sábado, agosto 31, 2019
"El mal está en casa y lo heredamos"
En los cuentos de su más reciente libro la escritora saca los trapitos al sol de las miserias familiares, que reproducen "la misma violencia que hay afuera pero a puertas cerradas".
Por Silvina Friera
Página 12

“Qué hacés copulando con el piano de la abuela. Mi novia no estaba. O sí. Estaba escrita. Papá no la leyó”, cuenta el escritor que protagoniza el primer relato de El tormento más puro (Emecé), otra joya narrativa extraña, inclasificable y bella de Fernanda García Lao, en la que se mestizan y desintegran a la vez lo real y la pesadilla, lo luminoso de la naturaleza y sus precipicios más lúgubres, las experiencias anómalas con la locura, lo absurdo y la carcajada feroz, porque hay una ferocidad cómica desviada en lo que escribe la narradora más rara y original de la literatura argentina contemporánea. La más radical por su manera de auscultar y sacar los trapitos al sol de las miserias familiares, por cuestionar y burlarse del rol de las madres, por husmear en las aguas turbias de la incomodidad y regresar a la superficie para escribir como si estuviera perpleja, lisiada y rota por algún pequeño hallazgo, una lucidez que duele, como esboza en uno de los cuentos.
Fernanda -enemiga de cualquier convención como poeta, dramaturga y narradora- recuerda en la entrevista con Página/12 que no fue una niña obediente. Hasta en su eclecticismo fonético hay algo que no se deja aprehender: un remoto y casi imperceptible acento de Mendoza, la ciudad donde nació en 1966- y la pronunciación de la zeta a la manera española por los años que vivió exiliada en España, entre 1976 y 1993. Su padre, el periodista Ambrosio García Lao, murió en el exilio.
--“Una familia es eso. Un escuadrón que se aniquila”, se afirma en el cuento que da título al libro. “La familia es un espanto que no merece continuidad”, se lee en otro relato. ¿Por qué la familia aparece con una carga tan negativa?
--Todos los cuentos se podrían llamar El tormento más puro porque la familia es eso. Las familias felices no se escriben, se disfrutan; los primeros terrores y las primeras pruebas de poder y de humillación se dan en la familia. La mayoría de las víctimas de femicidios son en manos de familiares. En la familia hay un permiso de supuesta libertad, de no intromisión y control, que reproduce la misma violencia que hay afuera pero a puertas cerradas. La familia es oscuridad y yo no la inventé. Yo observo nomás. Por otro lado, la familia es la primera organización castradora y tampoco es un invento mío. No puedo menos que escribirlo. Tiene que ver con una visión pesimista y también anarquista muy precoz en mi vida. Tal vez porque mi familia era intelectual estaba presente el “lado B” de la vida desde el primer momento, obligada a poner en duda no cada orden -porque no sé si había órdenes en mi casa-, pero sí cada pauta de obediencia. No fui una niña obediente y tampoco confiaba en los adultos. Aunque hubo mucha explicación en relación a porqué había que hacer determinadas cosas, yo no estaba de acuerdo. Me gustaba correr el límite y ver qué pasaba, ver si era verdad que había una amenaza o era un prejuicio. Como madre he estado muy atenta a no heredar mis creencias a mis hijas. “¿Le hacemos los agujeritos en la oreja para que se sepa que es una mujer?”. No, no quiero que tengan marcas. No quiero que la sociedad marque a mis hijas como ganado. Quizá sea extremista, pero me parece que tiene que ver con algo entre político y personal. Como en todo lo que hago se filtran lo ideológico y la convicción física. Me encantan las familias desorganizadas, fuera de pauta, como díscolas; los inventos familiares. Yo tengo dos hijas de distintos padres, no hubiera podido tener una camada con un señor. Me parece algo raro (risas).
--Hay uno de los cuentos que tiene que ver con la muerte de un padre, narrada por una adolescente. Es uno de los cuentos más autobiográficos del libro, ¿no?
--Sí, lo que pasa es que no soy literal. Cuando escribo padre y muerte, evidentemente tengo ahí una marca. Mi padre se murió cuando yo tenía dieciséis y esa muerte me sorprendió porque no estaba cuando ocurrió. Cuando llegué a mi casa, estaba tomada por el duelo, con gente que no conocía o no recordaba o que no esperaba encontrar ahí. El velorio me pareció un evento rodeado de absurdo, además de la incomodidad de la muerte. Mi vieja (María del Amor González) se murió en mayo, cuando estaba corrigiendo este libro, por eso está dedicado a ella. Igual era una muerte prevista, no en el sentido de que somos todos mortales; tenía 84 años y hacía dos años que estaba decayendo. Una de mis hermanas me preguntó si le dije que le había dedicado el libro. Me pareció un dato menor. ¿A quién le importa? ¿Dónde se lleva esa información? Su muerte fue el tormento más puro, como el título del libro. ¿Por qué esa palabra? Apareció sola, supe cuando la escribí en el primer cuento que ese era el título. Después leí que el tormento era una tortura para confesar. La escritura es el tormento más puro; lo que pasa es que uno no confiesa lo que cree que está confesando. Por eso tengo cierta distancia con las escrituras “yoicas”, porque me parece que reemplazan el inconsciente y la oscuridad. Estamos en una época en la que imaginar es casi subversivo; la realidad ocupa tanto espacio y es tan mentirosa que creo más en la ficción. La ficción es más pura. Para vivir no hace falta sensibilidad ni inteligencia en este mundo; sobrevive el menos sensible. Me siento conectada con cierto saber culto cuando escribo y soy mucho más tonta viviendo. La poesía me permite el desvío, encontrar otros caminos. Creo mucho en mi intuición, en mis pesadillas. Si tomo como objeto de estudio mis pesadillas, se deben parecer a la de muchos. Hay algo interesante en meter la cabeza bajo tierra, buscar y volver a salir. Sabía que no quería escribir más novelas si no salía este libro de cuentos. Si algún proyecto tengo en mi escritura es el de no cristalizar en ningún género; no suponer que el terreno está ganado, sino ponerlo en jaque todo el tiempo. Ir contra la convención de qué es un cuento. Me gustan más las excepciones, lo insólito, lo desbocado, lo incomprensible. Prefiero eso a un cover. No me convencen los que suponen que saben; los decálogos y todas esas mierdas y recetarios. Para mí escribir cuentos es tensar la cuerda y correr los límites, como cuando de chica me preguntaba: ¿No se puede dar la vuelta manzana sola? Vamos a ver por qué…
--En “Fragilidad” el chico de dos años que se mete una víbora en la boca termina reproduciendo la violencia desmesurada de la madre, como si el cuento estuviera proponiendo: “la violencia está en casa y la heredamos”…
--El mal está en casa y lo heredamos. Cuando se habla de lo que te dejan tus padres, pareciera que se heredan objetos, talentos, enfermedades, pero además vicios. No hay mayor mal como el que hacemos nosotros, no hay animal con un nivel de perversión como demuestra cualquier ser humano en algún momento de su vida. El cuento surgió porque hay muchas madres muy obsesivas en relación a la crianza y al miedo que le hagan algo a su criatura, sin reconocer la maldad y el poder de destrucción que tienen esas madres. Me hacía gracia jugar con ese malentendido de que el niño era el frágil y la serpiente el peligro. Además, creo que había leído una noticia similar de un niño que fue llevado a un hospital porque lo había mordido una serpiente y la sangre que tenía era de la serpiente y no del niño.
--A propósito de las herencias, hay un postizo que también se hereda en uno de los cuentos y los hombres que lo rozan mueren. Esa zona de la herencia parece trabajarse desde la perspectiva de lo insólito cruzada con el miedo, el terror, con algo de lo fantástico también, ¿no?
