miércoles, noviembre 13, 2024

Fernanda García Lao: «El cuento tiene que aparecer ya palpitando»

Teoría del tacto es el último libro de Fernanda García Lao. La brevedad de sus cuentos es inversamente proporcional a su densidad. Cada uno de ellos sumerge al lector en un mundo extraño tan atrapante que resulta casi imposible salir o, por lo menos, salir indemne.
Por: Mónica López Ocón
«No voy a decir nada por fuera de lo que dije acerca de los sentidos en Teoría del tacto. Pero hay en el libro una especie de mini declaración de principios sobre lo que implica cada sentido. Solo diré que la palabra es la forma que tengo de tocar (el mundo)», le dice Fernanda García Lao a este diario acerca de su último libro de cuentos.
Si algo confirman los relatos de Teoría del tacto (Entropía) es el carácter performativo del lenguaje al que García Lao le saca el mayor provecho. Con toda justicia podría haber firmado junto a J.L.Austin Cómo hacer cosas con palabras. Si él demostró que decir es hacer desde la lingüística, García Lao lo hace desde la literatura.
En cada uno de los cuentos construye un mundo extraño de cuya estadía en ellos el lector no saldrá indemne. Quizá por esta razón sea necesario hacer una advertencia: no hay que dejarse engañar por la brevedad. En este caso el cuento, si breve, es dos veces peligroso. Pero el peligro no tiene que ver con la búsqueda del terror, ni con monstruos devoradores, sino con la extrañeza de cada relato que nos revela la extrañeza del mundo que quizá hemos dejado de percibir por formar parte de él.
Nos revela también nuestra propia extrañeza oculta bajo la rutina, la educación y los buenos modales.
Quien no sea una persona extraña que arroje la primera piedra.
–Creo que los cuentos de Teoría del tacto tienen una característica distintiva que es que no son cuentos en los que lo extraño va irrumpiendo de a poco desde un afuera, sino que no hay un afuera, uno se sumerge directamente en un mundo extraño. ¿Te parece una lectura posible?
–Sí. Creo que el cuento tiene que aparecer ya palpitando, tiene que aparecer en un estado irreversible. De hecho, algunos hablan del después de que el conflicto ocurrió y sólo quedan las esquirlas de lo que pasó. Me aburre un poco pensar que haya que empezar por cierta normalidad para luego trastabillar. La gente de estos cuentos ya está caída. ¿Para qué esperar?
Creo que lo que decís tiene que ver con cierta concentración poética, el lenguaje ya está estallado y había una necesidad de explorar físicamente los discursos de estos personajes dolidos.
–Todos los cuentos tienen otra cosa en común que es que dan la sensación de sumergirse en un bosque muy tupido en el que no se alcanza a ver la luz.
–Son cuentos claustrofóbicos. No se ven puertas, hay pocos exteriores y una necesidad de ir a lo nodal y no entretenerse en las ramas. Es ir a buscar directamente la intimidad. En algún momento sentí incluso que estaba intrusando a los personajes, como si pudiera verlos en su intimidad pero bien adentro de sus cabezas y también bien adentro del lenguaje. No describo prácticamente nada, no hay adornos y no hay tiempo. Ocurre todo ya y no hay escape.
–Son como una explosión que se produce de golpe. No es fácil entrar…
–…y tampoco salir (risas). Sí, son algo capturadores.
–¿Los cuentos de Teoría del tacto tienen mucho que ver con la poesía por su trabajo con la lengua?
–Sí, yo ya no concibo otro tipo de trabajo cuando escribo. Si trabajás con el lenguaje, hay que hacerse cargo de su exploración, su respiración, su ritmo y su locura. También hay que encontrar esa particularidad de la palabra que la haga única. Hay que juntar palabras que no se conocían de antes y eliminar todo lo que no pertenezca a esa aparición.
Siento que cada una de las voces se me vino encima y que estaba muy claro lo que esas voces tenían para decir. En este libro hay muchas cosas que son absolutamente personales a las que trato como si fueran ajenas y asuntos ajenos de los que me adueño porque, de algún modo, se referían a mí. No hay nada que me resulte ajeno.
