viernes, junio 26, 2020
Bajo la doble lupa de… Nación Vacuna por Anna Miralles y Manu López
Vie. Jun 26th, 2020
SOLO NOVELA NEGRA
RESEÑA DE ANNA
Fernanda García Lao (Mendoza, Argentina) es narradora, dramaturga y poeta. Ha publicado las novelas Muerta de hambre, La perfecta otra cosa, La piel dura, Vagabundas, Fuera de la jaula, y los libros de cuentos Cómo usar un cuchillo y El tormento más puro. Carnívora y Dolorosa son sus libros de poesía. También ha escrito junto a Guillermo Saccomanno la novela erótica Amor invertido y el libro de relatos Los que vienen de la noche. Nación Vacuna se publicó en Argentina en 2017 (editorial Emecé) y gracias al buen criterio de la editorial Candaya podemos disfrutar de su lectura en España.
Nación Vacuna es una falsa ucronía, una particular reconstrucción de la historia más reciente de Argentina. La trama atrae desde las primeras páginas y el lector aprecia enseguida que está ante un libro y autora singulares. Además, su lectura en los tiempos que nos está tocando vivir -tiempos de pandemia, virus y enfermedad- es cuando menos muy oportuna. No es una novela amable, sino dura y oscura: las fake news, la manipulación desde las altas esferas del poder, los populismos, la violencia ejercida sobre la mujer, el intrusismo del Estado en la vida privada de los ciudadanos… serán algunos de los temas que van a tratarse.
La historia nos sitúa en Argentina dos años después de haber ganado una guerra (suponemos que la de las Malvinas). El enemigo antes de su retirada de las islas, las M, emponzoñó las aguas de combustible extendiéndose una enfermedad que provocó la muerte de muchos soldados, mientras que los que lograron sobrevivir están gravemente enfermos. En el continente, en Rawson, gobierna una Junta civil integrada por profesionales -puesto que no quedan militares de rango en tierra- que trama un plan perverso para levantar los ánimos del país, recuperar la gloria pasada y a sus héroes: vacunar e inmunizar a varias mujeres para llevarlas a las islas y que engendren hijos sanos de los soldados enfermos.
La voz narrativa es la de Jacinto Cifuentes, un funcionario gris e insustancial, que será uno de los encargados de llevar a cabo las absurdas pruebas de selección para encontrar finalmente a las candidatas idóneas para la misión patriótica a la que están destinadas.
“La ganadora del Proyecto Vacuna viajará a las M, secundada por dos finalistas. Los treinta infectados las esperan. Nunca nos olvidamos, mienten. Hemos logrado una Vacuna que es un escudo de protección masivo. Pero no solo reanimaremos clínicamente a los sobrevivientes. Nuestra cruzada es moral: hace meses que viven sin hembras. Sodomizados, no son un buen ejemplo para la patria. Las seleccionadas vivirán con los héroes en los barracones hasta quedar preñadas. Las M resurgirán y de ellas nacerán niños sanos. Gracias a las hembras reconquistaremos el mito de nuestro más preciado pedazo de tierra.”
El Estado es un manipulador. Falseará la realidad para conseguir sus objetivos y sofocará cualquier intento de rebelión pues tiene los mecanismos para hacerlo. Ha abandonado a sus heroicos soldados a su suerte y los condena al olvido: son prohibidas las manifestaciones de protesta y se destruye todo aquello que pueda recordar la guerra y una victoria amarga; se decide “jibarizar el tema” de manera que incluso el nombre de las islas desaparece, probablemente ya nadie recuerde qué significa la M, “la inicial devoró a la palabra”. No puede cuestionarse la actuación del Gobierno, los ciudadanos no deben tener opinión propia sino la que les es impuesta sutilmente.
“[…]. Pero hace un año la prensa oficial instaló la idea de suspender la ayuda a los sobrevivientes. Estamos dilatando lo inevitable, dijeron. Y el pueblo les dio la razón. La salud es prioridad, la economía. El sacrificio de unos pocos bien vale el bienestar general. Allí quedaron los héroes apestados y los muertos. Acá, los paladines del bienestar. Un océano en medio.”