--Cuando se murió mi tía, vi un postizo en una cajita con unos clips y no me lo llevé. Pero sí me llevé un saquito y ese saquito, cada vez que me lo ponía, me hacía doler el cuello y los hombros. Como soy medio extremista y vengo del teatro, me dije: “voy a domar al saquito” (risas). Ahora estoy durmiendo con un camisón de mi madre; son pruebas que me pongo no solo para la escritura sino para mí. Yo también me pruebo en la vida; no es que escribo estas cosas y después ando cultivando margaritas. Tengo un jardín en mi casa y veo cómo ocurren una serie de cosas atroces. Lo que pasa es que no las vemos porque es un terror en miniatura. Si somos atroces, ¿por qué la naturaleza no va a asimilar nuestra atrocidad? Así como determinados insectos se hacen fuertes a un veneno reiterado. Ese veneno concreto es un invento humano; no es algo natural. Estamos muy lejos de la naturaleza, cada vez más. Yo que soy mendocina y de chica escuché nombrar el viento zonda o el agua que bajaba de la montaña veía ahí algo de maestría y de locura consentida también. Cuando nos fuimos a España en el 76, en la casa de mi tía, la del saquito, quedaron sepultadas nuestras antiguas pertenencias por el terremoto del 86. Hay algo de esa furia que me construye. Hay algo de la escritura que sana ese horror. No es que busco el horror; en el horror intento encontrar belleza. No sé si se nota. Siento que cada palabra incluye su contraria. No puedo ver solo una parte: veo la palabra y la sombra de la palabra. En la poesía y en la narrativa breve soy más salvaje que en el terreno de la novela.
--¿Por qué el cuento te permite ser “más salvaje”?
--El cuento es un perro desbocado, rabioso, un perro que tiene poco tiempo. Si estiro la rabia, pierde potencia. La rabia funciona en el instante, no da tiempo a organizar un discurso.
--¿Y qué pasa con tus novelas?
--Yo escribo falsas novelas. No he escrito ninguna novela lineal; están todas rotas y trabajo como si cada parte fuera un núcleo auto conclusivo. En realidad lo que me molestan son los enlaces; por eso hay mucha elipsis. Cuando escribo una novela, voy cortando casi como si estuviera editando una película, concentrando lo máximo que puedo la potencia en ese momento.
En el aire resuenan otras herencias a la distancia. Las dos hijas de Fernanda están viviendo desde 2018 en Praga. “Julieta eligió un país donde el aborto está legalizado desde el siglo pasado y es ateo; buscó determinadas coordenadas que para ella eran vitales. Yo creo que estar fuera de lugar debería ser casi obligatorio en algún momento. Lo que pasa es que está bueno irse cuando uno tiene ganas y no a las apuradas o violentado por un país. Uno se construye también con esos dolores y a veces quedarse es contraproducente”, reflexiona la escritora que confiesa que está “estrenando orfandad absoluta” con ambivalencias. “Es como si mi madre se estuviera muriendo en distintas partes del cuerpo que se me tensionan; pero siento también una especie de permiso fantástico de no tener a quién rendir cuentas. Si es que alguna vez las tuve que rendir”.
--¿Le rendías cuentas a tu mamá?
--No. Ella ya sabía quién era yo. Tuvimos una relación muy conflictiva porque heredé de mis dos padres distintos tipos de palabra, dos discursos y dos bibliotecas muy disímiles. Mi mamá escribía poesía y escribía teatro también. En realidad escribió siempre la misma obra, que reescribía y modificaba, que fue su escuela y también fue la mía. Ella publicó poesía y ganó muchos premios. Cuando volvimos de España, tuvo acá un programa de radio muy escuchado en su momento, un programa nocturno. Mi padre era más convencional, más norteamericano, más (Ernest) Hemingway, (William) Faulkner; en cambio mi vieja era más “afrancesada”. Jean Genet vino de su mano, pero también (Samuel) Beckett y (Eugène) Ionesco. La muerte de mi madre fue como una performance dramática muy hablada. Yo anoté todo, escribí, la grabé, le saqué fotos. Yo falté a la muerte de mi padre, pero me tocó estar sola el día que murió mi madre. Yo siempre creí que era la más fuerte de mis dos hermanas o asumí ese lugar y comprobé que no… Mi madre hablaba como si escribiera. Ahora mi madre es un cuento mío; es la manera que tuve de entender. Todo lo que filmé después lo tiré; no lo pude ver. Pero empecé a escribir el cuento con una frase que ella me dijo: “¿Esto es el vacío?”. Lo terminé de escribir hace dos semanas. Si no lo terminaba, iba a enloquecer. La única forma de sanar era decirlo. Cuando no entiendo algo, lo escribo.
La ficha
Fernanda García Lao nació en Mendoza, en 1966, y se exilió en España entre 1976 y 1993, país donde estudió piano, danza clásica, actuación y periodismo. Escribió y dirigió obras de teatro en varios países de América latina y publicó las novelas Muerta de hambre (2005), La perfecta otra cosa (2007), Vagabundas (2011), La piel dura (2011), Fuera de la jaula (2014) y Nación vacuna (2017); y el libro de cuentos Cómo usar un cuchillo (2013). En 2015 publicó Amor invertido y en 2018 Los que vienen de la noche, ambos en coautoría con Guillermo Saccomanno. Entre sus libros de poesía se destacan Carnívora (2016) y Dolorosa (2017). En 2011 fue seleccionada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) como uno de “los secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana”. Ha colaborado en Babelia, Revista Quimera, Letras Libres y El Buensalvaje, entre otras publicaciones. Algunos de sus textos han sido traducidos al portugués, al inglés, al sueco y al griego para revistas digitales y en papel. Desde 2010 coordina talleres de escritura.
Por Silvina Friera
Página 12

“Qué hacés copulando con el piano de la abuela. Mi novia no estaba. O sí. Estaba escrita. Papá no la leyó”, cuenta el escritor que protagoniza el primer relato de El tormento más puro (Emecé), otra joya narrativa extraña, inclasificable y bella de Fernanda García Lao, en la que se mestizan y desintegran a la vez lo real y la pesadilla, lo luminoso de la naturaleza y sus precipicios más lúgubres, las experiencias anómalas con la locura, lo absurdo y la carcajada feroz, porque hay una ferocidad cómica desviada en lo que escribe la narradora más rara y original de la literatura argentina contemporánea. La más radical por su manera de auscultar y sacar los trapitos al sol de las miserias familiares, por cuestionar y burlarse del rol de las madres, por husmear en las aguas turbias de la incomodidad y regresar a la superficie para escribir como si estuviera perpleja, lisiada y rota por algún pequeño hallazgo, una lucidez que duele, como esboza en uno de los cuentos.
Fernanda -enemiga de cualquier convención como poeta, dramaturga y narradora- recuerda en la entrevista con Página/12 que no fue una niña obediente. Hasta en su eclecticismo fonético hay algo que no se deja aprehender: un remoto y casi imperceptible acento de Mendoza, la ciudad donde nació en 1966- y la pronunciación de la zeta a la manera española por los años que vivió exiliada en España, entre 1976 y 1993. Su padre, el periodista Ambrosio García Lao, murió en el exilio.
--“Una familia es eso. Un escuadrón que se aniquila”, se afirma en el cuento que da título al libro. “La familia es un espanto que no merece continuidad”, se lee en otro relato. ¿Por qué la familia aparece con una carga tan negativa?
