martes, noviembre 11, 2025
La prosa tiene que estar a la altura de la neurosis colectiva.
ABC CULTURA
Diego Doncel
Fernanda García Lao es una gran, extraordinaria narradora. Ya no es, como alguien acertadamente dijo en su momento, el secreto mejor guardado de la narrativa hispanoamericana, ya es una escritora central a la que muchos lectores de ambos lados del idioma siguen con devoción. En sus novelas y en sus relatos breves es capaz de descubrir mundos insospechados, mirar lo cotidiano como algo extraño y perturbador, hacer que lo imaginario se alíe a lo biográfico, a lo corporal. Ahora acaba de publicar un nuevo artefacto novelístico titulado Estación Saturno en la editorial Candaya. Una joya de alta tensión estilística, original y arriesgada.
Diego Doncel: Su escritura parece estar construida desde otro lado, buscando nuevos modos de representación, buscando, como Fleur Jaeggy o Clarice Lispector, la tensión del lenguaje y la tensión psicológica.
Mencionas a dos escritoras que admiro profundamente y coincido en cuanto a la búsqueda de tensión en el lenguaje. Pero, más que en la psicología, me sitúo en los cuerpos, son el primer espacio, la primera jaula donde suena la palabra y contagia sus maneras al siguiente: el cuerpo del texto. Es decir, no pretendo describir estados mentales sino atravesarlos. Para eso, invento gente que ocupo desde adentro. No me interesa mucho cómo visten, con un trazo entiendo. Lo que indago es íntimo, como si me probara su carne y pudiera ver desde otros ojos, escarbar desde ahí. Un cuerpo es una caja de resonancia. No hay dos que suenen igual.
Diego Doncel: ¿ Estación Saturno es otra vez una falsa novela?
Exacto. Todas las novelas son falsas, pero yo disfruto dejando en evidencia el artificio. A estas alturas, intentar novelas con verdades de otro siglo o supuestas confesiones sin intervención, me parece un gesto pueril y conservador. El mundo es delirante, aterrador. La prosa tiene que estar a la altura de la neurosis colectiva. Detesto pensar la literatura por temas. En todo caso, una novela es un desplazamiento. Me gusta cavilar la trayectoria del objeto. No puede caer donde ya estaba. O se hundirá. Aunque la exploración vertical está poco estudiada, no la descartemos. Me invento modos de pensar, absolutamente descartables. Estatutos mal hechos, de usar y tirar. En eso, soy fiel a los tiempos que vivimos. El molde de la novela anterior no me sirve. La urgencia necesita nuevos puentes de los que tirarse.
Hija de un periodista argentino exiliado, vivió en Madrid su infancia y su adolescencia, y ha estado siempre marcada por esos dos mundos, por esos dos hemisferios. También por una visión excéntrica de nuestra realidad.
Diego Doncel: Lo gótico, lo oscuro son señas de identidad de su universo narrativo. También el doble y el problema de las identidades. Pero usted se reinventa en cada uno de sus libros, ¿ qué novedades aporta Estación Saturno ?
Gracias por señalarlo. Huyo de lo conocido como de la pólvora. Sobre todo porque escribir es, en mi caso, un modo de cuestionar las propias trampas. Estación Saturno es mi primera novela en estricta tercera persona. Venía de Sulfuro, una segunda, y he practicado la impunidad de falsos yo en las anteriores, lo coral, etc. Me impuse una aire desapegado para contrarrestar lo irracional de los personajes y el territorio. El duelo, el alcohol y la soledad de estos seres requirió cierto despliegue de lógica. Absurda, pero ajustada. Por otro lado, cada tanto algún director adapta una novela al cine, yo quise escribir una novela como si armara un guion técnico del mundo, sin abandonar las herramientas propias del lenguaje literario. Es decir, desgranando lo que se ve, se oye y se dialoga, junto a cuestiones internas. Como el asco, el deseo, un dolor concreto. El propio espacio, dictó sus leyes: la cartografía de Buenos Aires como disparador de locura y negación del presente.
Diego Doncel: ¿ Cree que en ella nos encontramos tres vías de conocimiento: un duelo ( la presencia del hermano muerto), un viaje, y ese espacio ( el hotel Tianqi) donde todo se transforma: el propio espacio, el tiempo, el ser y… la imagen política de nuestra realidad ? ¿ Cuál es esa imagen?
Me gusta lo que señalas, las tres vías. Sobre todo pensando en la estación de tren desmantelada en 1977. Por otro lado, la novela es un tríptico y la escribí en tres lugares diferentes. La parte uno, en Buenos Aires. El hotel en Praga, donde viví unos meses. La tercera parte, la disolución de la realidad, fue escrita en Barcelona. De algún modo, el tránsito de la novela es especular al mío y jugué con ciertos reflejos entre el gato y el conejo de Alicia, para hacer que los personajes siguiéndolo, se perdieran. Hay en la geografía de la novela puros no lugares: una ruta, una estación, un hotel, como los cuerpos, los nombres, las certezas. Todo temporal, absurdo, desesperado, en torno a una muerte que estalla la percepción del tiempo y del espacio. Entonces, la imagen es inconstante. Un retrato bajo el agua. Una familia metida en una pecera. La muerte de la lucidez. La farsa.
