La argentina es una de esas voces femeninas latinoamericanas tan potentes que están extrayendo petróleo, con una inquietud literaria y renovadora, de las viejas narraciones de terror.
SUPLEMENTO ABRIL DE CULTURA
EL PERIODICO DE ESPAÑA.
19 enero 2023
Toda una experta en perder paraísos. La argentina Fernanda García Lao (Mendoza, 1966 ) es una de esas voces femeninas latinoamericanas tan potentes que están extrayendo petróleo, con una inquietud literaria y renovadora, de las viejas narraciones de terror. Podría decirse que el vaivén es el movimiento que la impulsa. Porque nunca ha estado demasiado tiempo en ningún sitio. Hija de dos orillas, padre bonaerense y madre leonesa, llegó a España en 1976, niña empujada por el exilio político de los suyos -su padre fue el periodista Ambrosio García Lao- y la sensación de haberse salvado de un país maligno que expulsaba a sus ciudadanos.
Cuando regresó a Argentina en el 93, ella ya no era ya la misma. De aquí se había llevado sobre todo el golpe de Estado de Tejero, ese escalofrío que necesariamente le trajo ecos de violentas imposiciones militares, y la rareza de la pronunciación de la zeta a la española. Total extrañeza.
Le costó no poco trabajo adaptarse a su propio país. Lo hizo formándose como actriz, junto a Norman Briski, un actorazo que, colaborando con Carlos Saura, también había conocido el exilio español. Tiempo después llegó la escritura, como dramaturga, su salida natural, o como narradora. Con Guillermoo Saccomanno, que fue su pareja, escribió novelas y relatos a cuatro manos. Aquí en España, su carta de presentación fue Nación Vacuna, a la que el pasado año siguió Sulfuro, ambas en Candaya.
CRUZAR LAS FRONTERAS
Ni de aquí ni de allí. El enigma del desarraigo es un lugar perfecto para alentar la imaginación del escritor: "Mi literatura tiene que ver con ese cruzar las fronteras de las diferentes realidades", explica la autora. En Sulfuro, una mujer que acaba de separarse se muda a una casa colindante a un cementerio, donde los muertos tienen la costumbre de mezclarse con los vivos, un tema seminal que su paisana Mariana Enríquez conoce bien.
"El mío es un país de desaparecidos y la estela que deja un desaparecido le convierte en un aparecido, en un fantasma que habita un limbo que duele social y políticamente. Podría decirse que la condición fantasmática fue casi un proyecto de poder en Argentina", apunta.
Además, hay en ese libro muertos más íntimos, como su madre, por ejemplo -el padre falleció en España cuando ella tenía 16 años-: "Margaret Atwood suele decir que ella escribe antes y después de que suceda algo en su vida. A veces se adelanta, otras se atrasa. Yo empecé a escribir este libro cuando mi madre estaba viva y lo terminé cuando estaba en una urna. Me interesa mucho esa escritura que vislumbra lo que se viene".
El cementerio de su novela existe, está en el barrio de Buenos Aires donde la llevó una de sus muchas mudanzas. Ahora ya no vive allí, se mudó a Praga tras la pandemia. En la ciudad checa viven su hijas y, además, allí los camposantos puntúan doble en lo tocante al carisma truculento. "Irse es un modo de ponerse en cuestión. Para el que ha vivido en un solo país es muy desestabilizante pensar en marcharse. Yo siempre he estado fuera".
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