--Todos los cuentos se podrían llamar El tormento más puro porque la familia es eso. Las familias felices no se escriben, se disfrutan; los primeros terrores y las primeras pruebas de poder y de humillación se dan en la familia. La mayoría de las víctimas de femicidios son en manos de familiares. En la familia hay un permiso de supuesta libertad, de no intromisión y control, que reproduce la misma violencia que hay afuera pero a puertas cerradas. La familia es oscuridad y yo no la inventé. Yo observo nomás. Por otro lado, la familia es la primera organización castradora y tampoco es un invento mío. No puedo menos que escribirlo. Tiene que ver con una visión pesimista y también anarquista muy precoz en mi vida. Tal vez porque mi familia era intelectual estaba presente el “lado B” de la vida desde el primer momento, obligada a poner en duda no cada orden -porque no sé si había órdenes en mi casa-, pero sí cada pauta de obediencia. No fui una niña obediente y tampoco confiaba en los adultos. Aunque hubo mucha explicación en relación a porqué había que hacer determinadas cosas, yo no estaba de acuerdo. Me gustaba correr el límite y ver qué pasaba, ver si era verdad que había una amenaza o era un prejuicio. Como madre he estado muy atenta a no heredar mis creencias a mis hijas. “¿Le hacemos los agujeritos en la oreja para que se sepa que es una mujer?”. No, no quiero que tengan marcas. No quiero que la sociedad marque a mis hijas como ganado. Quizá sea extremista, pero me parece que tiene que ver con algo entre político y personal. Como en todo lo que hago se filtran lo ideológico y la convicción física. Me encantan las familias desorganizadas, fuera de pauta, como díscolas; los inventos familiares. Yo tengo dos hijas de distintos padres, no hubiera podido tener una camada con un señor. Me parece algo raro (risas).
--Hay uno de los cuentos que tiene que ver con la muerte de un padre, narrada por una adolescente. Es uno de los cuentos más autobiográficos del libro, ¿no?
--Sí, lo que pasa es que no soy literal. Cuando escribo padre y muerte, evidentemente tengo ahí una marca. Mi padre se murió cuando yo tenía dieciséis y esa muerte me sorprendió porque no estaba cuando ocurrió. Cuando llegué a mi casa, estaba tomada por el duelo, con gente que no conocía o no recordaba o que no esperaba encontrar ahí. El velorio me pareció un evento rodeado de absurdo, además de la incomodidad de la muerte. Mi vieja (María del Amor González) se murió en mayo, cuando estaba corrigiendo este libro, por eso está dedicado a ella. Igual era una muerte prevista, no en el sentido de que somos todos mortales; tenía 84 años y hacía dos años que estaba decayendo. Una de mis hermanas me preguntó si le dije que le había dedicado el libro. Me pareció un dato menor. ¿A quién le importa? ¿Dónde se lleva esa información? Su muerte fue el tormento más puro, como el título del libro. ¿Por qué esa palabra? Apareció sola, supe cuando la escribí en el primer cuento que ese era el título. Después leí que el tormento era una tortura para confesar. La escritura es el tormento más puro; lo que pasa es que uno no confiesa lo que cree que está confesando. Por eso tengo cierta distancia con las escrituras “yoicas”, porque me parece que reemplazan el inconsciente y la oscuridad. Estamos en una época en la que imaginar es casi subversivo; la realidad ocupa tanto espacio y es tan mentirosa que creo más en la ficción. La ficción es más pura. Para vivir no hace falta sensibilidad ni inteligencia en este mundo; sobrevive el menos sensible. Me siento conectada con cierto saber culto cuando escribo y soy mucho más tonta viviendo. La poesía me permite el desvío, encontrar otros caminos. Creo mucho en mi intuición, en mis pesadillas. Si tomo como objeto de estudio mis pesadillas, se deben parecer a la de muchos. Hay algo interesante en meter la cabeza bajo tierra, buscar y volver a salir. Sabía que no quería escribir más novelas si no salía este libro de cuentos. Si algún proyecto tengo en mi escritura es el de no cristalizar en ningún género; no suponer que el terreno está ganado, sino ponerlo en jaque todo el tiempo. Ir contra la convención de qué es un cuento. Me gustan más las excepciones, lo insólito, lo desbocado, lo incomprensible. Prefiero eso a un cover. No me convencen los que suponen que saben; los decálogos y todas esas mierdas y recetarios. Para mí escribir cuentos es tensar la cuerda y correr los límites, como cuando de chica me preguntaba: ¿No se puede dar la vuelta manzana sola? Vamos a ver por qué…
--En “Fragilidad” el chico de dos años que se mete una víbora en la boca termina reproduciendo la violencia desmesurada de la madre, como si el cuento estuviera proponiendo: “la violencia está en casa y la heredamos”…
--El mal está en casa y lo heredamos. Cuando se habla de lo que te dejan tus padres, pareciera que se heredan objetos, talentos, enfermedades, pero además vicios. No hay mayor mal como el que hacemos nosotros, no hay animal con un nivel de perversión como demuestra cualquier ser humano en algún momento de su vida. El cuento surgió porque hay muchas madres muy obsesivas en relación a la crianza y al miedo que le hagan algo a su criatura, sin reconocer la maldad y el poder de destrucción que tienen esas madres. Me hacía gracia jugar con ese malentendido de que el niño era el frágil y la serpiente el peligro. Además, creo que había leído una noticia similar de un niño que fue llevado a un hospital porque lo había mordido una serpiente y la sangre que tenía era de la serpiente y no del niño.
--A propósito de las herencias, hay un postizo que también se hereda en uno de los cuentos y los hombres que lo rozan mueren. Esa zona de la herencia parece trabajarse desde la perspectiva de lo insólito cruzada con el miedo, el terror, con algo de lo fantástico también, ¿no?
--Cuando se murió mi tía, vi un postizo en una cajita con unos clips y no me lo llevé. Pero sí me llevé un saquito y ese saquito, cada vez que me lo ponía, me hacía doler el cuello y los hombros. Como soy medio extremista y vengo del teatro, me dije: “voy a domar al saquito” (risas). Ahora estoy durmiendo con un camisón de mi madre; son pruebas que me pongo no solo para la escritura sino para mí. Yo también me pruebo en la vida; no es que escribo estas cosas y después ando cultivando margaritas. Tengo un jardín en mi casa y veo cómo ocurren una serie de cosas atroces. Lo que pasa es que no las vemos porque es un terror en miniatura. Si somos atroces, ¿por qué la naturaleza no va a asimilar nuestra atrocidad? Así como determinados insectos se hacen fuertes a un veneno reiterado. Ese veneno concreto es un invento humano; no es algo natural. Estamos muy lejos de la naturaleza, cada vez más. Yo que soy mendocina y de chica escuché nombrar el viento zonda o el agua que bajaba de la montaña veía ahí algo de maestría y de locura consentida también. Cuando nos fuimos a España en el 76, en la casa de mi tía, la del saquito, quedaron sepultadas nuestras antiguas pertenencias por el terremoto del 86. Hay algo de esa furia que me construye. Hay algo de la escritura que sana ese horror. No es que busco el horror; en el horror intento encontrar belleza. No sé si se nota. Siento que cada palabra incluye su contraria. No puedo ver solo una parte: veo la palabra y la sombra de la palabra. En la poesía y en la narrativa breve soy más salvaje que en el terreno de la novela.
--¿Por qué el cuento te permite ser “más salvaje”?
--El cuento es un perro desbocado, rabioso, un perro que tiene poco tiempo. Si estiro la rabia, pierde potencia. La rabia funciona en el instante, no da tiempo a organizar un discurso.
--¿Y qué pasa con tus novelas?
--Yo escribo falsas novelas. No he escrito ninguna novela lineal; están todas rotas y trabajo como si cada parte fuera un núcleo auto conclusivo. En realidad lo que me molestan son los enlaces; por eso hay mucha elipsis. Cuando escribo una novela, voy cortando casi como si estuviera editando una película, concentrando lo máximo que puedo la potencia en ese momento.
En el aire resuenan otras herencias a la distancia. Las dos hijas de Fernanda están viviendo desde 2018 en Praga. “Julieta eligió un país donde el aborto está legalizado desde el siglo pasado y es ateo; buscó determinadas coordenadas que para ella eran vitales. Yo creo que estar fuera de lugar debería ser casi obligatorio en algún momento. Lo que pasa es que está bueno irse cuando uno tiene ganas y no a las apuradas o violentado por un país. Uno se construye también con esos dolores y a veces quedarse es contraproducente”, reflexiona la escritora que confiesa que está “estrenando orfandad absoluta” con ambivalencias. “Es como si mi madre se estuviera muriendo en distintas partes del cuerpo que se me tensionan; pero siento también una especie de permiso fantástico de no tener a quién rendir cuentas. Si es que alguna vez las tuve que rendir”.
