Podría arrancar citando a Piglia citando a Lukács cuando dice que en la novela el contenido es la forma. Y decir que empecé escribiendo La perfecta otra cosa para discutir la novela como territorio clásico. Que necesitaba prescindir del héroe, del solo asunto, de la unidad de tiempo y lugar, para probar otra cuya condición fuera la de estar escindida, nacida rota, multicéfala, y bla.
Pero en realidad cuando empecé no sabía que iba a escribir una novela y menos una novela de esas características. Porque no suelo anticiparme al relato y soy bastante fiel al presente, es decir, a la primera frase, de la que se desprenderá la segunda y así sucesivamente. El análisis de lo escrito aparece mucho tiempo después, cuando el objeto está mediado por su propio discurso, cuando hay un cuerpo en ciernes que requiere de una determinada geografía.
Lo que apareció primero fue el relato de una mujer atraída por una entidad particular. Una mujer que habla y dice “Yo no te veo, pero adivino tu desnuda suerte. Nos vigilas. A veces te escucho y creo que estornudas. Eres la única cosa libre que se pasea por la tierra. Y no sabes esconder tu orgullo. No importa si tienes los dientes torcidos, porque te veo perfecta”.
Ese texto surgió puramente del inconsciente, fue escritura automática. No estuvo mediado por el interés ni por la búsqueda de un sentido previamente trazado. Y, como es evidente, aún no voseaba, mi experiencia con el lenguaje era en español. No podía torcerlo, todavía.
Enseguida me pregunté a quién se dirigía esa voz, quién era esa Perfecta otra cosa. Y supe rápido que aquello era sencillamente lo que no se puede tocar, lo fantasma, lo divino como objeto inalcanzable. Esa mujer que habla con algo que no tiene forma aún, sólo es deseo, dice y cuestiona lo cotidiano que le ha tocado vivir e instala la necesidad de un territorio poético nuevo. Salir de su entorno, de la narración tradicional y doméstica que le han heredado sus padres, para explorar en lo imposible, lo otro, lo que no tiene acceso. Es una especie de anarquista con ganas de dinamitar el mundo o ausentarse. Está inmersa en una realidad que le sabe en exceso pueblerina, sin brillo.
Esa primera persona era muy parecida a mi yo de aquel tiempo, pero no desde la biográfico, sino desde la experiencia lectora. Lo solemne me hacía bostezar, no soportaba los programas ni los autores que debía leer para considerarme instruida.
Como en cada familia, hay un instigador, en este caso, instigadora, que es quien enciende el fuego de la desobediencia. En mi caso, esa tía fue la literatura de los bordes. En la ficción se carnalizó en una tía díscola que es la que trae la narración de otros mundos al relato. La tía Jessica llega al pueblo y cuenta su vida, sus aventuras desconcertantes y la narradora al escucharla quiere probar ese tipo de desgracia, una que no se parece a lo conocido.
Al terminar ese relato, que escribí a mano y a gran velocidad, del que aún conservo el manuscrito, resolví continuar y preguntarme qué tenían para decir quienes estaban a su alrededor, esos personajes ya mentados, que se convirtieron en cuerpos y en voces que vienen a negar, a completar, a tensar al primero. Qué era la perfecta otra cosa para cada uno.
Así fue apareciendo esa narración de siete cabezas que funcionan con los demás como personajes secundarios y que en torno a sí mismos nuclean el sentido del mundo. Cada personaje se repite y todos juntos conforman esa constelación que es la novela. En la que todos buscan el sentido. Con mayor o menor suerte.
Hubo un libro que me sirvió de guía, aunque su asunto no tuviera nada que ver: La vida instrucciones de uso, de Georges Perec. El modelo del puzle, que es juego y armado. Fragmento e imagen mayor, que requiere de todas sus piezas para existir.
Al escribir La perfecta otra cosa, mi primera novela, publicada un poco después que Muerta de hambre, lo que hice fue no sólo construir mi territorio inicial, sino preguntarme por mi propia tradición. Fue una especie de declaración de principios y atrevimientos que contaminó el resto de lo que he escrito hasta ahora.
A partir de ella, cada vez que me siento a trazar un proyecto me pregunto por la forma. No hay dos novelas con la misma estructura, porque citando a Piglia citando a Lukács, en la novela el contenido es la forma.
Cómo escribí La perfecta otra cosa (Cuenco de plata, 2007).
Revista Por el camino de Puan.
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