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sábado, diciembre 10, 2022

Fernanda García Lao: «Entrar y salir de un duelo es también entrar y salir de la locura»

Revista Mercurio. Cultura desorbitada Sevilla. Bruno Padilla del Valle --------------------------------------------- Fernanda García Lao (Mendoza, 1966) escribe teatro, novela, cuento y poesía, pero cómo se llame lo que hace le importa más bien poco. Saludada ya hace un decenio en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de «los secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana», su obra apenas ha trascendido en su país de adopción, el nuestro: hija del legendario periodista argentino Ambrosio García Lao, su exilio la llevó a vivir en Madrid de los 10 a los 23 años y ahora reside en Barcelona, aunque vivió en Praga, ciudad literaria donde las haya. Esta entrevista también es pura literatura en sus respuestas y, a pesar de haberlas armado oralmente sobre la marcha —aquí se presentan sin apenas edición— en el marco de su visita a la pasada Feria del Libro de Sevilla, encierran la sabiduría y la capacidad reflexiva de su experiencia enseñando a leer bien y escribir bien. Solo podemos escucharla con atención, interrumpirla lo menos posible y asombrarnos de hacia dónde conducen sus elocuentes derivas. El libro del que vamos a hablar es, sin que pretendamos ser redundantes, puramente literario: Sulfuro (Candaya, 2022) se desenvuelve en el territorio de las ideas y de la evocación de experiencias, sensaciones, flujos de conciencia. Una novela filosófica y fantástica, que a ratos asemeja un cuento de terror y locura, donde la conciencia de muerte y de la «gente sufrida» de su protagonista, una mujer de treinta y tantos divorciada y recasada, madre a su pesar de hijos vivos e hijos muertos, no encaja nada bien con su sometimiento a la rutina, las horas muertas. Retrato de mujer vacía —o vaciada— de vida, casi una muerta en vida, embalsamada, que atraviesa un alucinado proceso de duelo y desconsuelo: «Qué se puede esperar del mundo si la gente más interesante está muerta». Mujer afantasmada y que reencarna o reemplaza a otras en esta pesadilla paranoide entre dos mundos, acá y allá, que al aparearse engendran monstruos y fantasías necrófilas. Fernanda García Lao esgrime con maestría retórica y sublime concisión sus innumerables recursos en estas páginas. Como lo fue antes la profética Nación Vacuna (Candaya, 2020; una semana antes de que estallara la pandemia), este libro es solo una muestra de ellos y de su osadía, que procede de una visión de la escritura como el acto de jugársela en cada frase, más aún en estos tiempos en que abundan los burócratas metidos a autores. «[E]se temor es lo único que te pasa», se dice la protagonista de Sulfuro. «Para qué cuidarse».
Esta puede considerarse una obra en torno al deseo (incluido el deseo de muerte). ¿La pérdida del deseo es la muerte en vida o crees que la protagonista reivindica el derecho a no desear? Son temas interesantes. Por un lado, la relación de Eros y Tánatos no es un invento mío, afortunadamente [ríe], pero sí que tenía una necesidad de literalizar la metáfora, de preguntarme qué pasa si lo que deseas está muerto. ¿Por qué hay que gozar de lo vivo, cuando lo vivo está pervertido o es violento? Por otro lado, la religión se dedica a adorar a ausentes, y existe una especie de gozo en ese silencio. Pienso en Ignacio de Loyola, en Teresa de Jesús, esa invocación que es muy erótica, porque el otro es el amado; el amado fuera del territorio de lo vivo y de lo real. Sulfuro también es una pregunta sobre qué es lo real y cuáles son sus márgenes y, más que una novela fantástica, es una novela sobre la locura. Hoy, por ejemplo, cuando venía para acá y tomé el tren para llegar a Sants, en Barcelona, había un señor hablando consigo mismo que decía «esta guerra es interminable». Y yo me preguntaba de qué hablaría, si de Ucrania o de sí mismo. Todo el tiempo pasan esas cosas, o yo las veo [ríe], y me gusta escribir en torno a esas preguntas que no tienen respuesta. Pese a lo que dices, inevitablemente me trae ecos de la literatura de género; sin duda el gótico, como la fuerte presencia de la casa. Me divertía eso, jugar con los moldes para construir otra cosa. Hay una casa, hay fantasmas, hay muertos, hay apariciones que no se termina de dilucidar si son verdaderas o no, y sin embargo es más una novela existencialista que una de terror. Sin duda es una angustia muy pegada a lo cotidiano y lo rutinario, ¿querías retratar en cierto modo lo absurdo de la maternidad acelerada y estresada de clase media? Sí, hay algo que es el germen absoluto de esta novela, que es el barrio donde yo vivía en Argentina antes de mudarme acá. Mi casa estaba a doscientos metros del cementerio, y es un barrio burgués, donde hay jardineros, servicios de seguridad y mamis que manejan camionetas; se parecen mucho a las que figuran en Sulfuro como personajes secundarios. La protagonista, que tiene que asumir hijos que no son propios desde el mandato patriarcal, por supuesto, se casa con este tipo que pretende que ella haga la tarea que le correspondería a él. Algo que se asume con mucha naturalidad, salvo para ella, que no distingue muy bien entre sus abortos y los niños reales. Es una crítica a las familias tradicionales, al adoctrinamiento en una fe o en el matrimonio o en la maternidad, al hecho de no ser capaz de andar por fuera del surco. Por eso necesitaba que la novela fuera rápida; que, pese a lo que pudiera parecer en términos políticos, fuese punk en el sentido de que no tuviera mucho tiempo para contarla y ella no se detuviera a pensar, porque va como llevada por la angustia. Va abandonando todo y lo deja a medias, sin hacer, no es buena para ninguna de las tareas para las que ha sido programada. ¿También por eso eliges esa peculiar estructura en breves capítulos o escenas fragmentadas? Sí, y por lo que te comentaba antes de mi experiencia en el teatro: no puedo dejar de pensar en cuerpos y en espacios reducidos. Me gusta trabajar pensando que esos capítulos son pequeños núcleos, que incluso concluyen en sí mismos y que se articulan entre sí por medio de las elipsis y del vacío. Además, como lectora me aburre mucho cuando me cuentan todo. No quiero saber todo, quiero que me hagas una edición [ríe] de lo que me vas a contar. Me parece que contar todo es de autor perezoso. Y, por otro lado, para hacer eso tienes que estar subsidiado o algo así, porque si necesitas años para escribir cada cosa… Las novelas excesivamente profusas me parecen un abuso de confianza, como decir «yo he estado escribiendo esto mil años y tú dedícame seis meses para leerlo». Creo que exigir esa fidelidad es excesivo. Prefiero que el libro se devore y que luego regrese a tu cabeza, que proyecte alguna sombra, porque tampoco me gusta la lectura fast food, de comida chatarrera. Me gusta que el libro, de alguna manera, te atrape y que te suelte y que luego seas tú el que decida volver. Parece que el libro cobra valor artístico en función del número de páginas cuando en el cine, por ejemplo, nos quejamos (muchas veces, con razón) de una duración excesiva. Sí, como si se vendieran al peso. A mí los libros que me interesan como lectora son libros más bien verticales, no horizontales. Los que crecen en profundidad. Esto de tenemos tanto tiempo y espacio y vamos a dedicar doscientas páginas al primer año de mi vida… la verdad, no es para mí, ni como lectora ni como escritora. Creo que escribo como me gusta leer. Aunque luego no me vuelva a leer, por supuesto [ríe]. ¿Nunca relees lo publicado? ¡No! Salvo cuando me van a traducir, entonces tengo que regresar a ellos por dudas puntuales que se plantean. Hablando de ese afán esculpidor y pulidor de la edición de tus textos, ¿los recitas en voz alta durante el proceso