--¿Le rendías cuentas a tu mamá?
--No. Ella ya sabía quién era yo. Tuvimos una relación muy conflictiva porque heredé de mis dos padres distintos tipos de palabra, dos discursos y dos bibliotecas muy disímiles. Mi mamá escribía poesía y escribía teatro también. En realidad escribió siempre la misma obra, que reescribía y modificaba, que fue su escuela y también fue la mía. Ella publicó poesía y ganó muchos premios. Cuando volvimos de España, tuvo acá un programa de radio muy escuchado en su momento, un programa nocturno. Mi padre era más convencional, más norteamericano, más (Ernest) Hemingway, (William) Faulkner; en cambio mi vieja era más “afrancesada”. Jean Genet vino de su mano, pero también (Samuel) Beckett y (Eugène) Ionesco. La muerte de mi madre fue como una performance dramática muy hablada. Yo anoté todo, escribí, la grabé, le saqué fotos. Yo falté a la muerte de mi padre, pero me tocó estar sola el día que murió mi madre. Yo siempre creí que era la más fuerte de mis dos hermanas o asumí ese lugar y comprobé que no… Mi madre hablaba como si escribiera. Ahora mi madre es un cuento mío; es la manera que tuve de entender. Todo lo que filmé después lo tiré; no lo pude ver. Pero empecé a escribir el cuento con una frase que ella me dijo: “¿Esto es el vacío?”. Lo terminé de escribir hace dos semanas. Si no lo terminaba, iba a enloquecer. La única forma de sanar era decirlo. Cuando no entiendo algo, lo escribo.
La ficha
Fernanda García Lao nació en Mendoza, en 1966, y se exilió en España entre 1976 y 1993, país donde estudió piano, danza clásica, actuación y periodismo. Escribió y dirigió obras de teatro en varios países de América latina y publicó las novelas Muerta de hambre (2005), La perfecta otra cosa (2007), Vagabundas (2011), La piel dura (2011), Fuera de la jaula (2014) y Nación vacuna (2017); y el libro de cuentos Cómo usar un cuchillo (2013). En 2015 publicó Amor invertido y en 2018 Los que vienen de la noche, ambos en coautoría con Guillermo Saccomanno. Entre sus libros de poesía se destacan Carnívora (2016) y Dolorosa (2017). En 2011 fue seleccionada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) como uno de “los secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana”. Ha colaborado en Babelia, Revista Quimera, Letras Libres y El Buensalvaje, entre otras publicaciones. Algunos de sus textos han sido traducidos al portugués, al inglés, al sueco y al griego para revistas digitales y en papel. Desde 2010 coordina talleres de escritura.
sábado, agosto 17, 2019
LO SINIESTRO, LA FAMILIA Y EL EFECTO FRANKENSTEIN
ESCOPETA OXIDADA DEL ROCÍO
Blog de José Luis Cutello

Un personaje solitario que reproduce a otros personajes como “bultos” en su cabeza y que copula con novias imaginarias aunque a simple vista parezca que lo hace con el “piano de la abuela”, un bebé que mastica la cabeza de una víbora y mata un pájaro a martillazos, mujeres y hombres “mal realizados”, muñecas parlantes de frases “idiotas” que causan locura y muerte hasta que alguien deja de creen en su hechizo, una mujer que intenta formar una familia con un maniquí, una niña que disfruta lamiendo el “cuerpo de una araña”, una adolescente que alimenta a sus ardillitas con la leche de su bebé muerto, una joven que queda embarazada con facilidad y cuya familia se deshace de cada niño como si fuera un “paquete”, una niña de dos años descabezada que queda detenida en el tiempo bajo el efecto del “nitrógeno líquido” hasta que se encuentre la cura a su mal, el pelo postizo de una abuela que causa muertes repentinas, una adolescente que menstrúa por primera vez y le toma fotos al cadáver de su padre recién muerto, un marido que exhuma el cuerpo de su esposa para recuperar un óvulo y perpetuar la familia, una zorra violada por campesinos que engendra “cachorros de persona”, una virgen que se extirpa en sucesivas operaciones las zonas erógenas de su cuerpo y se iguala “al resto del mobiliario” de su casa…
Esta enumeración es apenas un pequeño muestrario de personajes, aparentemente disfuncionales, que habitan el libro “El tormento más puro”, de Fernanda García Lao, un conjunto de 36 cuentos (algunos de apenas una página, otros que se acercan a la textura de una nouvelle) que trabajan registros que van desde lo siniestro a la locura y desde un surrealismo onírico a la crítica de la familia y el dinero como objetivos rectores de una sociedad.
Sigmund Freud definió lo siniestro “como algo familiar que se torna súbitamente extraño”. Y es precisamente lo que ocurre con los relatos de “El tormento más puro”: cuando el lector se acomoda a una historia que parece incursionar en una vidita cotidiana, es arrastrado de pronto hacia lo extraño, hacia el hecho anormal -visto, por supuesto, desde nuestra pretendida normalidad burguesa-, hacia una desarmonía que desencadena anomias, hipérboles e invenciones, es decir, desencadena lo mejor de la literatura de García Lao: la construcción de una ficción.
Si tomamos como ejemplo los cuentos que involucran a familias, descubriremos varias facetas interesantes e intensas de su poética, algunas de la cuales ya habíamos observado en su novela “Fuera de la jaula”: el núcleo íntimo del hogar transmuta su rostro sin que lo notemos a primera vista, se aleja de lo “normativo” y entonces se provoca un “extrañamiento”, para llamarlo con el término que acuñaron los formalistas rusos. De esta manera, las familias se transforman en “un escuadrón que se aniquila” o “es un espanto que no merece continuidad”.
En efecto, desde esa cosmovisión un hijo puede copular sin saberlo con la futura esposa de su padre senil, una hija aguardar a sus padres “desde el misterio de la muerte”, padres y abuelos dejar legados macabros, los descendientes disputar salvajemente por la herencia de una biblioteca que está destinada al fuego, o los nacimientos y las misas familiares pueden ser “trastornos del pensamiento”. De hecho, el núcleo parental nunca es homogéneo en “El tormento más puro” y lleva a los personajes a disquisiciones limítrofes: “La mujer que dormía con él y las dos criaturas de la otra habitación eran seres hambrientos. Lo estaban devorando”, piensa un hombre antes de matarlos y abandonar su hogar.
Una argamasa de sangre, semen, flujo, terror, locura y muerte es fundamental en la construcción de las familias que componen “El tormento más puro” porque el amor es, para ellas, “una palabra insulsa” o porque consideran que su árbol genealógico implica una “desgracia”. Por eso, los propios integrantes aparecen, en ocasiones, bestializados: “Manga de animales en celo”. Es que, en verdad, algunos de ellos son vampiros que embarazan a sus primas ingenuas o seres desterrados de la bondad: “Mala gente por mí parida”, dice una anciana a punto de cumplir 90 años.
El dinero es, también, un elemento que circula con desprecio dentro de estos clanes familiares. La misma abuela del párrafo anterior celebra su muerte inminente junto a una hija tonta quemando y comiéndose los billetes que tenía debajo del colchón, mientras el resto de su prole espera la herencia en medio de una orgía. O un joven pone un sobre de dinero en el horno encendido porque quiere “fracasar como nunca” y sabe que el futuro “se extingue rápido”.
Otro de los fundamentos que dan unidad a “El tormento más puro” es el reiterado intento de dar, modificar o deshumanizar vidas, un recurso literario que podríamos denominar “el efecto Frankenstein”. Por caso, la misma virgen que mencionamos en un párrafo anterior y que se extirpa las tetas y el útero hasta asimilarse a un mueble, mientras todo vestigio de vida (una planta, una tortuga) muere a su alrededor. O la científica trastornada por la muerte su padre que halla, en las nieves eternas del Tíbet, un corazón conservado por el hielo y pretende volverlo a la vida en un laboratorio.
