miércoles, noviembre 07, 2012

sin fronteras entre los géneros

Elsa Drucaroff
para Revista Ñ

La pregunta por la propia identidad de género siempre es revolucionaria pero para la literatura femenina fue un audaz punto de llegada y, hoy, un naturalizado punto de partida. Sentirse “loca”, “rara”, “agujero”, desviación, el otro sexo respecto del “completo” difumina la identidad.

Aparecen metamorfosis, monstruosidad, crueldad, lenguajes chirriantes (Silvina Ocampo) que retoman muchas escritoras nuevas: locura (Patricia Suárez), monstruosidad y metamorfosis (Samanta Schweblin, Fernanda García Lao); torrentes de voz atormentada transcriptos con cierta burla (Alejandra Laurencich, Fernanda Laguna), exceso festivo o siniestro (Gabriela Cabezón Cámara, Mariana Enríquez), etcétera.
El arte es la aguja sensible de un sismógrafo: allí donde apenas se insinúa un movimiento en las anquilosadas capas del sentido lo encontramos captando, dejando leer lo nuevo , la significación social que emerge.

Desde los ‘90 hasta ahora el orden de géneros viene tejiendo hilos nuevos en la nueva narrativa argentina: lo masculino perdió la certeza de ser fuerza sin fisuras, “virilidad”, y algo femenino irrumpió, diferente. Si la cultura trata de domesticarlo, no obedece, no cae en lo que se espera de él (sentimentalismo, ñoñez), busca decirse , descubrirse, chapoteando con impudicia en una sociedad que objetualiza a las mujeres (y los “objetos” no tienen voz o, si hablan, es sólo con la voz que los “sujetos” alucinaron para ellos), en una cultura tan incapaz de concebir distinta a la mitad de su gente que hasta para dibujar el aparato digestivo en una lámina escolar traza una silueta masculina, imponiendo la alucinación absurda de que varón es sinónimo de hombres y mujeres.

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