miércoles, noviembre 01, 2017

Una forma de resistencia

Por Leila Sucari



Nación vacuna es un libro de pólvora. A medida que avanzan las páginas va haciendo estallar a la patria, la familia, el tiempo, los hijos. Todo aparece torcido, desviado y termina siendo falso y funcional a un sistema perverso. Un sistema que se mantiene en base a engaños y delirios de grandeza.

La novela quiebra con la lógica del tiempo. El presente, el futuro y el pasado se fusionan de manera siniestra. Como si la historia fuera una suerte de calesita-pesadilla por la que se vuelve siempre al mismo lugar. Todo se repite, nadie aprende de los errores. Hay un ingeniero gagá en el poder, burócratas pretenciosos, funcionarios mediocres que ejecutan órdenes y que nunca hacen lo que desean porque ni siquiera tienen registro de su propia existencia; y un estado fracasado, y al mismo tiempo omnipotente y violento, que no tiene problema en mandar a su población al muere, en asesinar, con tal de mantener el status quo.

Lo que sucede resuena en nuestra memoria. Nación vacuna pone en tensión la realidad y la ficción. En esta época donde reina la posverdad y todo es un montaje televisivo macabro, la literatura termina siendo un destello solitario que cuestiona y pone en evidencia el horror del mundo. El riesgo de la novela se traslada al lector, y la lectura se transforma en un desafío: te pone a prueba, te obliga a reflexionar y a tomar una posición activa frente a la pasividad de su elenco. Nación vacuna te sacude para que sientas asco por ese aparato y esa carnicería de la que formamos parte.

Este universo de inmundicia, carne y mujeres vacas está narrado con un lenguaje exquisito que se vuelve adictivo. Es un libro que se devora, las palabras tienen sabor y no podés parar, como si te pusieran una bandeja de canapés en la mesita de luz. Hay un lenguaje poético e intenso, frases que funcionan como revelaciones fugaces. Es un tipo de escritura vital que provoca también una lectura viva. Hay un extrañamiento que causa incomodidad y te sumerge en un estado de alerta e inquietud, porque lo que cuenta es demasiado familiar. Casi podemos tocar a los personajes y sentir sus angustias en carne propia, como si viviéramos todos encerrados en un mismo frigorífico. La crudeza de cada frase te va desnudando y te deja sin corazas ni certezas, con un sabor amargo a escepticismo. Quizá la literatura no sirva para cambiar algo, pero sí es una compañía y una forma de resistencia.

“¿Y si el mundo no existe? Tal vez es una estrella muerta que vemos con atraso. Este momento es prehistoria. El presente mide cien metros. Abro la boca y se termina”.


Tercer y último texto leído en la presentación de Nación Vacuna.
Alamut. Octubre 2017




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