de revisión? Sí, obvio. Y creo mucho en la oreja. Me parece que cuantos más sentidos intervengan en la escritura, mejor. La vista es mentirosa. Como yo trabajo muy obsesivamente las frases, tienen que sonar bien y necesito que lleven un ritmo particular, que no haya cacofonías, repeticiones, rimas o errores de fonética. El libro también es música y cómo es dicho, cómo pasa por la garganta para mí es superimportante. También cuando doy talleres pido que se lea en voz alta, está bien hacerse cargo de lo que se escribe. Más allá de que no por ser autor debas tener dotes orales, porque es real que hay mucha gente con vocación de parlanchín que no escriben bien. Pero en el texto sí, tener oído es muy importante. Por otro lado y viniendo del teatro, tengo la noción de que algunas frases pueden resultar muy bonitas, pero a veces sobran. Me interesa sobre todo ver cómo es ese tránsito del fraseo, qué antecede a qué y cuál es el anzuelo. Hay mucho humor retorcido en toda la novela, que estalla en algunos punchlines o remates de cariz cómico pero que también hurgan en la herida. Lo que pasa es que a mí me encanta el humor, no puedo prescindir de él. Creo que el humor, en su dosis homeopática, es perfecto. Las novelas jajaja no me interesan, pero la solemnidad me resulta sospechosa. Creo que hay algo que emparenta un poco el humor con la poesía, y es que tienen ese poder de revelación o de asociación de cosas imposibles entre sí, que en unos casos produce hilaridad y en otros, el efecto absolutamente contrario de monstruosidad. Pero bueno, también lo monstruoso resulta cómico. En realidad, todo es cómico. Hay algo como de absurdo que no puedo dejar de ver en el mundo. Las plantas-abortos son una representación bastante insólita y tabú. ¿Estos personajes como de magia negra se hallaban desde el principio en tu concepción del relato? Yo es que no diseño la narración con anterioridad. Lo que sí hago es avanzar y retroceder todo el tiempo. Había algunas claves que tenía previstas, pero luego me gusta no saber, me gusta ir descubriendo a medida que ocurre. Un poco como si yo fuera ella, o un poco lo que pasa viviendo, no sabes lo que viene mañana. La gente muy previsora no hace más que equivocarse [ríe], o cumplir con esa especie de práctica de la previsibilidad que es aburridísima, y en la escritura sobre todo. Entonces no tengo más remedio que avanzar veinte páginas y retroceder; con lo aprendido, empiezo a dar ese tinte necesario para lo que lo había antecedido, casi a oscuras y como si fuera escarbando y encontrando restos arqueológicos de esta historia. No está nunca la vasija completa; encuentras un pedacito e infieres que aquello era una vasija. Me gusta mucho trabajar así. De hecho, hay algo que creo que también viene de lo teatral, que es la hipercondensación. Decías lo de las películas largas, pero en el cine sí puedes tener a la gente tres horas; en el teatro, no. No se aguanta y, si se aguanta, se duerme la mitad de la platea. Así que existe una cierta furia de mantenerte despierto que también te obliga a ir descubriendo. Yo soy la primera que no se puede dormir. Cuando estoy en esa situación de escritura de una novela, el mundo entero hace sentido para mí y está lleno de pistas que, metamorfoseadas, luego forman parte del relato; o a veces no. Sulfuro tiene un montón de cosas que me obligué a hacer. Como vivía al lado del cementerio, hubo un momento en que ella decide ir y colarse en un entierro. Pues yo fui y me colé en un entierro. En realidad había dos en ese momento, así que elegí uno [ríe], el que estaba más concurrido para no llamar mucho la atención. Estaba allí con gafas de sol, seguí al coche fúnebre y a la fila de deudos, sin saber si era hombre o mujer porque estaban solamente sus iniciales; tal cual aparece en la novela. Fui hasta la última instancia, el nicho, pero me fui sin saber. Varios me miraron, y completo esa escena en Sulfuro pensando que a ella le llamaron la atención diciéndole «usted estuvo metiéndose en muertes que no le corresponden». Me gusta mucho eso que escribes de que en el cementerio «[n]adie pregunta por el dolor ajeno, por si viene una respuesta». Sí, es algo así como decir «respete mi dolor». En el cementerio me ocurrió que, habiendo pasado muchas veces por los mismos caminos, cuando estaba escribiendo la novela encontré el mausoleo, o más bien una pequeña cripta, del Colegio de Escribanos de la Provincia de Buenos Aires, con una escultura gigante de esta mujer que estaba con las manos así hacia delante, como sonámbula, y me dije «¡la escribana!» [ríe]. Tal cual está descrita en Sulfuro. Lo que pasa es que yo creo que, si somos sinceros, esto no es un oficio. Hay algo de vicio, más que de oficio, en escribir. Por otro lado, es una locura controlada, porque de la locura no puedes entrar y salir, y de la escritura, sí. Pero hay algo también como de cruzar algunos límites, a mí me gusta eso. Se notan los libros hiperracionales o los libros de mercado, la libido domesticada. En Sulfuro hay algo de desborde, de desparrame, de corrimiento, de desplazamiento de la norma. Y creo que entrar y salir de un duelo es también entrar y salir de la locura, cuando somos educados en una especie de eternidad que no funciona, como negando todo el tiempo que vamos al hoyo directos. Es una sociedad muy enloquecida; ¿cómo se puede escribir racionalmente la manera en la que se vive? Ahora que dices lo de entrar y salir de la escritura, Leila Sucari (que fue alumna tuya) ha contado que le dijiste que no sabías si harías más novelas. ¿Cómo supiste? [ríe] Por una reseña suya de Sulfuro, muy literaria, muy bien escrita. Ah, no la he leído… Lo saco a colación porque no sé si esta ha sido una novela especialmente dura de escribir o porque quizá te gustaría seguir encontrándote en la poesía, los cuentos o el teatro; aunque este libro tiene algo de todos esos formatos. Es que creo que, en cierto modo, nunca he escrito una novela convencional. Jamás. Entonces ahora estoy escribiendo y no le doy nombre a lo que hago. Ya hace rato que no me interesa inscribirme en ninguna categoría. Creo que el hecho de haber atravesado esta novela que, sea o no convencional, tiene un asunto que la mueve, un motor como muy claro y una sola voz, una coherencia dentro de ese mundo, por momentos se parecía peligrosamente a algunos sectores de mi vida, en el sentido de que mi casa era una especie de doble de la casa de la protagonista, aunque no tenía un escribano ni niños en las macetas ni nada de eso [ríe]. Me pasaba que yo escribía «llueve»… y llovía. Me pasó un par de veces que lo que estaba escribiendo, ocurría. Sencillamente como si el presente dictara el texto y también ese desdoblamiento se volviera a doblar, como si fuera un pliegue de lo plegado. Así que creo que sí necesito tiempo, más allá de que ya tengo un libro de relatos que escribí a la vez que algo de esto último. Además, en el ínterin ya había muerto mi madre y ocurrió también que no sabíamos qué hacer con sus cenizas y yo dije «al río no, por favor». Había un montón de cosas que empezaban a coincidir de alguna manera. Y me pasó con Nación Vacuna también que, bueno, iba a venir a presentarla y estalló la pandemia y había que vacunarse. Yo decía «no puede ser» [ríe]. Y un montón de asuntos como los apestados, las fake news, esa especie de realidad adulterada y distópica que vivimos, estaban en consonancia con la novela. A ver, no es que sea magia ni nada por el estilo, pero creo que cuando está afinado el instrumento, es fácil percibir lo que pasa de largo cuando estás distanciado de ti. Hay algo de la introspección que requiere la escritura que te conecta no solo con el aquí y ahora, sino con un poco atrás, un poco ayer y un poco mañana. Y entonces el paraguas abarca más que el aquí y ahora, que siempre, además, es tan mínimo.

