martes, enero 01, 2013

Optimista por naturaleza




VOZ PROPIA. La escritora dice que en los diálogos de los protagonistas de sus novelas se cuela su oficio como dramaturga.


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Cultura
Por Valeria Tentoni

Fernanda García Lao es, además de una de las voces más interesantes de la literatura argentina actual, actriz, pianista, dramaturga, periodista y bailarina. Nació en Mendoza en 1966 y se exilió junto a su familia en Madrid en 1976.
Actualmente reside en Buenos Aires. «Uno se convierte en su propio equipaje», dice. Y enseguida agrega que en esos viajes perdió gran parte de su biblioteca. «Tengo clones, me volví a comprar los que quería tener conmigo. Además uno va cambiando de lecturas permanentemente. Ahora llevo varios años en la misma casa y es la primera vez que voy a construir una biblioteca, pensando en que llegamos a algún lado, los libros y yo».
Entre esos clones se cuentan las obras de Samuel Beckett y Witold Gombrowicz. «Soy una Gombrowicziana», confiesa. Asimismo, registra las marcas de Copi y de Roberto Arlt, también dramaturgos. «Leí Los siete locos muy tarde, porque me formé en España y Arlt no existía ahí. Leí primero a Góngora y Quevedo, en quien encuentro un terreno muy interesante y excedido. Disfruté mucho de esa literatura, pero llegué tarde a lo básico de acá. Tenía una mirada normalizadora: leía lo más consagrado, comercial y difundido de esta literatura». Cuando habla se cuelan en su pronunciación sonoridades españolas y elementos del lunfardo: García Lao lleva su biografía en la música de su voz.
«Uno va creándose un mapa genealógico muy caprichoso de los familiares literarios que quisiera tener», afirma. El resultado de todos estos componentes es una serie de novelas fulgurantes, de las que no se sale siendo el mismo lector. Muerta de hambre (2005), La perfecta otra cosa (2007) y La piel dura (2011) fueron publicadas por El Cuenco de Plata, y Vagabundas salió bajo el sello El Ateneo. Recibió varias distinciones y premios, tanto por sus novelas como por sus obras de teatro. Hace dos años fue invitada a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como «uno de los 25 secretos mejores guardados de América Latina».
Fernanda se ríe todo el tiempo; su risa habita sus respuestas y sus libros. El humor, para ella, es «como la poesía, porque hay descubrimiento ahí. Hay oposición y hay un elemento inesperado: dos opuestos que de pronto construyen otra cosa. No podría esbozar una idea de cómo enseñar a escribir con humor, porque es como enseñar a besar: imposible».
«Empecé a discursear de muy chiquita. Era bastante ácida. Nada infantil, digamos. Tenía una mirada muy anarquista, era consciente de la discriminación a la que sometían las opiniones de los niños sólo porque acababan de llegar. Había muchas reuniones intelectuales en mi casa, y yo quería participar. Escribía y garabateaba todo. Mi papá tenía muchos libros y yo quería estar ahí, en los márgenes. Sólo sabía escribir mi nombre, pero había desarrollado una caligrafía que a mí me convencía. Cuando empecé a leer lo hacía en voz alta, todo el tiempo; estaba fascinada. Entonces me encerraba en el baño y hablaba mucho. Construía ficciones, pero todavía no las podía escribir», relata.
Hay, por lo menos, dos operaciones en su escritura que la distinguen: una sobre los personajes y otra sobre el lenguaje. «Yo hago foco en esos lugares», dice. «Me interesa la textura en el lenguaje, para mí es vital. Me gusta sentir que eso que estoy escribiendo está vivo. Interviene mucho el inconsciente, y después paso la topadora eléctrica de la razón. Trabajo con un primer pantallazo y después empiezo a revolver las fichas que planteé».
«El diálogo me interesa mucho, y ahí se cuela un poco de la dramaturgia. No me gustan los diálogos solemnes, pretenciosos, muy elaborados o huecos. No me gustan los diálogos literarios, ni escuchar al autor. Al autor, en general, tiendo a detestarlo. Me interesa una tercera persona más embarrada», explica esta autora, que prefiere lo «turbio y lo intratable».
A los 15 años ya se había iniciado en la lectura de piezas de teatro absurdo, que tomaba prestadas de la biblioteca familiar. «Mi madre iba mucho al teatro, de hecho escribió algunas obras. Se dedicaba a varias cosas: era periodista, poeta, tenía programas de radio. Estaba muy activa en todas las artes y generaba esto de opinar y de que mis hermanas y yo tuviéramos una mirada crítica, por momentos excesiva. Ellas también se dedican al arte, así que no soy el eslabón perdido de la familia. Sabíamos que ninguna iba a ser ingeniera o abogada».
«Como no tengo pretensiones naturalistas, puedo pervertir las frases y las miradas. Estoy muy atenta a huir, cuando escribo, de lo lineal: de lo que no pone en duda algo que pueda ser estándar de creencia. A mí me gusta el artificio», indica, y asegura que se da el permiso de ser inmoral y de prestarle el corazón a lo que está escribiendo.
Fuera de serie, García Lao va hacia la literatura con felicidad. «Yo no lo siento como un procedimiento trágico, ni oscuro, ni lamentable, ni me enfrento a la página en blanco. Para mí la creación es una felicidad absoluta y no me importa el soporte. Finalmente me definí por la literatura, pero cuando hacía teatro era lo mismo, así como cuando dibujo, pinto o canto. Me parece que es un lugar de permiso, de libertad, donde se convoca lo mejor que uno trae, que es la sorpresa. Será porque soy optimista por naturaleza: ante el peligro, siempre pienso que todo se resuelve. Y que se resuelve con crecimiento. Probar y arriesgarse debería dar felicidad. Acomodarse, inclusive mentalmente, me parece triste».

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