domingo, febrero 26, 2012

entrevistada por Eterna Cadencia

“Me interesa cultivar la vulnerabilidad de los personajes”
26-02-2012

Fernanda García Lao habla de su novela Vagabundas (Ed. El Ateneo; Finalista Premio Internacional Letrasur 2010) “Me gusta trabajar con esa premisa de la incomodidad o de la imprevisibilidad, pero termina siendo un poco una trampa porque en ese objetivo uno se pierde otras rutas y otras emociones posibles. Este libro es el que escribí menos pendiente de molestar.”, dice.

Por Patricio Zunini.












Fernanda García Lao es autora de las novelas Muerta de hambre, La perfecta otra cosa, La piel dura. Habla en argentino, pero marca la zeta española: su pronunciación evidencia los miles de kilómetros que ha recorrido. Nació en Mendoza y vivió allí hasta que en 1976 su familia debió exiliarse en Madrid. Desde entonces su vida estuvo regida por el desplazamiento. Varios cruces del Atlántico más tarde llegó a Buenos Aires y desde hace diez años vive en la misma casa: es la permanencia más larga en un mismo lugar. García Lao explora esa parte de su historia en su nueva novela, Vagabundas, que, pese a lo que podría suponerse por el título, fija la mirada en quienes se quedan cuando la mujer se va.


Situada en un pequeño balneario en el sur con un único hotel que se llama, paradójicamente, El ancla, la novela comienza con la fuga de Eusebia junto a un turista francés en un monomotor. En el «territorio de la huída» queda unas pocas personas olvidadas: Demetrio —el hijo que intenta comprenderla leyendo los textos que ella dejó en un baúl—, su marido Homero, la amante de Homero. A partir de esa primera escena, la novela se desarrolla en tres partes muy diferentes que conjugan personajes y narraciones con el objetivo de comprender cómo se construye la realidad entre el cotidiano ordinario de quien se queda y las fantasías que se asumen sobre quien no está.

En esta entrevista, Fernanda García Lao habla de las motivaciones para escribir Vagabundas (por la que fue finalista en el Premio Internacional Letrasur 2010 otorgado por un jurado compuesto por Claudia Piñeiro, Martín Kohan y Juan Sasturain), de cómo la ve en relación a sus libros anteriores, y de cómo su historia personal se filtra en la ficción.

—La vagabundas del título, más que vagabundas son huidoras: ¿a qué le huyen?

—En principio le huyen a una construcción de destino que pareciera ya armada en relación al hotel “El ancla” como punto de partida. Las vagabundas son las corrientes vagabundas, las que te llevan y te traen. Yo siempre tuve atracción por el que se quedaba, que también era parte de esa huída: en la huída hay uno que se va y otro que se queda. Siempre me tocó ser la que se iba. Recién hace diez años que vivo en la misma casa. Por primera vez en la vida. Empecé a entender un poco el modo de ver el mundo: si vos te quedás quieto, el que gira es el mundo. Yo creía que el mundo estaba estancado y que yo era quien lo ponía en marcha. Quise trabajar con esa energía de escapar de la rutina. Desde varias perspectivas, por eso no se sabe bien quién es el protagonista. Además venía de otros libros escritos en primera persona —que es bastante impúdica e impune, establecés tu discurso y no hay quién te lo refute— y tenía interés en evadirme de ella.

—Sin embargo, la segunda parte, epistolar, está en primera persona. Y las notas a pie de página de G en la tercera parte, documental, le da un tono de primera persona.

—Sí: básicamente la construcción del mundo la hace G. No creo en una tercera pura. Me gustan las terceras sucias o contaminadas de la historia. Odio la frialdad del que simplemente registra. Es una convención demasiado falsa, un imposible. Todo es una versión de alguien, todo son versiones. Tenía ganas de trabajar las historias de vagabundas que colecciona Eusebia mientras no puede irse. Hay una mirada muy particular sobre las mujeres que se fueron. Cuando uno lee biografías tiene la sensación de que no está sabiendo todo: la vida que se lee depende de quien la escribe. Me gustaba ese personaje para construir ficción. Me suele interesar mucho qué sueña un personaje, qué lee. Que no quede en un discurso psicológico ni filosófico ni de acción, sino que se nutra de ese universo mágico que intento dotarle a un alguien que no existe. En un punto es como rizar el rizo.

—Claudia Piñeiro alguna vez contó que en un taller de dramaturgia le enseñaron que a cualquier personaje, por más breve que sea, tiene que tener una motivación, una entidad.