martes, agosto 30, 2022

Nación vacuna, Fernanda García Lao. Candaya

Coordinador de la crítica: Javier López Menacho COORDENADAS LITERARIAS Fecha original de publicación: 2020 Número de páginas: 144 Temáticas: Género: Dictaduras | Lucha de clases | Destacados | Distopía | Maternidad | Narrativa contemporánea | Sexo Con una historia de fondo feminista, sexo casi carnívoro y un genial sentido del humor, Fernanda García Lao escribió hace algunos años una nouvelle que recuperó felizmente Candaya y que hoy suena moderna y desenfadada.
Sucede una paradoja con Nación vacuna. Ha tenido el don de la ubicuidad para bien y para mal. Al lanzarse en España de forma previa a la insufrible temporada pandémica, dobla su sensación de ucronía. Por un lado, la ucronía consciente que establece su autora, Fernanda García Lao, con respecto a la guerra de las Malvinas (nada imprescindible para comprender el relato). Por el otro, podría valer perfectamente como una ucronía pandémica. Sea como fuere, Nación vacuna es un obra impactante, sorprendente y literariamente en estado de gracia. En apenas ciento cuarenta páginas, la novela te va atrapando en este viaje a ninguna parte que sufre su kafkiano protagonista.
* Resumo. Estamos en un tiempo indeterminado, en Argentina. En una isla remota han quedado unos supervivientes de una guerra, envenenados por los enemigos y en situación de cuarentena. La “heróica” sociedad de la que partieron es ahora un estado autoritario, burocrático e impío, torpe y entregado al populismo con tal de elongarse en el tiempo. La sociedad es una sociedad hastiada de sí misma, con vecinos vigilantes y patéticos, donde cada uno mira por lo suyo y deja pudrirse al reto. En el mundo, para colmo, hay una extraña enfermedad que limita el libre albedrío. La vida vale poco y la existencia es gris como las aguas que dominan el relato.
* En ese asfixiante contexto, Jacinto Cifuentes forma parte de un tenebroso casting que le ha encargado el estado. Tendrá que seleccionar, junto a otros pobres infelices, a varias mujeres para que estas se conviertan en cobayas y visiten la isla donde quedan esos combatientes olvidados que proporcionan un relato a su gobierno. El plan es vacunarlas y preñarlas para repoblar la isla y que la épica sobreviva, adormeciendo al resto de la población.
* Con este original planteamiento y un lenguaje poético, con frases cortas y certeras, Fernanda García Lao repasa algunos de los traumas de su tierra natal (las desapariciones de la dictadura o la susodicha guerra de las Malvinas), construyendo el relato de liberación de un protagonista que busca una ranura en el sistema para huir, con una relación materna ausente, vegano en un mundo cárnico, escapando de una realidad que casi nadie comprende que es un absoluto fracaso. El relato, en un comienzo costumbrista a lo 1984, se transforma en una road movie hasta su sorprendente giro final.
* Con una historia de fondo feminista, sexo casi carnívoro y un genial sentido del humor, Fernanda García Lao escribió hace algunos años una nouvelle que recuperó felizmente Candaya y que hoy suena moderna y desenfadada. Suele suceder que a la buena literatura, por arte de magia, el tiempo le sienta muy bien.

jueves, marzo 03, 2022

Sulfuro

 

                                                                         
                                                            Emecé, 2022


Sulfuro cuenta el recorrido de una mujer que no tiene paz en el mundo de los vivos ni en el de los muertos.
Narrada en segunda persona desde la disociación de la protagonista −hija de un proctólogo y una suicida serial−, la novela atraviesa hospitales, piletas, autopistas, matrimonios y cementerios con naturalidad y espanto por partes iguales. En estas páginas, abortos, santos y vecinos conspiran contra los mandatos de fecundidad, de fe en la iglesia, de matrimonio burgués, de felicidad familiar, de cordura y raciocinio. Un fantasma puede ser mejor compañía que un concejal, un escribano o un bebé. 
En este nuevo libro de Fernanda García Lao, los muertos y los vivos alternan y a veces se confunden. Sexual, deslumbrante, macabra, feroz, Sulfuro conspira contra el formato tradicional de la novela y cruza los umbrales del realismo destilando humor negro sin perder verdad y belleza.

viernes, agosto 07, 2020

Nación Vacuna: ucronía distópica en la elipsis

A Fernanda García Lao en su venir e irse para volver a venir y quedarse, en ese vaivén transatlántico tan argentinamente europeo

Por Pascual Gálvez

“Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla. Si es necesario este pueblo, que yo trato de interpretar, está dispuesto a escarmentar a quien se atreva a tocar un metro cuadrado del territorio argentino”

Desde el balcón Casa Rosada, Leopoldo Fortunato Galtieri, miembro de la Junta Militar argentina, declara la guerra a Gran Bretaña el 2 de abril de 1982

Argentina es una nación vacuna, un país carnívoro de kermeses con olor a asados y parrilladas. Un lugar donde la porción de vaca cortada es metonimia de fiesta: tiras, bifes de chorizo, bifes angostos, palomitas de paleta, matambres, entrañas, vacíos, colitas de cuadril, chorizos criollos… La identidad nacional pivota sobre la esencia vacuna. Por eso el héroe de esta novela es un segundón burócrata vegetariano: Jacinto Cifuentes es el funcionario de una patria en crisis.

Recuerdo que supe de la Guerra de las Malvinas por mi profesora de Historia de primero de BUP. Fue una epifanía en esos años de desconcierto adolescente: era preferible vivir en una democracia como la inglesa que bajo una dictadura como la argentina. Eso dijo. Minimizando la tragedia del conflicto. Fernanda García Lao, la autora de la novela, estaba entonces exiliada en Europa y conoció el hecho, en francés e incrédula, mientras hacía cola para entrar en un museo.

Los setenta y cuatro días de duró la guerra (del 2 de abril al 14 de junio de 1982) no nos importan mucho para disfrutar de la lectura. Ni ser unos apasionados del asado argentino. Basta lo dicho para contextualizar en la historia y en la realidad un argumento que desborda en fondo y forma esas circunstancias para ser literatura. En el enfrentamiento salvapatrias de la junta cívico-militar argentina gana pérdidas. En el enfrentamiento entre el lector y la novela pierde el conflicto y gana el arte. Nación vacuna nos lleva a un naufragio como el de Próspero en La Tormenta desde el fracaso en el éxito de la propaganda de guerra para intentar salvar una dictadura gracias a la Falksland War. La dictadura cayó y el arte se salvó. La operación mediática de la Argentina militar tiene su reverso en esta novela de Fernanda García Lao treinta y ocho años después.

En la ficción, Argentina gana la guerra. Es una nación mostrada en una distopía del pasado (como la de Juan Soto Ivars en Crímenes del futuro). El enemigo envenena el agua de las islas M y la vida es insostenible. La Junta civil, sin militares tras la guerra, emprende una campaña de repoblación en la que argentinas continentales seleccionadas deben asegurar con sus vientres que los soldados de las islas se perpetúan y pueden dar vida a la victoria contra el enemigo. Es una operación para reconquistar la victoria. Una victoria pírrica en un ambiente de apocalipsis de precariedades, difuminado en un paisaje de posguerra en el que el animalismo sexual busca, sin conseguirlo, tapar las grietas de la frustración de los personajes. Libido femenina que somete a los hombres. Hembras fálicas que usan a los machos, que los engañan incluso en una política de subsistencia y promiscuidades. Con el orden natural y social alterado todo pasa por válido. Es la pesadilla que nos hace vivir Nación vacuna describiendo un ambiente kafkiano (por esa lógica del absurdo burocrático impuesta por el punto de partida argumental, por la ironía macabra de un estilo cortante, lleno de elipsis, fragmentario). Los personajes parecen vacas colgando de sus ganchos, sin cabeza, en el matadero de sus vidas, regidos por las órdenes de un poder central y centralizador. Una dictadura desvaída con muchas zonas de sombra desde las que nos iluminan los personajes, libres y prisioneros en esas grietas del control. Grietas llenas de sexo furtivo como moneda de cambio.