Sin embargo, los dos relatos que muestran mejor “el efecto Frankenstein” son el del viudo que pretende recuperar un óvulo de su esposa enterrada y finalmente lo deja abandonado en una vereda, y el del príncipe lisiado que es convertido en “Golem”. Como en la historia del austríaco Gustav Meyrink, un ingeniero ortopedista checo le devuelve la motricidad con una armadura al futuro rey pero lo convierte en el monstruo que mata y es matado.
Todos estos relatos que mencionamos, esta verdadera “fiesta del monstruo”, parecen trabajar en un sentido en el que se trastruecan el orden de la naturaleza y la visión humana. “La naturaleza”, se dice en el cuento “Jardín desnudo”, “imita la forma humana, la pervierte y se burla”. Quizá por eso, un parque puede amanecer sembrado de tetas, conchas frescas y hasta una “pija grande, marroncita”, como un paisaje de Salvador Dalí.
Es que los cuentos reunidos en este libro por García Lao, al igual que su novela “Nación vacuna”, no sólo dan cuenta de naturalezas y humanidades desarticuladas, sino que también dan cuenta de sí mismos, una característica que sólo se observa en las mejores narrativas: “Me quedo instigando un asomo de lucidez, suponiendo otra vida que mejore mi yo, haciéndome otro. Escribir es eso”.
Podríamos finalizar esta reseña señalando con la autora que “la lucidez (de “El tormento más puro”) duele, pero funciona”, pero concluiremos con otra cita que, en nuestra opinión, define con más precisión el conjunto de cuentos: “El surrealismo no podía inventarse. Era la auténtica electricidad de lo real”, escribe Lorrie Moore en “Gracias por la compañía”.
© José Luis Cutello
© Foto: Librería Santa Fe
Blog de José Luis Cutello

Un personaje solitario que reproduce a otros personajes como “bultos” en su cabeza y que copula con novias imaginarias aunque a simple vista parezca que lo hace con el “piano de la abuela”, un bebé que mastica la cabeza de una víbora y mata un pájaro a martillazos, mujeres y hombres “mal realizados”, muñecas parlantes de frases “idiotas” que causan locura y muerte hasta que alguien deja de creen en su hechizo, una mujer que intenta formar una familia con un maniquí, una niña que disfruta lamiendo el “cuerpo de una araña”, una adolescente que alimenta a sus ardillitas con la leche de su bebé muerto, una joven que queda embarazada con facilidad y cuya familia se deshace de cada niño como si fuera un “paquete”, una niña de dos años descabezada que queda detenida en el tiempo bajo el efecto del “nitrógeno líquido” hasta que se encuentre la cura a su mal, el pelo postizo de una abuela que causa muertes repentinas, una adolescente que menstrúa por primera vez y le toma fotos al cadáver de su padre recién muerto, un marido que exhuma el cuerpo de su esposa para recuperar un óvulo y perpetuar la familia, una zorra violada por campesinos que engendra “cachorros de persona”, una virgen que se extirpa en sucesivas operaciones las zonas erógenas de su cuerpo y se iguala “al resto del mobiliario” de su casa…
Esta enumeración es apenas un pequeño muestrario de personajes, aparentemente disfuncionales, que habitan el libro “El tormento más puro”, de Fernanda García Lao, un conjunto de 36 cuentos (algunos de apenas una página, otros que se acercan a la textura de una nouvelle) que trabajan registros que van desde lo siniestro a la locura y desde un surrealismo onírico a la crítica de la familia y el dinero como objetivos rectores de una sociedad.
Sigmund Freud definió lo siniestro “como algo familiar que se torna súbitamente extraño”. Y es precisamente lo que ocurre con los relatos de “El tormento más puro”: cuando el lector se acomoda a una historia que parece incursionar en una vidita cotidiana, es arrastrado de pronto hacia lo extraño, hacia el hecho anormal -visto, por supuesto, desde nuestra pretendida normalidad burguesa-, hacia una desarmonía que desencadena anomias, hipérboles e invenciones, es decir, desencadena lo mejor de la literatura de García Lao: la construcción de una ficción.
Si tomamos como ejemplo los cuentos que involucran a familias, descubriremos varias facetas interesantes e intensas de su poética, algunas de la cuales ya habíamos observado en su novela “Fuera de la jaula”: el núcleo íntimo del hogar transmuta su rostro sin que lo notemos a primera vista, se aleja de lo “normativo” y entonces se provoca un “extrañamiento”, para llamarlo con el término que acuñaron los formalistas rusos. De esta manera, las familias se transforman en “un escuadrón que se aniquila” o “es un espanto que no merece continuidad”.
En efecto, desde esa cosmovisión un hijo puede copular sin saberlo con la futura esposa de su padre senil, una hija aguardar a sus padres “desde el misterio de la muerte”, padres y abuelos dejar legados macabros, los descendientes disputar salvajemente por la herencia de una biblioteca que está destinada al fuego, o los nacimientos y las misas familiares pueden ser “trastornos del pensamiento”. De hecho, el núcleo parental nunca es homogéneo en “El tormento más puro” y lleva a los personajes a disquisiciones limítrofes: “La mujer que dormía con él y las dos criaturas de la otra habitación eran seres hambrientos. Lo estaban devorando”, piensa un hombre antes de matarlos y abandonar su hogar.
Una argamasa de sangre, semen, flujo, terror, locura y muerte es fundamental en la construcción de las familias que componen “El tormento más puro” porque el amor es, para ellas, “una palabra insulsa” o porque consideran que su árbol genealógico implica una “desgracia”. Por eso, los propios integrantes aparecen, en ocasiones, bestializados: “Manga de animales en celo”. Es que, en verdad, algunos de ellos son vampiros que embarazan a sus primas ingenuas o seres desterrados de la bondad: “Mala gente por mí parida”, dice una anciana a punto de cumplir 90 años.
El dinero es, también, un elemento que circula con desprecio dentro de estos clanes familiares. La misma abuela del párrafo anterior celebra su muerte inminente junto a una hija tonta quemando y comiéndose los billetes que tenía debajo del colchón, mientras el resto de su prole espera la herencia en medio de una orgía. O un joven pone un sobre de dinero en el horno encendido porque quiere “fracasar como nunca” y sabe que el futuro “se extingue rápido”.
Otro de los fundamentos que dan unidad a “El tormento más puro” es el reiterado intento de dar, modificar o deshumanizar vidas, un recurso literario que podríamos denominar “el efecto Frankenstein”. Por caso, la misma virgen que mencionamos en un párrafo anterior y que se extirpa las tetas y el útero hasta asimilarse a un mueble, mientras todo vestigio de vida (una planta, una tortuga) muere a su alrededor. O la científica trastornada por la muerte su padre que halla, en las nieves eternas del Tíbet, un corazón conservado por el hielo y pretende volverlo a la vida en un laboratorio.
Sin embargo, los dos relatos que muestran mejor “el efecto Frankenstein” son el del viudo que pretende recuperar un óvulo de su esposa enterrada y finalmente lo deja abandonado en una vereda, y el del príncipe lisiado que es convertido en “Golem”. Como en la historia del austríaco Gustav Meyrink, un ingeniero ortopedista checo le devuelve la motricidad con una armadura al futuro rey pero lo convierte en el monstruo que mata y es matado.
Todos estos relatos que mencionamos, esta verdadera “fiesta del monstruo”, parecen trabajar en un sentido en el que se trastruecan el orden de la naturaleza y la visión humana. “La naturaleza”, se dice en el cuento “Jardín desnudo”, “imita la forma humana, la pervierte y se burla”. Quizá por eso, un parque puede amanecer sembrado de tetas, conchas frescas y hasta una “pija grande, marroncita”, como un paisaje de Salvador Dalí.
Es que los cuentos reunidos en este libro por García Lao, al igual que su novela “Nación vacuna”, no sólo dan cuenta de naturalezas y humanidades desarticuladas, sino que también dan cuenta de sí mismos, una característica que sólo se observa en las mejores narrativas: “Me quedo instigando un asomo de lucidez, suponiendo otra vida que mejore mi yo, haciéndome otro. Escribir es eso”.