—Eso se trabaja mucho en teatro. Visto de afuera parece medio absurdo que si vas a decir un bocadillo de medio segundo te tengas que construir toda una historia, pero es un ejercicio que se hace muy seguido para saber de dónde viene el personaje. Y después, si hace falta, hay que olvidárselo, porque es un puntapié inicial. Me interesa que no haya gente de adorno ni situaciones huecas. Ni siquiera en las frases, por eso, si bien todo suele aparecer bastante automáticamente, corrijo mucho y si hay una frase que no me gusta, sueño con esa frase, la siento como una piedra que no le corresponde al relato, le doy mil vueltas.

—Hablás de frases y marqué varias en las que casi con una sencillez poética se da cuenta de la vida inhóspita del lugar. Por ejemplo: “allí donde el río pierde su dulzura y las aguas se mezclan con el mar”.

—El paisaje está muy presente en Vagabundas; es un personaje muy importante. La novela surgió de un viaje que hicimos con mi pareja al sur de la Provincia de Buenos Aires, un lugar muy ventoso con un solo hotelito y “ciudadanos esquivos”. La gente abría poco la puerta porque entraba mucha arena. El clima condiciona tu rutina diaria. Hay lugares que son inspiradores, que permiten imaginar vidas, pensar qué flores surgen en ese terreno, cuánta humedad y cuánta sequedad, qué colores y qué dolor uno puede encontrar ahí. Todas mis lecturas “fundacionales” tenían que ver con escritores que buscaban quebrar cierta comodidad del lector. Me gusta trabajar con la premisa de la incomodidad o de la imprevisibilidad, pero termina siendo un poco una trampa porque en ese objetivo uno se pierde otras rutas y otras emociones posibles. Este libro es el que escribí menos pendiente de molestar.

—¿Qué querés decir?

—Supongo que un modo de sobrevivir es crear una sensación de rispidez: “no se metan conmigo porque soy muy mala”. De pronto ahora ha llegado un momento en el que no me interesa.

—Eso también es una forma de inseguridad.

—Sí, claro. Ahora prefiero trabajar la inseguridad desde otro lugar. Me interesa cultivar la vulnerabilidad de los personajes. La intelectualización excesiva suele llevar a cierta dureza, incluso en el cotidiano. No me quiero perder todo eso otro que siento que somos.

—Hablemos de una frase que dice Demetrio: “El estupor es un derecho inalienable”. Lo dice él en voz alta, no la narradora. ¿Por qué una frase así no te la guardaste para vos?

—A mí no me gusta guardarme frases —se ríe—. Por otro lado, un autor inteligente es lo peor que te puede pasar en la vida. Yo tenía esa frase pero era de él, no mía. La primera vez que quise escribir una novela fue con Muerta de hambre. Venía escribiendo otras cosas: relatos, microficción, teatro, canciones, y en un momento decidí que tenía que construir algo con mayor desarrollo, porque con mi propia historia yo tengo tendencia a la síntesis absoluta. La novela es el espacio en el que empiezan a pasar otras cosas. Con Muerta de hambre arranqué desde algunos destellos de mi propia historia para construir otra. Es un ejercicio de mucha limpieza porque partiendo de ciertas cuestiones y dándoselas a otro consigo entenderme mejor. Por otro lado, compadezco a María Bernabé, la protagonista de Muerta de hambre, me puedo poner en su lugar sin olvidarme de su lado B. A partir de ahí surge naturalmente esto de ponerse en el lugar del otro, y por momentos ése es el que habla, no yo. Algunas frases vienen solas, no sé de quién son. Además tengo la fantasía de que todos esos personajes existen. De hecho, hace un tiempo leí una noticia sobre una obesa de New Jersey que comía a modo de protesta para resaltar el vacío que le había hecho su familia. Estoy segura de si yo pienso estas situaciones, alguien más las ha sentido: soy humana, no vengo de otro planeta. Y en alguna situación sé que si yo me voy a la mierda, podría convertirme en muchos de mis personajes.

—La novela está escrita en tres partes con discursos muy diferentes en cada una: narrativo, epistolar, documental. ¿Cómo fue concebida Vagabundas?