La dualidad tensiona todo el relato. Padre carnicero con hijo vegetariano. Padre activo y militante ante una madre sin maternidad: sus dos hijos, Jacinto y Leopoldo, son, a su vez, el haz y el envés del emprendimiento (gris y fracasado el primero, protagonista de la acción; triunfador y brillante el segundo, agente de los acontecimientos narrados pero en un segundo plano). Una mujer en disputa “amorosa” entre los dos hermanos, Mona (la seleccionada 1789, la elegida por el pueblo), que medra y se sacrifica por la causa. Planes contra Jacinto con Erizo y sus axilas como intersección. Jacinto contra Rubén el camionero con Mona, la cuñada, en la discordia de la fertilidad salvadora de la mentira. Las mujeres “Lesbianas Re-evolucionarias en Contra” contra La mujeres del proyecto original para  combatir el heteropatriarcado de la regeneración. Violencia de la carne y la sangre. Disyuntivas trascendentes: “¿Coger o suicidarme?” (dice Cifuentes en el dilema que va del follar estéril a la muerte fértil). Como Fernando de Rojas dice traer de Heráclito a su prólogo de La Celestina: “Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla”. En ese caos sobrevenido por una guerra, la prostitución es un arma patriótica y la degradación se diluye en la tragedia general que la justifica una supervivencia con connotaciones raciales.

Novela proléptica. Novela ucrónica. Novela nave sobre un pasado que dosifica la acción anticipando la ficción que recrea una historia que nunca pasó. Fernanda García Lao inventa unos personajes que de estoicos acaban siendo hedonistas en el naufragio impuesto con párrafos breves como olas de un mar entrecortado. Novela de realismo simbólico cortante desde la voz de un burócrata aséptico, distante, desapasionado, pero en una orgía vital sin más placer que el frustrante y animal del sexo. Los espacios en que se mueven los personajes contribuyen a la sordidez: el matadero (ese que nos lleva a la novela homónima del argentino Esteban Echevarría, crítica también a un despotismo dictatorial del siglo XIX); Rawson (hijo crudo en inglés –hijo vegetariano afilador de cuchillos de un padre carnicero-), ciudad desde la que fletar hacia las islas M la salvación en el barco Nación Vacuna; el limbo con cementerio y almacén de la espera para el embarque tras el anuncio del aborto de la misión; esas isas M no holladas durante el argumento como destino de la derrota… Las cápsulas de carne, una especie de “Avecrem” que concentra todo el simbolismo de la novela, condensan la metáfora de las vacas abiertas en canal, el alimento de subsistencia, la gragea libidinosa, viagra pansexual de carne para compensar ausencias de apetito sexual. Carne de vaca para provocar la causa de la recuperación tras la catástrofe bélica. Cápsulas como vacunas contra la pandemia provocada. Vacunas hembra. Edward Jenner descubrió que la viruela bovina inmunizaba de la viruela humana. Era inglés, de Gloucester. Los ingleses emponzoñan la potabilidad de las islas M y las mujeres “triadas”  consumidoras de cápsulas cárnicas llevan en su cuerpo la vacuna. Su cuerpo es la vacuna que llega por mar en el Nación vacuna desde el continente al  archipiélago patagónico. Como en tantas leyendas (la de Sant Jordi entre ellas) la mujer es el agente (paciente) sacrificado por la causa general. Pero las mujeres de Fernanda García Lao, en la manipulación nacional, son quienes dominan sexualmente. También son utilizadas pero tienen espacios de poder sobre los hombres.

En una frecuencia de tono que nos puede recordar 1984 de George Orwell, perlada de atracciones como la del sudor de las axilas que se mezclan con las cuadrículas burocráticas de un encargado del registro, los personajes de Nación vacuna son ganadores de un Proyecto que los humilla pero que deben aceptar como un privilegio por su valor salvapatrias. Una revolución farmacéutica desde la única corbeta en el puerto de Rawson que la victoria contra el enemigo ha podido conservar en condiciones de navegar. “Hembras por la Patria” que no embarcan en loor de multitudes en la corbeta, que tienen que intentar cumplir su misión en un precario barco pesquero, el Quisquilla I, rebautizado como Nación Vacuna, en un trozo de costa sin puerto, anónimamente. Cuerpos procesados, de vacas, de mujeres, para salvar a los militares confinados en cuarentena, aislados, literal y metafóricamente. No hay vacunación inocua. La redención puede habitar en la vagina.

Toda la novela presenta unos espacios fantasmagóricos, entre kafkianos y beckettianos, con un Jacinto Cifuentes transparente, responsable pero pasivo entre onanismos oníricos potenciados por la lascivia de las cápsulas vacunas. Vulvas inflamadas. Mejillones que se abren como plantas carnívoras para que Jacinto mordisquee su carne naranja del sexo y entierre los cadáveres de sus valvas negras. Jacinto Cifuentes invisibilizado por la máquina burocrática, muerto oficialmente y vivo de facto. Responsable de engendrar en coitos programados el heredero, fingir un éxito militar con un fracaso administrativo que el funcionario va a remediar. La mentira como cimiento social.

Más allá y más acá de las coincidencias con coyunturas pandémicas presentes, Nación vacuna es una excelente ficción de una brevedad (140 páginas) que engaña porque entre los huecos de los párrafos hay mucha historia contada en silencio. Es la historia de un burócrata sometido al sistema en toda su contradicción de épicas de serie B explicada desde el estilo telegráfico de la administración y sus asepsias con el que frontalizar la putrefacción de lo narrado, para que los trámites de carne amortigüen su olor a sangre, para que los populismos de cloacas se confundan con los trasiegos nutricios de un matadero en su orgía cárnica.

Hemos empezado con las palabras reales de Galtieri con las que quiso vestir de gesta nacional una bravuconada militarista. Acabamos con las palabras reales de la ficción que son eco literario de su sustrato histórico (pág. 116). La maniobra populista busca efectos y no verdad: el Nación vacuna no había zarpado, pero tenía que estar en las islas M y cumplir su misión:


“La Junta ya logró su objetivo: levantar el perfil en las encuestas. La realidad es carísima, dice Erizo. Prefieren hacer como que nos fuimos”

         Las dos juntas, la militar de la dictadura y la civil de Fernanda García Lao, fracasan en su objetivo: una pierde la guerra a pesar de la propaganda; la otra va a ser engañada por las “misioneras” pero pierden el rumbo y son llevadas al destino que querían evitar y la solución se pierde en la costa negra ante las banderas de los que perdieron.

GARCÍA LAO, Fernanda (2020). Nación Vacuna. Barcelona: Candaya, Candaya Narrativa, 65.



Héroes apestados

La Vanguardia 4 Jul 2020 
Fernanda García Lao Nación Vacuna 
CANDAYA. 
142 PÁGINAS. 15 EUROS 

Por J.A. MASOLIVER RÓDENAS 


 Actriz, narradora, poeta y dramaturga, Fernanda García Lao nació en Mendoza (Argentina) en 1966. Vivió en Madrid de 1976 a 1990, años decisivos para su formación. Ya su primera novela, Muerta de hambre (2004), llamó la atención de editores, críticos y lectores, como la del incondicional que soy yo. En Nación Vacuna –publicada primero en Argentina y ahora en España, en Avinyonet del Penedès, para ser exactos, por la siempre alerta Candaya– reaparecen, intensificados, todos los rasgos de esta narradora audaz, capaz de dar un sentido de irrealidad a lo que es dramáticamente real. Un mundo alterado, con una tan descarada como necesaria licencia histórica donde Argentina ha ganado la guerra de las Malvinas, aunque la realidad de este ganamos se revela en la última frase del libro. Una victoria conseguida a un alto precio: los soldados han sido castigados con una enfermedad mortal. Nadie puede acercarse a las Malvinas –aquí las M– y el gobierno idea un plan disparatado como disparatada fue en la realidad la provocación de la Junta Militar que llevó a una guerra que se sabía de antemano perdida. Para ello cuentan con el barco Nación Vacuna. Se nos narra la historia de unas mujeres seleccionadas para realizar un servicio patriótico y ser utilizadas como vacunas y como cuerpos para la procreación. 

