extraño tan atrapante que resulta casi imposible salir o, por lo menos, salir indemne.
Por: Mónica López Ocón
«No voy a decir nada por fuera de lo que dije acerca de los sentidos en Teoría del tacto. Pero hay en el libro una especie de mini declaración de principios sobre lo que implica cada sentido. Solo diré que la palabra es la forma que tengo de tocar (el mundo)», le dice Fernanda García Lao a este diario acerca de su último libro de cuentos.
Si algo confirman los relatos de Teoría del tacto (Entropía) es el carácter performativo del lenguaje al que García Lao le saca el mayor provecho. Con toda justicia podría haber firmado junto a J.L.Austin Cómo hacer cosas con palabras. Si él demostró que decir es hacer desde la lingüística, García Lao lo hace desde la literatura.
En cada uno de los cuentos construye un mundo extraño de cuya estadía en ellos el lector no saldrá indemne. Quizá por esta razón sea necesario hacer una advertencia: no hay que dejarse engañar por la brevedad. En este caso el cuento, si breve, es dos veces peligroso. Pero el peligro no tiene que ver con la búsqueda del terror, ni con monstruos devoradores, sino con la extrañeza de cada relato que nos revela la extrañeza del mundo que quizá hemos dejado de percibir por formar parte de él.
Nos revela también nuestra propia extrañeza oculta bajo la rutina, la educación y los buenos modales.
Quien no sea una persona extraña que arroje la primera piedra.
–Creo que los cuentos de Teoría del tacto tienen una característica distintiva que es que no son cuentos en los que lo extraño va irrumpiendo de a poco desde un afuera, sino que no hay un afuera, uno se sumerge directamente en un mundo extraño. ¿Te parece una lectura posible?
–Sí. Creo que el cuento tiene que aparecer ya palpitando, tiene que aparecer en un estado irreversible. De hecho, algunos hablan del después de que el conflicto ocurrió y sólo quedan las esquirlas de lo que pasó. Me aburre un poco pensar que haya que empezar por cierta normalidad para luego trastabillar. La gente de estos cuentos ya está caída. ¿Para qué esperar?
Creo que lo que decís tiene que ver con cierta concentración poética, el lenguaje ya está estallado y había una necesidad de explorar físicamente los discursos de estos personajes dolidos.
–Todos los cuentos tienen otra cosa en común que es que dan la sensación de sumergirse en un bosque muy tupido en el que no se alcanza a ver la luz.
–Son cuentos claustrofóbicos. No se ven puertas, hay pocos exteriores y una necesidad de ir a lo nodal y no entretenerse en las ramas. Es ir a buscar directamente la intimidad. En algún momento sentí incluso que estaba intrusando a los personajes, como si pudiera verlos en su intimidad pero bien adentro de sus cabezas y también bien adentro del lenguaje. No describo prácticamente nada, no hay adornos y no hay tiempo. Ocurre todo ya y no hay escape.
–Son como una explosión que se produce de golpe. No es fácil entrar…
–…y tampoco salir (risas). Sí, son algo capturadores.
–¿Los cuentos de Teoría del tacto tienen mucho que ver con la poesía por su trabajo con la lengua?
–Sí, yo ya no concibo otro tipo de trabajo cuando escribo. Si trabajás con el lenguaje, hay que hacerse cargo de su exploración, su respiración, su ritmo y su locura. También hay que encontrar esa particularidad de la palabra que la haga única. Hay que juntar palabras que no se conocían de antes y eliminar todo lo que no pertenezca a esa aparición.
Siento que cada una de las voces se me vino encima y que estaba muy claro lo que esas voces tenían para decir. En este libro hay muchas cosas que son absolutamente personales a las que trato como si fueran ajenas y asuntos ajenos de los que me adueño porque, de algún modo, se referían a mí. No hay nada que me resulte ajeno.
–Es decir que trabajaste con dos materiales distintos a los que les diste un mismo tratamiento.
–Pretendí trabajar en ese borde de lo ficticio y lo experimentado. Creo que es la primera vez que lo hago, porque si bien siempre se cuela algo propio en la escritura, yo era llevada más bien por la ficción pura donde escondía algunas perlas de verdad. Hubo muchos duelos en mi vida y entonces me pregunté cómo se escribe esto o a quién le importa mi duelo. Para que importe hay que encontrar el procedimiento para contarlo.
De hecho, hay muchas palabras de mi madre que prácticamente anoté cuando las estaba diciendo, cuando sentí que estaba ante “la” escena, una escena enorme de mi vida que es la desaparición de quien me trajo a este mundo en el que me tengo que quedar. Soy como la testigo de aquello, no lo puedo olvidar, lo tengo que escribir.
Sabiendo que se ha convertido en ficción porque es un cuento lo puedo tocar y puedo también modificar algunas cosas en función de lo que el cuento requiere. Es un trabajo de estar todo el tiempo adentro y afuera de lo que me duele. Es poder objetivarme y subjetivar lo que no es mío.
–Y empujás al lector a un mundo sin darle tiempo a que se arme un poco para poder defenderse.
–Es que me gusta que el lector esté desarmado. Yo misma voy así a los textos y cuando siento que me están manipulando, abandono la lectura.
–Pero todo escritor tiene que encontrar la forma de que el lector persista en la lectura.
–Sí, a veces se hace una trampa que consiste en encontrar una frase-anzuelo que no permita irse del relato. En un relato corto se piensa ah, voy a salir de esto.
–Teoría del tacto es un libro breve y, sin embargo, al terminarlo tuve la sensación de haber leído un libro enorme. Quizá por su densidad.
–Me dijeron algo parecido.
–¿A qué lo atribuís?
