"Todos decían que mis labios eran imponentes. A los trece años sufrí una crisis de personalidad y ladré hasta quedar afónica. Aquella eventualidad me hizo madurar y habituarme a la desgracia. Me hice novia de un trompetista. Nunca leí a Nietzsche.
Mi padre era un hombre muy severo con los dientes podridos. Nunca fui su predilecta. Rosalin se llevaba todos sus mimos por lo que desde muy joven la compadecí. Ella era redonda y sonrosada. Yo, delgadita y chillona.
Una noche de insomnio decidí fugarme con el trompetista. Leonardo era peludo y ojeroso. Vivimos dos años juntos, hasta que decidió ser dentista; el averno nos seguía para quemarnos las pestañas.
Cuando mi padre murió víctima de sífilis, decidí regresar a casa. Encontré a mi madre prematuramente pelada por la desesperación y el que dirán, y a una monumental Rosalin asediada por los rollos.
La vida era difícil, así que me convertí en una maldita insensata. Todos los días salía a provocar a las vecinas y les tiraba lentejas a altísima velocidad. Al poco tiempo tuvimos que mudarnos. La miseria se había instalado entre nosotras y nos ahogaba con sus manos temblorosas.
Conseguimos un departamentito maloliente al borde de la ciudad. Rosalin cosía con optimismo espantosos vestidos para señoras pobres y honradas. Mi madre se hizo católica y daba gracias al señor continuamente, a pesar de que no teníamos ningún motivo".
(Fragmento de La perfecta otra cosa, editada por El cuenco de Plata en 2007)
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Me compré tu libro, Fernanda. Es muy intenso. Me gustó más que Muerta de hambre (que devoré). Me encantó el trabajo de versiones subjetivas... Y el lenguaje, y adoré el personaje del cura. Muy bueno.
ResponderBorrarPuro realismo sucio gringo impostado.
ResponderBorrarGracias, Silvina.
ResponderBorrarNi puro, ni realista, ni gringo ni impostado. Sólo la pegaste con un adjetivo: sucio. Como la cobardía de tu anónimo.
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