—Cada parte tiene su génesis. Primero empecé el “Tratado de la errancia”, la última parte. Por esas cosas que tiene internet, encontré que 1904 era una fecha que coincidía en muchas biografías de mujeres que habían tenido vidas exóticas, insólitas para la época. Una viajera en ese momento era un ser muy interesante, por esto de que el viajero va en busca de algo, y la viajera quiere perder algo. No sabe qué es lo que va a buscar, el motor es la necesidad de irse. Estas mujeres se iban sin nada, disfrazadas de hombre. Había mucho coraje, pero también mucha soledad. Si no, no te vas solo. Sos un paria en tu casa, un insatisfecho. Empecé a recoger ese material y después pensé en quién podía ser el personaje que lo juntara: así apareció Eusebia. Alguien que colecciona huidas ajenas es alguien que, evidentemente, no se puede ir de algún lugar. Luego construí el espacio y la gente que vivía con ella. Decidí que todo arrancara el día que se iba y que no la iba a seguir a ella sino que me iba a queda en el lugar: quería entender lo que provoca en el que se quedó el reconstruir a alguien que no está. Además me parecía un contrapunto interesante que su hijo fuera un ser anodino. No pueden ser todos tan raros. Si la madre era una fanática de estas otras cuestiones, el hijo debía ser un personaje que se pone en marcha a partir de la partida de su madre.

—La segunda parte está compuesta por cartas dirigidas a otra protagonista que nunca habla y que también se mueve.

—Quería seguir a Amanda, pero también quería seguirla desde una tangente. Entonces simplemente doy cuenta de ese personaje a partir de lo que recibe, no de lo que envía. Yo tengo muchas cartas y cuando me las puse a revisar para escribir las de la novela me di cuenta de que esas cartas que me enviaban mis amigas, mis novios, mi mamá, hablaban de mi vida. También está presente la fantasía del que envía la carta que cree que el otro está viviendo cosas extraordinarias —en el sentido de salir de lo ordinario—. En general, cuando se utilizan cartas, se utilizan las enviadas por el personaje importante. Acá me interesaba cómo cuentan al protagonista, espejarlo. Las cartas fueron algo bastante importante en mi historia porque en Mendoza quedó mi tía y cuando murió mi padre ella decidió seguir escribiendo cartas para leérselas a su mamá, como si las escribiera mi viejo. Me pareció una locura, pero también me intrigaba qué había imaginado para nosotros. Nunca encontré esas cartas. Mi tía murió hace un par de años, fui a su casa, las busqué y no están. Llegamos a pensar que nos había mentido.

—¿Tu abuela se murió sin saber?

—Supuestamente. No la vimos: mi tía no nos dejó verla porque, justamente, por las cartas yo no debía estar ahí. Vi de lejos a mi abuela. Esas cosas impactan. No por nada escribo este libro.

***

En noviembre del año pasado, Fernanda García Lao fue invitada a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de los 25 secretos mejores guardados de América latina. Algunos escritores que compartieron la feria con García Lao fueron Fabián Casas, Hernán Ronsino, Giovanna Rivero, Daniela Tarazona, Emiliano Monge.

—¿Cómo fue la experiencia de ser uno de los “25 secretos de América latina” en la Fil de Guadalajara? ¿En qué te afectó?

—Todo te modifica y te cambia, no sé si fundamentalmente. Son buenos estos rescates caprichosísimos. Casi todos los escritores argentinos hemos estado en alguna lista: o estabas en la de Frankfurt, o en la Feria, o en otros lados. No sé en base a qué nos eligieron. De veinticinco, sólo había seis mujeres y cuando pregunté por qué tan pocas, me dijeron que se debía a una cuestión estadística: hay más libros de hombres que de mujeres publicados en el continente, que habían leído sin prestar atención al género. Fue una alegría el viaje, primero que nada porque a mí me encanta viajar y me da mucha alegría que la literatura sea la excusa. En realidad, además de que tu nombre circule un poco más o que te den un poco de bola durante un rato, tiene que ver con encontrarse con otros escritores. Acercarse a algunos, alejarse definitivamente de otros. Fue una excusa para leer a Daniela Tarazona y encontrar a una compinche, conocer a escritores que piensan desde otro lugar pero que tienen dificultades comunes y dolores similares. Fue un momento muy divertido, tomamos mucho tequila, conocí a mucha gente, saludé a Herta Müller, no sé. Suelo estar muy encerrada, escribiendo y pensando en mis libros, los que tengo en marcha ahora y todo lo que aparece en mi cabeza, entonces fue un ejercicio interesante salir y “a ver, cuente allá quién es usted, m’hijita”, hubiera dicho mi papá.

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