El crítico, en honor de la claridad, está condenado a ser lineal, pero la fuerza de la novela está precisamente en la ruptura de toda linealidad, sin llevarnos por ello al reino de la confusión. A la autora no le preocupa la trama, pese a que todo viaje, como lo será el de Nación Vacuna, implica un desarrollo narrativo. Este desarrollo lo imponen los personajes, con la historia personal de cada uno y con las relaciones entre ellos que van creando diversas situaciones. Una escena es responsable de la siguiente, la lógica del espacio y del tiempo desaparece y, nos dice García Lao, “siempre me intridatas ga más el lenguaje que la acción”, “no puedo separar la trama de su forma”. El narrador es Jacinto Cifuentes, “hijo de carnicero y de una psicóloga desplazada”. La carnicería nos acerca al primer sentido de lo vacuno: las vacas degolladas, la sangre. No puede dejar de pensar en ella, “esos cuerpos eran la muerte. No parecían seres, les faltaba la cabeza”. 
 Se establece una relación entre el Matadero y la selección que como funcionario hace Cifuentes de las 200 candidatas para llegar a las Afirmativas y a las seleccionadas para el Proyecto Vacuna que han de salvar al ejército, las vacas o Catorce Sí que irán al matadero y que vivirán con los héroes hasta quedar preñadas. Y de la relación de ellas con el obseso Jacinto nacen las escenas más variadas y entretenidas de la novela. Ve piernas y pubis por todos lados, le fascinan las axilas peludas y su olor, especialmente de dos mujeres: Mona Cifuentes, que huele a sexo mal bañado, y Lucero Arrieta, catedrática de Geografía bella y oscura, a la que acompaña a su dormitorio sin perfume, para que “me huela por lo que soy. Basta de eufemismos”. Como están libres de eufemismos todos los encuentros sexuales, muchos de ellos abocados al fracaso. Y dentro de esta anormalidad está la de la misma prosa, tan dinámica como la estructura de una novela que es la “reina de la asimetría” y donde la perfección, por suerte, no existe. Nos movemos en un mundo orwelliano en el que se vive la anormalidad sin necesidad de experimentalismos. Y donde “una pátina irreal tiñe el avance del Nación Vacuna a la deriva”, como en una feliz deriva avanzamos en la lectura.


Hablemos escritoras podcast

Una conversación con Fernanda García Lao nos está esperando en Hablemos Escritoras Podcast en donde nos dice que ve a la obra literaria "como una directora viendo a la obra teatral" y la importancia de leer en voz alta lo que escribe. 

https://soundcloud.com/hablemosescritoras/episodio-136-rompiendo-fronteras-fernanda-garcia-lao

Episodio 136: Rompiendo fronteras - Fernanda García Lao 07/07/2020 | Hablemos Escritoras - 
Adriana Pacheco 

Fernanda García Lao La escritora, dramaturga, y directora argentina Fernanda García Lao empezó a escribir a partir del extrañamiento que sintió de portar el cuerpo de otro dentro de sí misma en su primer embarazo y de verse sumida en un continuo estado de sueño y entre sueño. Es la extrañeza y lo onírico lo que marca el inicio de la carrera de una de las escritoras más interesantes en nuestros días. 
Con una voz poderosa cuestiona temas como el desdoblamiento de uno mismo, las mujeres como salvadoras de la nación, el exilio, el deseo, el erotismo, la escritura como laboratorio, las palabras como objetos comestibles, masticables, la tensión de los géneros literarios. Vivió en España desde 1976 hasta 1993, y tiene las dos nacionalidades y mundos lo que influye en su obra tanto dramática, como poética, y narrativa. 
Algunos de sus premios son: Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes por Muerta de hambre; Primer Premio de la Secretaría de Cultura de la Nación, a obras estrenadas en el 2000, por La mirada horrible; el Auspicio de la Embajada de Francia y el Apoyo de Proteatro por La amante de Baudelaire; Premio a la Mejor Actuación (compartido con su compañera de elenco, Gabriela Luján) en el Festival Cumbre de las Américas de Mar del Plata. 
 En 2011 fue seleccionada por la Feria Internacional de Libro de Guadalajara, México 2011 como uno de “los secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana”. 
Se dedicó al teatro independiente tanto en Buenos Aires como en Madrid y ha escrito y dirigido varias piezas teatrales. 
Ha colaborado en distintas publicaciones a ambos lados del océano (Babelia, Revista Quimera, Letras Libres, El Buensalvaje, Las/12, Revista Ñ). 
Algunos de sus textos han sido traducidos al portugués, al inglés, al sueco y al griego para revistas digitales y en papel. Ha publicado en Francia, Costa Rica, México, Perú y España. Desde 2010, coordina talleres de escritura.

domingo, mayo 24, 2020

Tiempos oscuros

DESESCALADA DE LIBROS | NARRATIVA LATINOAMERICANA
Tiempos oscuros
Marta Sanz ha seleccionado tres títulos entre las últimas novedades
BABELIA
EL PAIS

MARTA SANZ
22 MAY 2020
Tiempos oscuros



“La salud es prioridad, la economía”. Nación vacuna (Candaya, 2020), de Fernanda García Lao, es un libro profético. La piel se eriza al rozar urticantes palabras clave: cuerpo, contagio, vacuna. La violencia poética de Lamborghini y El matadero, de Esteban Echeverría, se conjugan para hablar de mujeres y animales dentro de un mismo campo semántico. Lo impresionante de este libro no es tanto el pronóstico, como la capacidad de su autora para crear un mundo, que es otro y es este, con un estilo que nos recuerda la urgencia de cierto trazo grueso.


Con su jocoso tono metaliterario, Juan Pablo Villalobos compone en La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama, 2020) una novela de personajes humanísimos que sobreviven en una geografía migratoria y renombrada. Su ciencia-ficción melancólica se convierte en puro realismo cuando retrata pandemias tan actuales como xenofobia y fascismo. Al final solo nos salvan el amor, los cuidados y el huerto de Gastón donde se cultivan las patatas para el mejor futbolista de la Tierra.

“A los fantasmas hay que palearlos de entrada, Tanito, porque si no se afianzan, ¿sabés?”. En los humedales se sumergen sangre, venganza, infierno, orfandad, locura. Desde la voz de Manoel, Mariana Travacio escribe en Como si existiese el perdón (Las afueras, 2020), con lirismo agrio y ritmo de fatalidad, legitimando la idea de que la escritura es hermafrodita. El western fantasmagórico y la novela de la tierra, enraizada en la mejor tradición latinoamericana, regresan como signo de estos tiempos tal vez demasiado oscuros.

Laboratorios contaminados. Dos novelas en tiempos de pandemia


REVISTA GATOPARDO
Libros
22.5.20
Daniela Tarazona

Hay enfermedades que los humanos hemos ocasionado, en el infatigable intento por modificar al medio ambiente. Estas plagas son difíciles de combatir. Gatopardo invitó a la novelista Daniela Tarazona a repensar los universos distópicos en dos novelas latinoamericanas. Porque los tiempos que vivimos tienen sabor a ficción.

En la realidad que habitamos cunde la ficción. A lo largo del tiempo, se ha examinado a la enfermedad como tema principal de muchos libros, a veces determinada por el orden social, y otras como recipiente de instintos humanos fuera de proporción: de modo que pareceríamos ser más animales cuando estamos enfermos. Entre los registros de las enfermedades o temas derivados de ella en la literatura reciente, vienen dos novelas a mi recuerdo, dos textos de autores disímiles que ponen en entredicho la conformación de lo real e indagan en los umbrales de acontecimientos distópicos.

Sus ojos son fuego (Fondo de Cultura Económica, 2007) es la primera novela de Gonzalo Soltero, nacido en 1973 en la Ciudad de México. Con ella obtuvo el VI Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia. Es autor del libro de relatos Crónicas de neón y asfalto (1996) y de la novela Nada me falta (Textofilia, 2014). Soltero va solo, como su propio apellido lo señala, su escritura se muestra libre y es notoria la diversión en el momento de plasmarla: juega y extiende su tablero a los lectores conminándolos a disfrutar de los guiños de la imaginación.

