miércoles, julio 22, 2015

Nada está al derecho

Planeta Urbano
Julio 2015
Por Eugenia Zicavo

Ni alta ni en el cielo, Aurora es un fantasma genial y habita en una novela del absurdo.



Aurora está muerta. Estaba cantando la canción de la bandera y en mitad del acorde de “al purpurado cuello”, un elepé se clavó en su yugular como un búmeran desquiciado.
Cayó ensangrentada, irreparable. Su marido, el Coronel Domingo, la lloró un rato y luego la vida familiar volvió a su curso. Pero Aurora sigue ahí, como un fantasma inmaterial y benévolo, para ser testigo y narradora de su vida sin ella. En Fuera de la jaula (Emecé), Fernanda García Lao construye un universo delirante y surrealista, con una prosa cercana a la poesía, en la que la forma y la musicalidad empatan al contenido.
Allí, cualquier situación en apariencia inofensiva puede volverse inquietante, logrando que aparezca la risa con los eventos más trágicos y que se anude la garganta con lo que se suponía que iba a ser un paso de comedia. Sus personajes lo dicen todo: Man/Fredo, un hijo bicéfalo al que los médicos intentaron “separar”; Yedra, una mucama particular, y Lana Carne, una criatura fabricada por el Coronel, remedo de Frankenstein del subdesarrollo ideado para su placer. Y por supuesto, ella, Aurora, la que antes de no ser fue amante de políticos y actriz en un espectáculo en el que sufría las embestidas de una enana sobre el escenario, antes de ser “descubierta” por su esposo militar. En una trama que honra la mejor tradición de la literatura del absurdo, Fuera de la jaula es un experimento inusual que mezcla referencias a los distintos períodos del peronismo con críticas a la idea del “ser nacional” y los simbolismos patrios, con una mirada impiadosa hacia la religión y una burla a la muerte. Una novela que confirma una vez más a Fernanda García Lao como una de las plumas más poderosas y originales de la escena literaria actual.

lunes, julio 20, 2015

Saccomanno, García Lao y la fiebre

Fernanda García Lao y Guillermo Saccomanno hablan de Amor invertido (Seix Barral), la novela erótica que escribieron a cuatro manos.

Por Patricio Zunini.



Dicen que el primer contacto fue literario: que él le dio un ejemplar de Cámara Gesell y ella uno de Cómo usar un cuchillo. Dicen que a partir de esas lecturas nació una complicidad, que se dieron cuenta de la comunión de escrituras. Dicen que el amor surgió así, imbricado en la admiración mutua. Y también dicen que frente a los viajes y las distancias sintieron la necesidad de dar una respuesta como escritores: que en lugar de mandarse mails con la urgencia de los enamorados, pensaron en enviarse los capítulos de una novela epistolar. Sin reglas ni plan, lo único en que se pusieron de acuerdo es que iban a mandarse una carta por día, él con el rol de la mujer, ella con el del varón. En esa intimidad nació Amor invertido, la novela erótica situada en el cambio del siglo XIX al XX, escrita a cuatro manos por Fernanda García Lao y Guillermo Saccomanno.


Guillò y Ferdinand huyen de París tras haber participado en un experimento en donde les intercambiaron los corazones. Ella termina en América, él peregrina por Europa. La distancia amplifica el deseo: el reencuentro se alimenta de las promesas calientes que se envían por carta. Pero mientras cruzan el mundo para volver a verse, el corazón del otro sexo les estimula a saltar el cerco moral y entregarse a una lascivia para la que nada tiene límite ni es exagerado. Desde los acápites de John Cleeland y George Bataille, Amor invertido es también un homenaje al género: Laclos, Sade, Grushenka, Apollinaire, la novela respira referencias de los libertinos.

—Todo escritor, y nosotros no escapamos a la regla, —dice Guillermo Saccomanno—escribe con sus influencias. En este caso, donde se trata deliberadamente de incursionar en la literatura de género, no podíamos estar ajenos a la literatura que nos marcó. Nuestro gesto (con perdón de la palabra porque en estos tiempos puede ser peligroso, te acarrea un juicio de Kodama y después te termina defendiendo la viuda de Lamborghini) “borgiano” consistió en que si Borges se apropió de la literatura inglesa, por qué nosotros no nos íbamos a apropiar de la literatura francesa.