–A que los cuentos muestran la punta del iceberg. Hay algo que está debajo, que se intuye y que no hace falta escribirlo, por suerte. Lo que siempre pretendo cuando escribo es que la escritura te toque y que no sea un exceso. Tal vez sea un libro en que hay menos humor que en otros libros míos, aunque también está. Pero es que los personajes son como cerebros solos discurriendo, no hay mucha comunicación.
–Vos no narrás desde el sentido común.
–Es que no lo tengo (risas). Si seguís el derrotero de mi vida te vas a dar cuenta.
–Pero es que a veces tener sentido común es lo peor que te puede pasar, si sos un escritor o una escritora.
–El sentido común puede llevarte al lugar común y los lectores están repletos del sentido común de los escritores. Si bien estamos en un momento bastante extravagante, se repiten las metáforas, los procedimientos y todo termina igual. A veces tengo la sensación de leer cuentos que ya he leído sin haberlos leído, cuentos que me hacen pensar esto me suena, esto ya me lo dijeron y ya fracasó. Entonces se trata de ir a buscar un fracaso por lo menos un poco más original.
–Pero tus cuentos no fracasan.
–Pero los personajes sí. No hay ninguno al que le vaya bien. Bueno, no sé, también hay algunos disfrutes.
–En relación con el estado de felicidad que propone la autoayuda todos fracasamos.
–Sí, creo que la idea de la esperanza delata cierta ingenuidad y mis cuentos no son cuentos ingenuos.
–Tu escritura no tiene nada de ingenua. Te metés sin piedad con la oscuridad.
–Creo que igual la oscuridad requiere de cierto manejo del lenguaje, que precisa de la sutileza. No hay en mí una voluntad de violentar pero tampoco de salvar a nadie por medio de la lectura. En realidad nunca escribo pensando en la lectura que se va a hacer, escribo en función de lo que creo que necesita el texto. Desde ese punto de vista hay un trabajo un poco más conceptual de lo que es el libro total: por qué están estos cuentos acá y qué conexión tienen entre ellos, cómo se tocan unos con otros.
–Es cierto. A veces en un libro de cuentos puede suceder que la única unión sea la contigüidad. No es tu caso. ¿De qué partieron los cuentos y cómo los trabajaste?
–El primer cuento, “La gracia del mundo” lo escribí en Buenos Aires y el último, “Gaviota en mi lugar”, en Barcelona, donde hay gaviotas. Es un pájaro que me asusta un poco. Trabajé con un criterio de unidad porque no me gustan los libros de cuentos que son bolsas de gatos. Me parece que son una falta de respeto al lector, que son mercadería. Es todo un reto escribir un libro de cuentos que tenga a la vez unidad y diversidad.
–La gaviota es el elemento típico de la postal de mar, pero vos la transformás en algo muy distinto.
–Sí, en una gaviota mala. Nunca me van a contratar para hacer postales. No podría obtener ningún ingreso de ese trabajo (risas). El primer cuento lo escribí un poquito antes de la pandemia. Ahí arrancó el “prohibido tocar” y lo que me pregunté en ese momento es si no puedo tocar a los demás cómo hago para tocar con el lenguaje, cómo hago para conmover, cuando yo ya estoy conmovida. Fue un período de exacerbación de la oscuridad, de las fobias. Nos marcó de una manera trágica. Fue como el fin de una era. Quizá el siglo XX recién terminó en la pandemia porque fue algo muy inesperado y que tuvo un código «otro» que es la viralización.
–De allí proviene lo claustrofóbico de los cuentos.
–Sí, y también de la gente sola que vive dentro de su cabeza. Esto es el reflejo de cómo estamos todos.
Escritura y estado de trance –No quiero aludir a nada esotérico, pero no encuentro otra forma de decir lo que voy a decir: al leer Teoría del tacto tuve la sensación de leer cuentos escritos como en un estado trance y que, además, pedían ser leídos de la misma forma.
–Creo que si algo tiene la literatura es, precisamente, la capacidad de contagiar el trance a otro, a otra. No tenés que vivir el trance para poder ingresar a él. Como lectora a mí me gusta salir modificada de la experiencia de lectura y aspiro a lograr lo mismo en el otro cuando escribo. Creo, de todos modos, que ningún libro es para cualquiera, ni para cualquier momento, porque a veces el mismo libro leído en determinadas circunstancias te toca de manera distinta. Pero sí creo en el traslado de la experiencia y la escritura, es una experiencia inmensa más allá de las anécdotas. A mí las anécdotas en sí no me interesan. Sí me interesa cómo las traslado, cómo las traduzco a lenguaje, con qué armas lo hago.
–Sí, no entiendo que alguien me diga que no le cuente el final de una novela porque eso no me parece importante.
–Claro, qué más da. Además las novelas o los cuentos son incontables por fuera de su forma. La frase de ingreso y de salida se necesitan mutuamente y hablan entre sí y el cuerpo que queda entre ellas hace de conector.
Con bajo presupuesto –¿Cómo se logra la unidad en un libro de cuentos?
–A mí me sirve mucho conceptualizar, recortar, saber qué es lo que voy a usar y qué es lo que voy a dejar afuera. Esto creo que lo tuve claro desde mi primer libro de cuentos, Cómo usar un cuchillo. En Autobiografía con objetos era muy consciente de qué era lo que estaba haciendo, lo que estaba trabajando y qué era lo que iba a quedar afuera. Creo que es bueno marcar un terreno breve y cavar en lugar de querer comprar hectáreas de ficción. Yo me arreglo con una baldosa.
–¿Y de dónde creés que proviene ese conocimiento quizá intuitivo, esa austeridad de la escritura que tuviste desde tu primer libro de cuentos?
–Creo que eso viene un poco de mi experiencia teatral, de la ausencia de presupuesto. Muchas veces en los talleres que hago digo ante algún texto que no hay presupuesto para determinado personaje, por lo tanto no lo vamos a contratar. Si no es necesario para la trama, es mejor que se quede afuera y así ahorramos. Delimitar un espacio concreto me parece fundamental para escribir.