Las mujeres son tratadas como ganado, como mercancía. Se las cosifica, solo interesa de ellas su cuerpo. Van a prostituirse en nombre de un Estado, un Estado que también se manifiesta como maltratador. Las candidatas al Proyecto Vacuna son números, mujeres sin nombre y sin identidad. A Jacinto Cifuentes le adjudican cinco: “A partir de hoy, ustedes ya no serán quienes eran. Ahora son Trece, Cinco, Nueve, Cuatro y Doce. Cada cama con su número. Los objetos personales también.” En la página 54 aparecerá por primera vez el nombre de una de las candidatas: Lucero Arrieta, la número 13. Más adelante, cuando ya estamos a mitad de la novela, conoceremos los nombres y apellidos del resto de las mujeres seleccionadas, y así son humanizadas.
El Estado también es muerte. Es necesario el sacrificio. Las mujeres que no son seleccionadas son eliminadas para convertirse en alimento, en cápsulas de carne que alimentarán no solo a los soldados sino también a los que viajarán hacia las M y que forman parte del Proyecto, entre ellos el propio Jacinto Cifuentes. La Junta civil ha pensado en todo:
“Unas son alimentos, las otras vaginas redentoras. Como las vacunaron a todas, inmunizarán pijas y estómagos, todo en uno.”
Los personajes están perfectamente trazados por García Lao. El protagonista y narrador, Jacinto Cifuentes, es una pieza más del engranaje que conforma la Administración, un burócrata que acepta el papel que se le asigna en el Proyecto orquestado por la Junta, y que no tiene más remedio que desempeñar, aunque lo haga con desagrado: “[…]. No me interesa lo que hago. El mundo me disgusta hace rato. Quiero correr. Pero nunca hago lo que quiero.” Siente un profundo rechazo por su padre, alguien simple, rudo y primario, un matarife con muchas carencias que prefiere los cuchillos a los libros. Jacinto Cifuentes odia la carnicería que regenta su progenitor y por eso estudió, para poder asegurarse un futuro lejos de ella; además es vegetariano. Por otra parte, su madre es una madre ausente, fría y distante, que los abandonó; psicóloga de profesión, interesada por la mente y la palabra, y con la que tiene evidentes problemas de comunicación. La foto familiar se completa con Leopoldo, su hermano, un trepa ambicioso que personifica todo aquello que nunca podrá ser Jacinto. Cuando el plenipotenciario Leopoldo Cifuentes toma posesión de su cargo en la Junta como Ingeniero, la familia está de nuevo reunida, pero “[…] Juntos, parecemos actores de una farsa mortecina. Cada uno con su papel. Hace mucho que se hizo el reparto”. Farsa que se verá alimentada además por un secreto familiar que vamos a descubrir al mismo tiempo que lo hará el protagonista. El engaño está presente en esta novela a todos los niveles, también en el ámbito privado.
La evolución de Jacinto Cifuentes es muy interesante. A partir de la segunda mitad de la novela, y especialmente en la parte final, el protagonista se sacude esa sumisión que forma ya parte de él para empezar a tomar sus propias decisiones, para ser él quien dirija ahora su propia vida; pretende ser un agente activo, ya no pasivo: “No seré sombra, sino metralla”. Se desprende de su pasado para centrarse en el presente de manera que “nada de lo que fui me estorba.” Es también un personaje de una gran lucidez, hay que prestar mucha atención a lo que dice, de su boca salen grandes verdades.
Para Jacinto Cifuentes el viaje que se ve obligado a realizar hacia las M acompañando a las mujeres seleccionadas y junto a otros funcionarios resulta casi un viaje iniciático para reencontrarse consigo mismo. Cuanto más se aleja de Rawson, y de su familia, mejor se siente.
“Este Proyecto fracasado me está modificando para bien. El cinismo y la hipocresía de la Junta parecen cuentos de prehistoria. Lejos de la vida pública me siento imprevisible. Casi parezco una persona.”
En la novela la carne está muy presente. El primer capítulo empieza con una descripción muy plástica de la carnicería del padre del protagonista y más adelante se va a describir el Matadero, y el Frigorífico, desde donde se abastece de carne a toda la región. Y la palabra “vacuna” es utilizada por la autora para referirse a distintas realidades llevando a cabo un juego lingüístico muy ingenioso: se refiere a las reses, a las mujeres –“Soy una de las vacas que irá al matadero”–, a la vacuna que inmuniza. La carne, el cuerpo, el sexo son elementos recurrentes en Nación Vacuna.
