martes, abril 26, 2022

Sulfuro, en El diario.es

Ese lugar intermedio, una lectura de 'Sulfuro', de Fernanda García Lao. 
 “Pero toda esa apelación al mundo sensorial, a los cinco sentidos, también hace de esta obra algo muy vivo, presente, dramático, vertiginoso, sin juicios o asideros sobre lo bueno y lo malo: en ninguna de esas orillas se pueden situar ni los vivos ni los muertos, ni los humanos ni los animales, ni el sexo ni el sentimiento” 
 Carmen Pujante 20 de abril de 2022 09:50h
Fernanda García Lao: Sulfuro Candaya Narrativa, 81 Barcelona, marzo de 2022 El título y la imagen de cubierta advierten: que nadie espere una historia perfumada, inofensiva y mansa de 'Sulfuro', la publicación más reciente –digamos que una novela– de Fernanda García Lao (Mendoza, Argentina, 1966). 
En marzo de 2022, de forma simultánea a la publicación en su país natal, la edita Candaya en España, donde la escritora vivió desde 1976 hasta 1993 a causa del exilio de sus padres. Se podría decir que, dos años después de publicar 'Nación vacuna', la editorial asume la misión de apuntalar en la península una de las voces hispanas más particulares. Todo un órdago (y no un farol) esperarán quienes conozcan la trayectoria de Candaya y la de Fernanda García Lao, pero también quienes se topen con la portada de la edición española, a cargo de la propia autora: puede ser el objeto provocador e inesperado que reaparecerá a lo largo de esta historia, el tanga que los limpiadores encontrarán en la sucia y apestosa piscina de la casa en la que ahora vive la protagonista ¿Y qué hacen esas bragas en la pileta, quién las ha dejado ahí realmente? 
Los salvajes comportamientos de esta ante diferentes personajes y hechos del presente los iremos relacionando con vivencias y recuerdos del pasado, especialmente los presididos por su padre, que de profesión es proctólogo, y su madre, que se suicida cuando la hija es pequeña.
Adentrándonos en una mente donde no existe frontera entre el mundo de los vivos y de los muertos, todo puede pasar; y cuando se dice todo, es todo, todo aquello de lo que sea capaz la desenfrenada imaginación de la autora: dormir con un exmarido moribundo, parir en pleno acto sexual, reencarnarse en un entremetido gato, plantar dos abortos que crecerán en forma de quinotos en el jardín, etc. 
Así, con esas sinuosidades argumentales y sensoriales, pero también con la cita inaugural tomada de la rara y suicida Teresa Wilms Montt (“Mi corazón es un pájaro de mal agüero”), que nadie espere una historia perfumada, inofensiva y mansa. 
Comienza así la primera parte, que no llega a una página y que se titula 'El escribano, los chicos, la insulsa malpeinada de la vuelta': “Te mudaste hace unos días y ya te molestan los sapos. La idea de que existan. Por eso, luces prendidas toda la noche. Estás en la casa de las dos piletas, tan sucias como inodoros públicos. Las hojas y las flores pudren rápido el agua. No te convence la casa, en realidad. Ya empezaste a percibir el olor. Un barrio bien, con chalés y garitas, jardineros y servicio de limpieza, no puede apestar así”. 
Pero todo eso no lo perciben ni el escribano (o sea, su segundo marido), ni los chicos (o sea, los dos hijos adolescentes de él), ni la insulsa (o sea, una vecina que acabará convirtiéndose en la limpiadora de casa), ni tampoco ustedes (o sea, ¿los lectores, los espectadores, los vecinos, los curiosos?). Quizá esa peste proceda del cementerio que hay al otro lado del paredón, quizá solo la capte ese tú/vos que es la protagonista de esta historia: “Parece que sos la única sensible a los efluvios”. 
Pero cuidado con esas sensibilidades fáciles de herir, porque enseguida vendrán curvas (y nunca mejor dicho, porque en los siguientes fragmentos la encontraremos conduciendo sin control). Por un lado, esa segunda persona del singular es la narrataria de esta historia contada en presente (técnica inusual, practicada excepcionalmente en experimentos que se han podido permitir autores como Carlos Fuentes o Julio Cortázar, pero especialmente Michel Butor en 'La Modification'). 
