martes, septiembre 17, 2013

Acto androide

Por Fernanda García Lao
Septiembre 17, 2013

LETRAS LIBRES
MEXICO

Uno: robots a escena

Tenía que suceder. Y no es casual que haya sido en Japón. La robótica llegó a escena de la mano del director Oriza Hirata, en colaboración con el experto en investigación Hiroshi Ishiguro y la Seinendan Theatre Company. El montaje en cuestión, Tres hermanas versión androide, pudo verse en el Festival Grec de Barcelona, en julio pasado y en el Festival Fringe, de Madrid.

Lo primero que llama la atención es que para llevar a cabo semejante experimento escénico hayan elegido el clásico de Chejov, autor referente del naturalismo del siglo XIX. Estrenado por primera vez en 1901, los personajes de este drama aspiran a un futuro mejor pero son incapaces de modificar su presente. El pasado es una losa que los inmoviliza. Del mismo modo, el uso desacertado de la tecnología estorba cuando pretende innovar el lenguaje teatral con golpes de efecto.

Dos: adaptar es traicionar

En Tres hermanas versión androide, la acción transcurre en un futuro impreciso y se ubica en un pequeño pueblo nipón afectado por una crisis económica. La fábrica de robots que sostenía a la región ha dejado de producir, la población agoniza. Tras su muerte, una de las hermanas ha sido sustituida. El padre, ingeniero robótico, fabrica una versión de la difunta, una insulsa androide cuyo aspecto reproduce fielmente un modelo humano femenino, que se traslada en silla de ruedas. No sabemos muy bien por qué. Suponemos que es simple comodidad, pura estrategia. Una sillita se maneja fácil a distancia.

Según informa la gacetilla de prensa del espectáculo, Oriza Hirata “mezcla sabiamente la comedia y el drama para ofrecernos la primera obra de la historia en que un androide de verdad interactúa con los personajes y se zambulle en el mundo de los sentimientos”.

Sin embargo, contemplando algunas escenas de la obra observamos una puesta tradicional, sin ritmo, absolutamente plana, sin diálogo entre disciplinas ni hibridación de cuerpos. El único atractivo sería la interpretación de una robot impávida y previsible.

Como si no bastara, el director introduce otro robot que hace de mayordomo. La obra será un éxito seguro de público. La gente se tienta fácil con la juguetería japonesa. Aunque pasados los primeros cinco minutos de intriga, los espectadores deban pagar su curiosidad mecánica con una siesta.

Tres: Actuación mecánica

Según el programa de mano, la primera actriz es la señorita Geminoid F. Pero eso no es del todo cierto. Su cuerpo fue actuado por un tercero: Minako Inoue, cantante y actriz ocasional, que aparece opacada por la androide a la que le prestó la voz, sus silencios e intervenciones. La pobre y mortal Minako aparece bien abajo en los créditos. Al fin y al cabo, sólo es un pedazo de carne humana.

Esta primera cuestión delata uno de los simulacros: el de la supuesta originalidad en el uso de una autómata. Si utilizan a una actriz y luego programan a la androide, esta última no sería otra cosa que una versión tecnologizada del legendario y muy antipático muñeco de ventrílocuo. O del tristísimo y vetusto títere de plaza. Contemplar a la androide es tan aburrido como chupar una teta de plástico.

“Se adaptan a sus palabras, sus pausas”, advierte el director. Entonces, los actores de la compañía deben adecuarse a las intervenciones de la Geminoide, que marca el pulso de la escena desde su parálisis maquinal. En los diálogos, por decirles de algún modo, hay un vacío interminable. ¡No pisen a la androide!

Las escenas no son vividas, se padecen en grupo. Play, y la cosa comienza a decir sus parrafadas. Y a parpadear como si fuera un pájaro a cuerda. Stop.

Cuatro: cuestionario absurdo

a) Si un robot actúa de robot, ¿está actuando?

b) ¿Un objeto de utilería se zambulle en el mundo de los sentimientos?

c) ¿Qué significa zambullirse ahí?

d) ¿El actor es un electrodoméstico, un aparato de reproducir textos, gestualidad y finalmente, aplausos?

e) ¿Puede negarse una androide a escupir sus intervenciones?

f) ¿Algún obnubilado la habrá citado a la salida del teatro?

g) ¿La apagan al final de la función? ¿Tiene camarín? ¿Se acostó con el director?

Cinco: acerca de la actuación

Según Tadeusz Kantor, el gran director polaco fundador del Teatro de la Muerte, el actor es un campo magnético. Geminoide F, programada al milímetro, no olvida, no se deja influir, no altera. Es, apenas, un simulacro de persona. Un cuerpo disciplinado en su rigidez.

Jerzy Grotowski, figura central del teatro vanguardista del siglo XX, suponía queel actor encarna el mito de un colectivo y que es el encargado de trascenderlo y profanarlo. Ponerlo en evidencia. Para llevar a cabo semejante misión, el actor debería atravesar la máscara vital para acceder a la verdad física.

¿Qué vendría a revelar esta primera actriz androide?

Seis: Experiencia vivida

Una vez me tocó improvisar con un interno psiquiátrico. Tenía una capacidad poética muy superior a la mía. No conocía la plasticidad de su cuerpo en el espacio, sin embargo se adueñaba de la escena. Improvisar con él era un juego peligroso. Siempre era la primera vez. Imposible repetir una escena, ir hacia atrás. No había acumulación posible. Ni registro del afuera. Actuar era intervenir al otro con su pequeño fragmento de locura. Interactuar no pasaba. Uno debía plegarse a él. Sin embargo, era productor de sentido.

En el otro extremo, Geminoide F. No se desvía nunca, no se entrega, no puede desarmarse por la emoción, ni atravesar con su cuerpo ningún drama, no consigue despojarse de la máscara. Es la máscara.

Siete: Advertencia

Al entrar al teatro un cartel informa que se deben apagar los dispositivos electrónicos que emitan señales. Si no, los robots podrían volverse locos.

Ahí empieza la obra que uno quisiera ver. Geminoide enloquecida se erotiza con un mensaje de texto y lame las conexiones del mayordomo, mientras las hermanas que quedan se electrocutan por el deseo naturalista de una tablet que las pone en movimiento.

Sin acción no hay drama.


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