–Es decir que trabajaste con dos materiales distintos a los que les diste un mismo tratamiento.
–Pretendí trabajar en ese borde de lo ficticio y lo experimentado. Creo que es la primera vez que lo hago, porque si bien siempre se cuela algo propio en la escritura, yo era llevada más bien por la ficción pura donde escondía algunas perlas de verdad. Hubo muchos duelos en mi vida y entonces me pregunté cómo se escribe esto o a quién le importa mi duelo. Para que importe hay que encontrar el procedimiento para contarlo.
De hecho, hay muchas palabras de mi madre que prácticamente anoté cuando las estaba diciendo, cuando sentí que estaba ante “la” escena, una escena enorme de mi vida que es la desaparición de quien me trajo a este mundo en el que me tengo que quedar. Soy como la testigo de aquello, no lo puedo olvidar, lo tengo que escribir.
Sabiendo que se ha convertido en ficción porque es un cuento lo puedo tocar y puedo también modificar algunas cosas en función de lo que el cuento requiere. Es un trabajo de estar todo el tiempo adentro y afuera de lo que me duele. Es poder objetivarme y subjetivar lo que no es mío.
–Y empujás al lector a un mundo sin darle tiempo a que se arme un poco para poder defenderse.
–Es que me gusta que el lector esté desarmado. Yo misma voy así a los textos y cuando siento que me están manipulando, abandono la lectura.
–Pero todo escritor tiene que encontrar la forma de que el lector persista en la lectura.
–Sí, a veces se hace una trampa que consiste en encontrar una frase-anzuelo que no permita irse del relato. En un relato corto se piensa ah, voy a salir de esto.
–Teoría del tacto es un libro breve y, sin embargo, al terminarlo tuve la sensación de haber leído un libro enorme. Quizá por su densidad.
–Me dijeron algo parecido.
–¿A qué lo atribuís?
–A que los cuentos muestran la punta del iceberg. Hay algo que está debajo, que se intuye y que no hace falta escribirlo, por suerte. Lo que siempre pretendo cuando escribo es que la escritura te toque y que no sea un exceso. Tal vez sea un libro en que hay menos humor que en otros libros míos, aunque también está. Pero es que los personajes son como cerebros solos discurriendo, no hay mucha comunicación.
–Vos no narrás desde el sentido común.
–Es que no lo tengo (risas). Si seguís el derrotero de mi vida te vas a dar cuenta.
–Pero es que a veces tener sentido común es lo peor que te puede pasar, si sos un escritor o una escritora.
–El sentido común puede llevarte al lugar común y los lectores están repletos del sentido común de los escritores. Si bien estamos en un momento bastante extravagante, se repiten las metáforas, los procedimientos y todo termina igual. A veces tengo la sensación de leer cuentos que ya he leído sin haberlos leído, cuentos que me hacen pensar esto me suena, esto ya me lo dijeron y ya fracasó. Entonces se trata de ir a buscar un fracaso por lo menos un poco más original.
–Pero tus cuentos no fracasan.
–Pero los personajes sí. No hay ninguno al que le vaya bien. Bueno, no sé, también hay algunos disfrutes.
–En relación con el estado de felicidad que propone la autoayuda todos fracasamos.
–Sí, creo que la idea de la esperanza delata cierta ingenuidad y mis cuentos no son cuentos ingenuos.
–Tu escritura no tiene nada de ingenua. Te metés sin piedad con la oscuridad.
–Creo que igual la oscuridad requiere de cierto manejo del lenguaje, que precisa de la sutileza. No hay en mí una voluntad de violentar pero tampoco de salvar a nadie por medio de la lectura. En realidad nunca escribo pensando en la lectura que se va a hacer, escribo en función de lo que creo que necesita el texto. Desde ese punto de vista hay un trabajo un poco más conceptual de lo que es el libro total: por qué están estos cuentos acá y qué conexión tienen entre ellos, cómo se tocan unos con otros.