Por otro lado, todos los escuetos capítulos o fragmentos son titulados de esa particular manera (haciendo alternar los diferentes personajes, casi todos igual de innominados: el concejal, el cirujano, la embarazada perfecta, los santos, Dios, los pileteros, los de enfrente, etc.). 
Con recursos como estos, que apelan a los lectores/espectadores y que orquestan personajes como en actos o escenas, hacen de 'Sulfuro' un extraño texto próximo al teatro (¿de la crueldad, del absurdo…?), arte que ha cultivado Fernanda García Lao como dramaturga, autora y actriz. 
Pero toda esa apelación al mundo sensorial, a los cinco sentidos, también hace de esta obra algo muy vivo, presente, dramático, vertiginoso, sin juicios o asideros sobre lo bueno y lo malo: en ninguna de esas orillas se pueden situar ni los vivos ni los muertos, ni los humanos ni los animales, ni el sexo ni el sentimiento. Lo podemos comprobar en las palabras siguientes, que se leen ya muy avanzada la historia, cuando aparece la única referencia al título: “Para frotarte con la tanga puesta y arrancar el mal. Ese lugar rojo. Tu centro hierve, es un magma que después se desinfla. En los dedos, el olor a sulfuro. La vida y la muerte penetran en tu nariz. // La perra te mira desde su almohadón con gesto reprobatorio. Como si el animal fueras vos” (pág. 146). No hay fronteras porque la protagonista vive en el límite, en el quicio, en el entre-dos, en el no-lugar: “Desde que murió tu mamá, ocupaste ese lugar intermedio” (pág. 94), o sea, el espacio entre la vida y la muerte, la misma frontera de imposible equilibro que transitan otros tantos personajes de 'Sulfuro'. 
En efecto, la vida de ella parece comenzar, no cuando nace, sino cuando muere su madre. Entonces sufrirá el silencio y apatía de su padre, pero también la venganza y falsedad de su primer marido (a quien conoció precisamente en la consulta porque tenía hemorroides y con quien pronto se casó para poder salir de casa y casi tiene dos hijos), la violencia y utilización de su segundo marido (a quien conoció firmando los papeles de su actual dúplex), e incluso la indiferencia del gran Voyeur: “es sabido, Dios es sordo” (pág. 19). 
Y aunque habrá espacio para el consuelo en la conversación y en el sexo con los muertos vivientes que son sus vecinos y lo habrá para lo poético y lo narrativo en medio de ese mundo roto, fragmentado y salvaje, también lo habrá para la venganza, o lo que quiera que sea el final de esta historia, que no puede cerrarse sino con la maternidad, la que no fue/la que no es/la que no será. “El silencio se estira, ahorcando el ruido. Te inclinás un poco y entonces, la superficie es un espejo, un útero, tu boca. Yo me nazco, yo soy. El viento levanta tu voz y la frase queda suspendida” (pág. 171). 
Siendo única en su rareza tanto genérica como temática (algo que seguramente será un honor para Fernanda García Lao, pues es confesado su gusto por las escritoras raras, como lo es la citada al inicio u otras como Rachilde), 'Sulfuro' concita no pocas inquietudes compartidas con cierta literatura contemporánea, en concreto, una literatura escrita por determinadas autoras, y entre ellas, algunas que escriben en español actualmente: lo corpóreo, lo animal, lo violento, lo familiar, lo maternal, lo mortal. Por lógica, para que exista lo mayoritario, lo central o lo 'normal' es necesario lo minoritario, lo periférico o lo 'raro', que, ciertamente, en toda época tendrá lectores, lectores sensibles (que no sensibleros) que se dejan el olfato y el estómago lejos para poder acercarse a obras salvajes y sulfúricas como esta.

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