La novela establece ambientes de laboratorio inmersos en la burocracia, en los que Adrián Ustoria lleva a cabo experimentos con animales. Soltero eligió disponer a sus personajes en la Ciudad de México y atendió a las señales de lo real: la ciudad es el gigantesco laboratorio en donde estamos hacinados, el asfalto podría ser la piel que carcomen millones de animales convertidos en plaga: las ratas, cuya inteligencia pareciera superar a la de los humanos.


El autor descompone las ideas fijas que establecen un orden. Adrián lleva a cabo procedimientos con los especímenes —en un proyecto confidencial—, les suministra sustancias, como hidrocarburos en el cerebro, y observa sus reacciones. En la gran ciudad el peligro estriba en las criaturas que se multiplican y evolucionan para amenazar el orden; acechan al personaje y parecen haber invadido las calles, muerden cables, provocan apagones de luz; mientras que otras especies como las aves, su existencia ha sido mermada a consecuencia de la contaminación provocada por el hombre. De esta manera, se establece la relación entre lo que ocurre en el laboratorio y lo sucedido fuera de él. La violencia en las calles y la representación de una sociedad que se destruye a sí misma y a su medio, es semejante a la violencia que Adrián observa en los especímenes con los que experimenta. La plaga no sólo es animal, sino también humana. Y así como las reacciones de los animales dentro del laboratorio son expuestas de manera velada, sin que consigamos dilucidar sus causas, fuera del laboratorio la presencia de los roedores se muestra de manera siniestra. La desgracia subyace, es subterránea.

El científico que pone los ojos sobre sus experimentos, que establece analogías entre el comportamiento animal y el de los humanos, que observa y anota las variaciones para la investigación de su proyecto, se parece a cualquiera de nosotros: definimos nuestras propias fórmulas y, a la vez, provocamos la destrucción. Las observaciones en estos animales de laboratorio conducen a posibles acontecimientos fatídicos en la ciudad. La enfermedad estriba en la voracidad, la depredación y la competencia incesante entre los hombres. Y como alma que lleva el diablo, Soltero desliza preguntas relevantes: ¿Cuál sería la realidad natural de una ciudad como esta? ¿Y si la manifestación verídica de la Naturaleza en la ciudad es nuestra existencia?

“Hoy más que nunca resuenan los laboratorios invadidos por deseos burocráticos y patrióticos. Las enfermedades no pueden ser combatidas porque el hombre ha modificado hasta el colmo al medio ambiente y a sí mismo”.

Desde otro territorio geográfico, Fernanda García Lao, escritora, dramaturga y poeta argentina, ha estrenado este año en la editorial española Candaya su novela Nación vacuna, publicada en Argentina por Emecé en 2017. Es autora de las novelas Muerta de hambre, La piel dura, Vagabundas, entre otras y del libro de relatos Cómo usar un cuchillo, además de los de poesía Carnívora y Dolorosa. En Nación vacuna despliega un reino singular y, desprovista de patrones rígidos, la escritura se desenvuelve como si la voz narrara una escena teatral. Lo que leemos ocurre de forma instantánea. Sus ambientes componen circunstancias, con personajes que, en efecto, se encuentran arriba de las tablas.

A lo largo de su lectura, se tiene la sensación de atestiguar las andanzas de Jacinto Cifuentes, encargado del registro de mujeres que serán usadas para curar enfermos y procrear, como si estuviéramos espiando a través de una mirilla. La lascivia y los fluidos corporales se liberan a lo largo del texto. Aquí también la burocracia ha dispuesto una realidad sui generis. Tras una guerra que ha dejado soldados enfermos en una isla, se ha elegido a un grupo de mujeres, “vacunadas contra todo mal” para que sean cuerpos que curan y que serán entregados y darán a los héroes enfermos la posibilidad de reproducirse. Inmersos en las frases rítmicas de García Lao, el mundo desplegado tiene colores grises y verdes, la prosa es metálica y feroz. El narrador se relame los labios. Su diversión estriba en el sarcasmo y en los bordes afilados de una realidad absurda.

El padre de Jacinto Cifuentes es carnicero. La novela rezuma sangre. No es sólo el tratamiento hacia los cuerpos femeninos lo que expone García Lao, el asunto se distiende para dejarnos ver más: somos también animales que enferman. La crueldad se parece a la inutilidad de la prisa. Las tripas que asoman de los vientres de las vacas y los cerdos podrían ser las nuestras en días de guerra. Jacinto Cifuentes trabaja para la Junta, allí las decisiones son tomadas por el bien de la nación, ya que la patria dispone de los cuerpos y se sabe que en ellos se encontrarán las vacunas.

Ambas novelas son serpientes que se deslizan entre los órganos del cuerpo para decirnos que los recuerdos son futuristas. Hoy más que nunca resuenan los laboratorios invadidos por deseos burocráticos y patrióticos. Las enfermedades no pueden ser combatidas porque el hombre ha modificado hasta el colmo al medio ambiente y a sí mismo. Los experimentos se han contaminado y no hay una vacuna posible. La enfermedad la produce el ser humano.

lunes, febrero 10, 2020

jueves, noviembre 09, 2017

La gran simulación de la carne

La editorial "emecé" acaba de distribuir la novela de Fernanda García Lao "Nación Vacuna", una ficción retrofuturista que transcurre en una posguerra, con un matadero como zona medular y una gran confabulación del Estado que termina en fracaso.

Por José Luis Cutello
@gacetamercantil




Aquello que la crítica literaria ha bautizado como “narrativa postapocalíptica” es, en verdad, una variante de la novela de terror que trabaja con hipótesis improbables: “Si hubiese pasado esto (y no lo que sabemos pasó) la situación podría ser de tal o cual forma (y no como es)”. Su enorme atractivo radica, justamente, en el hecho lúdico de la simulación: “hagamos como si fuera (aunque sepamos que no es)”. Este ejercicio de imaginación permite que el lector reconstruya a su antojo puntos de vista de la historia y que el escritor ensanche las posibilidades de hacer literatura con sus pesadillas o sus deseos lunáticos… Si bien está documentado en la historia de la literatura desde al menos “La mil noches y una noche”, fue Philip K. Dick quien llevó a la cumbre este subgénero en el siglo XX con “El hombre en el castillo”.

Los relatos postapocalípticos tienen una tipología común: se desarrollan a partir de una amplia variedad de desastres naturales (deshielo de los polos, congelamiento del planeta, epidemias, etc.), de desastres provocados por un agente maligno que modifica el ambiente (los experimentos que “se escapan” de un laboratorio son un clásico) o de desastres históricos (la victoria de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo). Siempre se sitúan, como su denominación lo indica, cuando la sociedad está en plena reconstrucción y muestran una tensión entre la angustia por el mundo perdido y la esperanza de un mundo mejor. Esa fisura temporal, el antes y el después de la catástrofe, los convierte en ucronías, construcciones alternativas de la realidad. El subgénero requiere además un enfoque acotado: no se cuenta el naufragio de la humanidad entera, sino de un protagonista o de un grupo de protagonistas. Por eso, es habitual que se narre lo que un personaje cree que ocurre y no lo que ocurre.

“Nación Vacuna”, la última novela de Fernanda García Lao, comparte varios tópicos vinculados al relato postapocalíptico, pero al mismo tiempo se desmarca de las reglas del género y transita caminos que la hacen diferente, podríamos decir única. En principio, se mueve desde una hipótesis ucrónica muy fuerte para los argentinos: ¿Qué pasaría si hubiéramos ganado la Guerra por las Malvinas? La historia comienza dos años después de la victoria, una victoria que, comprendemos a través de una narración fragmentada, resulta parcial y pírrica: hay una “rendición estratégica del enemigo”, en la cual esos “falsos caballeros” (tácitos británicos) arriaron sus banderas y partieron del lugar, no sin antes emponzoñar las aguas y generar una población de muertos vivos entre las tropas nacionales que van mermando poco a poco al otro lado de las aguas, precisamente “en las M”.