Formas, voces, narradores: así es su nuevo libro y el perturbador universo literario de Fernanda García Lao

Por Natalia Ginzburg
Revista Ñ
Cultura
Con Teoría del tacto, la escritora, actriz y dramaturga argentino-española regresa a la narrativa breve.
El libro reúnen veintiocho cuentos, tan líricos como brutales.
La muerte, los duelos, la familia disfuncional, la violencia, la crueldad y la belleza atraviesan los relatos.
“¿Puede matar un libro?”, se pregunta –entre la incredulidad y la conmoción por la muerte de su padre, mientras la madre le leía– la narradora de “La gracia del mundo”. El relato abre Teoría del Tacto (Entropía), el nuevo libro de Fernanda García Lao en el que la autora argentino-española vuelve al formato breve: una geografía compacta y brutal que le permite continuar su experimentación de formas, voces, narradores que conforman su perturbador universo literario. Aquella pregunta, su ambigüedad, quedan resonando.
Spoiler alert: no se sale indemne de la lectura de estos cuentos. Será necesario esperar –respirar, olvidar, acomodarse– para avanzar al siguiente: casi una treintena de textos breves que comienzan como un hachazo en la vida de sus protagonistas: una falla a través del cual poder atisbar esas vidas, la bilis que escupen esos cuerpos.
Un ejercicio incisivo que ya había realizado, por ejemplo, en Cómo usar un cuchillo (Entropía, 2013), donde interesaban lo punzante y los objetos, un universo que García Lao –además de escritora, actriz y dramaturga– indaga desde la escena teatral. Son objetos y cuerpos embargados, en el doble sentido de algo que los pone en suspenso y, a su vez, los deja en deuda.
Lo poético y lo absurdo Miniaturas de mundos atravesados por lo ominoso (en el sentido freudiano, donde lo familiar se vuelve desconocido y por momentos espeluznante) en los que lo poético y lo absurdo son recursos necesarios para dar cuenta de una experiencia siempre inquietante. Leemos en “Réplicas”: “El cielo… se desarma como las branquias de un pez frente a un tenedor”, es la voz de la narrador que duela su madre muerta.
O “El pueblo en verano es una encía, se babea”, como espeta la narradora de “Persona en alquiler”, que ha subrogado su vientre a una pareja gay, y ahora la bebé expulsa su pezón “como si fuera veneno”.
Fernanda García Lao en Praga. Gentileza de la autora.Fernanda García Lao en Praga. Gentileza de la autora. Exiliada, nómada, vagabunda, Fernanda García Lao hizo de la errancia su modo de estar en el mundo y en la escritura. Un cuerpo-caracol que transporta sus cosas de aquí para allí. (Suele contar que cada vez que cruza el océano elige qué otros libros de su biblioteca, sus bienes más preciados, trasladará.) Un cuerpo anfibio que busca adaptarse al contexto.
Aunque tal adaptación no sea nunca señal de complacencia: la tan mentada “zona de confort”. Todo lo contrario: en su obra se nota el esfuerzo, cada vez, de crear nuevas condiciones para lidiar con el entorno, sin sucumbir a los brillos engañosos de la realidad –¿qué cosa es la realidad?–. La autora prefiere mirar a contraluz, o en modo “automático surrealista”. O improvisar: así en los textos como en las tablas.
Instalada nuevamente en España desde hace algunos años, la literatura de García Lao está siempre en conversación con la escena rioplatense: su lengua madre. En la cuestión del tocar se advierten, también, resabios pandémicos –el tiempo en el que suspendimos el sentido del tacto– y un dato biográfico: la muerte de su madre, la poeta leonesa María del Amor González, narrada en “Esto es el vacío”, pero también diseminada y reescrita en las muchas muertes y duelos que atraviesan estos relatos.
Fernanda García Lao en su casa.Fernanda García Lao en su casa. “¿Cómo se narra la pérdida del nido?”, dirá la autora, que no suele escarbar en cuestiones biográficas, a propósito de este dolor que le tocó atravesar. En el registro literario, importa menos el hecho real que el hecho espectral que invade, como ácaros, las páginas de este libro. Así, en “Para no sentir”, el protagonista de un duelo amoroso busca “desterrarla [a su amada] del lenguaje”.
O en “Cajonera”, “La cama de sus padres tiene algo de barco a la deriva”, es la observación de la hija que vuelve a desarmar la casa familiar, la misma en que, de chica, la perturbaba una cajonera con patas de forma de garra que cobraba vida. Son también las cartas que llegan a nombre de alguien (un amor) que ya no está.
En Teoría del tacto, García Lao arremete una vez más contra la familia –occidental, culpógena y cristiana– : los grupos familiares son experimentos cruentos o fallidos; el padre, un “misterio”, la maternidad, “un arrebato”. “Padre se fue y nunca supimos adónde” arranca como una flecha “Errado el tiro”, dando inicio a una hilarante búsqueda hecha de versiones y homónimos para dar con “padre”, ese ser sin nombre ni forma humana, apenas una imagen que se desdibuja.
Cuerpos que se rebelan Están, también, los cuerpos que se rebelan: la violenta y añosa desnudez del padre de Camille en “El monstruo que heredé”, y la salvaje vitalidad de Sagrario, la niña “monstrua” forzada por su madre a exponer y comercializar sus iridiscentes genitales en espectáculos públicos. Pero, en realidad, nada de todo esto tiene mucho sentido si no experimentamos la respiración de los textos, sus giros insólitos, su humor en los recovecos.
He ahí donde buscar el estilo de García Lao: así como en el peculiar modo en el que la autora entiende la conexión entre los reinos humanos, animales, y vegetales, las relaciones “intraespecíficas” que terminan por componer un universo menos nihilista que inesperado; menos fantástico, que enamorado de lo raro, como “esos lirios del viejo mundo” que en “Las crueles”, enloquecen al llegar en barco desde Francia: “La Furia alcanzó a las crueles en cuanto recuperaron la conciencia” o el “besito áspero, indiscreto. Como si un vampiro minúsculo le hubiera clavado medio colmillo” que sorprende a la protagonista de “Cascarudos”.
En el texto de contratapa, Daniela Tarazona describe a Teoría del tacto como un “libro-criatura”, con una escritura tan orgánica como el deseo. Esboza también un mapa de resonancias en su literatura: de Clarice Lispector a Marosa di Giorgio, de Margaret Atwood a Felisberto Hernández. ¿Es la Condensa Sangrienta la que respira en Segundo acto? ¿Se intuye a Silvina Ocampo detrás de la sutil atmósfera de Las Crueles? Sin duda, García Lao ya es parte de una comunidad de raros y raras que, como afirma Tarazona, tienen el don mutar la crueldad en belleza.
Teoría del tacto, de Fernanda García Lao (Entropía).

lunes, octubre 14, 2024

Teoría del tacto, reseña en Perfil por Mariano Oropeza

El Diletante revista. Teoría del tacto

Por Tomás Villegas
Las palabras son táctiles para mí –sostuvo Fernanda García Lao (Mendoza, 1966) en una entrevista–, y respiran. Quien dice carne dice palabra, afirma uno de los narradores de Teoría del tacto, su último libro de cuentos. Hablar de su prosa, no obstante, es extender esa materialidad corpórea de los vocablos para diseminarla en los gemidos de una lengua singularísima en la literatura argentina, y que encuentra en Silvina Ocampo el puntapié que hace de la crueldad una peculiar sensibilidad literaria.
Como Ocampo, García Lao no tiene tiempo: condensa los relatos en un puñado de personajes y en alguna que otra voz. Antes que extenderse narrativa y espacialmente, los sucesos (violentos, fatales, grotescos) se despachan en simples oraciones de compleja elaboración. En este mundo orgánico y despiadado, los llantos de bebé hacen sangrar los oídos, los días crecen como bichos, las pupilas clavan miradas, los insectos besan a mujeres solitarias, los pueblos babean como encías y una identidad se corrobora “por un implante dental deteriorado en el canino izquierdo, una verruga en el corazón”.
Los cuentos, antes que como piezas individuales, ganan, articulados en volumen, una expresividad truculenta propia de un Edgar Allan Poe desfachatado antes que trágico. De esta manera, sin ánimo alguno de subordinarse a reclamos feministas, una mujer se brinda cual objeto para servir de gestante a otro (“Persona en alquiler”). Otra ofrece –no queda del todo claro– su fuerza de trabajo o el trabajo sexual de su cuerpo, como si lo mismo diera (“Mensaje para el señor del sexto C de parte de Palmira”); y un hombre se prostituye sin saberlo para olvidar a su ex (“Para no sentir”). Siendo la maternidad un peso indeseable, una molestia sin parangón, muchos de estos seres tienden a considerar a la orfandad como un regalo vital o, por el contrario, la falta originaria por excelencia.
“Mi padre murió mientras [mi madre] leía (...) Ahora lo único que importa es encontrar ese libro, del que no recuerdo bien el título”, afirma la narradora de “La gracia del mundo”. Escena propia de su ficción, la autora sostiene no obstante que ocurrió de hecho y que durante un tiempo tuvo miedo, efectivamente, del texto en cuestión. La experiencia cifra una escena central que tiene mucho para decir respecto de ciertas directrices de una ficción encaprichada con la muerte y el deseo, con progenitores que engendran criaturas que repelen y rechazan. Una madre lee, un padre muere y su cuerpo comienza a deteriorarse definitivamente. Surge de allí, como no podía ser de otra manera, un relato, que, en manos de Fernanda García Lao, se convierte en una apuesta definitiva por la carnadura fatal y venenosa de la literatura: las palabras, acaso, maten.
25 de septiembre, 2024