–Es cierto. A veces en un libro de cuentos puede suceder que la única unión sea la contigüidad. No es tu caso. ¿De qué partieron los cuentos y cómo los trabajaste?
–El primer cuento, “La gracia del mundo” lo escribí en Buenos Aires y el último, “Gaviota en mi lugar”, en Barcelona, donde hay gaviotas. Es un pájaro que me asusta un poco. Trabajé con un criterio de unidad porque no me gustan los libros de cuentos que son bolsas de gatos. Me parece que son una falta de respeto al lector, que son mercadería. Es todo un reto escribir un libro de cuentos que tenga a la vez unidad y diversidad.
–La gaviota es el elemento típico de la postal de mar, pero vos la transformás en algo muy distinto.
–Sí, en una gaviota mala. Nunca me van a contratar para hacer postales. No podría obtener ningún ingreso de ese trabajo (risas). El primer cuento lo escribí un poquito antes de la pandemia. Ahí arrancó el “prohibido tocar” y lo que me pregunté en ese momento es si no puedo tocar a los demás cómo hago para tocar con el lenguaje, cómo hago para conmover, cuando yo ya estoy conmovida. Fue un período de exacerbación de la oscuridad, de las fobias. Nos marcó de una manera trágica. Fue como el fin de una era. Quizá el siglo XX recién terminó en la pandemia porque fue algo muy inesperado y que tuvo un código «otro» que es la viralización.
–De allí proviene lo claustrofóbico de los cuentos.
–Sí, y también de la gente sola que vive dentro de su cabeza. Esto es el reflejo de cómo estamos todos.
Escritura y estado de trance –No quiero aludir a nada esotérico, pero no encuentro otra forma de decir lo que voy a decir: al leer Teoría del tacto tuve la sensación de leer cuentos escritos como en un estado trance y que, además, pedían ser leídos de la misma forma.
–Creo que si algo tiene la literatura es, precisamente, la capacidad de contagiar el trance a otro, a otra. No tenés que vivir el trance para poder ingresar a él. Como lectora a mí me gusta salir modificada de la experiencia de lectura y aspiro a lograr lo mismo en el otro cuando escribo. Creo, de todos modos, que ningún libro es para cualquiera, ni para cualquier momento, porque a veces el mismo libro leído en determinadas circunstancias te toca de manera distinta. Pero sí creo en el traslado de la experiencia y la escritura, es una experiencia inmensa más allá de las anécdotas. A mí las anécdotas en sí no me interesan. Sí me interesa cómo las traslado, cómo las traduzco a lenguaje, con qué armas lo hago.
–Sí, no entiendo que alguien me diga que no le cuente el final de una novela porque eso no me parece importante.
–Claro, qué más da. Además las novelas o los cuentos son incontables por fuera de su forma. La frase de ingreso y de salida se necesitan mutuamente y hablan entre sí y el cuerpo que queda entre ellas hace de conector.
Con bajo presupuesto –¿Cómo se logra la unidad en un libro de cuentos?
–A mí me sirve mucho conceptualizar, recortar, saber qué es lo que voy a usar y qué es lo que voy a dejar afuera. Esto creo que lo tuve claro desde mi primer libro de cuentos, Cómo usar un cuchillo. En Autobiografía con objetos era muy consciente de qué era lo que estaba haciendo, lo que estaba trabajando y qué era lo que iba a quedar afuera. Creo que es bueno marcar un terreno breve y cavar en lugar de querer comprar hectáreas de ficción. Yo me arreglo con una baldosa.
–¿Y de dónde creés que proviene ese conocimiento quizá intuitivo, esa austeridad de la escritura que tuviste desde tu primer libro de cuentos?
–Creo que eso viene un poco de mi experiencia teatral, de la ausencia de presupuesto. Muchas veces en los talleres que hago digo ante algún texto que no hay presupuesto para determinado personaje, por lo tanto no lo vamos a contratar. Si no es necesario para la trama, es mejor que se quede afuera y así ahorramos. Delimitar un espacio concreto me parece fundamental para escribir.

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