La alienación cotidiana de la postguerra y ese final traumático (“La maldición de las M”, del que temen contagiarse) provocan que la población del continente, cuya nuevo centro neurálgico es Rawson, la ciudad de los “privilegiados”, decida “jibarizar el tema” con tanto énfasis que “nadie recuerda a qué se refiere la M, exactamente”. Entonces, el texto empieza a imbricarse en las antítesis del relato estatal: las M son recuperadas y al mismo tiempo perdidas debido a la peste; los héroes militares de la reparación histórica son los “envenenados de la M” que viven el “destierro oceánico”. En paralelo, se menciona a Buenos Aires como una ciudad desahuciada, una especie de zona psiquiátrica y corrompida: “Los vicios a Buenos Aires”.

En medio de las referidas contradicciones del poder (algunas de las cuales rozan el absurdo kafkiano o la paranoia del “Gran hermano” de Orwell), el gobierno surgido de la reconquista, una singular “Junta” civil compuesta por un ginecólogo, un ingeniero y un comisario, trama un monstruoso plan basado en otra bandera irredenta de la argentinidad: la carne. Esencialmente la carne vacuna, aunque también la otra “carne” que nos enorgullece: la de las mujeres patrias, a la manera de la película homónima de Isabel Sarli. Es que el régimen se monta sobre una hipótesis improbable: ¿Qué pasaría si inmunizamos a prostitutas con una vacuna contra la peste y hacemos que se apareen con los “apestados” para que nazcan un bebé nacional sano nada menos que en las M? ¡La victoria definitiva sobre el enemigo!

Esta idea demencial desemboca en una cultura de la prostitución: las mujeres son observadas como simples objetos de deseo, “carne” de un singular proceso de clasificación que culminará con el envío de las seleccionadas “a las M”. Las vacas, las vacunas y el “Nación Vacuna”, barco que hará la travesía, forman parte de un preciso trabajo lingüístico de García Lao que denuncia violencia social sobre lo femenino, sobre el erotismo y sobre la alimentación (o sobre los animales con que nos alimentamos), aunque paradójicamente esa violencia quede envuelta en una prosa poética que la hace más desconcertante.

No parece casual entonces que la narración quede enfocada en un personaje a priori menor en la historia: Jacinto Cifuentes, hijo vegetariano (“Alguien tiene que compensar tanta barbarie”) de un carnicero que goza de la sangre vacuna; hermano desganado de uno de los miembros de la Junta de Gobierno; amante desdichado de mujeres marginales; hijo de una psiquiátra con la que mantiene fabulosos problemas de comunicación… En resumen, un típico burócrata medio idiota que rechaza el contacto social y el “Manual del buen ciudadano”; que se considera falso, insulso, inadaptado; que sabe que desde su cargo “manipula conciencias” y que tiene una visión negativa de la cosas, siempre en contraposición con el optimismo oficial, por lo cual se lo acusa de “no distinguir el bien del mal”. Sin embargo, es él quien nos anticipa desde su pesimismo que “el Estado es efímero. Nace y ya está fracasando”. La sabiduría que en ocasiones exhibe (“la coherencia ha perdido sentido”) y el descubrimiento de un intrincado secreto familiar llevan a Jacinto a entender la simulación orquestada por su hermano poderoso y bastardo, y a intentar fugarse de la misión que le encomiendan. El personaje “menor”, que no sabe si coger o suicidarse, deviene en un “outsider” lúcido, a tal pundo que advierte que una gata era “el último vestigio de bondad que quedaba vivo”.

El intento de ensamblar prostitución y patriotismo en un programa del Estado, los cuerpos de mujeres que circulan como ganado, la cápsulas de carne (¿vacuna?, se cree; ¿humana?, se sugiere) que supuestamente alimentarán a los “apestados” y otras peculiaridades del texto son segmentos de un esquema narrativo muy bien armado que juega con desplazamientos de sentido y hace brotar personajes extravagantes en el intercambio de vivencias, olores y sexo (no dejen de detenerse en Erizo y sus axilas). Otra de las características notables de la novela es que da cuenta de sí misma: genera su propia lectura y su teoría de la catástrofe conduciendo al lector con información dosificada que puede ser leída a partir del segundo capítulo: la supuesta victoria en la guerra por las M queda encuadrada por una frase que dejan inscripta los supuestos perdedores: “Incerto exitu victoriae”, es decir “siendo dudoso el resultado de la victoria”.

Esa incertidumbre, que sólo se corroborará en la escena final de la novela, pone de manifiesto que la recuperación de las M y el plan estatal son las hipótesis imposibles de una novela con características posapocalíptica que retacea información en todo momento, que elude puntos de apoyo geotemporales y que despliega su argumento sin diálogos directos ni demasiadas explicaciones. “Nación Vacuna”, publicada por “Emece”, tiene una trama fuera de tiempo, intensamente masculina y, como resumen, podríamos apuntar que se desarrolla en un matadero retrofuturista, un lugar donde no existe la esperanza de mundo mejor y donde la muerte “iguala en idiotez”. Un mundo kafkiano, en todo sentido.

Para leer en LA Gaceta Mercantil, click en el título.


sábado, octubre 14, 2017

ENTREVISTA A FERNANDA GARCÍA LAO: “ESTAMOS CONDENADOS AL FRACASO CON LA LITERATURA”

Escrito por Gustavo Yuste
La primera piedra.



Fernanda García Lao nació en Mendoza en 1966. Diez años después, su familia se exilió en España. Desde 1993 vive en la Argentina. Fuera de la jaula es su quinta novela. Es actriz, dramaturga, compositora y narradora. La periodista Silvina Friera la definió como “la escritora más rara de la literatura argentina.” En 2011 fue elegida por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de los “25 secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana”

La necesidad de correr los límites todo el tiempo

Si hay algo que destaca dentro de la obra de Fernanda García Lao es su carácter disruptivo y provocador, donde el lector es puesto a prueba con una historia que borra varias de sus coordenadas claves para lograr una apertura mayor de sentidos. En esa dirección, Nación Vacuna -la última novela de la autora argentina que vivió casi dos décadas en España- muestra el talento de García Lao para manejar lo inesperado dentro de la literatura.

Esta ficción ubicada en una suerte de presente distópico, aunque también podría ser el pasado o el futuro, ya que las líneas temporales no están del todo claras, la humanidad perdió todo rasgo de compasión o empatía y se entregó a su crueldad. “Me gustaba la idea de trabajar con esa carencia maquinal, porque la peor máquina somos los humanos”, señala García Lao a La Primera Piedra en relación con eso.

Me gusta más incursionar en las texturas, en los modos de decir del universo que se va creando, seguir casi de una forma rastrera las huellas que se van dejando.
Dialogando entre lo verosímil y lo fantástico, con breves coqueteos con otros géneros como la ciencia ficción o el diario personal, la novela avanza con pasos seguros en un terreno inestable, demostrando porque la autora es una de las más originales dentro de la escena literaria actual. “A mí como lectora me aburre cuando me dan información previa, prefiero que confíen en mi capacidad intelectual. Por otro lado, uno en su vida no tiene todas las lámparas encendidas, hay un montón de cosas que no se explican”, comenta.

— Al ser una historia tan particular, ¿cuál fue el germen de esta historia?
— Yo a los gérmenes no les presto mucha atención, hasta que se hacen severos. En general vos construyendo a partir de imágenes que me parecen inquietantes o me dan ganas de indagar a su alrededor, sin preocuparme por la trama, sino más bien por los estados. Ahí enseguida aparece una suerte de elenco o protoelenco y la tensión dentro del relato. Siempre me induce más el lenguaje que la trama.

— ¿Te dejás llevar por la historia?
— Por lo que yo siento que va necesitando. Una escena es responsable, casi, del nacimiento de la siguiente. No hago una especie de ruta previa, porque sería intervenir desde el lugar más previsible. En cambio, me gusta más incursionar en las texturas, en los modos de decir del universo que se va creando, seguir casi de una forma rastrera las huellas que se van dejando.