Podríamos finalizar esta reseña señalando con la autora que “la lucidez (de “El tormento más puro”) duele, pero funciona”, pero concluiremos con otra cita que, en nuestra opinión, define con más precisión el conjunto de cuentos: “El surrealismo no podía inventarse. Era la auténtica electricidad de lo real”, escribe Lorrie Moore en “Gracias por la compañía”.
© José Luis Cutello
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El más puro goce
LATFEM
Periodismo feminista
Fernanda García Lao hace de la sintaxis un goce. Su estética responde a la posibilidad de lo sensible: entre el instinto poético, el gesto teatral y el erotismo onírico, el realismo más perturbador y los recovecos aterradores del inconsciente. Luz Azcona leyó El tormento más puro (Emecé), su último libro, y lo recomienda con entusiasmo.

Por:
LUZ AZCONA
Fotos:
AUGUSTO STARITA
La escritura de García Lao no da tregua: es sensitiva y ataca. Come en tu mano hasta sacarte sangre y te sonríe. Te abre los ojos a la fuerza para ver qué hay y te ofrenda el delirio de una niña poseída por la angustia. García Lao es originalísima. Y se divierte mucho.
El tormento más puro (Emecé), su nuevo libro de cuentos, es una pieza única por fuera y por adentro, una edición seriada en treinta y seis rarezas. En ellas, la familia como hilo narrativo es la ficción necesaria que sirve de ocasión para recopilar: legados macabros, disputas salvajes, herencias orgiásticas.
Se engendran hijos no deseados. Hijos que por imitación saben el gesto que causa la muerte. Que vuelven de la muerte como una ilusión en forma de óvulo. Hijos que al fracasar triunfan y padres que los destrozan. Que se mueven entre lo real y el sueño, bordeando la locura más pesadillesca. Y sin embargo te hacen sonreír a la vez que despiertan un estado de ánimo propicio al espanto.
El tormento más puro es, además, un libro deliciosamente subrayable. García Lao hace de la sintaxis un goce. Y de la lectura un archivo íntimo de citas. Milimetrada, audaz, filosa, sus tramas siguen la dirección de un fraseo que crece hacia adentro. Como una puerta que se abre a lo oscuro del mundo doméstico, en el umbral de lo fantástico.
Desde ya, la estética de García Lao no responde a la doctrina de lo bello, sino a la posibilidad de lo sensible: entre el instinto poético, el gesto teatral y el erotismo onírico, pasando por el realismo más perturbador y los recovecos aterradores del inconsciente, su escritura no se parece a nada y abarca todo el espectro.
El tormento más puro se presentó el martes 13 de agosto, a las 19.30 horas en la librería Alamut (Borges 1985).
Periodismo feminista
Fernanda García Lao hace de la sintaxis un goce. Su estética responde a la posibilidad de lo sensible: entre el instinto poético, el gesto teatral y el erotismo onírico, el realismo más perturbador y los recovecos aterradores del inconsciente. Luz Azcona leyó El tormento más puro (Emecé), su último libro, y lo recomienda con entusiasmo.

Por:
LUZ AZCONA
Fotos:
AUGUSTO STARITA
La escritura de García Lao no da tregua: es sensitiva y ataca. Come en tu mano hasta sacarte sangre y te sonríe. Te abre los ojos a la fuerza para ver qué hay y te ofrenda el delirio de una niña poseída por la angustia. García Lao es originalísima. Y se divierte mucho.
El tormento más puro (Emecé), su nuevo libro de cuentos, es una pieza única por fuera y por adentro, una edición seriada en treinta y seis rarezas. En ellas, la familia como hilo narrativo es la ficción necesaria que sirve de ocasión para recopilar: legados macabros, disputas salvajes, herencias orgiásticas.
Se engendran hijos no deseados. Hijos que por imitación saben el gesto que causa la muerte. Que vuelven de la muerte como una ilusión en forma de óvulo. Hijos que al fracasar triunfan y padres que los destrozan. Que se mueven entre lo real y el sueño, bordeando la locura más pesadillesca. Y sin embargo te hacen sonreír a la vez que despiertan un estado de ánimo propicio al espanto.
El tormento más puro es, además, un libro deliciosamente subrayable. García Lao hace de la sintaxis un goce. Y de la lectura un archivo íntimo de citas. Milimetrada, audaz, filosa, sus tramas siguen la dirección de un fraseo que crece hacia adentro. Como una puerta que se abre a lo oscuro del mundo doméstico, en el umbral de lo fantástico.
Desde ya, la estética de García Lao no responde a la doctrina de lo bello, sino a la posibilidad de lo sensible: entre el instinto poético, el gesto teatral y el erotismo onírico, pasando por el realismo más perturbador y los recovecos aterradores del inconsciente, su escritura no se parece a nada y abarca todo el espectro.
El tormento más puro se presentó el martes 13 de agosto, a las 19.30 horas en la librería Alamut (Borges 1985).
Fernanda García Lao: "Los vínculos primeros son los que ocultan la mayor perversión"
TELAM
8/8/2019
La escritora construye en su nuevo libro de cuentos "El tormento más puro" universos en los que irrumpe lo absurdo a través de la supremacía de lo perverso y lo siniestro en el ámbito familiar.

Con una realidad que se desborda frente al extrañamiento de lo cotidiano, Fernanda García Lao construye en su nuevo libro de cuentos "El tormento más puro" universos en los que irrumpe lo absurdo a través de la supremacía de lo perverso y lo siniestro en el ámbito familiar.
La obra, editada por Emecé, roza lo fantástico con personajes descarriados por sus pasiones y sorprende con escenas retorcidas que evocan la naturaleza maldita de Horacio Quiroga, o la narrativa de Silvina Ocampo con la aparición de objetos cargados de amenazas y ambientes donde aflora lo erótico, lo onírico, lo incestuoso o la locura, narrado poéticamente.
"Hay algo más del estado que de la trama en cada cuento, busco un estado particular, imagino un universo breve que se puede sondear hacia abajo", explica la autora en una entrevista con Télam.
Télam: ¿Por qué le interesa trabajar sobre lo perverso y lo siniestro en el momento de la escritura?
Fernanda García Lao: No es un terreno elegido, tengo un componente contradictorio que me hace por un lado disfrutar del hecho de estar viva y por otro lado convivir con ese otro costado más consciente del horror. No imagino una ficción sin esas tensiones entre claroscuros y no me interesa como lectora. La bibliografía ocupa un lugar importante en mi formación y la biografía también: el hecho de haber salido en el 76 de mi país siendo chica y quedar sin lugar me marcó. Mis padres eran periodistas y nos fuimos a España más que por cuestiones políticas, por cuestiones éticas y por alguna amenaza concreta. Cuando te quedás sin patria y luego sin padre, porque murió en el exilio cuando yo tenía 16 años, estás obligada a reflexionar sobre cuestiones que en la adolescencia otros pibes no vivieron.
8/8/2019
La escritora construye en su nuevo libro de cuentos "El tormento más puro" universos en los que irrumpe lo absurdo a través de la supremacía de lo perverso y lo siniestro en el ámbito familiar.

Con una realidad que se desborda frente al extrañamiento de lo cotidiano, Fernanda García Lao construye en su nuevo libro de cuentos "El tormento más puro" universos en los que irrumpe lo absurdo a través de la supremacía de lo perverso y lo siniestro en el ámbito familiar.
La obra, editada por Emecé, roza lo fantástico con personajes descarriados por sus pasiones y sorprende con escenas retorcidas que evocan la naturaleza maldita de Horacio Quiroga, o la narrativa de Silvina Ocampo con la aparición de objetos cargados de amenazas y ambientes donde aflora lo erótico, lo onírico, lo incestuoso o la locura, narrado poéticamente.
"Hay algo más del estado que de la trama en cada cuento, busco un estado particular, imagino un universo breve que se puede sondear hacia abajo", explica la autora en una entrevista con Télam.
Télam: ¿Por qué le interesa trabajar sobre lo perverso y lo siniestro en el momento de la escritura?