—Es que cuando uno se pone a escribir —dice Fernanda García Lao— eso se filtra. No fue pensado, se fue gestando en la misma tensión de la escritura. Uno escribe con todo eso a cuestas, y después aparece la parodia: había un afán de burla del lugar sagrado. La idea no era hacer un libro solemne; todo lo contrario. Y pensar siempre en función de la vitalidad del género.

—Hoy, que hasta está el suplemento “Soy” en Página/12 —sigue Saccomanno—, pensamos en tomarnos en joda e ir a los remitentes estilísticos. Había también una operatoria muy interesante que era la de la novela por entregas. Y también estaba el suspenso. Yo no sabía la respuesta de Ferdinand cuando escribía. No teníamos ni idea de a dónde íbamos con la trama. Fernanda levantaba la apuesta y yo a su vez se la tenía que levantar a ella.

Con esa incertidumbre como marco, la alternancia entre García Lao y Saccomanno, lejos de actar como un método para que uno le allanara el terreno al otro, funcionó casi con la intención de provocarle un encierro y ver cómo el otro se las arreglaba para escaparse. El resultado es un registro que va en un crescendo que no se detiene ni en el absurdo; por ejemplo: Guillò le dice a Ferdinand cuánto lo amaba mientras le cuenta que la penetraban cuatro hombres a la vez.

—Cuando me llegaban las cartas de esta —dice García Lao compenetrada completamente con su rol de Ferdinand— realmente me ponía mal. Qué hija de puta: me dice que me ama y se la está culeando toda la tripulación del buque. Uno se mandaba con todo, no sabía cómo iba a reaccionar el otro. Además, el hecho de escribir desde el género opuesto era un modo de burlarse de lo genérico y de afirmar que cuando escribo “yo” no soy yo. En ninguno de mis libros he sido yo: si no me doy el permiso de ser otro no puedo escribir. Por suerte está desapareciendo esta cosa de los últimos años de la literatura autorreferencial, que es un modo de que no pase absolutamente nada porque las vidas en general son mucho más planas que lo imaginado. Acá no sólo no soy yo sino que estamos en otro siglo, en un lugar que no nos corresponde, y estamos delante de otro que quién sabe cómo va a reaccionar frente a lo que decimos.

—Hay una preceptiva inconsciente cuando uno escribe —dice Saccomanno—. Por lo menos a mí me pasa que me preocupa la trama. Tengo a este personaje: qué siente, a dónde lo puede llevar tal situación.

—Y teníamos al otro como lector. Eso también te obligaba a seducir al otro desde la escritura.

—¿Cómo es eso que dice Barthes? “El texto que usted escribe debe probarme que me desea como lector”. Esto era lo mismo: el capítulo que yo escribía debía probar que la deseaba. Hay una cosa que me gustaría que quede claro. Yo no tenía experiencia de haber escrito a medias, excepto con Carlos Trillo, que hicimos novelas policiales con seudónimo. Creo que no podés escribir a medias con alguien a quien no admires en su escritura o no creas que te puede comprender el pire. Acá estaba eso: yo sentía admiración por Fernanda y sabía que le podía confiar un capítulo y que ella me iba a editar como yo a ella.

—Muchas personas que me han leído —dice García Lao— y que piensan que conocen cómo escribo han señalado partes del libro estando seguras de que eran mías y eran de Guillermo.

—Porque yo también copiaba la manera de escribir de ella: cuando escribís con otro tenés que amalgamarte con el otro.

