lunes, julio 11, 2016

María Elina Rúas

El 9 de julio en una nota como sin querer, recordé mi primera obra como dramaturga: La mirada horrible. Por aquel entonces, trabajaba en dúo con Laura Aprá. Y necesitábamos una actriz que me acompañara en escena. Tenía que ser intensa y bella, bastante más grande que yo. En la obra, una taxidermista. En cuanto la vimos supimos que era ella. Enorme actriz y compañera que se jugó en el riesgo del teatro independiente con dos desconocidas. Nos dio una maravillosa lección de amor por el teatro desde el primer día. Yo la recuerdo en escena, el brillo de sus ojos. Y una función en particular, en el teatro Callejón. La obra era una rareza. Animales disecados. Diálogos extraños. Había poco público: exactamente ocho personas. Los contamos con tristeza. Pensamos en suspender. Ella dijo que mientras en las butacas hubiera más gente que en escena, la obra debía hacerse. Que debíamos honrar la curiosidad de los que habían venido. Nos miramos. Eramos dos en el escenario. Fue una función alucinante. Los espectadores nos aplaudieron como nunca. Les quemaban las manos cuando se acercaron a saludarnos.
Su modo de decir y de mirar en escena me hacían olvidar que no éramos reales. Yo creía cada escena. Cuando ella comía delicadamente los ojos de los cuervos me olvidaba que eran aceitunas y me hacía temblar. En el papel de A, le decía a un pájaro disecado: Yo te puse los ojos. Cada vez que mires, verás con lo míos. Y será tan rotunda tu confusión que así como eres mío, yo seré tuya. Mi cara, mis venas, los labios. Cada día que pase tu muerte será para mí y yo viviré reconstruyéndote. No podrás olvidarme.
María Elina era una maestra. Yo, su aprendiz.
Resulta que el 9 de julio se fue de este mundo. Y a mí hoy se me cierra la garganta.

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