Teoría del tacto (Entropía) en Los 7 locos

viernes, agosto 30, 2024

Teoría del tacto, finalista del premio Setenil

El 21º Premio Setenil 2024 al Mejor Libro de Relatos Publicado en España tiene ya 10 finalistas en una edición a la que han concurrido 115 títulos presentados por editoriales y autores de todo el país.
Los títulos elegidos por la comisión de preselección son los siguientes:
- Mis amigas se compran casas, de María Bautista (Maclein y Parker)
- No entrar con llamas, de Lidia Caro Leal (Altamarea)
- Teoría del tacto, de Fernanda García Lao (Candaya)
- La vida secreta de Roberto Bolaño, de Montero Glez (Navona)
- Un 24, de Emilio P. Millán (Ediciones Franz)
- Los búlgaros, de Gonzalo Núñez (Sr. Scott)
- Un réquiem europeo, de Javier Sáez de Ibarra (Páginas de Espuma)
- La manía de estar muerto, de Alberto Sepúlveda (Eolas)
- Plegaria para pirómanos, de Eloy Tizón (Páginas de Espuma)
- Cadillac Ranch, de Antonio Tocornal (Sloper)
El Premio Setenil al Mejor Libro de Relatos Publicado en España, convocado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Molina de Segura y dotado con 10.000 euros, lleva dos décadas siendo un referente nacional en el género del cuento.
En esta 21ª edición preside el jurado el escritor Pedro Ugarte, que estudió Derecho en la Universidad de Deusto y ha sido Premio Julio Camba de Periodismo en 2009 y Finalista del Premio Herralde de Novela en 1996. Prestigioso autor de relatos, con Nuestra historia obtuvo el XIV Premio Setenil. Serán también vocales del jurado Ana Ballabriga, Ignacio Borgoñós y Marisa López Soria. Está previsto que el jurado emita su fallo entre finales de octubre y primeros de noviembre. El premio se entregará en Molina de Segura en diciembre de 2024. Molina de Segura, 29 de agosto de 2024

jueves, mayo 02, 2024

Teoría del tacto, reseña en Cuadernos Hispanoamericanos

UNA VUELTA AL MUNDO
Mayo 1, 2024
POR DANIELA TARAZONA
Cuando leemos Teoría del tacto, de Fernanda García Lao, somos testigos de la consistencia de las palabras, a la manera en que un actor en escena saborea la que está diciendo porque viene desde el fondo de sí: la palabra que sustrae la vida en acción, y se nos llena la boca de saliva.
Estos relatos son cuerpos palpitantes. Resuenan la escritura de Lispector, de Marosa di Giorgio, de Margaret Atwood, la de Quiroga ¿la de Felisberto Hernández? ¿la de Edgar Allan Poe?
Es un libro para releerse. Libro criatura que parasita los ojos, que los convierte o los desvela como «ojos en quiste». García Lao conoce las implicaciones colosales de la existencia, cuando escribe: «Uno nace y se incorpora a un asunto cruel, en movimiento». Y en «Para no sentir», uno de los relatos de este libro, se lee: «Desde que soy solo, la carne me acompaña distinto, y quien dice carne dice palabra». La escritura de Fernanda García Lao es eléctrica. El cuerpo vivo es electricidad, sus palabras son carne encendida.
La autora consigue la crueldad a través de la belleza o al revés o las dos cosas. Hay, de frase en frase, de una imagen a otra, la continuación de un impulso tan voraz como el de una célula, y los textos se bordan así, medio extrañas mórulas, particulares criaturas: «Cada latido, una pezuña», leemos.
Me gustaría quedarme a vivir en el relato «Las crueles». A pesar de todo. Y ser otra vez la «Gaviota en mi lugar», otro relato que me llamó desde el origen de lo propio, desde las raíces terrosas.
Hay, además, párrafos que sobresalen del texto, como trenzas, como pelos largos que abonan a ese carácter inquietante y conmovedor de su escritura. Son pelos-disfraz, son costuras macabras. Además, el ritmo, el dominio del vaivén y la sonoridad. «Caza y pesca», por ejemplo, un cuento que es poema, como lo es también «Segundo acto».
Desde la «Gracia del mundo», el cuento que abre el libro, el viaje se anuncia a través de umbrales: cuando la muerte acecha a un ser querido; el misterio de lo que permanece oculto para siempre; los ángulos macabros de la realidad; la familia asfixiante, los padres como una loza; los vientres de alquiler; la orfandad y su ligereza feliz; la intervención de la tecnología en los deseos; las miradas horribles de habitantes insertados en la convivencia o las identidades temblorosas interrumpidas por las acciones de los otros.
El tema de la herencia atraviesa como una flecha envenenada de vida. El sabor de la crueldad y el deseo vinculan los reinos intempestivos de los personajes. Pareciera que, al internarnos en cada cuento, quebráramos también el tiempo: son historias con inicios disueltos, pero gestadas hace miles de años.
La escritura de Fernanda García Lao es feroz, inclemente y la piedad dispara imágenes como bocados gordos. Son cuentos desplazados por los huecos del tiempo, como bichos en las esquinas de un cuarto. La variedad de criaturas nos hace comprender por qué la narradora dice en «Mis dos hemisferios», el cuento que cierra el libro: «En breve mi cáscara será perfecta. Quiero mimetizarme para sobrevivir». Y esta condición camaleónica en Teoría del tacto asombra por su contundencia.
García Lao es narradora, dramaturga y poeta, ha publicado siete novelas, tres libros de poemas y dos libros de cuento al que se suma ahora Teoría del tacto. En su escritura se ha distinguido la voluntad de atravesar la muerte. «Contra la muerte, decido escribir. Me obligo a fracasar», leemos en el cuento final, y desde esta contradicción que guarda el deseo de respirar con las palabras y fallarse, García Lao viaja hacia el centro de la tierra interior de sus personajes y allí, como exploradora antigua, trae al mundo el corazón de esos seres ultrapasados que vamos siendo. Su escritura implacable es, sin embargo, orgánica, como si el deseo no pudiera definirse nunca.
Y cerraremos el libro para volverlo a abrir porque está construido con frases que aparecen después de darle la vuelta al mundo o de atravesarlo, frases de saliva fresca que dibujan las entrañas de los pensamientos de sus habitantes, y abriremos otra vez el libro pues dentro de sus páginas: «Un huevo marrón es el centro del nido».
*Enlace en el título

