viernes, diciembre 19, 2025
Fernanda García Lao: curso de patafísica
‘Estación Saturno’, el nuevo juguete absurdo de Fernanda García Lao, nos invita a aceptar la lógica desnortada del mundo loco para seguir cuerdos.
Fernanda García Lao
La Opinión de Málaga. Cultura
Ricardo Menéndez Salmón
14 DIC 2025 7:00
La Libérrima en su ejecución, y muy gozosa en su lectura, ‘Estación Saturno’, el nuevo juguete absurdo de Fernanda García Lao, es una fiesta de la inteligencia. Hay un momento, hacia el inicio de la novela, en el que la escritora argentina levanta, como petición de principio, su pacto de lectura. La frase es tan breve como contundente: «La materia depende de la convicción de sus partículas». La aventura de dos hermanos (y de un ga to) en un paisaje inverosímil y en un espacio caprichoso precipita la peripecia de la obra hacia la sinrazón en un contundente ejercicio de velocidad de escape de la realidad. La pirueta permanente que exige ‘Estación Saturno’ se amplifica hacia el final del texto mediante otra declaración programática: «Ver es pacto. No hay dos que vean lo mismo, pero convenimos en dar por válido lo que se adapta a nuestro relato para no enloquecer». De modo que, si el mundo se ha vuelto loco, hay que aceptar su lógica desnortada para permanecer cuerdos. La estrategia posee muy fecundos precedentes en literatura, desde los cuentos de E.T.A. Hoffmann a «Ubik» de Philip K. Dick, aunque Kafka sigue siendo el alquimista que mejor ha orquestado el matrimonio entre lo implausible y su acatamiento. No en vano, son muchos los escritores que desayunan cada mañana junto al lecho estupefacto de Gregor Samsa. Una vez asumido el marco, lo consecuente es hacerlo verosímil.
Por las páginas de ‘Estación Saturno’ desfilan los invitados habituales de la escritura de García Lao, los mismos que resuenan en la siniestra «Nación Vacuna» y que se condensan con inusitada armonía (y no menor fiereza) en los relatos de «Teoría del tacto»: las estancias de lo impropio, el de lirio como tierra natal, esos decalajes entre el mundo y su percepción que desquician las ventanas por las que miramos y las puertas tras las que nos cobijamos. La locura como testigo de cargo, la ominosa pregunta por la identidad y el recurso al disparate enuncian la verdad de una escritura que interroga constantemente a la realidad acerca de sus significantes. ¿De qué hablamos cuando hablamos del tiempo y del espacio? ¿Desde qué lugar sancionamos lo que es normal y aquello que ha dejado de merecer ese nombre? ¿En qué momento eso que denominamos «yo» se ha convertido en una pregunta sin respuesta?
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