jueves, mayo 23, 2013
Domesticar un buitre
Un texto sin corregir es un salvaje. Una especie de furia sin borde. La alquimia de la corrección consiste en no perder esa efervescencia, dando espesor y profundidad. Y espacio: qué forma va a necesitar. Los textos para mí son visibles. Cuando aparecen, enseguida pienso cuál es su alrededor. Qué estructura les hará bien. Qué paisaje. A medida que avanzo, vuelvo al principio. Para saber si lo que he aprendido en el camino, se sostiene. Y si es así, que no redunde: el salvaje toma conciencia de sí.
También estoy atenta al sentido. Si observo que no hay fisura, ni humor –es decir- revelación, pongo en duda alguna frase. La más chata. Alguna frasecita que haya quedado renga. A esa, la embarazo de contradicción y la instalo entre otras ideas que parecían más respetables. El efecto es demoledor: la renga termina pudriendo el canasto.
Me gusta maquinar cada oración, cada secuencia. Me arrastro por el libro y después, lo sobrevuelo. Nada es casual. Ni los espacios en blanco. Lo no dicho, también ha sido contemplado. Es decir, mi sistema es la obsesión.
Porque la dirección del asunto me corresponde, la materia no es mía. Yo sé hasta dónde meterme. Aunque parezca ambiguo, el control real lo ejerce la bestia del principio. Yo sólo le acomodo el espacio, le atuso las plumas, le afilo las uñas. Sin la originalidad de su discurso, de sus modos extravagantes, no hay nada que hacer. Sería una forma vacía. Huellas de pollo sobre un papel en blanco.
La corrección es parte vital de la tarea de escritura, pero sin la materia inquieta del primer gesto, no sirve para nada.
(Escrito para la revista La Balandra, número 2)
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