Ahora
La gata araña la puerta y entonces sé que es de día. G lee un prólogo a Spinoza en el patio, yo intento abrir el frasco con mermelada de pera que hice ayer. Anoche nos acostamos dos veces. La oscuridad nos dejó con los ojos abiertos, tatuados. Hubo que levantarse. La serie polaca se estiró un capítulo más. El artilugio de la ficción a veces salva.
Ayer
Recibí un llamado misterioso de mi verdulero: ¿Te interesa un cajón de peras medio al límite? No las quiero tirar y por ahí te entretenés haciendo mermelada. Fui a buscarlo sin dudar. Hacía dos días que no salía para nada. Subió la persiana lo justo para que pasara el cajón. Te sumé unas ciruelas, algunas bananas. No hay que tirar nada, dijo el verdulero bajando la persiana. Me sentí en un policial, de contrabando. Después, ochenta y siete personas en Facebook me explicaron amorosamente qué hacer con tanta pera. Preparé mermelada, helado y chutney. No los probé todavía.
Ahora
La Turca me manda nota de Horacio González: La inmovilización. ¿Ya la leíste? No, recién me levanto, le digo. Cómo estás. No paro de subir y bajar emocionalmente. Un día es mucho más que el tiempo, dice. Te quiero, le escribo. Yo también. Le envío la nota a G, que está a cinco metros. La lee en voz alta. Coincidimos en el riesgo que implica este ensayo de control poblacional.
Ayer
Primera sesión de análisis por Skype. Problemas técnicos: veo a mi analista, él a mí no. Siento que hago trampa. Tengo información de su cara, a pesar de que él se mantiene casi imperturbable. Le hablo de mis dudas sobre el estado de restricción. De mis dificultades para acatar la norma. Y de mi compromiso por respetar el aislamiento. Estoy encerrada como todos, pero con reparos ontológicos. Mi itinerancia de siempre: creo y descreo a la vez.
Ahora
Miro la tijera, no voy a usarla. Que el pelo crezca. Que algo de la animalidad consentida se me instale en la cabeza. Aunque sea a nivel capilar. Tengo que regresar al trapo y la lavandina, nunca limpié tanto en mi vida. También en contra de la asepsia obsesiva, y a favor. Quiero ser mi propio anticuerpo.
Ayer
Que el virus este tiene un comportamiento ultra neoliberal, le digo al analista. Un momento, la perra quiere salir al patio. Cuando regresa, mi cara aparece sorpresivamente en la pantalla. Que el virus es el otro, le digo. Temor al contagio, distancia. El mal habita al otro. Yo soy el mal de mi vecino. Qué te asusta, me pregunta. Que no se termine, que el miedo sea eterno. No saber.
Ahora
G escucha el nuevo tema de Bob Dylan mientras contesta mails. El correo se ha vuelto intenso. Los amigos, la música, el amor. Las chicharras compiten con Dylan desde el patio. Es verdad que el jardín vibra de un modo sugestivo. Han vuelto las mariposas, el colibrí. La Pandora rosada está exultante. Pero cuando escribo, oscuridad. Apenas unas líneas, el presente anula cualquier avance.
Ayer
Llamado de Orne, desconsolada. No salgan, la situación es terrible. Hablamos los tres por altoparlante. Ahora entendés mejor lo que siento, le digo a G cuando cortamos el teléfono. Las mías en Praga, desde hace año y medio. Juli me enseña a hacer un barbijo reutilizable, estudia, sube fotos de platos veganos increíbles. Valen escribe, compone, pinta. Trabajan cada una desde su casa. Hablamos a diario, las tres. Ya acostumbré el cuerpo a no tener sus abrazos. O eso pretendo.
Ahora
Volvió el sueño recurrente del aeropuerto. El bolso vacío, ninguno de mis pasaportes. El de acá, el de allá. Miro la agenda, hoy debería estar en Málaga presentando Nación vacuna. Iberia no canceló mi vuelo ni me dio un reembolso. Por suerte no viajé, pero. Mis apestados de ficción compiten con los reales. La escritura siempre sabe más que yo.
Ayer
Clase con Julia, la tallerista de Ecuador. Mientras me lee su cuento aparece su hijita. Enseguida el papá se la lleva sonriendo. Si no supiera que hay un virus, la escena sería encantadora. A veces el mal hace bien las cosas.
Tuve que usar la tijera, pero no conmigo. Hago de peluquera para G en el patio. Dónde aprendiste a cortar, me pregunta. En mi cabeza, le digo. Nunca le tuve respeto.
Ahora
Leo a Emily Dickinson: el destino es la casa sin puertas.
sábado, julio 11, 2020
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