sábado, diciembre 06, 2025
El espeluznante Hotel Tiānqì
06 Dic 2025/Jesús Santander
ZENDALIBROS
«Lo espeluznante tiene que ver con lo desconocido; cuando descubrimos algo, desaparece. A estas alturas, cabe resaltar que no todos los misterios generan una sensación espeluznante. Ha de haber también una noción de alteridad, una sensación de que el enigma puede conllevar formas de conocimiento, subjetividad y percepción que van más allá de una experiencia corriente».
Pienso en esta categoría que hace Mark Fisher de lo espeluznante al afrontar la lectura de Estación Saturno, el último libro de Fernanda García Lao, editado por Candaya. Una novela que hace de lo espeluznante su modo literario desde la fragmentación formal: tres partes, que suman entre ellas treinta capítulos que a su vez están divididos en párrafos, todos ellos introducidos por el sintagma nominal «lo que + verbo» o «lo + adjetivo»: «lo que tiembla», «lo que se pierde», «lo deseado». Las novelas de García Lao siempre presentan formas propias; pienso en Sulfuro y en esa segunda persona narrativa. Elecciones que en una lectura rápida podrían presuponerse como un puro artificio narrativo, pero que van más allá. En Estación Saturno la elección introductoria de cada párrafo por este sintagma en el que el pronombre neutro «lo» elude por completo el sustantivo referenciado contribuye a eso que Fisher llama “lo espeluznante” para crear una imagen de negrura, algo similar a cuando en medio de un campo escuchamos un grito pero no sabemos qué lo produce, o cuando a través de un cristal traslúcido vemos que alguien se aproxima a la puerta. Desde este rasgo formal Estación Saturno comienza a ser espeluznante, porque la ausencia de lo representado siempre lo antecede, como cuando en las películas de terror adelantan milésimas de segundo el sonido a la imagen, porque no hay nada más perturbador que lo incierto que sobreviene.
"El hotel Tiānqì es un espacio donde no hay realidad conocida sino su simulación, una hiperrealidad, en términos de Baudrillard, con sus propias reglas y habitantes"
Las novelas y relatos de García Lao son tan atrevidos como reconocibles porque, a pesar de que su escritura se adapta a los diferentes temas que plantea, su estilo prevalece. Esa forma casi aforística de cerrar los párrafos («asordinado el mundo, la piel habla más fuerte») a partir de su gusto por la metaforización y la comparación poéticas («el destello fosforescente raya con su furia la noche como una aguja a un espejo») y su carácter polifónico, que hace de cada capítulo un vivero de perspectivas, consiguen que, sin replicar estructuras —porque si la segunda persona y su efecto apelativo eran necesarios en Sulfuro, en Estación Saturno lo es esta tercera persona fragmentada—, reconozcamos la voz de Fernanda García Lao. En esta ocasión nos situamos ante el viaje de dos hermanos (un hombre y una mujer) tras el entierro del que fue el mayor de los tres. Un viaje que se ve interrumpido por la pérdida del gato del fallecido. La porfiada búsqueda del animal nos advierte de que el duelo es más profundo de lo que ambos habían asumido. La ausencia del gato los conduce hasta el Hotel Tiānqì, un espacio de simulacro donde todo se recubre de rareza y recuerda en ciertos aspectos al famoso Hotel Overlook.
Fernanda García Lao invierte el espacio exterior e interior mediante este hotel para generar una sensación de extrañeza. El hotel Tiānqì es un espacio donde no hay realidad conocida sino su simulación, una hiperrealidad, en términos de Baudrillard, con sus propias reglas y habitantes. En Estación Saturno lo interior toma la forma de exterior y viceversa hasta vaciar ambos términos de sentido. En el hotel parece estar contenido todo el universo en su completitud, todo el presente en su forma más dilatada y absoluta. En cambio, en la Estación Saturno —el lugar de origen de los hermanos, una antigua estación de tren de la que toma el nombre la novela— está contenido todo el pasado y su imposibilidad. Lo inquietante de este asunto es que no hay certezas cuando se trata de deseo y memoria.
"Toda la novela está atravesada por el deseo y el problema que este supone cuando no se reconoce a sí mismo como tal, es decir, como algo potencial y se le confiere un mayor estatuto"
Mediante esta historia de avistamientos ufológicos y encuentros en la tercera fase indagamos en el tiempo como constructo, la memoria, el deseo, las relaciones humanas, la pérdida y el duelo, un Hotel que podría representar ese lugar Otro de Lacan que estaba allí desde antes de los hermanos, con una estructura autónoma y en el que ambos se internan para indagar en sí mismos y en su deseo. En este hotel se encuentran una serie de personajes raros —en el sentido, digamos, inquietante que Mark Fisher le concede al término—, entre los que destaco, como imagino que hará cualquier lector de Estación Saturno, al capitán Minor, un personaje que ha perdido su conexión con lo simbólico —siguiendo con Lacan— y hace de su deseo un puro goce, es decir, se mueve por la pulsión y lo entiende como algo perentorio, necesario. Toda la novela está atravesada por el deseo y el problema que este supone cuando no se reconoce a sí mismo como tal, es decir, como algo potencial, y se le confiere un mayor estatuto. Minor, este histriónico líder —un líder que no está claro si es elegido o impuesto—, obsesionado con el sexo y los avistamientos ovnis, hace de su deseo la norma dentro del Hotel. «Mire, Cosme, quien logra mercantilizar el goce obtiene un rédito sin límite. Llámese ovni o eyaculación. Hay que fomentar la adrenalina de lo por fuera. Lo doméstico aburre».
"Estación Saturno no solamente es una espeluznante visita al Hotel Tiānqì donde la apariencia se iguala a la realidad, sino que es una indagación sobre el deseo y el tiempo"
Otro de los rasgos que hacen perturbadora esta novela es que el tiempo es diferente para cada uno de los personajes, y si el adentro y el afuera quedaban nulificados igual le sucede al propio tiempo cronológico. «El del auto marca las cinco, pero no es posible. La tarde ya empezó a caer sobre la ruta. El tiempo ha dejado de ser previsible». El tiempo para cada personaje es diferente, del mismo modo que lo es en cada planeta del universo, porque cada uno contrae y dilata los sucesos en función de la importancia que les concede y su impacto. Lo importante es reconocer el propio tiempo, como es importante reconocer el propio deseo. En la novela se ven alternativas diferentes según cada personaje, desde la hermana que decide sumirse en él —orientarlo al pasado— para olvidarse del resto y refugiarse allí, hasta el capitán Minor, que busca igualar el resto de tiempos —heterotemporalidades— al suyo: “No existe el presente en el universo”, dice Minor a los gritos. “Lo que hay es un orden, pero cada cual percibe el suyo. Por eso hay que intervenir. Poner el universo de los demás en fila, ajustarlo”.
Estación Saturno no solamente es una espeluznante visita al Hotel Tiānqì, donde la apariencia se iguala a la realidad, sino que es una indagación sobre el deseo y el tiempo, mediante la que se nos advierte de los peligros de querer imponer el orden propio sobre la pluralidad. Nada más terrible que quien quiere ajustar el mundo de acuerdo con su deseo. Estación Saturno es hermosamente raro y hermosamente espeluznante, y desde los simulacros del Hotel Tiānqì y la Estación Saturno nos ofrece una reflexión necesaria, porque vivimos tan atomizados que olvidamos que participamos en nuestra propia percepción de la realidad y de esta forma la alteramos sin darnos cuenta. Desconocerlo u olvidarlo, he ahí lo terrorífico.
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Autora: Fernanda García Lao. Título: Estación Saturno. Editorial: Candaya.
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