sábado, agosto 02, 2014

Tiempo Argentino

Fuera de la jaula, el nuevo libro de Fernanda García Lao

"Cuando escribo también actúo, me pongo en el lugar de cada uno"
Su última novela es el relato de una mujer muerta sobre los extraños personajes que componen su familia. En su personal escritura, tanto en sus cuentos como en sus novelas, se mezclan lo oscuro, lo humorístico y lo erótico.
Natalia Páez




El día de mi muerte, estaban todos." Con esas siete palabras empieza Fuera de la jaula, la nueva novela de Fernanda García Lao (Emecé). La historia podría resumirse así: es el relato de una mujer –que está muerta– sobre su familia compuesta por un hijo bicéfalo, un marido ex coronel que está enamorado de una muñeca que él mismo fabricó con trastos de ferretería y carne. O también podría resumirse así: es una historia que pone la lupa sobre los vínculos, sobre la plasticidad del deseo, sobre los ritos patrióticos y –finalmente– sobre los misterios de la vida y de la muerte.
Como siempre, tanto en sus cuentos como en sus novelas anteriores (Muerta de hambre, La perfecta otra cosa, La piel dura), García Lao explora sobre el lenguaje. Si bien la suya podría enmarcarse en la tradición de la literatura dark, sus oscuridades tienen elementos que lejos de ser góticos o románticos son trabajados en escenarios domésticos y con muchos toques de humor y de erotismo. Sus entornos no realistas, bien podrían serlo, porque al decir de la autora: "finalmente la realidad siempre puede ser más absurda".
Para los lectores atentos, en la estructura de la novela dividida en tres partes, hay marcas temporales que se relacionan con momentos clave del peronismo (1956, 1975, 1989) pero esto no es más que para pintar un momento al que no alude directamente.
La muerte, la decadencia, atraviesa toda la historia. "Al estar privada del cuerpo, soy conciencia pura. No hay filtro para mí. Me siento liberada de la culpa, del amor, de mis dolores de espalda. Me detengo a sentir cualquier cosa. Estoy a un costado de la realidad y es tan dulce no participar, ser testigo", reflexiona la protagonista a dos días de muerta.
Fernanda García Lao nació en Mendoza en 1966. Cuando tenía diez años su familia se exilió en Madrid. Regresó cuando tenía 20 años y se volvió a ir al año, con una pequeña hija. Tras estar un tiempo más en España se radicó, finalmente, en Buenos Aires. Aquí estudió actuación con Norman Briski, Ricardo Bartís y Mauricio Kartun a quien ella señala como un maestro que la liberó creativamente como escritora.
Como actriz trabajó y reflexionó mucho sobre el cuerpo. Y en Fuera de la jaula los hay a montones: mutilados, dobles, latentes, descompuestos…

–La luz que ilumina este escenario está puesta en lo incompleto, en lo informe.
–Sí, pero esos elementos (los hijos deformes, la muerta, la muñeca erótica, la prostituta tullida) luego se naturalizan en el relato. En definitiva estamos hablando de vínculos. Del deseo. De otras cosas. Porque lo que a mí me interesa es que todo lo relacionado con la deformidad no impacte. Lo primero que apareció fue el personaje de ManFredo, el chico de dos cabezas. Fue una especie de residuo de otros trabajos porque me gusta trabajar el tema del doble, o de la imposibilidad del doble. Empecé a escribir el vínculo entre ellos dos atrapados en un solo cuerpo sin saber todavía cuál iba a ser el mundo, ni quiénes iban a ser sus padres. Entonces apareció el coronel. Porque este hijo monstruoso necesitaba un padre que no lo dejara en libertad, que lo tuviera recluido en los límites de lo doméstico y entonces que la sexualidad tuviera que ser resuelta también ahí. Porque era un fenómeno, un hijo que no se condecía con lo esperado. En general me aburre el deseo de perfección.
–La madre muerta queda atrapada en este mundo pero sin tiempo.
–Claro, empecé a pensar que su presente era el presente del muerto, un no tiempo. Y en cambio su familia iba a seguir viviendo entonces se iba a someter a situaciones nuevas para ella porque es testigo de una realidad en la que no se puede involucrar. Pero yo también quería conocer su pasado. Entonces tenía tres tiempos para investigar: su propia descomposición, el devenir de la familia y el pasado. Pensé: si la muerte es la ausencia de tiempo, escribir es un poco morirse. No en el sentido de sufrimiento –yo disfruto al escribir– pero me saco cosas de encima, que incluso desconocía. Y van quedando algunos cadáveres, uno está hecho de cadáveres.
–¿Cómo se le presentó la protagonista de la novela?
–Un día me avisan que acababa de morir mi tía de Mendoza, hermana de mi papá. La noche que la enterraron, yo me acosté a dormir y se me vino a la cabeza una imagen. Y era que las dos estábamos en posición horizontal. Sólo que mientras yo estaba pensando en ella, ella se estaba descomponiendo. Entonces decidí escribir sobre ese "estado de irse". Pero cuando escribo –aunque sea de una experiencia directa o personal– siempre la ficcionalizo. Me gusta extraer esos asuntos de la vida o de la muerte y adueñármelos para el terreno literario, construirles un objeto que los contenga. No pensar en escribir sobre mi tía muerta sino en otra cosa. Cuando fui a la que había sido su casa, que había quedado vacía, había muy poco de ella. Casi no había dejado huellas. De ahí surgió uno de los personajes de la novela, Buda, la hermana de la protagonista. Me sirvió para pensar en esa previa de retirarse de este mundo.
–¿Y los rituales patrióticos?
–Cuando me fui a vivir a España en la primaria, yo estaba en cuarto grado. Me llamó mucho la atención que no hubiera esa actividad escolar patriótica. Allá el himno no se canta, no se sube la bandera… y hay un montón de esas cosas que formaban parte de mi universo infantil, que desaparecieron. Cuando regresé me resultó muy encantador recordar todo eso, por ejemplo la Canción a la bandera. Era interesante para mí trasladar este ritual nacionalista al interior de una casa donde eso se realiza en el patio. Algo así como simulacros de creencias. Me gustó mucho jugar con eso: construir un pequeño Estado adentro de la casita en la que están inmersos.

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