Diego Doncel: En este sentido destaca la presencia del capitán Minor ¿ es el retrato deformado de algunos de nuestros líderes políticos?
A nuestros líderes políticos no hay que deformarlos, vienen así de fábrica. He de aclarar, además, que cuando empecé con Minor, cierto gobernante argentino aún no estaba en funciones, era un ridículo panelista de tv sin otro atractivo que su desborde. Pero creo que mi personaje tiene más recursos discursivos. La retórica ha muerto. Nadie la necesita. El pensamiento ocupa cada vez menos espacio. El último bastión es la escritura literaria, si logra construir su propio programa, inventar artilugios más allá de lo trillado. Prefiero seguir mis propios planes e imaginar de manera alternativa que seguir tendencias. Pero, finalmente, acierto. Ya casi parezco una escritora histórica.
Diego Doncel: Su escritura es siempre bellísima ( las asociaciones imprevistas, los símiles sorprendentes) pero de una belleza convulsa y hasta cierto punto irracional. ¿No cree que se ha hablado poco del irracionalismo en usted, de eso que Dalí llamó lo paranoico-crítico?
En mi casa se habló bastante de mi irracionalidad. Perdón, no pude contenerme. Creo que practico una cordura offshore. Evado. Necesito sentirme no homologada. Pero soy bastante mental, a pesar de las apariencias. Soy consciente de lo que hago, también bastante intuitiva. Entonces parece que me extravío. Ese doble gesto es indispensable, supongo. La espontaneidad no alcanza, pero sin ella, sería una escritora de cartón. Seca, impostada. Escribo frases que aíslo como si fueran frutas. Me gusta que sean tentadoras y un poco nostálgicas.
Diego Doncel: En Estación Saturno vuelve a aparecer el tema de la familia, ¿ la familia es una de esas oscuridades nuestras con la que tenemos que lidiar?
Es la primera institución de poder y control sobre el individuo, como sabemos. Hablo desde el punto de vista literario, es decir, político. La poesía es desacralizadora. Del amor, poco sabemos. Es un asunto aspiracional, al que no se llega. Las familias se rompen y se vuelven a armar. Tenemos tendencia a creer que podremos lograrlo, pero la felicidad es inasible. Y cuando ocurre, qué belleza. Pero mejor no escribirla. Se escribe desde lo perdido. De otro modo, no haría falta. Es fantasmático el asunto de sentarse a invocar lo que no está. Por eso nos atraen las historias de huérfanos, de niñas perdidas. La literatura infantil se construyó desde el duelo. Faltaba la madre, murió en el parto. O se huía del padre, la autoridad intempestiva.
Diego Doncel: Y está el tema de la mujer ( los abusos, las cuestiones de género) y el erotismo. ¿ Puede hablarme de ambos?
Es un reto. Escribir sin resultar panfletaria, obvia. O, por el contrario, condescendiente. El deseo sigue siendo tabú. Pero lo sexual me organiza a la hora de pensar un personaje. Es, como señalaba Armonía Somers, tan fundamental como lo digestivo. Hay ficciones en las que nadie come y nadie se toca. Es difícil interpretar a alguien sin esos mecanismos básicos. Qué desea esta gente. No hablo de placer, hablo de motor. Y cómo se arrastra, cómo mastica al otro. Me inquieta no saber esas cosas, quedarme en la cáscara de las cosas. Sin deseo no hay palabra.
Diego Doncel: Por último, ¿ cómo explica que una de las señas de identidad de la narrativa argentina escrita por mujeres sea lo gótico?
En lo personal, antes del exilio viví en una casa que mis padres pensaron desde la maqueta. Quizás ese hecho alimentó mi tendencia a la extravagancia. Mi madre, leonesa, incluyó una pared de vitreaux en todo el frente, como para evocar su catedral perdida. Era una casa imposible con torreón y sótano, efectos de luz, escaleras. Jugábamos ahí, como en otro tiempo. La realidad vino así desde el principio. Parecía ficticia. Luego se hizo trágica. La dictadura desarmó ese universo.
Pero pensando colectivamente, creo que somos descendientes de lo fantástico como categoría filosófica, de los delirios del rio de la Plata y de las dislocaciones de la historia. Hijas turbias de Evita, nuestra criatura gótica por excelencia. Deificada o demonizada, monstrua política, momia eternamente joven, ausente/presente. Una mujer-relato imposible de soslayar. A lo Mary Shelley, en el fin del mundo.
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