Fernanda García Lao: No es un terreno elegido, tengo un componente contradictorio que me hace por un lado disfrutar del hecho de estar viva y por otro lado convivir con ese otro costado más consciente del horror. No imagino una ficción sin esas tensiones entre claroscuros y no me interesa como lectora. La bibliografía ocupa un lugar importante en mi formación y la biografía también: el hecho de haber salido en el 76 de mi país siendo chica y quedar sin lugar me marcó. Mis padres eran periodistas y nos fuimos a España más que por cuestiones políticas, por cuestiones éticas y por alguna amenaza concreta. Cuando te quedás sin patria y luego sin padre, porque murió en el exilio cuando yo tenía 16 años, estás obligada a reflexionar sobre cuestiones que en la adolescencia otros pibes no vivieron.
jueves, agosto 08, 2019
Fernanda García Lao: "Sin deseo no hay palabra"

PERFIL CULTURA LITERATURA
Gustavo Yuste
Cada nuevo libro de Fernanda García Lao plantea una nueva sorpresa para el lector. En este caso,los 36 relatos que integran El tormenta más puro (Emecé, 2019) se caracterizan por el desborde de la potencia en distintas esferas humanas. Fiel a su estilo, la autora sabe teñir de un horror seductor cada una de las historias. Los distintos personajes que integran los cuentos de este volumen, en su mayoría breves e impactantes, se mueven de manera pendular por distintas latitudes: el erotismo, lo fantástico, lo onírico, la tragedia y un realismo perturbante. Todo contado a través de una precisión que se nutre tanto de la belleza poética como del ritmo narrativo. En ese sentido, puede leerse: “El infierno es personal e intransferible”; o también: “El silencio conserva las frases intactas, es un glaciar suspendido”.
La literatura y su límite La belleza del horror.
En “Orientación para moribundos”, uno de los relatos que condensa el espíritu general del libro, se lee la siguiente instrucción que bien podría servir como advertencia para el lector: “Resista el dilema y organícese para lo que va a acontecer”. Lo verosímil va ganando la batalla de una manera subterránea y silenciosa, similar al miedo más duradero: lejos del impacto del shock, el horror y la razón se corporizan en una música que penetra en el inconsciente.
En diálogo con Perfil, la autora señala: "Perturbo la inclinación del relato hacia un lugar que desconocía previamente. Y me recreo ahí con el permiso de la anarquía de lo oscuro"
De esta manera, El tormento más puro es un libro de historias únicas, que sabe dialogar con lo más bello y sutil del género fantástico y de terror, sin perder de vista un dato crucial: en aquello que nos resulta familiar, en lo que parece diseñado para contenernos, suele residir la amenaza más importante.
Escribe García Lao: “La humanidad de un lado, las bestias del otro. Bajo la persiana, pero no del todo”.
—¿Qué definición personal tiene del horror? En el libro es una temática recurrente que se trata con sutileza.
— No me satisface ninguna definición, prefiero trabajar a partir del goce en torno a lo siniestro, sin límites de género. No pretendo asustar a nadie. En todo caso, perturbo la inclinación del relato hacia un lugar que desconocía previamente. Y me recreo ahí con el permiso de la anarquía de lo oscuro. No pienso en tramas, es el fraseo el que me sugiere la dirección.
— Gran parte de los relatos de El tormento más puro son muy breves. ¿Qué beneficios ve en esa longitud?
— La brevedad me permite eliminar conectores y provocar vacío. Si puedo decirlo en dos páginas, para qué voy a extenderme. Me gusta que el relato crezca hacia adentro. Concentrar hacia su núcleo. Pero además, soy naturalmente concisa. No puedo escribir acciones sin desvíos en el lenguaje. Bah, no quiero. El fraseo dislocado es mi terreno preferido.
— Existen momentos de fuerte potencia poética en los relatos y en sus libros en general, ¿lo poético es una herramienta que le sirva a la hora de contar una historia?
— Leo y escribo poesía, a diario. No puedo escribir acciones sin desvíos en el lenguaje. Bah, no quiero. El fraseo dislocado es mi terreno preferido.
— ¿Cuál fue el hilo conductor en su cabeza que determinó que estos 36 cuentos fueran unidos en un mismo libro?
— Unos provocaron a otros, fue una especie de avance rizomático. Cada brote estaba insinuado en el relato anterior y provocaba un bulbo nuevo. La marca común es la coincidencia del tormento y la pureza.
— Desde su perspectiva, ¿qué tan flexible es la frontera entre lo real y lo fantástico?
— Mientras contestaba estas preguntas, un cuadro se estrelló en el piso. Nadie lo había tocado. Barrí los vidrios y miré la figura. Una mujer desnuda, sentada sobre un ciervo. Un círculo rojo que imita a la luna, atrás. La levanto pensando que si esto no hubiera sucedido, al escribirlo se vuelve real. O fantástico.
— Por último, ¿qué lugar ocupa el deseo en su escritura?
— Todo el lugar. Sin deseo no hay palabra.
Reseña: El tormento más puro de Fernanda García Lao

36 cuentos contiene este libro. 36 oportunidades para recordar por qué leemos, por qué apostamos a la literatura contemporánea. A medida que avanzaba en la lectura se afianzaba la idea de que estaba convirtiéndose en uno de mis favoritos. Los elementos que me atraen, que busco constantemente en mis lecturas se encontraban en cada página: cuentos raros, extraños, siniestros, insólitos, asomados en el umbral de lo fantástico, la extensión exacta para mantener la tensión y atención del lector y un delicado cuidado en la elección del lenguaje, palabras filosas y atinadas. Cada uno de los relatos te sorprende de alguna manera o te sacude ahí donde estés, en la silla, en el colectivo, te aturde por dentro, como si la pluma de Fernanda se hiciera paso por debajo de la piel, recorriera el cuerpo y diera pequeños respingos, pellizcos, algo que te despierte, te despabile y te haga abrir los ojos dormidos.
La prosa de García Lao posee una musicalidad que resuena tanto en la lectura en voz baja como en voz alta (les recomiendo de vez en cuando leer este libro frente al espejo, escuchar la combinación de palabras, como chocan y hacen magia). Las metáforas que a veces no se encuentran en una oración sino que engloban el cuento entero te anonadan, especialmente los que ahondan en el tema de la maternidad o la no maternidad, las relaciones familiares, lo interpersonal. Abunda la frase corta y contundente que ayuda a describir lo absurdo, lo grotesco, de una forma tan simple que pareciera formar parte de nuestro día a día.
Los cuentos de alguna manera se relacionan, los narradores son tanto mujeres como hombres, abunda la polifonía, la muerte atraviesa a más de uno desde diferentes focos, la perdida, el miedo, la presencia. Las relaciones entre padres e hijos, lo familiar, lo incestuoso, lo prohibido son algunos de los elementos que confluyen en relatos que parecen comunicarse entre sí. La tensión se mantiene aunque se cambie de cuento, como si fueran parte de una conversación, casi como si la autora hablara con el lector y le ayudara a ver un mundo dado vuelta, que hace foco en los rincones oscuros, en lo que nadie quiere ver.
AGUSTINA DE DIEGO
agusrecomienda.com
________________________
Autora: Fernanda García Lao
Editorial: Emecé (Grupo Planeta)
Ph: @CronicasDeSal
Fernanda García Lao, la pesadilla es la norma
En El tormento más puro, la narradora argentina recurre a la lírica y la vulgaridad para alcanzar momentos de salvaje sutileza.

La autora de “Muerta de hambre” y “Nación vacuna”.
MERCEDES ALVAREZ
02/08/2019 - 16:25
Clarín.com Revista Ñ
Literatura Argentina
No cree en el alma. El suyo es un mundo de un materialismo puro donde, como para Offray de La Mettrie, los fenómenos químicos y fisiológicos del cuerpo se traducen en reacciones en el campo de las emociones. Así lo acusan los cuentos de El tormento más puro, último libro de Fernanda García Lao. Una colección de ficciones delirantes que destrozan a su paso cualquier forma de piedad. Sus personajes comen, cagan, cogen; se pierden en olores, fluidos, restos necrófilos pútridos, imperfecciones faciales que adquieren dimensiones monstruosas.