miércoles, abril 24, 2024

Teoría del tacto, entrevista en Diario.es

Fernanda García Lao, escritora: “Si hubiera dios sería una hembra, no cabe duda”
La experiencia de desarraigo, el duelo por el origen perdido y, a la vez, la libertad que ofrece saberse libre de deudas y pruritos nacionalistas, son marcas de su poética, como lo es una mirada oblicua propia de una identidad nómada y feminista, autora del libro de cuentos 'Teoría del tacto'.
Por Jesús Montoya
Fernanda García Lao, mendocina de nacimiento, es una de las más originales y brillantes voces del panorama literario actual en español. La biografía de esta escritora argentina, que ha vivido en España muchos años, se ha desarrollado entre su país natal y el nuestro. En 1976 se exilia junto a su familia para escapar de la dictadura y vive en Madrid, con algún paréntesis, hasta 1993, fecha en que regresa a Argentina para estudiar piano, interpretación y escribir y dirigir teatro. En aquel país da comienzo su carrera literaria.
La experiencia de desarraigo, el duelo por el origen perdido y, a la vez, la libertad que ofrece saberse libre de deudas y pruritos nacionalistas, son marcas de su poética, como lo es una mirada oblicua propia de una identidad nómada y feminista, una mirada también política, en el más amplio y digno sentido del término, que se manifiesta en un estilo literario mordaz, lírico, tierno y afilado a un tiempo, anudado con frecuencia a la metáfora del cuerpo. Como poeta ha publicado los libros Carnívora, Dolorosa y Autobiografía con objetos.
Como narradora, es autora de las novelas Muerta de hambre, La perfecta otra cosa, La piel dura o Fuera de la jaula, y los libros de cuentos Cómo usar un cuchillo y El tormento más puro. En Candaya, editorial donde ocurren algunas de las cosas más interesantes de nuestro país, han aparecido los títulos Nación vacuna (2020), premonitoria ficción biopolítica que relee la historia de Malvinas como relato de ciencia ficción; Sulfuro (2022), novela entre lo fantástico y lo delirante, y Teoría del tacto (2023), libro de cuentos que viene a presentar a Murcia estos días. Actualmente reside en Barcelona.
La primera pregunta, a propósito de tu último libro de cuentos, sería ¿por qué “teoría”? ¿Por qué del “tacto”?
Cada libro que escribo es una exploración distinta. Pienso la ficción por fuera de las anécdotas, interesada más bien en carnalizar algunas ideas. En este caso, identifiqué el título al entender que los cuentos eran pura especulación en torno al tacto. En el más amplio sentido de la palabra. Cómo se toca un texto, qué provocan las palabras en la garganta al ser pronunciadas, dónde impacta la falta de amor, un duelo, la locura. Conjeturar no excluye el cuerpo. Pensamos con los sentidos. La teoría en conexión con el acto de ser vulnerable se vuelve más potente.
Teoría del tacto se abre con un paratexto, una cita de Delirio y destino (1953) de María Zambrano: “El pensamiento, por lo visto, tiende a hacerse sangre”. En alguna entrevista has hablado del cuerpo como “el primer mapa que tenemos”: “A partir de ahí, entendemos el mundo”. ¿Qué nos permite pensar el cuerpo?
No logro hacer lo contrario, la verdad. El cuerpo es esencial para decodificar el mundo. La conciencia ocurre en una forma concreta, no existe como pura abstracción. Un caparazón es la parte visible del miedo. Si vamos más allá, cada texto es un cuerpo/organismo que se mueve y respira según una gramática particular. Cada voz del libro suena distinto, o eso pretendía. La forma dispara el discurso y viceversa, se pervierten entre sí.
Leerte hace pensar en el manejo de un cuchillo, en una lengua hecha de tajos inesperados, de iluminaciones líricas o aforísticas. Los cuentos de Teoría del tacto están llenos de poesía. ¿Qué te ofrece el lenguaje de la poesía a la hora de escribir narrativa? ¿Crees que hay una progresión lírica en tus novelas y cuentos que funciona en paralelo a otras estructuras narrativas?
Gracias por la observación. Me atrae la contaminación de géneros. La narrativa sin la poesía es una máquina expendedora de acciones. Sube, baja, abre, cierra. Necesito que ocurran cosas en el lenguaje. Que haya variación, salto, torcedura. Capas de sentido que se toquen, discutan entre ellas. Busco la tensión entre la lírica y la física. Las frases son anzuelos. Por otro lado, la puesta en página es un concepto que se practica más en la poesía y que yo preciso siempre. Qué vacíos habrá, cómo es el cuerpo del relato. ¿Apretado, líquido?
En en el cuento “La gracia del mundo”, señalas “cuántas veces puede matar un libro, siendo que algunos no logran siquiera provocar un buen dolor de estómago. pasan lisa y llanamente por el cuerpo y son olvidados antes de encontrar su estante en la biblioteca”. ¿Sería este un deseo para tu literatura? ¿Cómo debe “matarnos” un libro hoy?
Hay mucho cover, la verdad. Textos que imitan a otros textos, sin el alma original. Producción industrial de contenido. Me gustan los libros que dialogan con su propio delirio. Como lectora busco lo raro. Es decir, lo que esquiva el lugar común. Lo que está de moda lo postergo, a ver qué queda cuando baja la espuma. En general, queda poco. Una baba que se borra. Matar lo que te rodea, eso provoca un buen libro. Qué te olvides del tiempo, de la cafetera al fuego, de vos. Creo que hay que alternar lo contemporáneo con lecturas sin tiempo, para enriquecerse. Quedamos si no muy atravesadas por lo periodístico. Lo real es repetición temática. El futuro sucede en reversa.
En Teoría del tacto hay una red semántica que vincula literatura y cuerpo, y estos dos elementos, con otros conceptos, como la comida. Se diría que es un asunto central de tu poética. Muerta de hambre, Nación Vacuna, son dos títulos de novelas tuyas, Cómo usar un cuchillo, se titula uno de tus libros de relatos, Carnívora, uno de tus poemarios. ¿Adónde nos lleva esa red de sentido a través de la presencia de lo alimenticio, de la comida, en tu obra?
Quizás sea porque lo nutricio en mi familia estaba relacionado con la creación artística y no con el estómago. Habia necesidad de literatura, de música o pintura. Y poca cosa en la heladera. Mi madre cocinaba rápido, como un trámite que no podía evitar. Era poeta. Mi padre hacía asado, sólo los domingos. Entonces, escribir como quien muerde y traga. Con hambre (risas). La opción dos, que excluye esta hipótesis, sería que como leo en voz alta todo lo que escribo y es en la boca donde pruebo los materiales, la escritura queda asociada a la masticación. Se convierte en alimento. El afán por identificar el hambre con la rabia sucedió en mi primera novela publicada, Muerta de hambre. Mi cuerpo es mi discurso, decía Maria Bernabé, allá por 2005. Y se dedicaba a deglutir como método de protesta, para desobedecer el mandato de delgadez y feminidad. En Cómo usar un cuchillo, la necesidad era lastimar afiladamente al propio lenguaje. El cuerpo en Nación vacuna se corta, se eviscera y se cabalga sexualmente para su reproducción. Las mujeres se consumen para beneficio de la Junta, de la patria.
