martes, mayo 17, 2022

Sulfuro en Diario de lecturas, de Vicente Luis Mora

 Fernanda García Lao, Sulfuro. Candaya, 2022.

En uno de los poemas de Carnívora (2016), escribía Fernanda García Lao: “los muertos son más lascivos”, como adelantando alguna de las macabras vías narrativas de Sulfuro, la novela encarnada y desencarnada a la vez que aparece en España de la mano de Candaya, sello que ya publicara Nación Vacuna (2020). El nuevo título no viene de la nada, pues su singularidad conversa con sus obras anteriores, mostrando líneas de fuerza y de coherencia. Por ejemplo, el título de su novela Fuera de la jaula (Emecé, 2014), puede encontrarse en una línea de la página 43 de La perfecta otra cosa (2007). Fuera de la jaula, ya comentada por estos lares, tiene Sulfuro algún elemento en común, como por ejemplo hacer hablar a los muertos, aunque los finados aquí no son narradores, como allí, sino personajes. Porque el interesante narrador de Sulfuro es una instancia que habla en segunda persona, un enfoque habitual en narrativas autobiográficas —donde suele usarse, curiosamente, para introducir una distancia respecto al yo contado—, aunque no tanto en ficción novelesca, si bien cuenta con sus antecedentes ficcionales (Butor, Perec, Goytisolo, Fuentes, Sturgeon, Everett, Aira) y sus usos contemporáneos (Eloy Tizón, Pedro Mairal, Luis Rodríguez, Mario Cuenca Sandoval). Una de las posibilidades de ese uso es la bifurcación o escisión del sujeto que narra, que se sirve del “tú” para hablar consigo mismo/a como si fuera otro/a, lo cual quizá se ajusta a la protagonista de Sulfuro —que sostiene otros juegos de disolución de personalidad: uno con el personaje oracular de la Escribana, y otro con su propia madre (pp. 63, 77, 171)—, además de apelar al lector como interlocutor de esa larga conversación en que toda novela consiste. En García Lao este tipo de sujetos bifurcados no es nuevo, recordemos al bicéfalo ManFredo de Fuera de la jaula, por lo que en Sulfuro podríamos hallarnos ante una variación espectral del procedimiento. Para la autora, aficionada a la filosofía, la identidad es un pliegue deleuziano, y el eje entre inexistencia y existencia el lugar de sus apariciones. Sé que esta reseña está quedando un poco rara, ya me disculparán, pero una cosa me lleva a la otra y hablar sobre Sulfuro dispara mi atención sobre hilos diversos que sólo tienen en común estar trenzados por la mano de García Lao. Sulfuro dialoga con Nación Vacuna en la crítica social realizada desde el envés, desde las relaciones entre las personas, donde la corrupción social va mostrando sus tumefactas pústulas en los cuerpos domésticos e individuales; también en su voluntad de poner el cuerpo —o la ausencia del mismo, quien lea la novela entenderá esta alusión— en el centro del relato y en el núcleo de los personajes principales, como carcasa palpitante del yo. Eros y thanatos, sí, articulados no por morbo, sino con una sorprendente naturalidad: el sulfuro puede ser demoníaco, o derivar de aguas fecales, bajo la forma de ácido sulfhídrico: Petra, una secundaria de esta novela, es un original encuentro entre las dos posibilidades. Por último, Sulfuro también teje vínculos con una tradición argentina espectral (el poder opresivo de los muertos sobre los vivos, pues los muertos son “el obstáculo”, p. 164), y con otra reciente tradición latinoamericana, ese gótico contemporáneo ahora tan de moda. Sin embargo, el diálogo que la narrativa de García Lao establece con el otro lado y lo fantástico viene de lejos, ella se adelantó a la tendencia y es, en su caso, natural: “estoy al revés / como ese día en que fui vieja / tenía la muerte pintada en los labios”, escribía en 2014. García Lao lleva haciendo terror latinoamericano al menos desde La perfecta otra cosa (2007), donde hay drogas que desintegran a sus consumidores, varones de pene menguante y hermanos gemelos alucinados. Es decir: Sulfuro, con su microcosmos de dolor, irrealidad y belleza se integra en un cosmos más grande, también compuesto de pliegues, que es el mundo narrativo de Fernanda García Lao. Ello provoca que haya otras dimensiones en esta excelente novela, urdida con frases breves y punzantes como cuchillos, pero es mejor que las descubran ustedes por su cuenta.

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