jueves, diciembre 25, 2025
Arquitecturas resonantes
Vicente Luis Mora
Diario de Lecturas
Fernanda García Lao, Estación Saturno. Barcelona: Candaya, 2025.
Algo les pasa a los argentinos con las casas fantásticas o encantadas: El cuarto de vidrio de Norah Lange, Mandinga (1895) de Enrique E. Rivarola, La casa endiablada (1896) de Eduardo Ladislao Holmberg, La invención de Morel (1940) de Adolfo Bioy Casares, “Casa tomada” (1946) de Julio Cortázar, “La casa de Asterión” (1947) de Borges, la casa menguante de La luz argentina (1983) de César Aira, Casa de geishas (1992) de Ana Maria Shua, “La casa de Adela” (2012) de Mariana Enriquez, “La canción que cantábamos todos los días” (2013) de Luciano Lamberti, Siete casas vacías (2015) de Samanta Schweblin, y, last but not least, la casa Tiānqì de la Estación Saturno (2025) de Fernanda García Lao –más otras muchas que desconozco, o que no recuerdo–.
El retorno a la casa paterna, que en la mayoría de la narrativa occidental se vincula a la vuelta al origen y lo conocido, en manos de Fernanda García Lao se convierte en el principio de la entropía y el desconocimiento. Dos hermanos, una mujer y un varón innominados, intentan encontrar el gato huido de un tercer hermano que acaba de morir, en unos parajes argentinos con vestigios ferroviarios abandonados. Este es el punto de partida de una aventura donde concurrirán elementos naturales y sobrenaturales que convierten Estación Saturno en un memorable laberinto. La novela aborda la desestabilización referencial, la pérdida de los puntos de apoyo de lo que consideramos elemental y básico: el yo, el hogar, la familia, el espacio, el tiempo. Algunos personajes creen ser copias de otros, ciertos espacios son resabios de lugares antiguos, distintos momentos parecen atrapados en una suerte de déjà-vu permanente. Nuestra sensación de lectura es un remedo de la estupefacción que sienten los personajes, que quizá son movidos como marionetas por un demiurgo maléfico que busca esclavos, atención, dinero o todo a la vez. De la misma forma, quien lee es zarandeado por los hábiles hilos manejados por Fernanda García Lao.
También se mezclan los géneros. El estilo, seco y corto, de continua parataxis, roza lo poemático por concentración gracias al tensionado del lenguaje, y no faltan los párrafos que podrían funcionar como poemas. También hay “exoaforismos” a lo largo de toda la obra: “el auto rodeado de lluvia es una pecera al revés” (p. 37), o: “Quizá el más allá es una copia mal realizada de la provincia” (p. 128). A lo que hay que añadir dimensiones teatrales, como ahora veremos.
Una de las dimensiones más singulares y acertadas de esta breve novela es la psicologización de los espacios, convertidos en entidades psíquicas resonantes. La casa del hotel Tiānqì, centro neurálgico (y neurasténico) de Estación Saturno, es un auténtico hallazgo, con distorsiones espaciales y temporales, con lugares creados como mise en abyme; una casa que podemos describir como una casa encantada, pero también como casa manipulada y manipuladora. Y es posible que la novela que leemos sea otra casa Tiānqì, una trasposición espaciotextual de sus ambigüedades, porque hay agujeros de gusano entre visiones, entre párrafos, entre frases, así como momentos conectados espacio-temporalmente, reverberaciones, anticipaciones y reminiscencias. Novela psicoespacial, Estación Saturno es una historia planificada, que comienza por el primer espacio sensible: la corporalidad. Los personajes dudan de todo, menos de su cuerpo –son muy corporales las novelas de García Lao, llenas de deseo turbio y de goce insatisfecho–. Para quienes habitan en el hotel Tiānqì, el deseo es un modo de orientarse. En un artículo reciente, titulado “De la influencia como contagio”, escribe García Lao: “Leí teatro antes que narrativa. Jean Genet, Jean Anouilh, Sartre, Fassbinder”[5], y esa ascendencia es perceptible no solo en la eficacia de los diálogos, sino también en la consideración de las habitaciones como escenarios, perfectamente acotadas y concebidas como deambulatorios psíquicos por los que derivan los cuerpos ansiosos.
Otro aspecto que no suele citarse de la obra de García Lao es su humor negro, que me parece muy oportuno y que alivia en cierta medida la desolación general de las historias y la dureza de las relaciones entre los personajes. Una risa helada permanece en nuestro rostro mientras leemos sus libros, siempre personales, únicos, técnicamente virtuosos, divertidos y desolados, como la vida misma.
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