Un tema recurrente del libro es la maternidad. En ocasiones, como en “Fruto seco”, la maternidad se intuye monstruosa: “He parido cosas del tamaño de una almendra, justo yo, que soy alérgica”. Otros relatos, desautomatizan determinadas asunciones que la sociedad proyecta sobre la misma. E incluso hay algunos cuentos que abordan fórmulas extremas o desviadas de experimentarla: “Persona en alquiler”, por ejemplo, uno de los cuentos más potentes del libro, habla sobre la maternidad subrogada desde la óptica de una madre que alquila su vientre a una pareja de hombres. ¿Qué te seduce del tema? ¿Qué quisiste contar a propósito de un problema de tanta actualidad como este?
La fecundación, la generación de vida es un tema que me apasiona. Creo que no se ha explorado lo suficiente. Si hubiera dios sería una hembra, no cabe duda. En las cosmogonías occidentales la mujer no aparece como creadora sino como creada. Es una idea que la mente masculina expulsa de su cabeza, una costilla arrancada o barro residual. La mujer como criatura siniestra y peligrosa. De ese concepto venimos. De ese miedo. La libertad del cuerpo significa una amenaza. Parir o negarse sigue siendo un asunto que genera conflicto. Por un lado, el capitalismo en su afán de producir, aspira a comerciar con nuestro cuerpo de todas las formas posibles. Por otro lado, desde la experiencia, fui madre muy joven. El cuerpo me enseñó cosas desconocidas, lo onírico y lo real ocurrian al unísono mientras era habitaba.
Otro de los temas capitales del libro es la familia, que se experimenta como un microcosmos doloroso. Tu crítica a la moral familiar judeocristiana es mordaz. Incluso, algunos de tus relatos abordan fórmulas particularmente desviadas de esos vínculos familiares. Por ejemplo, en “La cajonera”, donde la narradora afirma “Baja los tres pisos liviana. Tan huérfana, que casi resbala la felicidad” (31), o en “Yeso”, donde la protagonista, afirma “Al morir mi padre, ni una lágrima derramé. Al enviudar tampoco. Con la mami, sí. No sé por qué”. ¿Nos engañaron cuando nos dijeron que existían familias felices o perfectas?
La familia tradicional, asociada a la propiedad, la patria y la iglesia, me parece una fórmula nefasta. Un aparato represor que ha generado mucho daño. Como oveja negra de la mía de origen, suelo identificarme desde el principio con la gente disfuncional, con quienes no bajan la cabeza. La modalidad obediente es peligrosa y bastante funcional al poder de turno. Creo que poner en evidencia el absurdo a partir del que nos construimos es uno de mis motores. Un ejercicio de terrorismo poético en miniatura, si se me permite la expresión. No aspiro a modificar el sistema. Con torcer el cuello del relato a veces me alcanza.
En ese mismo cuento señalas “El pasado es un aparato que daña cuando se queda quieto. La repetición no desactiva el duelo”. ¿Qué rol crees que juega la literatura en esa ecuación entre pasado y duelo?
La literatura se nutre de la nostalgia. Escribir es fantasmal. Se recrea un pasado sin materia, a partir de algunos rastros. La muerte, además, qué gran asunto. Vivimos amenazados por su causa. Y por olvidarla, somos torpes. Cuando murió mi padre yo estaba matando personajes en una obra de teatro que escribía y luego odié. La simultaneidad de ambos asuntos ha quedado inevitablemente asociada en mi cabeza. Un texto es un cuerpo que empieza y se termina. El diálogo entre esos eventos ha de ser poderoso. Cuando murió mi madre me propuse escribir cada frase. Era un modo absurdo de trabajar contra el olvido. Muchas escenas de este libro son herencia de ese duelo. De todos los duelos. Pero la muerte también es ridícula, ninguna solemnidad ni reverencia hacia ella. Hay que bajarla de su pedestal de gran señora.
A diferencia de lo que sucede en otros textos tuyos, la tecnología digital contemporánea no parece tener una presencia marcada en este libro, salvo en algún cuento. Por ejemplo, en “No atender”, donde no llegan las comunicaciones que se desean y, sin embargo, sí lo hacen aquellas que suponen una carga para la protagonista. ¿Cómo piensas la relación entre literatura y tecnología?
La vengo esquivando todo lo posible. Se pone vieja muy rápido. Y por otro lado, me conflictua entregarle tambien el espacio de la ficción. Ya perdimos tantos objetos: relojes, cámaras, radios, mapas. Soy bastante analógica, la verdad. Me gustan los olores de las cosas, los volúmenes, los cuerpos. Las ficciones más interesantes han huido de la condición tecnológica del momento en que fueron escritas. Cuántos relatos con tv podemos recordar. Novelas fax. Lo que sí me gusta, porque hace juego con mi manera rota de ver el mundo, es la posibilidad de aprehender lo simultáneo. De abrir ventanas, de enlazar asuntos. Robarle a la tecnología su comportamiento me atrae más que incorporar lenguaje o aparatitos concretos. Pero nunca se sabe. No me cierro.
Otra de las redes que se pueden tejer a través del libro tiene que ver con el papel protagónico de animales y plantas. Seres que, en realidad, funcionan a nivel simbólico o proveen formas de metaforizar ideas abstractas, pero que no pierden por completo su otredad, su extrañeza o su lenguaje propio, incomprensible o hiératico a veces. Tu libro está lleno de presencias animales. Algunos cuentos me hicieron pensar en Bestiario, de Cortázar, o en El matrimonio de los peces rojos, de Guadalupe Nettel. En el cuento gótico “Las crueles”, las flores se convierten en unas presencias asesinas. Las moscas repugnan al protagonista del relato “Fricción”. Los abejorros permiten a ese anciano que ve escaparse sus últimos días preguntarse, en “Nido de orugas”, “Cómo será vivir sin conciencia del tiempo”. La protagonista de “Una gaviota en mi lugar” queda obsesionada con la presencia de ese animal carroñero. La pregunta que te haría sería la siguiente: ¿Qué papel juegan estas presencias animales y vegetales en el libro? ¿Qué desplazamientos psicológicos o emocionales te permiten catalizar?
Que lo humano pierda su jerarquía es otro de mis objetivos recurrentes. Una flor puede ser más seductora que cualquier galán de cine entrenado para complacer. Pensar desde el deseo vegetal o animal me resulta más inquietante que revolver en la basura de la humanidad. Lo vivo no humano me atrae y es herencia de mi fascinación adolescente por el surrealismo. Todavía practico con devoción esos otros discursos, nada previsibles.