Las 140 páginas de la novela son suficientes para desarrollar una trama que parece una locura, pero que, y precisamente por ello, engancha al lector que querrá dar respuesta a las preguntas que se va a ir planteando a medida que va leyendo. Y el logro de García Lao es justo este: no dárnoslo todo hecho, dejar que seamos los lectores los que vayamos completando el puzle con las piezas que faltan hasta llegar a un desenlace que, aunque ya se va intuyendo, es muy bueno y no deja de sorprender.
La lectura de Nación Vacuna es ágil, rápida: capítulos breves; párrafos de poca extensión, la mayoría; frases cortas, directas e incisivas que impactan al lector tanto a nivel emocional como físico. Hay descripciones de gran crudeza, imágenes que incluso pueden resultar desagradables, y en la novela subyace una violencia que sin ser explícita no es menos terrible, especialmente por quien la ejerce. No queda espacio para la esperanza en una realidad que se presenta muy negra. Aun con toda su crudeza, la narrativa de García Lao tiene mucho de poética y el contraste es interesante. Y hay también mucho humor…, pero un humor negro.
La novela sorprende tanto por la forma como por el fondo, por su atrevimiento, por ser poco convencional y transgresora. Que actualmente nos encontremos con un texto como el que nos regala Fernanda García Lao, tan osado, se agradece.
RESEÑA DE MANU
Sin tener aún en España el público que merece, toca presentar a esta escritora argentina nacida en Mendoza y que vivió un largo período en Madrid. Residente en Buenos Aires desde 1993, su primer éxito literario lo logra con la novela Muerta de hambre, con la que obtiene en 2004 el Premio Fondo Nacional de las Artes. A ella sigue La piel dura y Nación Vacuna, editada en 2017 por Emecé y que, en el fatídico marzo de este 2020, ha publicado, y tratado de distribuir en nuestro país, Candaya. Como bien advierte su propia autora: «Nación Vacuna está actualmente confinada en librerías, lejos de sus lectores, por este virus atroz que parece se ha propuesto competir con el argumento de mi novela».
Ya he visto por ahí etiquetar a Nación Vacuna como «ucronía» (para quienes por vez primera topen con esta palabra decir que significa una reconstrucción histórica basada en hechos posibles, pero que no ha sucedido realmente). Esta novela tiene como visible tema principal el traslado de cuatro mujeres a unas islas denominadas «M.» para un proyecto eugenésico cuya finalidad persigue la supervivencia de la raza. Durante su atenta lectura voy descubriendo que las islas M. son las Malvinas y que no otra que la Argentina es esa nación triunfante en una guerra que ha tenido como derrotada a la potencia ocupante de esa parte de su territorio. Asimismo comprendo que esta victoria militar ha resultado pírrica (y no en ese sentido de «triunfo por la mínima» en el que equivocadamente persisten generaciones de periodistas deportivos, sino en el real, amargo, de la palabra: el de una victoria que ocasiona grave daño al vencedor y que equivale casi a una derrota); acabada la contienda, en efecto, en las islas M. el poderío naval del ejército argentino se echa a perder en las gélidas aguas del atlántico. Además, como supervivientes, queda un grupo de soldados envenenados y abandonados a su suerte.
Pero lo que aún no veo nombrar son los ingredientes distópicos de esta original historia. «Distopía» define una indeseable sociedad ficticia caracterizada por la deshumanización. Gobiernos tiránicos y desastres ambientales asociados con algún cataclismo acaban por configurarla. Si recordamos el rigor castrense con el que las diferentes juntas militares gobernaron la Argentina durante 1976-1983, esta junta (por no quedar ya militares de rango está constituida por civiles: un ginecólogo, un ingeniero y un comisario) que gobierna en Nación Vacuna, sin ser tan despótica, toma igualmente decisiones perjudiciales para sus súbditos. Ejemplos los tenemos en cómo la junta deja a su vera a los soldados de las islas M., víctimas de una epidemia aún sin vacuna (y caracterizada por la mucosidad, las contrariedades respiratorias, las náuseas –¿les suena?–), o, más adelante, al poner en marcha el aberrante «Proyecto vacuna», en el que tres mujeres deberán ir a las islas para facilitar vacunas y, sobre todo, para cohabitar con esos héroes hasta quedar preñadas, por pretender la junta que las islas M. resurjan y nazcan allí niños sanos para «reconquistar el más preciado pedazo de nuestra tierra argentina».
No estaría mal, por lo tanto, referirse a Nación Vacuna como novela ucrónica y distópica.