—Además en la segunda parte, que damos vuelta los roles y me convierto en ella, yo tenía como referencia las cartas donde las construcciones sintácticas eran más complejas, con subordinadas y una puntuación muy distinta. Lo bueno es que teníamos el permiso de dos voces; si hubiéramos tenido que escribir una novela desde un único punto de vista habría sido mucho más difícil. En este caso, como trabajábamos con personajes bien antagónicos, una vez que conocíamos cómo hablaban y cómo se comportaban en relación al decir y al ritmo, cualquiera podía escribir al personaje. Guilló, con toda esa potencia carnal y fálica que trae, lo dejaba a Ferdinand condenado a la melancolía. Él no podía competir en cuanto a cantidad de coitos. Estaba más atribulado, tenía el permiso de estar más cerca del suicidio; ella era más asesina. Él pretende igualarla y empieza a matar con el deseo de estar a la altura de ese personaje que lo come todo, que es ella. Como en la actuación, una vez que tenés claro cómo es el personaje podés improvisar en relación a su voz, te ponés el vestidito de Guillò y ya sabés qué decir.

Fue durante la corrección que García Lao y Saccomanno organizaron el mundo visceral y tempestuoso de la versión que se escribió a distancia. Una vez que tuvieron el arco narrativo completo, se pusieron a trabajar en el detalle a nivel de las frases (ella dice que él aceptaba de mejor humor los cambio), ordenaron a la trama a partir de pequeñas pastillas que revelaran los secretos, y le dieron entidad a Ferreti, el científico que intercambia los corazones, que es, en última instancia, quien disciplina a los enamorados. Por curioso que parezca, fue recién entonces cuando reconocieron que estaban parados en una bibliografía y comenzaron a rastrear vínculos posibles con Fanny Hill, La historia del ojo, Las once mil vergas, y plantaron en la trama referencias literarias.

Alguna vez Claudia Piñeiro, que fue al taller de escritura de Guillermo Saccomanno, contó que él exigía un compromiso concreto con las palabras. Y que si un alumno no lograba escribir “pija” en el momento en que correspondía, Saccomanno le decía que no siguiera yendo. La contratapa del libro dice «Esta es una novela de cojer. El lenguaje no es inocente».

—Cojer para mí va con jota —dice García Lao— porque la jota se parece más a una pija.

—En la literatura argentina —dice Saccomanno— casi no se coje o si se coje, se coje con la luz apagada. Sobre todo en la más reciente, que es lo que más me espeluzna, los polvos son como de whiskería a media luz. Con “piernas bien torneadas”, “bustos prominentes.” ¿Están garchando estos pibes? Si no sabés contar una historia de cojer, más vale que hagas elipsis, cierres la puerta y te imagines lo que quieras. Pero si vas a garchar: ¡garchá, hermano! Fijate en Rayuela, el único momento que se dice “pija” es cuando la clocharde «le lame dulcemente la pija a Oliveira»: tiene una entonación, tiene un poder esa chupada de pija que no lo encontrás en otros momentos de la literatura.

—Me parece que Copi en La ciudad de las ratas se da varios permisos en relación a lo erótico, lo que pasa es que es muy decadente. En Amor invertido, en cambio, hay un goce por la garchada, se pone en un lugar festivo el hecho de disfrutar del cuerpo.

—En la primera parte.

—En la segunda está el deseo presente, desde otro lugar.

—No nos olvidemos que la literatura de cojer es una literatura moral —dice Saccomanno—. De hecho, en nuestra novela el castigo está presente. Ferreti es el padre que sanciona el goce.

—Ahí es donde esa figura cobra potencia y no queda como un adorno. Todo surge del deseo prohibido, incestuoso. Es él quien provoca la pasión de Guillò y Ferdinand sin quererlo. O queriéndolo, no se sabe.

—A él le preocupa el origen del deseo, porque lo que está presente es el deseo de la hija: ahí vamos a El malestar en la cultura, a Tótem y tabú y toda la pelota. Estas no son cosas deliberadas teóricamente sino que uno las tiene adentro, porque uno como intelectual está marcado por estas lecturas.