lunes, abril 15, 2024

Teoría del Tacto, entrevista en el Diario de Sevilla

BRAULIO ORTIZ 15 Abril, 2024 - 06:30h
Fernanda García Lao sabe que sólo se puede escribir desde la herida, el dolor, el desarraigo. En Teoría del tacto (Candaya), esta narradora, dramaturga y poeta argentina afincada en España firma un libro descarnado y hermosamente fiero en el que indaga en los seísmos y monstruos que acechan en la intimidad. Un retrato sin concesiones de la familia y otras catástrofes que se cierra con Mis dos hemisferios, un emocionante texto autobiográfico en el que recrea su adolescencia como exiliada.
–Uno de los personajes de Teoría del tacto asegura que "vivir no es sinónimo de felicidad".
–No [ríe]. Tal vez sí, pero no en este libro. Hay algo medio obsceno en escribir sobre la felicidad, o eso pensaba, porque quizás ahora que se la echa tanto en falta habría que cambiar los paradigmas. A mí siempre me ha interesado la oscuridad, es un terreno que voy bordeando y al que le pregunto cosas nuevas cuando puedo.
–En el primer texto se dice: "Las palabras están crudas. Si las pruebo, ¿me enveneno?". En la siguiente página alguien se pregunta "cuántas veces puede matar un libro". Parece casi un aviso para los lectores: nadie sale indemne de su literatura...
–Bueno, eso espero [ríe]. Estos cuentos son breves e invitan a entrar en ellos, pero esa apariencia es como una trampa para despistados. El lector piensa que puede leerse el libro de una sentada, y no sabe que hay que pararse a respirar entre cuentos. Yo sí creo que las palabras son venenosas, de hecho hay un montón de malentendidos en la vida en torno a lo dicho, a la palabra dada, incluso cuando nos hablamos a nosotros mismos. En el libro hay mucha gente empantanada en el relato propio, intentando desentrañar su ovillo. Somos Penélopes enredadas todos nosotros, enfrentados a nuestros pensamientos en espacios pequeños.
"YO NO VENGO A SEÑALAR LO QUE ESTÁ BIEN O MAL, PERO LA GESTACIÓN SUBROGADA ME PLANTEA MUCHAS PREGUNTAS”
–Un sentimiento muy propio de los tiempos del Covid.
–Los cuentos fueron escritos durante la pandemia, pero yo no la quería ni nombrar, la considero una palabra que debilitaría cualquier texto. Esa sensación de asfixia también tiene otro motivo, y es que vengo del teatro, y allí los personajes tienen una escena única: están encerrados y a la vista. Se me quedó algo de ese mecanismo de construcción para la narrativa. Tenemos a los personajes como si fueran actores mostrándonos lo que les sucede en loop.
–También la familia, la pareja, son en su mirada entornos muy claustrofóbicos.
–Cuando estás condenada a repetir en circuito una conversación, una serie de acciones con los mismos personajes eso se degrada sí o sí [ríe]. Me dicen a menudo: Pero qué mirada tan cruel tienes sobre la familia. Y yo les respondo: Chicos, ¿en qué mundo viven? [ríe]
–El cuerpo tiene mucha importancia en sus historias. Hay un cuento, Persona en alquiler, sobre la gestación subrogada, y en el título ya expresa su opinión sobre ese asunto...
–Esa cuestión encierra todo un dilema moral. Para mí, todos los cuentos son morales, incluso cuando una narración es amoral está señalando su amoralidad o su pretensión de ir por fuera de la norma. A mí hay algo que me interesa trabajar, preguntarme: si alquilamos el útero podemos alquilar cualquier otro sector de nuestro cuerpo. Creo que la explotación uterina tiene mucho que ver con lo patriarcal. Ahora en Argentina, este monstruo [Javier Milei] que no quiero nombrar, porque es como un virus que si se nombra se sigue propagando, habló en su campaña del mercadeo de órganos. Podemos ser diseccionados para la compra-venta. Si no tenés plata podés poner precio a tu riñón. ¿Cuánto vale el kilo de persona? A mí me parece muy inquietante esto de alquilarse para crear vida por encargo. Yo no vengo a señalar lo que está bien y lo que está mal, pero tengo mis preguntas.
–Otro tema que aborda en relatos como Cajonera o Yeso es el abuso infantil.
–Me llama la atención que deba ser la abusada o el abusado el que deba asumir esa voz y los demás hagamos como que eso no nos interesa. Que a mí no me haya sucedido no significa que el problema no esté ahí. Trato el tema con rabia y desconcierto, porque la ficción no puede plantear soluciones ni hacer pedagogía.
–Ha aludido antes a su experiencia como dramaturga, y la protagonista de uno de los relatos apunta: "Me casé con un señor que me salvó de la miseria, es decir, del teatro".
–Siempre me río porque digo que me fui del teatro a la literatura. ¡No saldré de pobre nunca! Efectivamente, yo me casé con un señor... [ríe] No para que me salvara del teatro, pero me gusta tomarme el pelo. Aquello no funcionó, por supuesto. Pero la miseria, paradójicamente, es muy rica. Yo creo que nadie podría escribir si no ha pasado un día de hambre, si no ha sido paria en su familia, si no ha tenido una herida... ¿De qué vas a hablar entonces? ¿Desde qué lugar vas a hacerlo? La figura de la escritora o el escritor en un pedestal a mí no me interesa. Esa posición de supuesto respeto, inconmovible, no me atrae nada. Me gusta no respetar el lenguaje, ni los tabús, yo me lanzo como una mosca al azúcar hacia lo que no debo...
"CREO QUE LAS PALABRAS SON VENENOSAS. DE HECHO, HAY UN MONTÓN DE EQUÍVOCOS EN TORNO A LO DICHO”
–Cuenta que cuando abandonó Argentina en 1976 tuvo que escoger un libro y eligió Tom Sawyer. ¿Qué obra se llevaría ahora consigo?
–Me vine hace año y medio a España, y antes estuve cuatro meses en Praga, y debí hacer una selección. ¡Y esta vez fueron 30 libros! Mi capacidad de síntesis es inversamente proporcional a la edad... Mi madre murió en 2019, y ahora se me ocurre un libro que era de ella. Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal, que además era un autor checo. Yo estaba en Praga y viajé a España para presentar Sulfuro, y me dije: ¿Pero yo qué hago allá? Me considero un 70% argentina y un 30% española, pero me siento muy cómoda acá. Pero marcharte de tu país, del lugar donde vives, y yo lo he hecho varias veces, que soy como una deportista del trauma [ríe], te da un aprendizaje: entiendes que ya nunca serás de ningún sitio del todo. Una vez que te has ido ya no vuelves a ser quien eras. Ni vos sos la misma, ni las ciudades son como las recordabas.
–En ese cuento, Mis dos hemisferios, recuerda que el fallecimiento de su padre la empujó a la literatura. "Contra la muerte, decido escribir".
–También fui madre contra la muerte. Me quedé embarazada, y lo sentí como una conversación con la muerte: Vos te llevás y yo traigo. Mi primera hija, pobre, fue como una causa [ríe].
–Cuando vino en los 70, una maestra la humillaba por su deje argentino y se propuso corregir su acento...
–En mi primera visita a España yo fui muy disciplinada, cambié mi forma de hablar, pero ahora ya no pienso serlo, lo siento. Hoy defiendo mi mezcla y sé que es una riqueza. No hablo más de tú ni aunque me apunten con una pistola [ríe].

sábado, abril 06, 2024

Teoría del tacto, reseña en Revista Quimera

EFECTO DOPPLER Fernanda García Lao: 'Teoría del tacto' 03/04/2024

RTVE
Nos acompaña con motivo de su libro 'Teoría del tacto', una recopilación de cuentos a los que atraviesa la herida del deseo llevado al extremo. En 'Teoría del tacto' la autora argentina trata temas de gran calado, como la familia, la pareja, la maternidad o la amistad.
PARA ESCUCHAR LA ENTREVISTA, CLICK EN EL TÍTULO

jueves, febrero 15, 2024

973.- Biblioteca Pública - Fernanda García Lao indaga en los relatos de Teoría del tacto en la relación de las palabras con el cuerpo, el deseo, la identidad

(Entrevista de Manuel Sollo, RTVE). La carne convertida en palabras. El cuerpo que ya es lenguaje. El deseo como herida, expresada también como soledad y locura y violencias. Estas vigas sostienen el entramado de los veintinueve cuentos que la escritora argentina residente en Barcelona Fernanda García Lao ha reunido en Teoría del tacto (Candaya). Textos breves que indagan en el absurdo y los sinsentidos del mundo contemporáneo a través de la incomodidad y la perturbación, entre sucesos falsos y verdaderos, de lo verosímil a lo fantástico. Personajes abandonados y violentados, redimidos o hundidos, que padecen conflictos familiares y de parejas, maternidades inseguras y vientres de alquiler, prostitución y pornografía, enfermedades, cuidados y muertes. La autora cierra con Mis dos hemisferios, un relato autobiográfico de 1976 a 1993 que incluye la dictadura argentina, el exilio en España, la guerra de Las Malvinas y el golpe de Estado de Tejero. También, de la infancia al comienzo de la vida adulta, viajes de uno a otro lado del océano, dolorosas pérdidas, cambios de relaciones y reconstrucción de la identidad.
Para escuchar la entrevista, click en el título.