El tono kafkiano, sostenido durante los 18 capítulos y las 140 páginas de que consta la novela, es otra importante peculiaridad. Las postergaciones indefinidas fueron la especialidad narrativa del autor de El proceso. Discípula aventajada del genio de Praga Fernanda García Lao sabe sacar provecho de semejantes dilataciones en su Nación Vacuna, ya que vicisitudes de todo pelaje ralentizan la puesta en marcha de ese delirante proyecto de trasladar «cuatro hembras por la patria» (a una paralítica y dos mujeres de sexualidad ardiente, se une, in extremis, Mona, la promiscua compañera de Leopoldo Cifuentes, ideólogo del proyecto vacuna), unas hembras estas seleccionadas, no sin dificultad y muchos esfuerzos personales, por Jacinto Cifuentes –un administrativo encargado de Registro–, el protagonista y narrador de la novela.
Es este Jacinto quien, sufriendo en sus propias carnes el intolerable retraso en la partida (unas activistas radicalizadas y contrarias al proyecto roban el motor y cortan el ancla del barco encargado de transportar a las hembras fértiles) colabora en los fines de la autora para pautar esa inmóvil tesitura en la que, sin embargo, no dejan de suceder cosas. La permanencia sobre tierra, que parece no tener final, resulta asimismo propicia para un desarrollo tanto de los personajes principales (Erizo, Teodolina, Mona, Planes) como secundarios (la madre y el padre de Jacinto, Leopoldo Cifuentes, el capitán del barco o el chófer del micro). Harto de tanto tiempo congelado Jacinto acaba por explotar:
«Diría que este viaje es una condena divina sino fuera porque soy ateo. No logro armar una razón que lo justifique. Quizás Leopoldo lo pergeñó para castigarme. Tal vez los envenenados ya no existen y las M. flotan inútilmente en su lugar».
Jacinto Cifuentes es un amargado que, para su propio sufrimiento, recrea un pasado de postergación familiar del que no intenta renunciar; vegetariano radical en una familia de clase media en Rawson y con un padre dueño de una carnicería, Cifuentes vive obsesionado por su sexualidad, una sexualidad permanente y turbia que no aplaca a pesar de continuos amoríos. A este doliente sujeto, creación de estirpe kafkiana, asimismo puede encontrársele puntos de contacto con aquellos existencialistas héroes que bordaba Juan Carlos Onetti: a veces, escuchando a Jacinto, percibimos los ecos de Eladio Linacero en El pozo o de Díaz Grey en El astillero:
«El mundo se revela a mi alrededor como una montaña asquerosa. Entonces la creencia de no ser más que la pata de un ciempiés. La pasión ya no sirve».
«Las mujeres son ilusoria felicidad, un licor, el paréntesis que impone el silencio».
De tanta negrura Nación Vacuna escapa gracias al sentido del humor con que se airea una trama que, sin su participación, hubiera devenido demasiado ensimismada en su desazón. Sabiéndose vencido de antemano, incapaz de resistirse más a ese viaje que nunca parece echar a rodar (se ha decidido que acompañe a las hembras por la patria formando parte de esa «tripulación técnica» que les insufla ánimos), a Jacinto Cifuentes lo salva su sardónica risa –pobre del que en estos tiempos no se la sepa provocar porque está condenado–, una fina ironía la suya que, si bien es cierto, no es captada la mayoría de las veces ni por su familia ni por sus compañeros de misión, a él sirve para aliviar el absurdo en que se instaló su existencia.
Es esta la primera obra de Fernanda García Lao que cae en mis manos por lo que de momento no puedo compararla con el resto de su producción. Pero a su caracterización de personajes –acertadísima en todo momento– no hay que olvidar remarcar cómo el relato viene manejado con sabiduría y que de sus siempre eficaces diálogos brota esa oscuridad que regala su cinismo, colaborando así a la creación de una atmósfera confusa, poco ventilada, que casi ahoga a quien cae en ella como una trampa. Los vibrantes episodios narrados dejan recuerdos vividos y alarmantes, como de sueños recién sufridos.
Al desgarro de Nación Vacuna –novela trágica y sombría, negra hasta el tuétano– no lo salva el amor; solo, acaso, la ironía del hombre inteligente:
«Que voy a cumplir los cuarenta. Que el fracaso ya lo tengo. Peor que el encierro no hay nada. Al menos me pagan un viaje».
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Fernanda García Lao: “Me interesa lo que el cuerpo le hace al lenguaje y viceversa”
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