— ¿Dentro de qué género introducirías Nación Vacuna?
— No sé si es ciencia ficción, es más ficción que ciencia (risas). Me gustaba la idea de trabajar con esa carencia maquinal, porque la peor máquina somos los humanos. Además, como transcurre en Argentina, me pareció que tenía que ser prolija con el verosímil, pero en lo demás no me importaba. De todos modos, siempre se va pervirtiendo la idea original. En general suelo borrar algunas de las coordenadas básicas para que el lector se oriente solo.

— En el libro hay una suerte de presente distópico, donde también hay momentos de denuncia sobre la sensibilidad humana y la burocracia. ¿Vos como lo ves?
— Sí, por eso el protagonista mismo se nombra como funcionario, porque es funcional a un sistema al que no adhiere pero beneficia. Siempre parece que nadie es malo por motus propio, como la obediencia debida. Cuando la empecé a escribir el panorama político en Argentina era muy distinto y hoy puede llegar a leerse desde otro lugar. Estamos en un momento bastante maldito y uno se pregunta qué hace con la ficción: si imitar a la realidad o alejarse. Más en estos momentos donde todo está tan contaminado desde el lenguaje que se aplica y la acumulación de versiones para ocultar algo.

— Un poco en relación a la contaminación que hay en el lenguaje, ¿cómo puede hacer la literatura para llegar a los lectores ante el flujo de información que se maneja hoy en día?
— Yo no pretendo competir con eso (risas),es imposible. Yo asumo mi carácter diminuto. Además, nunca pretendí que la literatura pueda salvar a nadie. A lo sumo podés salvar a algún despistado, pero las masas no sé como funcionan y no pretendo saberlo, no es mi función. La literatura tiene varias capacidades que la realidad no tiene, como puede ser crear otros escenarios o transgredir los sistemas en vigencia, más allá de cuánta gente lo lea. Tampoco creo que en términos históricos haya habido buenos momentos para escribir, por eso descreo de los finales perfectos o cerrados. La sociedad ahora está muy acostumbrada a una lectura muy parcial y sesgada de todo lo que ocurre, conviviendo con el horror, la idiotez, una suerte de pastiche en donde todos los discursos se pelean por llamar la atención.

— ¿La literatura cómo logra posicionarse con respecto a eso?
— Todo lo que no está relacionado al instante hoy parece descartable, pero la literatura tiene otra velocidad. Es un momento para intervenir con otra conciencia sobre este presente del ridículo. No me parece que haya que pensar en términos de competencia, al menos desde una mirada exitista. Además estamos condenados al fracaso con la literatura, pareciera que es un mal innecesario.



— Volviendo a Nación Vacuna, el lugar que le das a la mujer como un objeto en esa especie de contexto atemporal es más que interesante. ¿Cómo ves a la literatura contemporánea y su relación con la lucha feminista?
— Me parece que si una se sienta a escribir ficción, no puede desoír lo que está ocurriendo a su alrededor, sería idiota hacerlo. Es una necesidad de estos tiempos correr los límites en los que la mujer estuvo retenida, pero sin hacer propaganda, porque no creo en la literatura que tenga esa función. Han aparecido escritoras con una oscuridad notoria y, que si bien siempre las ha habido, eran vistas como una excepción, pero ya no. Ojalá ya quedaran viejas estas discusiones y podamos pensar sin género.

— En tu literatura en general, y en Nación Vacuna en particular, se puede ver que no solés dar pistas al lector, ¿es algo a propósito?
— Es que a mí como lectora me aburre cuando me dan información previa, prefiero que confíen en mi capacidad intelectual. Por otro lado, uno en su vida no tiene todas las lámparas encendidas, hay un montón de cosas que no se explican. En ese sentido soy muy realista. ¿Quién te da explicaciones todo el tiempo? A mí no me las dio nadie: ni cuando fue el exilio, ni durante mi regreso. Lo que sí me interesaba en Nación Vacuna es pensar en dónde está el deseo de alguien que no vive donde quisiera, replanteando también el cuerpo de la mujer que suele ser visto para consumo. De ahí también un poco el juego polisémico con el término “vacuna”. Además, todos los días tenemos que autovacunarnos contra la realidad, hay que estar un poco loco o perverso para no padecer todo lo que está sin resolver.

— Me interesa eso que dijiste del lugar del deseo dentro de una vida que no es la que más nos interesaría. Se puede aplicar al plano laboral, pero también al familiar y al sentimental, ¿no?
— Sí, es un poco el seguir un surco ya trazado varias veces y el temor a cualquier desvío. Será por eso que me dedico a desviarme en mi vida.

(...)
Para seguir leyendo, click en el título)

sábado, julio 09, 2011

vagabundas


Libros: Sinopsis de Vagabundas
Esta sorprendente novela de Fernanda García Lao se abre con un adiós. Eusebia le anuncia a su hijo Demetrio que está pronta a partir y que probablemente nunca regrese. Todo sucede en un hotel solitario, situado sobre la costa de la provincia de Buenos Aires. A partir de allí, las historias se van entrelazando y la ausencia de Eusebia es como un fantasma que todo lo contiene. Ella ha seguido el rumbo de sus heroínas, las Vagabundas del título, mujeres que no consideran que deban atarse a sitio ni hogar alguno y cuyas biografías -recopiladas y alteradas por la propia Eusebia- cierran la obra. Con una prosa exquisita y de una transparencia notablemente trabajada, García Lao logra un texto que atrapa desde la primera página a partir de su sutileza para construir personajes y armar climas. Construye de este modo un mundo muy personal donde el deseo femenino encuentra una nueva manera de contarse. Vagabundas ganó una mención en el Premio Internacional de Novela Letrasur 2010, cuyo jurado estuvo integrado por Martín Kohan, Claudia Piñeiro y Juan Sasturain.

viernes, junio 17, 2011

Muerta de hambre




Se consigue en las librerías:
Prometeo Palermo, Eterna Cadencia, Crack up, Libros del pasaje.
En la página de la editorial:
www.elcuencodeplata.com.ar
Y a partir de la semana que viene en todos los locales de Cúspide.
No se duerma. Pocos ejemplares...

sábado, junio 04, 2011

Vagabundas


Analogías y diferencias (Hojas sueltas con manchas de grasa. Previsiblemente de medialunas.)

Cualquiera distingue entre las mujeres domesticadas (hembra helecho) y las osadas (hembra móvil) Las primeras son seres orgánicos, fáciles de conseguir: en todas las casas hay una. Muy usadas como ornamentales, tienen tendencia a la osificación. El cuerpo vegetativo de las hembras helecho se lleva bien con la humedad y la sombra.

martes, febrero 22, 2011

novedades El cuenco de plata








"¿Una novela morbosa? Posiblemente. Aunque aquí el morbo no es más que un delicioso ingrediente para sobrellevar una tragedia, y el morbo y la tragedia no son más que deliciosos ingredientes para plantar una historia detectivesca".

martes, febrero 01, 2011

La piel dura

"Huyo hacia los maniquíes enanos. En la oscuridad son perfectos. Siluetas inquietantes. Presencias inútiles de plástico seco. Parecen actores muertos. Paso muy cerca de sus caras opacas, tocando levemente las telas de los vestiditos. Benteveo inerte, alelí alambrado. Me da ternura mi desastre, giro y me tropiezo con la canasta de ofertas. Caigo a los pies del enanito de invierno y lo lleno de pequeñas gotas de sangre. Por fin estoy sangrando.
Mi vida es el esbozo de una tragedia".

Texto FGL
Edita El cuenco de Plata
Marzo 2011

Taller en Billar de Letras: Inventario (im)personal

CURSO DE NARRATIVA INTERNACIONAL Comienza con: Fernanda García Lao (Argentina) Inventario (im)personal: Narrar desde los objetos. Memori...