lunes, enero 29, 2024

Fernanda García Lao: “El exceso de cercanía pone en evidencia los monstruos que ocultamos”

Eduardo Almiñana
29/01/2024 -
VALÈNCIA. Candaya publica 'Teoría del tacto', el nuevo libro de la escritora argentina, una colección de relatos de la carnalidad más visceral que en sus ocasiones más terribles contiene ecos incluso de body horror. Breves y cortantes como un escalpelo, los cuentos de Fernanda García Lao levantan la piel y revelan lo que hay debajo.
-Teoría del tacto es un libro pesadillesco, y salvo alguna excepción, la pesadilla es humana. ¿Hay algo más terrorífico que nuestra carnalidad?
-Fernanda Lao: Me hace pensar en dos autores que para mí son maestros de la pesadilla, que son Kafka y Dostoievski. No lo sé si hay algo más terrorífico que nuestra carnalidad. Me llevas directa al cuento En la colonia penitenciaria y por otro lado a Memorias del subsuelo, donde Dostoievski dice que la conciencia es una enfermedad. Y esta otra máquina de escribir como tortura del cuento de Kafka. Entre esos dos polos creo que me gusta trabajar en la pesadilla. Pero hay algo también de la perversión, por ejemplo, de la cucaracha de Clarice Lispector. Del asco y del deseo, hermanados. Y sí, creo que trabajo en ese sector porque mi conciencia inventa muchas pesadillas. Y hay algo muy rico en el funcionamiento, ¿no? De ese relato otro, que no es exactamente real, pero que alude a él casi como un castigo.
-Sentidos como el gusto, el olfato o el tacto son especialmente cárnicos, por decirlo de alguna manera, pero el tacto concretamente nos conecta con la carnalidades en mayor medida. ¿Lo hace eso más propenso a los excesos?
Bueno, los sentidos son como la conciencia del cuerpo, ¿no? El modo de entender el mundo. Creo que también las lecturas son subsidiarias de los sentidos. Las lecturas que hacemos del mundo según nuestra capacidad para indagarlos sensorialmente, que es lo único que tenemos para conocer al otro y a uno mismo. Yo tenía un profesor de teatro que decía que no hay nada más terrorífico que ver un beso en primer plano, que podría ser algo monstruoso. Entonces sí que depende de la distancia. El exceso de cercanía pone en evidencia los monstruos que ocultamos en general, las máscaras sociales, las trampas, la mentira. Uno es una mentira andante, se construye en función de su entorno y de sus miedos. Los excesos son muy literarios, como la hipérbole, me parece que es interesante, aunque después está bueno también, o a mí me gusta, trabajar con cierta economía de recursos, esa hipérbole para que no sea grotesca, que es algo que no me interesa. En este libro concretamente trabajé más bien con el recorte, y con la profundidad del relato más que con la espacialidad, pero sí creo que escribir sobre el cuerpo incluye el exceso y también su defecto.
-Tus personajes sufren, abandono y violencias de todo tipo (sistémica, sexual, psicológica). ¿Se hace duro escribir sobre tanto dolor?
-Sí, me pasa que las escrituras minimalistas o superficiales se me quedan un poco cortas. También cortas de carne. Me parece que el dolor no se puede excluir de la creación y que sin haberlo atravesado uno es un poco como un turista. Creo que se puede escribir sin haber vivido algunas experiencias, pero cuando las has atravesado adquieren otras ramificaciones y otros riesgos. Y creo que además nadie está exento del dolor, lo que pasa que a veces se elige mantenerlo afuera. Y creo que también es un acto político ponerlo en evidencia.
-En el libro hay imágenes terribles, como las de Fruto seco, que hacen considerar Teoría del tacto como un libro de terror. ¿Lo ves así? ¿Son de algún modo las narrativas del horror un instinto para ti?
-Me da un poco miedo la palabra terror, porque últimamente siento que se ha vaciado de sentido. Como que se comercializó mucho con la palabra. Prefiero por ahí lo perturbado o incluso lo terrible, ¿no? Tal vez modos de escapar de la palabra cuando se gasta tanto en términos de venta. Pero sí creo que hay algo, volviendo al cuento de Kafka, de padecer la propia escritura. Pero hacer de eso igual un goce. Necesito que estén esos opuestos. Más bien baudelerianamente. Asumiendo que hay belleza en lo podrido.
-Las transacciones que involucran a seres humanos (o a partes de ellos) como mercancía son recurrentes en este libro. ¿Por qué?
-Las transacciones. Sí, sí, vivimos en una época de transacciones. El verbo monetizar, por ejemplo, me parece espantoso. Mercadear con el cuerpo y con todo lo que esté a mano. Somos sujetos y objetos de consumo. Más bien objetos, a veces inconscientes.
-En las redes se siente como si nos tocásemos demasiado, como si hubiese demasiado contacto. ¿Es la era de un nuevo sentido, la era de un tacto excesivo digital?
-Claro, si ocurre en los dedos es digital. Pero entiendo que te referís a lo inmaterial. De hecho, este libro lo empecé a escribir un poco antes y un poco después de la pandemia, digamos que la pandemia quedó absorbida en el centro del asunto. Y ahí tocar estaba prohibido. El cuerpo del otro como amenaza, uno mismo como un riesgo para los demás. Pero bueno, mi idea era eludir también esa palabra o hacer hincapié en algo que ya se ha convertido en un lugar común. Saltearme lo que se ya ha comentado y volcarme sencillamente en el asunto más táctil de lo que para mí implica igual la escritura, que también pasa por la mano, porque yo escribo bastante a mano y a veces me grabo los textos que estoy escribiendo o que voy a escribir. Y los hago pasar por la garganta. Y es una manera de hacerlos materia. Hay algo que a mí me interesa mucho que es el cuerpo del lenguaje como primer asunto. Y cómo funciona ese cuerpo en cada uno de los relatos, no solamente animado por una voz, por un asunto, sino por la palabra misma, por la función golpeadora de la palabra, el bofetón. Palabras como bofetadas.
-Las migraciones masivas van a ser —y ya son— uno de los grandes fenómenos del futuro inmediato. Pensando de nuevo en las transacciones, y este movimiento, en cierto modo lo es: desde tu experiencia, qué huella, qué impronta, dejan en la personalidad y en la persona?
-La migración pone a prueba tanto a quien migra, como a quien lo recibe, que debe compartir un espacio que consideraba propio. Es un movimiento crítico a dos puntas, donde quien llega es la parte más débil, al que se le exige la adaptación. Si has migrado has padecido humillaciones. Nadie se va si antes no hubo una crisis en su lugar de origen. Al llegar, ocurre lo mismo. El que llega es el bárbaro a quien disciplinar. Hay otras migraciones, las nómadas digitales. Donde el dinero compensa la desterritorialización. Pero nadie está exento del desarraigo. Y esa herida marca. No sólo la escritura. El modo de entender el mundo, el propio cuerpo, tu sistema de creencias, etc. Se amplía y revela el absurdo del mundo. Después de una migración no se vuelve a ser quien se era. Con lo maravilloso y desesperado que eso puede llegar a ser.

Taller en Billar de Letras: Inventario (im)personal

CURSO DE NARRATIVA INTERNACIONAL Comienza con: Fernanda García Lao (Argentina) Inventario (im)personal: Narrar desde los objetos. Memori...