A García Lao y a todos sus narradores les gusta la noche, como al personaje de su cuento “Las parlantes”, pero, a diferencia de ella, no porque la gente esté menos consciente y las rarezas se noten menos, sino todo lo contrario. A Lao le gusta subrayar la rareza, trabajar desde su núcleo para que se convierta en la materia prima de sus relatos. ¿Cómo realiza esta operación? Justamente a la inversa de la manera tradicional en que se plantea el relato fantástico.
En un famoso ensayo titulado “Del cuento breve y sus alrededores”, Cortázar señaló que “lo fantástico exige un desarrollo temporal ordinario”. En Lao, sin embargo, ocurre al revés: lo ordinario se torna fantástico. Así, por ejemplo, en “Las parlantes” podemos leer: “Tropiezo con una pierna dura y caigo junto a un montículo de residuos. Insulto al dueño y entonces descubro que la pierna no es humana. Un maniquí masculino en mal estado. Encuentro su torso más allá, y la otra pierna. La cabeza está entera, pero faltan los brazos”.
Esta extrañeza de lo que se ve y se toca está emparentada con un mundo onírico, o por decirlo con más precisión: pesadillesco. Porque los personajes de García Lao podrían tener esa cualidad. No son producto del amor, claramente, sino del espanto sin límites que engendra la idea de familia. “Una familia es eso. Un escuadrón que se aniquila”, dice el protagonista de “El tormento más puro” (cuento que abre el libro), y la frase podría aplicar a todos los personajes de todos los cuentos de este libro.
Los hermanos se destrozan, las madres se matan, los tíos hacen juicios, los padres enmudecen. Los hijos no son nunca producto del amor, como bien plantea el comienzo del cuento “Ebriedad del cielo”: “La noche en que Camelia Haus fue concebida el cielo estaba borracho. Sus padres, no. La señora Haus se quitó la bombacha sin deseo. Su marido la introdujo como quien hace un trámite bancario, es decir, con una mueca de disgusto”.
Si en el cuento “Prohibido entender este momento” el narrador enuncia que “cuerpo mata palabra”, en García Lao nos encontramos siempre con una aparentemente infinita posibilidad de enunciación del cuerpo.
El estilo de Lao es inconfundible y hace ya muchos años que viene trazando una línea muy clara en el horizonte literario por estas y otras latitudes. Acaso se le pueda reprochar que su estilo, poético y soez al mismo tiempo, refinado y vulgar en dosis perfectamente estudiadas, ceda a veces a la tentación del facilismo para imaginar cuentos como “Embarazo divino”, demasiado ramplón para las salvajes sutilezas de la mayoría de los que integran este volumen.
Por lo demás podría decirse que, cuando la utiliza en toda su potencia, esa cualidad salvaje crece y adquiere dimensiones extraordinarias, roza el grotesco y no opta por salidas de bajo costo. Algo de estos cuentos de Lao recuerda a los mejores y más tremendos cuentos infantiles, entre ellos los de Eduarda Mansilla por ejemplo, quien no se priva de mostrar a los niños el lado más horroroso de la vida, aunque en el caso de Lao su materialismo radical no la lleve a ningún puerto moral.
Los relatos de El tormento más puro son cuentos para horrorizar y entretener a los adultos anestesiados, tantas veces olvidados de los hechizos y dolores de la carne. Cuentos para niños pornográficos, como casi todos los niños. No es casual que en un gesto que imaginamos tan irónico como sincero, la autora dedique el volumen a su madre.
El tormento más puro, Fernanda García Lao. Emecé, 240 págs.

La autora de “Muerta de hambre” y “Nación vacuna”.
MERCEDES ALVAREZ
02/08/2019 - 16:25
Clarín.com Revista Ñ
Literatura Argentina
No cree en el alma. El suyo es un mundo de un materialismo puro donde, como para Offray de La Mettrie, los fenómenos químicos y fisiológicos del cuerpo se traducen en reacciones en el campo de las emociones. Así lo acusan los cuentos de El tormento más puro, último libro de Fernanda García Lao. Una colección de ficciones delirantes que destrozan a su paso cualquier forma de piedad. Sus personajes comen, cagan, cogen; se pierden en olores, fluidos, restos necrófilos pútridos, imperfecciones faciales que adquieren dimensiones monstruosas.
A García Lao y a todos sus narradores les gusta la noche, como al personaje de su cuento “Las parlantes”, pero, a diferencia de ella, no porque la gente esté menos consciente y las rarezas se noten menos, sino todo lo contrario. A Lao le gusta subrayar la rareza, trabajar desde su núcleo para que se convierta en la materia prima de sus relatos. ¿Cómo realiza esta operación? Justamente a la inversa de la manera tradicional en que se plantea el relato fantástico.
En un famoso ensayo titulado “Del cuento breve y sus alrededores”, Cortázar señaló que “lo fantástico exige un desarrollo temporal ordinario”. En Lao, sin embargo, ocurre al revés: lo ordinario se torna fantástico. Así, por ejemplo, en “Las parlantes” podemos leer: “Tropiezo con una pierna dura y caigo junto a un montículo de residuos. Insulto al dueño y entonces descubro que la pierna no es humana. Un maniquí masculino en mal estado. Encuentro su torso más allá, y la otra pierna. La cabeza está entera, pero faltan los brazos”.
Esta extrañeza de lo que se ve y se toca está emparentada con un mundo onírico, o por decirlo con más precisión: pesadillesco. Porque los personajes de García Lao podrían tener esa cualidad. No son producto del amor, claramente, sino del espanto sin límites que engendra la idea de familia. “Una familia es eso. Un escuadrón que se aniquila”, dice el protagonista de “El tormento más puro” (cuento que abre el libro), y la frase podría aplicar a todos los personajes de todos los cuentos de este libro.
Los hermanos se destrozan, las madres se matan, los tíos hacen juicios, los padres enmudecen. Los hijos no son nunca producto del amor, como bien plantea el comienzo del cuento “Ebriedad del cielo”: “La noche en que Camelia Haus fue concebida el cielo estaba borracho. Sus padres, no. La señora Haus se quitó la bombacha sin deseo. Su marido la introdujo como quien hace un trámite bancario, es decir, con una mueca de disgusto”.
Si en el cuento “Prohibido entender este momento” el narrador enuncia que “cuerpo mata palabra”, en García Lao nos encontramos siempre con una aparentemente infinita posibilidad de enunciación del cuerpo.
El estilo de Lao es inconfundible y hace ya muchos años que viene trazando una línea muy clara en el horizonte literario por estas y otras latitudes. Acaso se le pueda reprochar que su estilo, poético y soez al mismo tiempo, refinado y vulgar en dosis perfectamente estudiadas, ceda a veces a la tentación del facilismo para imaginar cuentos como “Embarazo divino”, demasiado ramplón para las salvajes sutilezas de la mayoría de los que integran este volumen.
Por lo demás podría decirse que, cuando la utiliza en toda su potencia, esa cualidad salvaje crece y adquiere dimensiones extraordinarias, roza el grotesco y no opta por salidas de bajo costo. Algo de estos cuentos de Lao recuerda a los mejores y más tremendos cuentos infantiles, entre ellos los de Eduarda Mansilla por ejemplo, quien no se priva de mostrar a los niños el lado más horroroso de la vida, aunque en el caso de Lao su materialismo radical no la lleve a ningún puerto moral.
Los relatos de El tormento más puro son cuentos para horrorizar y entretener a los adultos anestesiados, tantas veces olvidados de los hechizos y dolores de la carne. Cuentos para niños pornográficos, como casi todos los niños. No es casual que en un gesto que imaginamos tan irónico como sincero, la autora dedique el volumen a su madre.
El tormento más puro, Fernanda García Lao. Emecé, 240 págs.
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