Cómo se acomoda Amor invertido en el estante donde están El buen dolor, Cámara Gesell, El oficinista, Terrible accidente del alma. Cómo lo hace en el de Muerta de hambre, Fuera de la jaula, Cómo usar un cuchillo. Hubo un momento, confiesan ambos, de “pánico escénico”. El libro estaba listo y les llegó la propuesta de publicarlo. Entonces dudaron si tal vez no habían ido muy lejos, si no se habían expuesto demasiado. García Lao dice que esta novela tiene que ver con un estado de desacato y que hasta pensaron en las críticas o en que tal vez le pedían a Saccomanno devolver el “Ciudadano ilustre de Villa Gesell”.

—Fue muy insolente —dice Saccomanno—. Como dice Fernanda: de desacato. Pero los dos nos cagamos en el concepto de carrera literaria y las etiquetas que te ponen (“un libro de Saccomanno tiene que responder al progresismo vernáculo, un libro de García Lao tiene que mantenerse en el terreno de anarquía libertaria surrealista…”) La literatura de los dos, por separado, no es liviana. Somos pesados, somos densos. Nos cagamos de risa, pero estamos preparando un torpedo. Y si lo que escribís no te incomoda a vos, no te pone en riesgo… Nos cagamos en el concepto de carrera. Yo estoy en una búsqueda, no sé qué voy a hacer con la novela de ayer. No voy a vivir toda la vida de Sobre héroes y tumbas.

—Ahora ya estamos escribiendo una cosa juntos —dice García Lao.

—Pero ya no es literatura erótica.

—No, obvio. Es otro género. No sabemos cuál, porque trabajamos sin plan.

***

Del Blog de Eterna Cadencia.

jueves, julio 16, 2015

Señales

Mi abuela era Dionisia, mi padre Ambrosio. De ahí, mis tendencias a la Tragedia, Eurípides. Mis tías, Rosario y Milagros aportan Drama cristiano. Y Kierkegaard. Mi tía Reneé: renacida. Lo Fantástico, lo ambiguo. Un par de Manolos contribuyen a bajar a tierra. Signo o designio. Uno escribe con su árbol nominal.

lunes, julio 13, 2015

CONTRA REZO PARA EDGARDO RUSSO

RADAR. PAGINA/12
DOMINGO, 12 DE JULIO DE 2015
Por Fernanda García Lao


Me enteré de su muerte por Facebook: ese mal que se parece tanto a un insomnio colectivo. El 2 de julio apareció un escueto cartel en la cuenta de El cuenco de plata. “Ayer se fue nuestro querido amigo Edgardo Russo. Poeta, escritor, traductor, el mejor editor. Irremplazable. Todos te vamos a extrañar. 1949-2015.” La primera reacción fue de incredulidad. Pero con el paso de los minutos, se confirmaba la noticia. No había un hacker siniestro. El asunto era real. La muerte estaba apurada y lo había pasado a buscar. Hay quien se muere de a poco. No fue el caso. Un infarto dijo basta con la celeridad con que a veces se maneja la desgracia. Tardamos meses en nacer, se muere en un chasquido de dedos. Intentaron reanimarlo. Edgardo ya no estaba acá.

Enseguida supe por una de sus hijas –Virginia Russo– que lo despedirían en el cementerio de la Chacarita. Antes de salir, escribí unas líneas para este diario. Escribir a veces salva, recordar es mantener las cosas en estado de suspensión. Pero no sirvió. A pesar de la distancia que nos habíamos impuesto en el último tiempo, sentarme a decir se fue, derivó en llanto. El que se va, deja a los quedan un poco menos vivos. Es que de tanto vivir, uno se olvida del final cantado.

No llegamos a tiempo a la Chacarita. Mi compañero y yo nos perdimos en una fila de cajones desconocidos que esperaban su final. Pero aunque hubiéramos llegado, ¿a tiempo de qué? Los cementerios tienen la facultad de oficiar como límite de la cordura. La conciencia se burla del rito y se pregunta qué estamos haciendo. Me ofrecieron revisar una lista donde no estaba su nombre. Vi a un sacerdote gordo pedir una fotocopia y una cruz. Volver en el subte con el estómago vacío. Entre cuerpos tibios y transpirados. Cachetada de realidad.

