jueves, enero 29, 2015

“Cuando escribo, me gusta jugar a ser otra”

29/01/2015 12:02
LA VOZ DEL INTERIOR

En su última novela, Fuera de la jaula, la narradora continúa explorando un registro original alejado del realismo y marcado por el absurdo y el delirio.





Por Gustavo Pablos
“El día de mi muerte estaban todos. El invierno se había detenido y giraba sobre sí mismo como un tornado. Era una fecha patria, no recuerdo cuál, pero estábamos exultantes”. Así comienza Fuera de la jaula, la última novela de Fernanda García Lao, y quizás no sea fácil sustraerse al misterio y la promesa narrativa que contienen esas primeras líneas. Una mujer, Aurora Berro, muere en un acto patrio por el impacto de un elepé que “como un bumerán demente” se le clava en la yugular, mientras canta la Canción a la Bandera. Pero lejos de irse de este mundo permanece como una pura conciencia, invisible, que ingresa nuevamente a la casa pero ahora por la ventana, como si se tratase de un fantasma. Y en este hogar disfuncional registra la continuidad de la vida de su familia: Man y Fredo, el hijo bicéfalo, las dos conciencias de que luego alcanzarán cierta conciliación en ManFredo; Domingo, el coronel retirado, que había rescatado a Aurora de su vida de actriz, obsesionado con la actriz Lana Turner, y que siempre ha buscado crear un dispositivo artificial que sustituya a su esposa; Yedra, la enigmática mucama, y muchos más. Con este comienzo, disparatado y absurdo, el lector ingresa en un mundo que tironea y lleva un paso más allá las posibilidades de la lógica, y donde sus sórdidos y oscuros personajes componen una fauna disfuncional con escamoteos, traiciones y diversa clase de locuras.

–¿Cómo surgió la imagen de la muerte con el elepé? ¿Comenzaste a escribir a partir de ella o ya tenías pensada la historia?
–En realidad, es una imagen que vi, pero no fue la primera. Antes llegó la música patriótica, la Bandera, el patio. También que los deformes necesitaban una madre, a la que pensé muerta porque tenía que competir en extrañeza con ellos, y por lo tanto no me servía viva. Quería una madre-dios, presente, pero sin cuerpo.

–¿Cómo fue el desafío de crearle una voz a una muerta?
–Encontrar una voz es la primera misión de la escritura. Aurora está muerta pero cualquier personaje es una ficción con ganas de decir. La muerta tenía permiso, no estaba atada a un tiempo, limitada por un deseo físico. Era una voz libre que impunemente se puso a monologar. Así como un narrador omnisciente que todo lo ve y nada modifica, ella cuenta desde el borde.

"No tengo nada bajo control, lo que escribo se aparece".

Alrededor de Aurora hay una serie de personajes que componen una galería rara, excéntrica, como su marido, Domingo, el hijo bicéfalo, Fedra, Severino, etc.

–¿De qué manera vas armando los personajes? ¿Cuánta distancia hay entre lo primero que imaginás sobre ellos y la forma que terminan tomando?
–No hay distancia. Nacen así y dejo que se desenvuelvan. Voy asociando, indagando las voces. No los escribo desde el exterior, sino que me los calzo. Me pruebo los personajes en la oscuridad porque la luz excesiva los limitaría. Hablo por ellos. Lo que sí busco son los momentos, sus apariciones, creo los espacios que imagino más proclives a sus deseos. Si tengo un bicefálo con doble conciencia y un solo cuerpo, pienso cómo se las arregla para cojer, para dormir, para hacer silencio. Severino, sin embargo, se parece a alguien que conocí. Un tipo atado a su madre por teléfono. Una prolongación de ella, su brazo ejecutor. Los hijos, a veces, son sucursales de los padres, pero al salir al mundo, aparecen actos inesperados. El amor, el orgullo son urgencias imprevisibles. Severino es un desviado. Alguien que se tuerce fácil.

La historia comienza en el año 1956, y después se producen saltos hacia el 1975 y 1989, pero además hay una serie de datos, como el detalle del pasado de actriz de Aurora, del cual el Coronel la ha rescatado, que en principio pueden guiar al lector hacia una lectura alegórica sobre el peronismo y sus principales actores. Sin embargo, con el correr de las páginas estos guiños se difuminan. “Alegoría sí, pero con cierto grado de rebelión. No quería trabajar la parodia, por eso nombres y fechas eran sólo una excusa para patear estereotipos –argumenta García Lao–. Este parece aquel, pero no es, eso lo reconozco pero se desbanda. Como en las pesadillas, en las que uno es, pero tiene otra cara, o en los espejos deformantes de las ferias. La frikeada que hay detrás de cada uno de nosotros se revela cuando se abandona el realismo, esa construcción presuntuosa de la que se sirve la literatura para narrar el mundo”.

–Esta novela, que sigue las líneas de tus libros anteriores, te confirma en la posición del exceso, el humor, lo desproporcionado. ¿Tenés bajo control ese registro y esos mundos o directamente te desbordan?
–No tengo nada bajo control, lo que escribo se aparece. Yo también soy excesiva, me río seguido y no tengo proporción. Entonces, supongo que me escribo a mí cambiando de forma. No puedo tomarme la vida en serio, desconfío de lo solemne y me gusta jugar a ser otra, todos.

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