Un editor es un cómplice. A veces. Hasta hace unos años, cada vez que pasaba por El cuenco, tomaba café con él y nos contábamos lecturas. O hablábamos de los absurdos que a veces se generan en torno a la literatura. Como el día en que una lectora devolvió un ejemplar de Muerta de hambre porque le parecía indigno de su biblioteca. Me viene la voz de Edgardo entre carcajadas. Llamando para decir Fernanda, esto es genial, tenés que venir. Hay una lectora que te detesta. Parecía una continuación de la trama de mi novela. Un anexo del Anexo. La gente asume actitudes acordes con el estilo de lo que lee. Y entonces, los dos, disfrutamos observando la cartita como niños en plena travesura. Me traje el sobre y aún lo tengo. La firmante decía vivir en la calle Calderón de la Barca.

Busco mails y lo encuentro organizando cómo llevar el vino para presentar mi novela La piel dura, haciendo de agente de prensa, o mandándome la dirección y el teléfono de Rita Gombrowicz para que la visitara en París. Edgardo sabía de mi debilidad por el polaco y su cosmos. También conservo un par de obras de Copi que me envió antes de publicarlas: La torre de la defensa y La noche de Madame Lucienne. Subrayadas, aún con correcciones en proceso. Pequeñas piezas que dan cuenta de su modo de ser editor.

Su afán por compartir lo que había encontrado era su motor. Está lleno de canutos que esconden tesoros para disfrutar en soledad. Onanistas. No era el caso. Si no hubiera tenido capital, Edgardo habría fotocopiado. Porque primero era lector. No sé si exquisito. Leí esa palabra en los últimos días por todos lados. Era incontenible, incorrecto, obsesivo.

Escribía con su catálogo. La obra de un editor se construye por imantación. Hace unos días alguien mencionaba que gracias a sus conocimientos sobre derechos de autor, Russo había logrado publicar sin autorización a Felisberto Hernández y a Copi, sorteando a viudas e hijos. No quedaba claro si era un reclamo o un elogio. De quién es el libro cuando uno muere. De quien necesita leerlo, digo. Muerto el perro se contagia la rabia. Sino, el perro muere dos veces.

La última vez que nos vimos, nos comportamos como dos extraños. Fue en la Embajada de Francia. Edgardo acompañaba a Marie Darrieussecq. Eramos pocos a la mesa. Yo había publicado varios libros fuera de El cuenco de Plata, nuestro vínculo se había enfriado. Sin embargo, cruzamos una mirada en un momento. Habíamos pescado a la vez un disparate que se produjo en la conversación. Supuse que tendríamos ocasión de volver a encontrarnos. No fue así. Y me toca escribir esto.

A modo de contra rezo, de herejía contra la solemnidad y los buenos modales, va el final de La noche de Madame Lucienne que él me regaló. No queda otra. Hay que saber hacer mutis por el foro:

—¡Se acabó el teatro! ¡Se acabaron los vestidos hermosos y las coronas de strass, se acabaron las cabezas de compañía y las artistas de variedades, los culos postizos y las pestañas postizas, se acabaron los directores, sus amantes y sus queridas, se acabaron las marionetas sifilíticas, los telones rojos y las pelucas verdes, se acabaron los dramas, las comedias y las tragedias, se acabaron los decorados y los haces de luz! ¡El teatro se ha acabado!

jueves, julio 09, 2015

Amor invertido en Los siete locos

Este Sábado en Los Siete Locos

· Guillermo Saccomanno, Fernanda García Lao y su novela Amor invertido.
· Hans-Michael Herzog, Rodrigo Alonso y la Colección Daros Latinamerica en Proa.
· Recordamos al editor Jorge Álvarez.


Los sábados de 8 a 9 por la TV Pública.
www.cristinamucci.com

Fernanda García Lao, un híbrido de transgresión, locura y violencia

Analizamos la literatura de esta autora mendocina, radicada durante mucho tiempo en España, y que ha escrito cuentos, novelas y poemas. Por...